Afganistán – ¿Qué está en juego para la vida de las mujeres? «Nos gustaría escapar de este infierno». [Dossier]

Entrevista a una militante por los derechos de las mujeres

Viento Sur, 21-8-2021

Traducción de Luiza Mançano

Correspondencia de Prensa, 23-8-2021

Con la toma del poder de los talibanes en Afganistán, salieron a la luz los verdaderos impactos de la ocupación militar estadounidense en el país. Fueron 20 años de un discurso sobre la libertad, la democracia y la guerra contra el terrorismo que, en realidad, ocultan los billones de dólares y las innumerables muertes para el pueblo afgano. Durante ese periodo, se conformó un gobierno títere, inmerso en una lógica de corrupción y un aumento exponencial de la exportación de opio, acompañado del aumento de la adicción a las drogas en el país. Pese a que, en una pequeña parte del país, se produjeron algunos avances en las posibilidades de vida, estudio y carrera para las mujeres, en otras partes, seguían vigentes las restricciones, la violencia y los azotes. Los talibanes siguieron organizándose bajo la ocupación. Las tecnologías de vigilancia ensayadas por Estados Unidos son ahora instrumentos para el Talibán ejercer su poder.

Las intervenciones militares son una estrategia imperialista de EE UU. para imponer su política y los intereses de sus multinacionales. Recuperamos la posición de la Marcha Mundial de las Mujeres en 2001, anticipándose a los efectos de la ocupación estadounidense que tuvo lugar ese año. La guerra “no soluciona lo más mínimo de los problemas que están a la raíz de la violencia y no hará más que agravar la pobreza y la humillación de las poblaciones afectadas. (…) Habrá gobiernos que aprovecharán esta situación para nutrir la xenofobia, cerrar todavía más sus fronteras para erigirse en fortalezas contra las personas inmigrantes y refugiadas; para amenazar y hasta suprimir los derechos civiles y las libertades fundamentales, en particular de las mujeres, y para criminalizar todo movimiento de oposición a la mundialización neoliberal y sexista actual”. Recuperarla nos sitúa en los tiempos de la política y nos permite observar la alarmante situación actual en Afganistán a la luz de la coyuntura regional e internacional. Los peligros para la vida de las mujeres son centrales, pero no pueden ser analizados de forma aislada.

El 17 de agosto de 2021, dos días después de la toma de Kabul por el Talibán, Capire entrevistó a una mujer afgana que lucha por los derechos de las mujeres, cuya identidad no se revelará por razones de seguridad y por lo delicado de las circunstancias actuales. Estuvo dos años como refugiada en Pakistán y regresó a su país en 2003, donde dio continuidad a sus estudios hasta el 2018. Actualmente vive en Alemania. La entrevista a continuación busca ayudar a entender la situación desde el punto de vista de las mujeres afganas. Nuestro objetivo es construir una solidaridad feminista e internacionalista permanente con las mujeres y el pueblo afgano, con soberanía y autodeterminación para todos los pueblos.

-Nos gustaría difundir lo que está sucediendo en Afganistán actualmente desde la perspectiva y la experiencia de las mujeres del país. ¿Qué opina de la actual coyuntura afgana?

La situación en mi país es una pesadilla para la población, especialmente para las mujeres. Todo se derrumbó en cuestión de horas: el trabajo duro de las mujeres que estaban luchando por sus derechos y por la escasa visibilidad que empezaban a tener en la vida pública, conquistando la participación en instituciones gubernamentales y el acceso a la escuela y la universidad. Poco a poco empezaron a confiar en la democracia y en la posibilidad de tener derechos y plantearse un futuro mejor.

La situación es terrible. Hoy vivo en Occidente, en Europa, así que sólo puedo imaginar cómo están viviendo las mujeres en mi país.  Desgraciadamente, algunas mujeres de mi familia que asistían a la universidad no pueden seguir estudiando en este momento. Aunque el Talibán haya anunciado que no habrá restricciones, nadie se fía, teniendo en cuenta lo que hacían hace 20 años. Los crímenes que cometieron en ese periodo siguen vivos en la memoria de la gente.

