Geraldo Alckmin, compañero de fórmula de Lula, en un acto de la campaña electoral, en San Pablo, el 26 de setiembre. Foto: AFP, NELSON ALMEIDA
Lula tiene serias chances de ganar en primera vuelta y el balotaje casi garantizado. La reconstrucción institucional que deberá abordar abre enormes desafíos en medio de un clima marcado por las amenazas de golpe y violencia.
Marcelo Aguilar, desde San Pablo
Brecha, 30-9-2022
Correspondencia de Prensa, 30-9-2022
Fue vertiginoso el resurgimiento de quien lidera la disputa presidencial del domingo. El dos veces presidente Luiz Inácio Lula da Silva atravesó el ostracismo político, acribillado por una masacre mediática y jurídica promovida por la Operación Lava Jato, a cargo del primero juez y luego ministro de Justicia de Jair Bolsonaro, Sérgio Moro. Estuvo 580 días preso. Hoy lidera todas las encuestas de cara a la elección presidencial. En su momento, la imagen de William Bonner, presentador de la edición central del principal informativo del país, era inseparable de la de un caño de hierro oxidado que escupía billetes, el fondo gráfico usado por el informativo para ilustrar cualquier noticia relacionada con la corrupción y la Petrobras y, por ende, con Lula. Pero en la entrevista que Bonner le hizo junto a Renata Vasconcellos el 25 de agosto de este año, el conductor comenzó diciendo: «Usted no le debe nada a la Justicia». El viento cambió de rumbo y ahora el progresismo –y sobre todo el propio Lula– lleva las de ganar, al menos en las urnas.
Mano a mano
Desde que la campaña arrancó, no hubo tercera opción. Es Lula o Bolsonaro. El sociólogo y científico político Sérgio Abranches, que estudia el sistema democrático brasileño y acuñó, para definirlo, el concepto presidencialismo de coalición, apunta que esta es la primera vez desde la redemocratización en que dos presidentes disputan su reelección. Lula va por su tercer mandato después de 12 años y Bolsonaro, por la reelección inmediata, lo que para Abranches «hace que los electores estén juzgando la obra de dos mandatarios, quién le dio más bienestar al país, a los electores y a sus familias».
La última encuesta del instituto de investigación y consultoría estratégica IPEC, que salió el lunes 26, le da la victoria en primera vuelta a Lula, con el 52 por ciento de los votos, y otorga a Bolsonaro un 34 por ciento. El 51 por ciento de los electores dijo, además, que de ninguna manera votaría por Bolsonaro. Este jueves, Datafolha daba a Lula un 50 por ciento de los votos válidos contra un 36 de Bolsonaro, mientras el petista se llevaba el 48 por ciento de los votos totales y su rival un 34.
Para Abranches, indicadores negativos como este son los que le dan un techo bajo de preferencia al actual presidente. «Bolsonaro pierde con Lula por márgenes muy amplios en los grandes electorados brasileños: las mujeres, los negros y los más pobres. Además, Lula tiene más de 60 por ciento en los estados del nordeste y Bolsonaro no consigue equilibrar esa balanza en el sudeste, que es donde está su mayor número de electores», dice a Brecha el analista, y agrega: «Con ese cuadro, la probabilidad de que Lula gane en primera vuelta es mayor que la probabilidad de una segunda vuelta, 60 a 40, lo que no significa que esto último sea imposible». De todos modos, dice, «sí es prácticamente imposible que Lula no sea electo, en primera o segunda vuelta». Esa es la sensación general hoy en el país, y diversos hechos recientes la refuerzan.
El Frente
En primer lugar, resulta determinante el arco de apoyos a Lula, que se ha ido ampliando sistemáticamente en la recta final. Aquella idea inicial de frente amplio en defensa de la democracia, cuyo origen puede rastrearse en el apoyo a Fernando Haddad en la segunda vuelta presidencial de 2018, parece estar tomando cuerpo a medida que se acerca el domingo. La actuación de Bolsonaro durante la pandemia tuvo un rol fundamental en consolidar la idea de que era necesario evitar a cualquier costo su reelección.
