América Latina – La posible “segunda ola progresista” en debate. [Raúl Zibechi]

Gabriel Boric, presidente de Chile, y Gustavo Petro, presidente de Colombia.

Debates sobre la segunda ola progresista

Las comparaciones son odiosas

Brecha, 23-12-2022

Correspondencia de Prensa, 23-12-2022

Mucho se celebra la supuesta segunda oleada de gobiernos progresistas, pero poco se analizan sus características más profundas, como el hecho de haber virado hacia la moderación centrista. Pero lo que no está entrando en el visor y queda fuera del alcance analítico son las reales chances de transformación de los nuevos gobiernos progresistas en un planeta crispado.

El exvicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera fue uno de los primeros en destacar que se está viviendo una segunda oleada progresista en América Latina, a raíz de los cambios que desde 2018 se produjeron en los gobiernos de México, Argentina, Bolivia, Perú, Honduras, Chile, Colombia y, más recientemente, Brasil. En esta versión, hubo una primera oleada entre el triunfo de Hugo Chávez en 1999 y 2014, cuando se produjo una «contraoleada» de derechas que llegaría hasta 2019.

Aunque las fechas suenan algo caprichosas, porque Andrés Manuel López Obrador llega a la presidencia en 2018 y la destitución parlamentaria de Dilma Rousseff se atuvo a normas legales, aunque fue ilegítima, García sostiene que la segunda ola está «marcada por un progresismo moderado y sin la presencia de liderazgos carismáticos» (Nodal, 14-VIII-22).

Algunos analistas cuestionan incluso el concepto de oleada, como Paula Giménez y Matías Caciabue del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico, ya que el concepto no lograría «desentrañar el movimiento de las fuerzas sociales en pugna en nuestra región» y la posibilidad de «cristalización de un orden económico y político en un período relativamente prolongado de tiempo en una determinada sociedad». Para estos autores, no alcanzaría con gobernar para promover proyectos emancipatorios de larga duración, lo que se ha convertido en uno de los debates de mayor alcance en la región.

Un mundo nuevo y caótico

Daniel García Delgado, de Flacso Argentina, sostiene que América Latina «se ha ubicado en el centro de la disputa entre las dos grandes potencias: Estados Unidos y China » (Página 12, 26-VI-22). Cree que el escenario global marca una primera y fundamental diferencia con la primera ola, pero que la guerra comercial entre ambas potencias es una oportunidad para la región.

Sin embargo, «esta segunda ola progresista se encuentra amenazada por una resistencia de parte de las elites latinoamericanas aferradas al ideario ortodoxo de ajuste, al poder financiero o del partido judicial». Este hecho lleva a que «el poder político democrático del Estado de los gobiernos populares queda recortado».

En una línea similar reflexionan Giménez y Caciabue, para quienes la primera oleada progresista «no pudo terminar de romper con nuestra dependencia y nuestra falta de diversificación económica» y, ahora, «la emergencia de una nueva fase del capitalismo a nivel mundial está cambiando las reglas del juego». Si a esto sumamos que la pugna entre Estados Unidos y China se libra también en América Latina, el escenario aparece sumamente complicado para avanzar en uno de los ejes de lo que fueron los primeros gobiernos progresistas: la integración regional.

Este proceso, según García Delgado, se ve dificultado porque «la región carece de instituciones propias consolidadas para intentar en esta situación impulsar el proceso de integración, como sucediera en la primera década y media, cuandopor caso estaban la Unasur [Unión de Naciones Suramericanas] y el Mercosur ampliado». En tanto, prosigue, la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) aún no tiene capacidad de proyección continental mientras se han reposicionado la Organizaciónde los Estados Americanos y el Banco Interamericano de Desarrollo durante el período de gobiernos derechistas entre ambas oleadas.

En este punto no debería olvidarse que durante la primera oleada la integración regional consumió importantes energías de los gobiernos, aunque hubo tendencias divergentes como la Unasur y la ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe) impulsada por la Venezuela de Chávez. Por eso promueve que la segunda oleada se enfoque en «ampliar la vinculación comercial intrarregional y con el mundo, que pueda promover soberanía regional», ya que la mera exportación de commodities hacia el Norte y Asia no configura el mejor escenario para promover la integración toda vez que los países compiten entre sí por los mismos mercados.

