La Italia de Giorgia Meloni y lo que podría enseñarle a la derecha francesa
Fabrizio Burattini
Refrattario e controcorrente, 7-7-2024
Traducción de Correspondencia de Prensa, 20-7-2024
Italia fue el primer país de Europa Occidental en conocer un gobierno dirigido por una formación política posfascista, los Fratelli d’Italia (FdI), directamente surgida del Movimento Sociale Italiano (MSI), el partido de los veteranos de la República Social, es decir, del gobierno de Mussolini en el norte de Italia que fue aliado de los nazis de 1943 a 1945.
Todo empezó en 1994, cuando el magnate Silvio Berlusconi formó su primer gobierno y nombró vicepresidente a Giuseppe Tatarella, entonces uno de los principales dirigentes del MSI.
Aquella decisión histórica de Berlusconi rompió definitivamente el mito del llamado «arco constitucional», es decir, de aquellos partidos (democristianos, comunistas, socialistas, socialdemócratas, republicanos y liberales) que en la inmediata posguerra habían contribuido a la redacción y aprobación, en 1948, de la Constitución republicana.
Hasta entonces, el MSI y sus cuadros habían sido excluidos de todos los cargos gubernamentales, salvo algunos alcaldes dispersos en algunas ciudades menores del país.
Esta exclusión correspondía no sólo a un acuerdo político entre los partidos «antifascistas», sino también y sobre todo a un sentimiento popular generalizado que deseaba evitar terminantemente que se repitieran aventuras autoritarias similares a las del «ventennio» de 1922-43. Tanto es así que, en 1960, cuando la derecha democristiana se planteó formar gobierno con el apoyo externo del MSI, el país se vio sacudido por un colosal movimiento de protesta en las principales ciudades que la policía intentó reprimir matando a más de 10 manifestantes. El gobierno apoyado por los herederos del fascismo tuvo que dimitir y el congreso del MSI, convocado de manera provocadora para julio de ese año en Génova, ciudad condecorada por la Resistencia, fue anulado.
El resistible crecimiento de Giorgia y de su partido
Por el contrario, durante las últimas décadas, se ha hecho todo lo posible para facilitar el crecimiento del partido posfascista, rebautizado en 2012 como «Fratelli d’Italia». La obstinada prosecución de las políticas neoliberales, con reiteradas contrarreformas antisociales (liberalización, privatización de la sanidad y los servicios, libertad de despido, prolongación de la edad de jubilación hasta los 67 años, multiplicación de contratos de trabajo cada vez más precarios, etc.) Las diversas reformas institucionales y electorales adoptadas por los gobiernos de centro-derecha, pero también por los de centro-izquierda, los repetidos gobiernos «técnicos» sin ninguna legitimidad democrática con el simple objetivo de alcanzar los parámetros presupuestarios de estabilidad fijados por los acuerdos europeos de Maastricht, son factores que han contribuido enormemente a dejar un amplio margen de maniobra a la demagogia «antisistema» de Giorgia Meloni, cuyo partido ha sido el único de todo el panorama parlamentario que se ha opuesto, al menos formalmente, a las políticas neoliberales.
Así, tras el ocaso del mito Berlusconi, tras el declive de la ilusoria trayectoria «antiélite» del Movimiento 5 Estrellas (2013-2020) y tras el rápido crecimiento e igualmente rápida caída de la Lega de Matteo Salvini, Fratelli d’Italia fue percibido por una parte cada vez mayor de la opinión pública como la fuerza que seguía de forma más coherente una línea de oposición.
Naturalmente, este fortalecimiento del partido posfascista también se vio alimentado por la demagogia racista y securitaria, con eslóganes explícitamente en contra de la inmigración y llamando a aumentar los controles y las acciones policiales.
Pero no hay que olvidar las cifras, porque el secreto del éxito del FdI reside más en la terrible debilidad de sus adversarios potenciales que en su fuerza intrínseca. La victoria de la coalición de derecha el 25 de septiembre de 2022 se basa en 12 millones de votos, lo que, teniendo en cuenta el récord de abstención, representa poco más del 26% del cuerpo electoral, pero, gracias a la división del campo contrario y a una ley electoral antidemocrática y deformada querida por el centro-izquierda, la coalición consiguió la elección de casi el 60% de los diputados y senadores. Así pues, el dominio del FdI se basa en el 26% de los votos, lo que corresponde al 16% del cuerpo electoral.