A la jugada inicial de Lula de colocar a su otrora rival –el centroderechista Geraldo Alckmin– como candidato a vice le han seguido adhesiones a un lado y otro del espectro político. Una de las principales es la de Marina Silva, su ministra de Medio Ambiente entre 2003 y 2008. Evangélica, se espera que Silva pueda conquistar simpatías entre el electorado religioso, en el que Bolsonaro tiene ventaja. La líder de REDE, que probablemente sea una de las diputadas más votadas en esta elección, había salido del gobierno petista bajo presión y sufrió una dura campaña del PT en su contra desde la campaña de 2014, cuando quedó tercera y apoyó a Aécio Neves en el balotaje con Dilma Rousseff.
La semana pasada se sumó otra pieza clave: Henrique Meirelles. Presidente del Banco Central durante el gobierno de Lula y ministro de Hacienda de Michel Temer, es una pieza clave para lograr apoyos dentro del mercado financiero, que lo tiene en altísima estima. En el ámbito institucional, uno de los apoyos de peso vino del jurista Joaquim Barbosa, quien fuera relator desde el Supremo Tribunal Federal (STF) del proceso que se conoció como Mensalão, el escándalo de compra de votos parlamentarios durante el primer gobierno de Lula. Este martes, Barbosa dijo: «Bolsonaro no es un hombre serio, no sirve para gobernar un país como el nuestro, no está a la altura ni tiene dignidad para ocupar un cargo de esa relevancia […]. Es preciso votar a Lula en la primera vuelta para cerrar la elección el domingo». Otros tres exministros del STF han declarado su voto al petista. Y otro apoyo resonante es el de uno de los redactores del impeachment contra Dilma Rousseff, Miguel Reale Júnior, que adelantó su voto a Lula, «porque su victoria en primera vuelta es importante para impedir cualquier acción de Bolsonaro para mantenerse en el cargo».
Un aspecto clave para este domingo es el llamado voto útil. Consolidado el estancamiento de una tercera vía, para aquellos que se oponen a Bolsonaro resulta atractiva la posibilidad de eliminar la posibilidad de una segunda vuelta que dé más espacio a posibles aventuras golpistas, largamente anunciadas por el propio presidente y sus seguidores (véase «Amenaza permanente», Brecha, 02-IX-22). En un libro publicado por Companhia das Letras en 2020, Abranches ubica a presidentes como Bolsonaro y Donald Trump en la categoría «gobernantes incidentales», candidatos que surgen en condiciones atípicas, con gran desencanto en la población, y que, en general, llegan a gobernar solo durante un mandato. Todo parece indicar que, al igual que su compañero del norte, Bolsonaro cumplirá con esta característica; resta saber cuál será su asalto al Capitolio.
Los huérfanos
La violencia ha marcado la campaña de forma inédita. En una encuesta publicada el jueves 15, 67,5 por ciento de los entrevistados por Datafolha declaró sentir miedo de ser agredido físicamente debido a sus preferencias políticas. Después del asesinato del tesorero del PT en Foz de Iguazú a manos de un bolsonarista ocurrido en julio de este año (véase «Orden de matar», Brecha, 15-VII-22), el miércoles 7, en el estado de Mato Grosso, un simpatizante de Lula fue asesinado con 70 puñaladas por un compañero de trabajo. El sábado 24, un hombre entró en un bar de la ciudad de Cascavel, Ceará, preguntó si alguien de los allí presentes votaba a Lula y apuñaló al que dijo que sí: Antonio Carlos Silva, de 39 años.
«Violencia es el nombre del juego de Bolsonaro», afirma Abranches. «Sus armas a lo largo de su gobierno han sido la violencia y las amenazas de golpe, inflamando permanentemente a sus seguidores para hostilizar a sus adversarios, lanzando ataques difamatorios contra Lula y otros políticos, y manteniendo una actitud agresiva contra la prensa y las mujeres», dice. Pero, a nivel electoral, esa es también su debilidad: «Una personalidad autoritaria y narcisista, que no escucha a nadie. A veces trata de hacer el papel que sus asesores de marketing reservaron para él, pero rápidamente vuelve a una actitud autocrática», que causaría poca empatía en el electorado.
Cuatro años han sido suficientes para ver los alcances de la ultraderecha en el poder. Pero está por verse cómo actuará una vez vuelva a la oposición. Para el científico político, el bolsonarismo fuera del poder «tenderá a dejar de existir», porque «Bolsonaro no tiene fuerza ni capacidad para liderar un movimiento», por lo que «los radicales de ultraderecha, si bien no van a desaparecer, van a quedar sin un liderazgo articulado, y varias de las figuras políticas que podrían articular esa reacción ultraderechista a nivel institucional probablemente no serán electas».