La gente dice que no sabe qué esperar del futuro. Todos tienen miedo de convertirse en blanco del Talibán. Todos sufren, pero el blanco más fácil son siempre las mujeres. La gente tiene miedo de salir a trabajar y que le sigan a casa, por temor a que le hagan algo a su familia. El silencio en Kabul es aterrador. No se oye a nadie, ni siquiera a los niños jugando en la calle.

Kabul está en el corazón de Afganistán y la mayoría de las activistas vivían allí. Algunos periodistas han vuelto a salir al aire hoy. He visto unos videos de Kabul que muestran que algunas presentadoras han vuelto a aparecer en las cadenas de televisión privadas. A la vez, la gente no puede fiarse de toda la situación. Las cosas pueden cambiar después del 31 de agosto, porque ese será el último día para que los estadounidenses completen la evacuación.

Tal vez los talibanes sólo estén mostrando un lado más moderado por el momento, pero después de formar el gobierno, las cosas pueden cambiar. Hay un video en el que se le pregunta a un soldado talibán específicamente sobre las mujeres y contesta que quieren “implementar lo que la sharía[1] dice sobre las mujeres”, señalando que las mujeres tendrán que seguir el código de vestimenta de la sharía. Se le salió que cree que las mujeres deberían quedarse en casa. Al mismo tiempo, sus líderes dicen que las mujeres podrán tener acceso a sus estructuras y que son necesarias y forman parte de la sociedad. De alguna manera lo demuestran, pero los soldados en los territorios dicen otra cosa.

-Algunos dicen que Estados Unidos ha fracasado en Afganistán, mientras que otros dicen que este era su objetivo. ¿Qué significaron los últimos 20 años de ocupación estadounidense en su país?

Cuando Estados Unidos ocupó Afganistán, la expectativa que tenían los afganos en ese momento era de que se produjera un cambio. Pero no ocurrió nada fundamental. Volvieron al gobierno afgano y al mismo tiempo mantuvieron cierta relación con el Talibán, en el sentido de que no lo presionaron, aunque intentaran demostrar que combatían al grupo. En general, la población de las aldeas empezó a oponerse a Estados Unidos, y una de las principales razones fueron los bombardeos que se estaban llevando a cabo. Estaban matando a civiles.

La gente empezó a tener este sentimiento contra los estadounidenses, pero eso no significaba que quisiera a los talibanes en el poder. Ya había vivido el periodo de control talibán y sabía lo que significaba. Durante los últimos 15 años, mi pueblo estuvo bajo su control en cierta medida. A las niñas sólo se les permitía estudiar hasta el sexto grado, no más que eso. La gente sabía que los talibanes no le iban a dar nada. Quería el apoyo del gobierno, quería que el gobierno se hiciera más fuerte. Creía en ese pedacito de democracia que ofrecía el gobierno.

No pedimos a Estados Unidos que se queden. No queremos la ocupación. El problema es la forma como han dejado todo, es el vacío que han promovido. Literalmente tiraron a los afganos a los leones. Esto es lo que hacen: se llevan lo que quieren y los dejan ahí. En este momento, los afganos están viviendo una terrible sensación de pánico.

No se trata de que la gente va a extrañar a los estadounidenses. Quiere un gobierno democrático, con representantes y elecciones, donde las mujeres puedan tener sus derechos garantizados. Incluso con 20 años de ocupación, Estados Unidos no han hecho nada para eso. Se trató apenas de una exhibición al mundo.

Los afganos tenían un Parlamento y las niñas iban a la escuela;  esta es la única imagen que Estados Unidos quieren que el mundo conozca. Pero son las familias afganas las que deben recibir los méritos. Fueron ellas las que mandaron a sus hijas a estudiar, al colegio, a la universidad. Y podían trabajar. Durante ese tiempo, como las mujeres eran blanco de ataques, hubo secuestros y atentados suicidas. Sin embargo, el pueblo debería llevarse el mérito de nuestra seguridad, no Estados Unidos ni el gobierno títere que no nos ha ayudado.

Ahora la población está muy enfadada, especialmente las mujeres. Creen que los estadounidenses deberían haber abandonado el país de forma adecuada, a través de los medios apropiados. La gente no pidió que vinieran. Bin Laden fue asesinado en Pakistán, no aquí. Vinieron y ahora nos dejan de nuevo con un grupo medieval que viene a apoderarse del país.

-¿Qué significa esta situación para la coyuntura regional e internacional?

