A l´encontre, 30-11-2002
Traducción de Viento Sur
Correspondencia de Prensa, 1-12-2022
Frente a la invasión de Ucrania por el régimen de Vladimir Putin, el movimiento antiguerra ha visto desarrollarse posiciones muy diferentes. Todas tienen en común que reivindican la paz, una palabra detrás de la cual pueden situarse actitudes muy diversas, incluso opuestas.
Encontramos en efecto, por un lado, llamamientos a un alto el fuego incondicional que dejan entender, e incluso afirman abiertamente, que los Estados de la OTAN deberían obligar a los ucranianos al cese de los combates dejando de entregarles los medios para su defensa. Esta posición, si bien puede venir en algunos casos de un pacifismo auténtico y de una preocupación real de evitar la pérdida de vidas humanas, no deja de ser muy problemática debido a que no define las condiciones del alto el fuego deseado. Dentro de la tradición del movimiento antiguerra, todo llamamiento al fin de los combates en caso de invasión de un país por otro debe ir acompañado de la exigencia de retirada de los invasores, ya que si no es así puede legítimamente ser sospechosa de querer aprobar la conquista de un territorio por la fuerza.
Por otro lado, se encuentran posiciones antiguerra para las cuales la oposición a la invasión rusa y el apoyo al derecho de las y los ucranianos a luchar por la liberación de su territorio es la cuestión prioritaria. Si bien este punto de partida es ciertamente más legítimo debido a que toma partido con las víctimas de la agresión, puede sin embargo llevar a poner demasiado alto el objetivo de la paz. En algunos casos, no se plantea siquiera la cuestión de un alto el fuego: la paz se encuentra definida poniendo como condición necesaria la retirada de las tropas rusas de todas las partes del territorio ucraniano internacionalmente reconocido, lo cual incluye no sólo la integridad del Dombás sino también la Crimea anexionada en 2014.
Al margen de cuál sea la intención que anime a esa posición, ésta corre el riesgo de ser confundida con la de los ultimatistas ultranacionalistas de Ucrania. Corre el riesgo también de ir a contracorriente de la mayoría de la opinión pública de Europa y de América del Norte que, si bien simpatiza con la lucha de los ucranianos en su legítima defensa, no pueden hacer causa común con un ultimatismo susceptible de aumentar considerablemente los riesgos de una escalada generalizada, incluso de una guerra nuclear, además del enorme coste que supone en un periodo de crisis económica mundial aguda.
¿Cómo definir entonces una posición antiguerra democrática y antiimperialista, a la vez auténticamente pacifista y preocupada por el derecho de los pueblos? Esa posición debería inspirarse en los mismos parámetros que han determinado la posición antiguerra ante precedentes guerras de invasión en la historia contemporánea, teniendo en cuenta, por supuesto, la situación real sobre el terreno.
Frente a la guerra de invasión actual en Ucrania, una posición antiguerra democrática y antiimperialista debería incluir las reivindicaciones siguientes:
– Alto el fuego con la retirada de las tropas rusas a sus posiciones del 23 de febrero de 2022.
– Reafirmación del principio de no admisión de la conquista de territorios por la fuerza.
– Negociaciones bajo los auspicios de la ONU para una solución pacífica duradera basada en el derecho de los pueblos a la autodeterminación: despliegue de cascos azules en todos los territorios en cuestión, tanto en el Donbás como en Crimea, y organización por la ONU de referéndums libres y democráticos que incluyan el voto de las personas refugiadas y desplazadas originarias de esos territorios.
La izquierda ucraniana debería definir por su parte su posición sobre las condiciones del cese de los combates, ya que no puede remitirse incondicionalmente a su propio gobierno en esta guerra. Dicho esto, salvo que se produzca una convulsión política en Rusia que cambiara radicalmente la situación actual, la retirada de las tropas rusas de los territorios conquistados desde el 24 de febrero es un objetivo muy difícil de alcanzar: supone una extensión mayor de la contraofensiva ucraniana, con un apoyo cualitativamente mayor de los países de la OTAN, y un aumento de la presión económica ejercida por esos mismos países sobre Rusia.
Ese objetivo podría alcanzarse mucho más rápidamente y con menor coste humano y material si China, el único Estado que dispone de una influencia determinante sobre la posición de Moscú, se uniera a ese esfuerzo, ya que se corresponde con los principios del derecho internacional de los que no deja de reclamarse: soberanía e integridad territorial de los Estados, solución pacífica de los conflictos. El movimiento antiguerra debería ejercer presión sobre China para incitarle a intervenir en ese sentido, censurando al mismo tiempo las actitudes belicistas hacia Pekín, sobre todo las procedentes de Washington y de Londres, que perjudican ese objetivo, al igual que perjudican a la causa de la paz mundial.