Una burguesía tranquilizada rápidamente
El ascenso al gobierno de Giorgia Meloni en octubre de 2022, después de años de oposición demagógica contra todas las medidas neoliberales adoptadas por los gobiernos técnicos y liderados por el PD, fue recibido con gran circunspección por las clases dirigentes y los principales medios de comunicación, por temor a que una parte importante de esas proclamas se tradujera en medidas populistas y antieuropeas. Además, el clima de guerra instaurado en Europa tras la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia hizo temer que el tradicional pro-putinismo de la derecha italiana condujera a una ruptura del pacto atlantista de la UE.
Pero no ocurrió nada de esto. La política económica y social del gobierno de Meloni se ha ajustado estrictamente a la de los anteriores gobiernos «proeuropeos», sólo que acentuando explícitamente sus características de clase: la privatización de los servicios, especialmente de la sanidad, ha continuado y se ha intensificado, los impuestos para las clases sociales medias han sido reducidos aún más, las normas de la seguridad social se han segudio agravando, los parámetros presupuestarios europeos ahn sido escrupulosamente respetados y se ha agravado la persecución de los inmigrantes.
En el plano geopolítico, el Fratelli d’Italia no tuvo que hacer grandes esfuerzos por situarse a favor de Estados Unidos y arrojar a Putin y su antioccidentalismo a la basura. Por lo demás, el MSI y sus dirigentes han tenido en su historia sólidos vínculos con la CIA, ya que colaboraron sistemáticamente con los servicios estadounidenses en sus acciones anticomunistas en la época de la «guerra fría».
Acabar con la cultura política antifascista
El proyecto de Fratelli d’Italia es acabar con la peculiaridad «antifascista» que distingue a Italia, al igual que a otros países de Europa Occidental, poner fin a la hegemonía de izquierda que ha dominado el arte y la cultura desde 1945 y, en última instancia, hacer realidad la afirmación de JP Morgan en 2013, cuando dijo sin pudor: «Al principio se pensaba que los problemas de los países de la UE eran principalmente de naturaleza económica, pero con el tiempo ha quedado claro que también existen límites de naturaleza política. Los sistemas políticos de los países del sur de Europa y sus constituciones, adoptadas tras la caída del fascismo, presentan … una fuerte influencia de las ideas socialistas … ejecutivos débiles frente a los parlamentos … protecciones constitucionales de los derechos de los trabajadores … derecho a protestar si se proponen cambios no deseados en el status quo …»
Aquí reside el núcleo de la sintonía entre el proyecto de Giorgia Meloni y las aspiraciones de las clases dirigentes nacionales y transnacionales: ante la dificultad de combinar el consenso social y electoral con políticas claramente antisociales, es necesario un giro autoritario que ponga fin a las mediaciones políticas que fueron necesarias en un contexto histórico superado. ¿Y quién mejor que la extrema derecha postfascista para aplicar ese giro autoritario?
Por lo tanto, además de reforzar institucionalmente su papel y su sistema de poder, es también por esta razón, es decir, para poder afirmar que ya no existirá la Constitución antifascista de 1948 sino que será la Constitución meloniana de 2025, que el gobierno italiano de extrema derecha ha impulsado una compleja reforma constitucional (el llamado «premierato») que modifica profundamente el equilibrio de poderes dentro de las instituciones del Estado.
La duplicidad y el equilibrismo
Toda esta acción de Giorgia Meloni y de su gobierno en los planos económico-social, geopolítico e institucional ha ido acompañada de una hábil narrativa demagógica, racista y pequeñoburguesa sobre el «reemplazo étnico», sobre los impuestos como «robo del Estado», sobre la importancia de la «familia tradicional», sobre el «papel de la mujer» y sobre la reactivación de la «natalidad autóctona», así como de un cierto negacionismo en materia climática.
Giorgia Meloni, por consiguiente, ha conseguido imponerse como dirigente importante y autorizada de un importante país europeo, establecer lazos aparentemente cordiales con sus otros «pares», desde Ursula Von Der Leyen a los representantes de los demás países de la UE, pasando por el propio presidente estadounidense Joe Biden. Pero sin negar en absoluto su pasado, tanto sus vínculos ancestrales con la corriente mussoliniana como los que mantiene con la extrema derecha actual.
Ha alternado sus encuentros con Biden o con Von Der Leyen con mítines ante la audiencia de Vox, el partido neofranquista español, o en los mítines de las juventudes de su partido en la tradicional fiesta anual del Atreju, emblemáticamente dedicada al protagonista de la novela fantástica de Michael Ende “La historia interminable”, que lucha “contra la Nada”, porque “la gente ha renunciado a la esperanza y olvida sus propios sueños”, y que anuncia: “Si hay que morir, prefiero morir luchando”.