Pero el escenario global, más allá de los enormes desafíos que plantea, enseña también nuevas oportunidades. «Los momentos de conflicto por el poder mundial y su orientación han sido tiempos de aumento de franquicia, de oportunidades para los países de la periferia como los nuestros, como ocurriera en la Primera y la Segunda Guerra Mundial», concluye García Delgado.

Gobierno y hegemonía

Una mirada diferente es la que esboza el politólogo argentino Atilio Borón, para quien la clave está en los movimientos. En su opinión, lo decisivo para que los nuevos gobiernos progresistas avancen y se consoliden dependerá en buena medida «de la movilización del campo popular, su efectiva organización y concientización. Sin ese impulso “desde abajo”, poco podrá lograrse» (Cronicón, 8-III-21).

Coincide con García Linera en que 2018, con la llegada de López Obrador al gobierno mexicano, marca una inflexión que, no obstante, tendría muchas dificultades para procesar cambios por la cercanía y la dependencia de los Estados Unidos.

En la particular visión de la izquierda que encarna Borón (no anduvo lejos de bendecir la invasión rusa a Ucrania, por ejemplo), los liderazgos carismáticos resultarían decisivos, pero, en estos momentos, una de las grandes dificultades es la ausencia de ellos: «Ya no está Fidel, la fuente de inspiración de tantísimas luchas; tampoco están Chávez y [Néstor] Kirchner; y los otros líderes están o bien retirados, como [José] Pepe Mujica, o sometidos a la implacable persecución del lawfare».

El exministro de Comunicación de Bolivia Manuel Canelas sostiene, por el contrario, que el triunfo electoral de fuerzas ubicadas a la izquierda del escenario político no es una condición suficiente para decir que estamos ante un ciclo progresista y que «conviene tomar estos datos con cautela y hacer un análisis más detenido antes de hacer afirmaciones ideológicas demasiado apresuradas» (Nueva Sociedad, mayo-junio de 2022).

El boliviano argumenta que «el resultado de una elección no determina un rumbo ideológico predeterminado y que, de hecho, ese rumbo puede incluso ser bastante diferente del que se hubiera esperado en sus comienzos». Aunque hace referencia a gobiernos como el de Lenin Moreno en Ecuador, que se apartó bruscamente del legado de su mentor Rafael Correa, el aserto puede ser útil para pensar la actual coyuntura.

Y va más lejos al apuntar que es difícil que Gabriel Boric o Alberto Fernández puedan sintonizar con el gobierno de Nicolás Maduro, pero además con el de Cuba o Nicaragua. El venezolano fue muy duro al criticar al chileno como parte de una «izquierda cobarde», lo que no hizo más que profundizar las diferencias entre el eje Nicaragua-Cuba-Venezuela con los demás progresismos.

Por último, una enorme diferencia entre la primera y la segunda oleada es la actual inexistencia de foros y espacios comunes entre las corrientes más moderadas o lulistas y las más radicales o chavistas, como los hubo en los primeros años del siglo XX.

Es posible que la llegada de Lula al Palacio de Planalto el 1 de enero de 2023 pueda mejorar las relaciones entre gobiernos de signos similares, permita un avance en los proyectos de integración y acelere el proceso que debería llevar a la región a hablar con voz propia en el escenario global. Pero no debemos olvidar uno de los mayores debes de la primera ola: no haber hecho balance de aciertos y sobre todo de errores, y echar todas las culpas del fin de ciclo a las derechas.

Al dudar sobre la existencia de un verdadero segundo ciclo, Canelas concluye: «Aunque la izquierda podría sumar más gobiernos que en el primer ciclo, hay un creciente hiato entre gobierno y hegemonía, en un contexto global incierto marcado por una sucesión de crisis y un debilitamiento de los imaginarios, los discursos y los liderazgos de los progresismos regionales, que buscan diversas formas de recomponer sus proyectos y encontrar nuevos relatos movilizadores».