Viento Sur, 16-5-2022
Traducción de Viento Sur
Correspondencia de Prensa, 16-5-2022
El pueblo ucranio libra una guerra justa contra una invasión imperialista y por tanto merece nuestro apoyo. Su derecho a la autodeterminación no solo es válido frente a Rusia, sino también con respecto a su decisión de luchar. Es el único que debe poder decidir si seguir luchando o aceptar cualquier solución de compromiso que se ponga sobre el tapete. No tiene derecho a implicar directamente a otros países en su defensa nacional: no tiene derecho a exigir a la OTAN que imponga una zona de exclusión aérea sobre su territorio ni que le envíe armas y equipos susceptibles de ampliar el alcance de la guerra. Merece nuestro apoyo, pero esta no es más que una obligación moral.
Los países de la OTAN, a su vez, no tienen derecho a dictarle los términos de un tratado de paz con Rusia y obligarlo a rendirse, o a la inversa, sabotear la posibilidad de un compromiso y presionarle para que siga combatiendo hasta el agotamiento, convirtiéndolo así en un agente a disposición de la OTAN. La declaración del secretario de Defensa de EE UU en Polonia, el pasado 25 de abril, de que “queremos ver a Rusia debilitada hasta el punto de que no pueda hacer las cosas que ha hecho al invadir Ucrania”, como era de esperar, ha causado un gran revuelo.
¿Estuvo esto “cuidadosamente orquestado… para dotar al presidente Volodímir Zelensky de Ucrania de lo que un alto cargo del departamento de Estado llamó ‘la mayor posición de fuerza posible’ ante lo que prevén que sea algún tipo de negociación de un alto el fuego en los próximos meses”, como explica David Sanger en el New York Times? ¿O fue más bien la expresión de un cambio de objetivos de EE UU a favor de presionar cínicamente a Ucrania para que luche hasta que Washington considere que Rusia está suficientemente debilitada? Por la actitud de EE UU durante las próximas semanas sabremos si ejerce una presión máxima para terminar la guerra más rápidamente, no prolongar el sufrimiento de la población ucrania y limitar los daños causados por la guerra a la economía estadounidense y mundial, o si continúa peligrosamente jugando con fuego.
La cuestión está mucho más clara en el caso de la beligerancia británica. Más allá de la evidente precipitación de Boris Johnson a favor de la confrontación con la idea de que su exabrupto tape el ruido en torno a los numerosos escándalos que ha protagonizado, el primer ministro y su gabinete han entrado en un juego sumamente peligroso de lucir su prepotencia. A diferencia de discretos proveedores de armas a Ucrania como los gobiernos francés o alemán, han alardeado públicamente de cada objeto que han suministrado y cada forma de ayuda militar que han prestado a la nación acosada. Boris Johnson incluso se granjeó una mordaz regañina de un exjefe del ejército polaco, quien le acusó de “tentar el mal” después de que el británico presumiera de estar “entrenando a ucranios en Polonia en el manejo de defensas antiaéreas”.
Para mayor abundamiento, las declaraciones de miembros del gobierno británico han sido bastante más provocadoras que las realizadas en Washington, por no hablar de las de países miembros de la Unión Europea. En una entrevista en Radio 4 de la BBC del 25 de abril, el ministro de las fuerzas armadas del Reino Unido, James Heappey, dio una respuesta pasmosa a la pregunta de si es aceptable el uso de armas británicas por parte del ejército ucranio contra objetivos militares dentro del territorio ruso. El ministro dijo que “es perfectamente legítimo apuntar contra objetivos militares en la retaguardia de tus enemigos para perturbar su logística y sus líneas de suministro, del mismo modo que, para ser francos, siempre que los rusos no apunten contra civiles, a los que desgraciadamente no han respetado mucho hasta ahora, es perfectamente legítimo que golpeen contra objetivos en el oeste de Ucrania para interrumpir sus líneas de suministro”.