Ahora mismo, todo el mundo está confundido, incluidos los talibanes. No tienen una agenda, no saben cómo formar un gobierno ahora. La situación es un poco confusa para todos. Hoy China ha declarado que reconocerá el gobierno talibán, y Turquía ya ha expresado su apoyo al grupo. Esto lo legitima.

Las cosas cambiaron mucho en los últimos 20 años en lo que respecta a la conciencia de las mujeres sobre sus derechos y el acceso a los medios de comunicación e Internet. Así que los talibanes están mostrando un lado más moderado para ganar algo de reconocimiento, al menos entre los países de la región. Es un momento confuso, pero lo vamos a entender mejor después del 31 de agosto. Todo fue muy repentino.

¿Cuál sería una salida posible para Afganistán y cómo podría ser el apoyo internacional, teniendo en cuenta el aumento del número de personas afganas que pasarán a ser refugiadas?

Cuando el resto del país cayó en manos de los talibanes, una provincia tras otra, la gente se refugió en Kabul. En un periodo de tres o cuatro días, más de 20.000 personas huyeron a la capital. Cuando los talibanes llegaron a Kabul, la gente empezó a intentar salir del país. Esta es una de las cosas que hay que mostrar al mundo: la población no apoya a los talibanes, quiere dejar el país a cualquier precio. Las tres personas que fallecieron al intentar esconderse en el avión que despegaba… este terrible episodio demuestra que la gente quiere irse.

Los alrededores del aeropuerto de Kabul están abarrotados porque la gente cree que va a poder salir. Incluso las Naciones Unidas han hecho un llamamiento a los países vecinos para que acepten a los refugiados. La gente no quiere vivir bajo el control del Talibán porque no sabe cuál será el futuro de sus hijos.

En una situación muy ideal, puede que los talibanes hayan cambiado realmente y permitan a las mujeres trabajar, que no interfieran en la educación de las niñas, que permitan a las mujeres acceder a la universidad. Pero tenemos ejemplos de países como Irán y Arabia Saudí, donde las mujeres son reprimidas y se convirtieron en un blanco fácil. Los intelectuales no tienen libertad para trabajar, las personas que defienden los derechos humanos no pueden actuar.

Los talibanes no se quedarán atrás. Esto es lamentable, porque mucha gente estaba empezando a tener una vida. Si uno tenía un pedacito de tierra en tu pueblo, sabía que podía usarlo. Los habitantes de Kabul empezaban a tener sus propias casas. Hace unos años, los afganos también querían abandonar el país, pero no así, en un número tan elevado. En ese momento, debido a los asesinatos de los hazara[2], por la pobreza. Ahora serán millones en los próximos meses.DossierI

-¿Qué acciones de solidaridad internacional pueden emprender los movimientos sociales y feministas en este momento?

El mayor apoyo es hacer oír la voz del pueblo afgano, de las mujeres afganas. Esta es la mayor acción de solidaridad, apoyo y ayuda que pueden recibir. No se olviden de nuestro país. Hoy estamos en las noticias, pero dentro de unas semanas, cuando el Talibán anuncie su gobierno, la situación se calmará y ya nadie se va a preguntar qué pasa en el país.

Una vez que el tema esté fuera de los titulares, entonces comenzará el trabajo duro. En ese momento, nuestras mujeres necesitarán a sus compañeras internacionales para alzar la voz.

Me temo que en algún momento se cortará el internet. Esto podría suceder porque los talibanes podrían no querer que se documenten sus crímenes. Así que estas voces deben llegar a todos los rincones del mundo, para no dejar solas a las mujeres afganas. Hay gente que dice que si lo que ocurre es pacífico, como afirma el Talibán, está bien. No está bien. Un cementerio también puede ser pacífico. No queremos que nuestro país se convierta en un cementerio.

Notas

[1] La sharía es la ley islámica, basada en el Corán y los hadices, textos complementarios de esa fe. Se adopta en varios países de mayoría musulmana.

[2] Los hazara, de mayoría musulmana chiita, fueron uno de los mayores grupos étnicos de Afganistán, representando alrededor del 67% de la población del país. Se calcula que más de la mitad de esta comunidad fue masacrada a finales del siglo XIX y hasta hoy es uno de los principales blancos del Talibán.