Gilmar Mauro, de la dirección nacional del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), discrepa con Abranches. Cree que «evidentemente hay en el país una derecha fascista cada vez más organizada y esto no va a terminar con las elecciones, será necesario enfrentarla durante y después del domingo». Mauro expresa a Brecha que «no hay condiciones políticas ni económicas ni correlación de fuerzas a nivel internacional para algún tipo de golpe al estilo clásico, por lo que el intento de reacción va a ser crear un ambiente de fraude, sustentado en todo ese discurso que viene siendo preparado hace tiempo [véase en este número “Embarrar la cancha”] e incitando a agrupamientos de derecha más radicales a movilizarse». Pero, para él, ese intento «tiene fecha de vencimiento y cuanto antes se resuelva la elección, menor será su alcance».
Qué esperar
En Brasil se suele decir que não existe almoço grátis. Aplicado al caso, los apoyos políticos se retribuyen. Viendo el amplio y variopinto arco de alianzas construido a raíz de la candidatura de Lula, es esperable que su gobierno tenga un carácter más moderado de lo que puedan pretender los movimientos sociales y los partidos de izquierda.
«Es amplio, amplísimo», dice y sonríe socarronamente el dirigente del MST sobre el frente construido por Lula. «No alimento falsas ilusiones, no tengo dudas de que hay una serie de problemas estructurales que no van a ser enfrentados ni resueltos, pero esta victoria electoral es importantísima, y Lula está cumpliendo su papel. Nosotros tendremos que hacer el nuestro en las luchas que se vienen, porque también sabemos que si no avanzamos hacia un proyecto de izquierda, la derecha retornará; eso parte de un ciclo que ya conocemos en nuestro país», afirma. Ese papel del movimiento social, cree, no puede ser el de «asistentes» del gobierno, sino uno crítico, con movilización permanente. Sobre el eventual gobierno del PT dice: «Lula va a hacer un gobierno de centro con énfasis en la cuestión social, algo que hoy es muy importante. El desafío inmediato es ganar la elección y asumir. Después viene todo el conjunto de cuestiones sociales más inmediatas, como el hambre y la desnutrición, el retorno de las políticas públicas, el aumento del salario, la producción de alimentos para la gente. Podemos y tenemos que resolver esto, y desde los movimientos populares podemos contribuir muchísimo».
Abranches cree que las alianzas pueden ser determinantes para imaginar el gobierno lulista: «Definitivamente, será el menos petista de sus gobiernos, porque va a precisar muchísimo apoyo para reconstruir la estructura institucional que Bolsonaro destruyó, y esto implica un pacto por la gobernabilidad y por la reconstrucción institucional, lo que deja poco espacio para que haga algo demasiado nuevo».
El abogado Marco Aurélio de Carvalho, una de las personas actualmente más próximas a Lula en ese frente y coordinador del grupo Prerrogativas, una influyente articulación de juristas de izquierda, dice a Brecha que «no interesa ganar las elecciones con un amplio arco de alianzas si no es para gobernar el país con ese amplio arco de alianzas, y, además, si el presidente no hace eso, vamos a tener un problema serio. Precisamos disminuir la fuerza del centrão, y para eso es necesario aumentar la fuerza de los partidos aliados al PT y dialogar con fuerzas que no piensan exactamente igual que él». Para Carvalho, «la aproximación con Meirelles y otros sectores es una demostración muy importante para aquellos que creían que Lula iba a hacer un gobierno más cerrado y enfocado en los temas del PT. No es el caso, él quiere ser el presidente de todos los brasileños y reconciliar el país, y para eso precisa conversar con todas las fuerzas».
Cuestionado por este semanario sobre si también cree que este será el menos petista de los gobiernos de Lula, el abogado respondió: «Es paradójico. Tal vez sea el menos petista por llegar a la elección con tantas alianzas, pero, por otro lado, desde el punto de vista del programa, el desafío de reconstruir el país pasa por una agenda de izquierda. Al menos en ese aspecto, no tiene cómo no ser un gobierno petista en la implementación de políticas públicas de combate al hambre y en la defensa del medioambiente».