Ucrania – ¡La guerra! [Antoine Artous / Francis Sittel]

A l’encontre, 20-3-2022

Traducción de Correspondencia de Prensa, 21-3-2022

Hasta el último momento, la gente siguió creyendo que la ofensiva de Putin contra Ucrania no podía tener lugar, que las advertencias de los servicios de inteligencia estadounidenses no eran sino propaganda.

Los rusos están obligados a creer que no hay guerra, sino una «operación militar especial». La propia palabra «guerra» está prohibida, y quienes la pronuncian, por no hablar de quienes tienen el valor de decir que se oponen a ella, son objeto de medidas represivas desproporcionadas.

Con respecto a ellos, tenemos el privilegio de poder sustraernos a su negación. La guerra está en marcha, con su secuela de horrores, tragedias humanas y grandes riesgos para el futuro. Por ello, el pacifismo no es una opción, por utilizar la pertinente fórmula de Etienne Balibar (Ver «Le pacifisme n’est pas une option»)

No se trata de prevenir la guerra, ni de creer que podemos detenerla por el solo deseo de defender la paz. Se trata de identificar los objetivos de esta guerra, decidir con cuáles estamos de acuerdo y a cuáles nos oponemos, y evaluar qué medios deben movilizarse en contra y a favor de ellos.

Aunque Putin no quiera que la población rusa sepa que hay una guerra, no oculta el objetivo de la ofensiva que ha emprendido: la destrucción de Ucrania como nación independiente. El objetivo es restablecer a Ucrania como parte inseparable de la «gran Rusia», y al pueblo ucraniano como un componente del pueblo ruso.

A lo que la inmensa mayoría del pueblo ucraniano (incluido un gran número de rusohablantes), le antepone su voluntad de existir como nación y resiste con las armas a lo que considera como una agresión salvaje e injustificable.

Para tener éxito en su «operación», Putin está decidido a utilizar todos los medios militares de que dispone el ejército ruso. Según un escenario ya aplicado en Chechenia, en Siria… Control del cielo, destrucción de las infraestructuras vitales, con el objetivo de paralizar el país, privar a la población de los medios de supervivencia, aterrorizarla para convencer a algunos de que se exilien y obligar a los combatientes a capitular.

Con un valor increíble, y de manera imprevista, ucranianas y ucranianos, tanto civiles como militares, así como el gobierno de V. Zelensky, resisten y se enfrentan al ejército ruso con las armas en la mano y se mostraron dispuestos a una guerra de guerrillas.

Es imposible ocultar alternativas tan claras: los derechos del pueblo, la libertad y la democracia frente a un proyecto de dominación imperialista e incluso colonialista.

Solidaridad con un pueblo sometido que resiste con coraje a la barbarie de una ofensiva que amenaza con ser una guerra sin cuartel.

Una sola pregunta centraliza el debate: ¿qué medios utilizar para materializar esta solidaridad?

Lo menos que podemos hacer es no hacernos ilusiones, ni creer en falsas informaciones sobre la realidad actual. No hay excusas para la política de Putin; la seguridad de Rusia no está amenazada por ningún país vecino. La responsabilidad histórica de Estados Unidos y de la OTAN por el estado del mundo, la responsabilidad de haber mantenido una alianza militar que ya no era necesaria tras el colapso de la URSS, es evidente. No se traducen, aquí y ahora, en una implicación directa en los acontecimientos actuales, que son de exclusiva responsabilidad del Kremlin. Aunque la hipótesis de la integración de Ucrania en la OTAN lleva años congelada, la amenaza de anexión procede de Rusia, no de la OTAN.

Es legítimo no apoyar ni la política ni la existencia de la OTAN, pero esto no puede suponer en ningún caso una excusa para la política de Putin. Un eslogan como «Ni la OTAN ni el Kremlin» en este contexto sólo puede ser una ilusión.