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La vida rota de las mujeres de Afganistán: “Nos gustaría escapar de este infierno”

El miedo a los talibanes las empuja a esconderse en sus casas, a cubrirse para salir, a intentar abandonar el país. Muchas se han quedado sin trabajo. Todas temen perder los derechos adquiridos en los últimos 20 años

 Jorge Said/Mercè Rivas, desde Kabul

El País, 22-8-2021

De un día para otro, la vida de unos 19 millones de mujeres y niñas afganas se ha roto. A Aisha, periodista, le dijeron el lunes que no fuese a trabajar y le avisaron que, de volver, sería en todo caso con burka. Saphiry destruyó el jueves el informe en el que estaba trabajando para una ONG extranjera. Los talibanes apalizaron a unos amigos por tener libros en inglés en su casa. Ambos nombres son falsos y ambas temen por su vida e intentaban este sábado salir desesperadamente del país.

En Kabul, los relatos distópicos de mujeres escondidas en sus casas, obligadas a cubrirse, con la entrada prohibida en sus centros de trabajo o de estudio se repiten por toda la ciudad, donde viven la mayoría de las mujeres con estudios superiores y profesiones liberales de un país mayoritariamente rural. De un día para otro las mujeres han desaparecido de las calles de la capital. Los rostros femeninos de carteles y escaparates han sido burdamente borrados con pintura. Dueñas de sus vidas hasta hace unos días, ahora es difícil contactar con ellas, no cogen el teléfono por miedo o porque sus familias se los han quitado por temor a represalias.

Ser mujer en Afganistán nunca ha sido fácil. Incluso en los años más recientes las tasas de analfabetismo femenino, la violencia de género y los obstáculos legales y culturales para la igualdad de oportunidades están entre los peores del mundo. Sin embargo, los avances desde 2001, fin del quinquenio talibán, han sido colosales. Avances que ahora peligran. A pesar de las promesas de los talibanes, las mujeres temen que vuelva la pesadilla. El burka obligatorio, el mahram, un guardián masculino para poder salir de casa, la prohibición de estudiar, trabajar, conducir, viajar solas, tener dinero propio, ir a un médico varón, mantener relaciones fuera del matrimonio, todo bajo pena de ser lapidadas, mutiladas, latigadas o presas. Sería el fin del baile, la música, la tele, los libros, el deporte, la risa, la independencia y cualquier tipo de libertad para las mujeres. Estas son solo tres historias de 19 millones.

Aisha es periodista. No es la primera vez que siente el aliento helado de una amenaza. Mucho antes de su entrada en Kabul, los talibanes ya la habían acosado por redes sociales: “Vamos a por ti, te vamos a matar y mataremos a toda tu familia”.

Ahora es oficial, pero el miedo no es nuevo para ella. “Desde hace tiempo cargo con un tremendo estrés, mi familia me ha pedido muchas veces que por favor deje este trabajo, porque les pongo en riesgo, pero me costó mucho llegar hasta aquí, me encanta y no puedo hacer otra cosa”. Hace semanas que su familia le pidió también que abandonase el país. Ella se negó: “Amo mi país, quiero luchar por mi gente. ¿Qué oportunidad van a tener las mujeres de las provincias si ven que todas las que podemos permitírnoslo, aquí en Kabul, nos marchamos? Las dejaríamos sin ninguna esperanza”.

El lunes pasado, al día siguiente de que los talibanes entrasen en Kabul, la llamaron del trabajo para decirle que se quedase en casa. Allí sigue encerrada, solo ha salido para ir al aeropuerto. “No me quería ir del país, pero las amenazas y los llantos de mi madre me han convencido”, contaba ayer en una reunión clandestina en el salón de su casa. Pasó 18 horas en el aeródromo, aguantó varios tiroteos, pero no consiguió nada. Lo sigue intentando. El rumor es que si dejan volver a trabajar a las mujeres periodistas será con burka y solo para que entrevisten a otras mujeres.

Aisha nunca lo ha usado. Era una niña pequeña cuando los talibanes gobernaban, pero no olvida los horrores que relataba su madre. “Aquí nadie puede aceptar de nuevo esas reglas, que las mujeres no trabajen, que sean castigadas por salir de casa…”, dice. “Los estadounidenses, los europeos no pueden abandonarnos, no podemos perder todo lo que hemos avanzado en estas últimas dos décadas”. Mientras, fuera de su casa se oye un tiroteo.