Vale la pena recordar que, casi al mismo tiempo que la reciente visita de Biden, una delegación del partido Fratelli d’Italia, junto con Trump, Milei y muchos otros exponentes reaccionarios, asistió e intervino en la convención internacional de la CPAC (Conferencia de Acción Política Conservadora), donde la senadora meloniana Cinzia Pellegrino declaró que «con los conservadores estadounidenses tenemos en común la protección de la identidad y las libertades, así como la lucha contra la cultura de la cancelación, la cultura woke y las locuras de género».
Al mismo tiempo, Giorgia Meloni siempre ha sido capaz, en estos casi dos años de gobierno, de eludir cualquier pedido de aclaraciones sobre sus vínculos con el fascismo, su cultura y su historia. Siempre recuerda que nació en 1977, o sea 32 años después del final del fascismo, como si este dato personal bastara para hacerla inmune a las ideologías totalitarias y reaccionarias. En 2022 consiguió que la antigua portavoz de la comunidad judía romana, Ester Mieli, nieta del escritor Alberto Mieli, superviviente del holocausto, fuera elegida en las listas de los Fratelli d’Italia para el Senado. Esta elección permitió al partido de Giorgia Meloni, que siempre ha estado muy próximo a Netanyahu, gozar de cierto apoyo de la comunidad judía y estrechar sus lazos con la parte más sionista y extremista de esa comunidad.
Pero, como sabemos, el diablo pierde el pelo pero no pierde las mañas. Un video de investigación muy reciente, realizado por un periodista encubierto del sitio web de noticias Fanpage, reveló lo que todo el mundo debería saber, y es que el partido Fratelli d’Italia y su organización juvenil «Gioventù nazionale» mantienen intactos la cultura y los rituales políticos fascistas: en las imágenes se puede ver, en el vestíbulo de uno de los locales principales del partido en Roma, en presencia de dirigentes nacionales, saludos con el brazo en alto, gritos de «sieg heil» o «duce ,duce, duce», declaraciones nostálgicas del período mussoliniano de veinte años e incluso del terrorismo negro entre los años setenta y ochenta (que costó cientos de vidas en atentados) e incluso declaraciones descaradamente antijudías. [1]
La reacción de Giorgia Meloni ante la publicación de la investigación fue de enfado y tristeza: «No hay lugar para nostálgicos del totalitarismo del siglo XX ni para posiciones racistas o antisemitas» y también de vergüenza, porque investigaciones de ese tipo dejan al descubierto la duplicidad y el equilibrismo político de ella, su partido y su gobierno. Tanto es así que quiso añadir: «Hemos hecho de la transparencia y la coherencia nuestras señas de identidad. Hacemos lo que decimos y somos lo que parecemos ser. No hay trucos ni engaños’. Y le pidió a la joven representante local de ese partido que dimitiera, lo que ésta hizo con disciplinada camaradería.
Pero el enfado y la vergüenza duraron sólo un momento, porque Giorgia Meloni es perfectamente consciente de que no puede prescindir de la base militante neofascista del partido, pero también de que estas polémicas no consiguen menoscabar significativamente el consenso político, social y electoral que ha logrado.
Francia e Italia, analogías y diferencias
Por lo tanto, el caso italiano, a pesar del diferente posicionamiento europeo de FdI y el RN francés, puede ser una gran lección para una extrema derecha francesa que aspira a gobernar. Saber gestionar el equilibrio entre la demagogia populista y la capacidad de acreditarse como «fuerza de gobierno» frente a las clases dirigentes y las instituciones financieras, que sabe mostrar las dos caras sin negar ni la una ni la otra.
Llegados a este punto es necesario recordar las grandes similitudes entre lo ocurrido en Italia y lo que está ocurriendo en Francia con el crecimiento exponencial registrado por el Rassemblement National en las elecciones de los últimos años, pero también y sobre todo las grandes diferencias entre las realidades políticas de ambos países.
La conciencia del peligro de un gobierno de extrema derecha en Italia ha ido decayendo desde finales del siglo pasado, cuando el país se mostró indiferente ante la presencia de ministros neofascistas en los gobiernos de Berlusconi (la propia Giorgia Meloni fue ministra de Juventud entre 2008 y 2011). El llamado al «voto útil antifascista», es decir, al desistimiento en caso de elección de un neofascista para un cargo, nunca ha funcionado. Hasta la grotesca campaña electoral de 2022 del entonces líder del Partido Democrático (epígono del Partido Comunista), Enrico Letta, a favor del «voto útil antifascista» para sus listas, terminó con el peor resultado de la historia de ese partido.