Ante la tragedia de la que es víctima el pueblo ucraniano, debemos apoyar con urgencia todas las medidas humanitarias necesarias y organizar la acogida en Europa y en Francia de los cientos de miles de refugiados que huyen de la guerra. No se pueden condenar las sanciones económicas alegando su ineficacia, cuando vemos que, a pesar de sus límites y de su costo, representan una fuerte presión para que las autoridades rusas reconsideren su política.

Pero, como hay una guerra, no podemos escapar a la verdadera pregunta: ¿qué implicación en esta guerra?

La solidaridad con el pueblo agredido nos obliga a proporcionarle los medios en armas para defenderse eficazmente. Sin caer en el belicismo y el militarismo, no podemos ignorar que esto significa formar parte de una movilización destinada a derrotar al ejército ruso. En cuanto al suministro de armas, la ejecución material es obviamente responsabilidad de los Estados y es competencia de los militares. Pero no puede hacerse sin una confrontación de posiciones políticas y opiniones públicas.

Dado que la única alternativa está entre una victoria de Putin y una dramática derrota del pueblo ucraniano, nadie puede sustraerse a la obligación de pronunciarse: denunciar o aprobar los suministros de armas organizados por diversos gobiernos, incluidos los de la Unión Europea.

Esta ayuda está sujeta a ciertos límites. No se trata de ir más allá de la línea roja de un enfrentamiento directo en la propia Ucrania entre las fuerzas de la OTAN y el ejército ruso. Esto supondría un salto cualitativo en la escalada militar, y la posibilidad de una generalización de la guerra (incluido el uso de armas nucleares, como amenaza Putin).

Por lo tanto, nos encontramos hoy en una zona intermedia, híbrida, entre la «no paz» (una paz brutalmente rota por la ofensiva rusa) y la «guerra declarada» (con el mantra francés y europeo de que «no estamos en guerra con Rusia»), pero con múltiples enfrentamientos (en el ciberespacio, por las «sanciones», económicas pero que tienen consecuencias en las fuerzas armadas, y sobre todo con el uso de armas suministradas por los países de la OTAN…).

Así, una «línea roja» móvil y frágil: por debajo de esta línea, misiles antitanque y baterías tierra-aire, por encima de esta línea (hasta ahora) el suministro de aviones de combate y el establecimiento de una zona de exclusión aérea (solicitada por el gobierno ucraniano pero rechazada por la OTAN).

Hay que señalar que esta «línea roja» fue de hecho establecida por Rusia, ya que se basa en la suposición de que Ucrania forma parte del espacio (terrestre y aéreo) de Rusia. Por lo tanto, una intervención de soldados y aviones de la OTAN en este espacio sería una agresión y equivaldría a una declaración de guerra contra Rusia. Con todas las consecuencias que ello conllevaría.

Además, este argumento es posible por el hecho de que el poder de veto de Rusia paraliza el Consejo de Seguridad de la ONU, lo que hace imposible que ésta intervenga para evitar la escalada bélica.

El hecho de negarse a asumir el riesgo de un salto cualitativo de este tipo en la guerra es comprensible y puede justificarse por razones de realismo -evitar la catástrofe de una guerra que amenaza con convertirse en total- pero no en nombre de principios presentados como intangibles y de derecho. La OTAN implica un deber de solidaridad entre sus miembros si uno de ellos es atacado, de lo que no se deduce mecánicamente que un país no perteneciente a la OTAN se vea privado de los medios militares para defenderse de una agresión que pueden proporcionarle uno o varios países de la OTAN.

Si los medios actualmente previstos no son suficientes para detener la ofensiva y obligar a la retirada del ejército ruso, queda abierta la cuestión de si el «realismo» preconizado por algunos debe llegar a aceptar la derrota del pueblo ucraniano. El hecho de que no haya una respuesta fácil u obvia a esta cuestión no debe tomarse como una evasión de las exigencias de solidaridad, incluso en su dimensión militar, con el pueblo ucraniano y su lucha. (Artículo publicado en ESSF, 17-3-2022)