Hamiya monta en bici. Incluso protegida por el pelotón, incluso sin talibanes, no es fácil ser ciclista para una mujer en Afganistán. Por la calle la han insultado muchas veces. Por llevar ropa ajustada, por practicar un deporte occidental, “de infieles”, como el tenis, el fútbol, el baloncesto. “Recibimos de forma permanente amenazas en redes sociales, por WhatsApp, incluso llaman a nuestras casas… Si los talibanes llegan a controlar Afganistán nadie podrá practicar ningún deporte, especialmente las mujeres, para ellos el deporte no está en nuestra cultura. Mis sueños quedarán frustrados para siempre”, dice la joven con angustia.

Además de deportista, Hamiya es hazara, la comunidad más odiada por los talibanes. El 9% de la población afgana es hazara, una minoría étnica de ascensión mongola y confesión chií (frente a una mayoría de suníes) que ha sido históricamente castigada. “Los talibanes no son musulmanes”, dice Hamiya, “ni siquiera saben leer el Corán, el islam no permite matar y castigar a su propia gente. Para nosotros los hazaras, el islam es una religión tolerante. Jamás aceptaríamos matar niños y mujeres como los talibanes lo hacen abiertamente. Eso no es el islam”.Dossier III

Ahora no quiere hablar por teléfono delante de su familia. Tienen miedo a que los milicianos ubiquen la casa. Son todos hazara y viven con una deportista. Han escondido las bicicletas y los maillots, por si en las búsquedas puerta a puerta los talibanes la descubren.

Saphiry vive en Kabul y tiene una larga experiencia como activista por los derechos de las mujeres. Ha trabajado para varias organizaciones internacionales y reivindicado a cara descubierta la necesidad de mejorar la situación en Afganistán, que distaba mucho de ser buena ya antes de que llegaran los talibanes. Recientemente ofrecía una entrevista televisada en la que reivindicaba: “Estamos ante sociedades muy patriarcales en las que las mujeres son el foco. En Afganistán hasta las ministras son insultadas, no se aplican las leyes que defienden nuestros derechos, pero aun así hemos mejorado considerablemente”. Pero ahora, todo ha cambiado.

Saphiry ya no da su nombre real. Hasta hace escasas semanas vivía tranquilamente junto a su madre y sus hermanos. Desde que los talibanes entraron en Kabul no abren la puerta de su casa a nadie, procuran no hacer ruido para no llamar la atención y ya no entra ningún salario en su casa.

La conversación se entrecorta, la conexión por teléfono es muy inestable, y la entrevista acaba siendo por WhatsApp; Saphiry no quiere usar el correo electrónico, no es seguro. “Nos hemos quedado sin trabajo y la vida cada día es más cara. Somos muchos de familia y no tenemos ni para las medicinas de mi madre, que tiene 80 años y está enferma” se lamenta. “Vivimos angustiados de que suene la puerta”. Saphiry está preocupada por el reciente anuncio talibán de que las mujeres solteras mayores de 18 pueden ser golpeadas y encarceladas: “Yo tengo 40 años”, repite.

Su mente está ahora en el aeropuerto: “Nos gustaría escaparnos de este infierno”. Saphiry da vueltas sobre una misma idea, cómo se ha llegado a esto: “Quizás sea difícil de entender para los occidentales, pero no nos esperábamos este final. Hasta ahora nuestra vida era buena. Yo estaba trabajando en un informe para una organización internacional, uno de mis sobrinos también tenía trabajo y estábamos contentos, pero esta situación, aunque no lo crean, nos ha cogido por sorpresa. Nunca nos imaginamos que íbamos a volver al terror. Pensábamos que la situación era irreversible, que no volveríamos a estar bajo un régimen talibán, que el mundo no lo permitiría”.

Minutos después de la entrecortada entrevista, Saphiry vuelve a mandar un mensaje. Los talibanes acaban de entrar en casa de unos amigos, en plena noche, buscando libros en inglés y documentos críticos con el Islam. Tras el registro, enseñan “el botín” a los vecinos y apalean a los dueños delante de todos para que sirva de ejemplo, “para que limpien sus casas”.