La mayor parte de la izquierda italiana, incluso la izquierda radical, aunque se declara «heredera» de la Resistencia de 1943-45 y de la Constitución de 1948, siempre ha practicado una línea antifascista simbólica y nostálgica, subestimando los aspectos sociales y democráticos del antifascismo, y es muy poco capaz de hablar a las generaciones más jóvenes y a la desesperación de los suburbios.
Prueba de ello son los resultados electorales de sus listas, que desde las cifras de los años comprendidos entre 1992 y 2006 (siempre entre el 6% y el 8%, con algunas decenas de diputados y senadores electos) han caído en picada hasta niveles tales que a partir de 2008 no ha tenido ninguna presencia institucional a nivel nacional.
Pero no sólo eso, la izquierda radical italiana, al igual que la «izquierda social-liberal» del PD, sufre una gravísima pérdida de arraigo social, y así lo atestiguan claramente los resultados electorales, muy decepcionantes no sólo en cifras generales, sino también analizando su composición territorial y social, ausente en gran medida de los barrios más desfavorecidos.
En este contexto, el ascenso al gobierno de los Fratelli d’Italia ha sido vivido en Italia como una alternancia «normal», ocultando ante la opinión pública el significado histórico de lo ocurrido en el otoño de 2022, no por casualidad precisamente 100 años después de la toma del poder por Mussolini.
Tanto es así, que el grupo dirigente del principal sindicato italiano, incluso el más «de izquierda», al menos entre los sindicatos mayoritarios, la CGIL, tuvo la monstruosa idea de invitar a Giorgia Meloni a hablar en el estrado de su 19º congreso, en marzo de 2023, como si fuera interesante escuchar lo que tenía que decir, con el resultado de dejarla dar un mitin de 40 minutos ante un millar de delegados y miles de invitados.
Esta decisión corresponde no sólo a la moderación de las direcciones sindicales, que han dejado pasar sin lucha todas las peores contrarreformas neoliberales. La última lucha nacional importante dirigida por la CGIL fue la de 2002 contra el proyecto de Berlusconi de derogar las normas de protección contra los despidos arbitrarios, que logró impedir su aprobación. Desde entonces, esas normas han sido derogadas discretamente (en 2011 y luego definitivamente en 2015, pero por gobiernos «amigos») y esencialmente sin ninguna oposición sindical, al igual que fueron reformadas las pensiones, la enseñanza pública, el derecho laboral en su conjunto, etc.
La decisión de la CGIL de invitar a la presidenta del Consejo a su congreso corresponde también a la percepción de que las formaciones de derechas (especialmente la Liga y el FdI) han logrado abrirse paso incluso en las filas de los trabajadores sindicalizados y a la voluntad de las direcciones sindicales de adaptarse a esta realidad, tratando de «normalizar» las relaciones con el gobierno postfascista.
Las diferencias, entre la Italia «melonista» y la Francia que, en el momento de escribir estas líneas, amenaza con convertirse en «lepenista», son muchas: una izquierda debilitada, a estas alturas resignada a la táctica electoral en la búsqueda desesperada de volver a tener de algún modo una presencia institucional, desprovista de dirigentes capaces de sintonizar con las masas trabajadoras y populares, desarraigada en gran medida de la capacidad de representar verdaderamente el sufrimiento popular, incapaz de renovarse y de presentar un programa social incisivo; un mundo sindical más comprometido con la defensa de sus poderosos aparatos (11 millones de afiliados, según cifras oficiales, entre 15 y 20 mil cuadros empleados a tiempo completo) que con las condiciones de trabajo y de vida de la clase obrera.
Pero sobre todo, lo que falta en Italia, en comparación con Francia, es ese empuje desde las bases, semiespontáneo y de masas, a menudo muy juvenil y femenino, que en París y en otras ciudades francesas, la misma noche del 9 de junio ya obligó a los grupos dirigentes de los distintos partidos de izquierda a encontrar en pocas horas «la unidad en las plazas y en las urnas», y que en la primavera del 2023 había obligado a los sindicatos a construir la unidad intersindical para defender las jubilaciones contra la ofensiva de Macron. Es la diferencia entre las luchas que se hacen y las que no se hacen, porque, como decía Ernesto Che Guevara, «el que lucha puede perder, el que no lucha ya perdió».