Por supuesto que es “perfectamente legítimo” que un país cuyo territorio ha sido invadido golpee contra objetivos militares dentro del territorio del invasor, pero ¿es aconsejable que lo haga y, sobre todo, es aconsejable que un ministro británico anime a hacerlo? Claro que no, entre otras cosas porque esto puede incitar al agresor ruso a escalar sus bombardeos en todo el territorio ucranio. Probablemente siendo consciente de su metedura de pata, el ministro intentó corregir su afirmación inicial concediendo magnánimemente que el invasor tenía el derecho “perfectamente legítimo” a hacer precisamente lo que debería temer el ejército ucranio si siguiera su consejo.
En un discurso solemne pomposamente titulado “El retorno de la geopolítica”, pronunciado el 27 de abril, la ministra de Asuntos Exteriores británica, Liz Truss, admiradora de Margaret Thatcher y quien parece confundir la guerra de Ucrania con la de las islas Malvinas, declaró: “La guerra en Ucrania es nuestra guerra, es la guerra de todos, porque la victoria de Ucrania es un imperativo estratégico para todos. Armamento pesado, tanques, aviones, aprovechando a fondo nuestras existencias, potenciando la producción. Necesitamos hacer todo esto. […] Doblamos la apuesta. Seguiremos avanzando y acelerando para expulsar a Rusia de la totalidad de Ucrania.”
A menos que el gobierno británico decidiera reconocer la anexión de Crimea por parte de Rusia, la ministra apuesta por la prolongación de la guerra, no solo hasta que las fuerzas ucranias hayan expulsado a las tropas rusas de los territorios de Donbás, donde ya estaban desplegadas antes del 24 de febrero, es decir, revirtiendo el statu quo ante, cosa que de por sí es harto temeraria, sino incluso hasta forzar a Rusia a salir de Crimea, lo cual sería sumamente irresponsable tanto por parte de Ucrania como del propio Reino Unido. El primer ministro debió de darse cuenta del peligro que encierran las palabras de la ministra de Exteriores, pues en su discurso del 3 de mayo ante el parlamento ucranio se ocupó especialmente de enmendar la impresión generada por las palabras de esta, señalando que “ningún foráneo como yo puede hablar a la ligera de cómo podría resolverse el conflicto… nadie puede ni debe imponer nada al pueblo ucranio”.
Curiosamente, Boris Johnson alardeó mucho en ese discurso sobre la ayuda militar británica a Ucrania, pero no dijo ni una sola palabra sobre la ayuda humanitaria, aunque señaló que hoy por hoy “al menos una persona ucrania de cada cuatro ha sido expulsada de su hogar, y causa horror el hecho de que dos tercios de los niños y niñas ucranias sean ahora refugiadas, ya sea dentro del país o en el extranjero”. Con respecto a estas personas refugiadas, el primer ministro no dijo nada. El día antes de su discurso, The Guardian había revelado que su ministro de Interior, contrario a la inmigración y que gusta de pujar en crueldad, Priti Patel, se “enfrenta a una demanda judicial masiva por las demoras que han hecho correr a miles de personas ucranias el riesgo de sufrir un trauma y de exponerse a las bombas rusas, o abandonarlas en el limbo en Europa Oriental”.
Mientras tanto, el líder del Partido Laborista, sir Keir Starmer, cuya principal obsesión consiste en proyectarse a sí mismo como contrario a su antecesor, Jeremy Corbyn, renegando así de su promesa de continuidad programática que había proclamado para conseguir que le eligieran jefe del partido, ha guardado un silencio aprobador sobre la fanfarronada del gabinete de Johnson. En efecto, desde que fue elegido, Starmer se ha dedicado sobre todo a sobrepujar a los conservadores en la defensa de la OTAN y de Israel. Así, en el parlamento británico prevalece un clima de unión sagrada en torno a la OTAN, lo que permite a Johnson seguir superando a todo el mundo en su peligrosa beligerancia. (Publicado en Anticapitalist Resistance, 7-5-2022)