Nota de Correspondencia de Prensa
1] Elterrorismo negro en Italia indica un tipo de subversión armada de inspiración neofascista y nacional-revolucionaria y, más en general, vinculada a ideologías políticas de extrema derecha
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¿Haremos como en Francia? ¡Ah, si los burros pudieran volar!
Fabrizio Burattini
Refrattario e controcorrente, 9-7-2024
Traducción de Correspondencia de Prensa, 20-7-2024
Cuando el domingo 7 de julio por la noche se conocieron los resultados de la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas y el Nuevo Frente Popular resultó ser el sector más votado en Francia, fuimos muchos y muchas los que no sólo nos alegramos por el rotundo resultado de la izquierda transalpina, sino que también mostramos cierto sentimiento de envidia.
Alguien, invadido por un entusiasmo casi infantil, llegó a decir: «Hagamos como en Francia».
Quizá, más sobriamente, deberíamos haber pensado que, afortunadamente para ellos (pero en cierta medida también para nosotros y para todos), las diversas izquierdas francesas evitaron con mucho esmero «hacer como en Italia».
De hecho, en Italia no se puede hacer como en Francia.
Nuestra izquierda, a pesar de los homenajes formales que el líder del Partido de la Refundación Comunista rinde en su comunicado «a nuestros camaradas de Francia Insumisa y del Partido Comunista Francés que, con los sindicatos y los movimientos sociales, han reconstruido la fuerza y la credibilidad de la izquierda con años de luchas durísimas contra las políticas neoliberales y antipopulares de Macron e incluso, anteriormente, de Hollande», tiene muy poco que ver con sus supuestos homólogos franceses.
Y el comportamiento de los sindicatos italianos no tiene nada que ver con el de la unidad intersindical francesa, que hace apenas un año protagonizó una lucha denodada durante meses contra la reforma jubilatoria y el aumento de la edad de jubilación a 64 años, mientras que aquí, en nuestro país, la CGIL, la CISL y la UIL no hicieron nada para tratar de evitar el aumento a 67 años hace 13 años.
Algunos dirigentes de la CGIL nos dijeron ‘sí, pero lucharon para nada, porque entonces Macron aprobó por decreto la contrarreforma de la seguridad social’… Por supuesto, esa lucha fue derrotada, pero durante la misma millones de trabajadores comprendieron quién era el responsable de las medidas antisociales, mientras que aquí la pereza de las confederaciones hizo que sus bases y el conjunto de la opinión pública interiorizaran una especie de ‘inevitabilidad de la reforma’ de 2011, dejándole a la derecha la delantera en la demagogia anti Fornero (La Ley Fornero, adoptada en el Gobierno técnico de Monti de 2011 establecía la jubilación a los67 con 41 años de media de servicio. ndt)
Hay que reconocer que incluso el muy moderado Partido Socialista francés tiene muy poco que ver con «nuestro» Partido Demócrata, fruto agusanado e irrecuperable de una involución política, social y cultural de décadas. Una involución que le llevó hace una década a aclamar como secretario al aventurero Matteo Renzi, más macronista que Macron.
E incluso el rocambolesco ascenso de Elly Schlein a la secretaría no redime a ese partido, que sigue completamente en manos de sus caciques nacionales y locales, que nunca estarían dispuestos a suscribir un programa similar al del NFP francés, con la derogación de la ley Fornero (que el PD e incluso Bersani aprobaron), la reducción de la jornada laboral, el salario mínimo a 1600 euros netos, etc.
En cuanto a «nuestra izquierda radical», es mucho más «campista» que La France Insoumise, e incluso que el propio PCF, cuyo secretario nacional, sobre Ucrania, escribe palabras que Refundación Comunista calificaría de «atlantistas»: «El régimen nacionalista de Vladimir Putin ha lanzado una guerra criminal a gran escala contra Ucrania… Los bombardeos de poblaciones civiles y los crímenes de guerra se han multiplicado. Cientos de miles de víctimas, civiles y militares, han pagado con su vida esta agresión contra la soberanía del pueblo ucraniano. Como hemos hecho desde el primer día, condenamos radicalmente a Putin, responsable de esta tragedia. Después de tanto derramamiento de sangre, hay que poner fin a esta locura de guerra e incluir la paz en el orden del día de todos los debates»…
Por lo tanto, es bueno que los camaradas franceses se hayan cuidado de no ‘hacer como en Italia’. Pero para nosotros ‘hacer como en Francia’ es imposible, a menos que pensemos que los burros pueden volar.