“Lo primero que he hecho ha sido destruir el informe en el que estaba preparando”, escribe Saphiry. “Solo quiero salir de aquí”, repite. Ayer por la mañana, se animó a salir a comprar el pan. Unos hombres la estaban esperando en la esquina de su casa. El susto la decidió a salir camino del aeropuerto.

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La sensibilidad de dar y recibir en momentos apagados de tolerancia

Talibanes prometen respetar a las mujeres afganas, pero hay desconfianza y temor

La llegada del grupo islamista se ve compleja no solo para mujeres, sino también para niños y otras minorías, coinciden analistas.

 Lizeth Escobar

El Universo, 18-8-2021

La vida cotidiana se ha empezado a reactivar en la capital afgana tras el regreso de los talibanes al poder, pero en medio de un ambiente de cautela, recelo y miedo. Son pocas las mujeres que han salido a las calles de Kabul y, al igual que los hombres, han cambiado sus ropas occidentales por los atuendos tradicionales.

Aunque aún no hay señales de que los talibanes impondrán la misma versión ultrarrigurosa de la ley islámica que hace 20 años, en su gobierno de 1996 a 2001, nadie parece estar dispuesto a correr el riesgo y el temor de muchos países y organizaciones por la suerte de las niñas y las mujeres afganas va en aumento.

Entre las principales prohibiciones del islamismo en décadas pasadas, las mujeres no podían trabajar y salir sin un hombre. Las acusadas de adulterio eran azotadas y apedreadas hasta la muerte. Las niñas no podían ir a la escuela. Los juegos, la música, las fotografías y la televisión también estaban prohibidos y a los ladrones se les cortaban las manos, los asesinos eran ejecutados en público y se mataba a los homosexuales.

Para la politóloga ecuatoriana Arianna Tanca, la situación de las mujeres no solo es crítica en Afganistán sino en todo Medio Oriente. “Afganistán nunca fue una democracia y esto sin duda es un retroceso, van a estar en una especie de Estado teocrático y el retroceso va a ser inmediato”, dice.

Tanca menciona que hay grandes probabilidades de que en los siguientes meses ocurra un éxodo de afganos como se ha presentado en Siria, Kosovo, Ruanda, indica, y agrega que el intento de establecer la democracia en Afganistán es algo que se ha buscado desde hace más de seis décadas y no se ha logrado.

Virginia Gómez de la Torre, directora de la Fundación Desafío y exmilitante de la Coalición Nacional de Mujeres en Ecuador, señala que el tema de Afganistán pone en el centro de la atención mundial la discriminación y violencia que viven las mujeres de manera general en el mundo.

“Este país es una sociedad en la que han intervenido potencias mundiales y que en los últimos 20 años logró mejorar las condiciones para las mujeres. Ahora la situación es compleja no solo para mujeres, sino también para niños, grupos LBGTIQ+, minorías religiosas, que van a ser muy afectados en este nuevo contexto político”, comenta.

Respecto a los primeros ofrecimientos de los talibanes de respetar a las mujeres según “los principios del islam” y a que el uso del burka (velo integral) no sería obligatorio para las mujeres por existir diferentes tipos de velo, Gómez considera que “es un indicador bueno, pero que no es claro hasta qué punto se puede creer en su palabra”.

“No sabemos si esto se va a respetar solo en la capital, pero qué pasa en las provincias, en zonas de la ruralidad, donde talibanes de menor rango están gobernando. Afganistán es un cúmulo de terror y la preocupación es mundial”, añade, y destaca que el país es una zona importante donde se albergan recursos que interesan a muchos países y potencias mundiales.

“Por más talibanes que sean no puede ser que no lleguen a entender que el progreso y el desarrollo de un país depende también de las mujeres… me niego a pensar que no hayan podido avanzar en ese pensamiento y obvien la oportunidad de avanzar con el aporte igualitario de las mujeres, dice Gómez. “Resulta imposible pensar que la violencia estructural de un estado tenga a unos recursos como las mujeres y las diversidades escondidas, reprimidas en las casas”, refiere.

Tanca considera que si los ofrecimientos de los talibanes se cumplen, sería un escenario menos malo, pero pide recordar que “cualquier retroceso, por mínimo que sea en materia de derechos humanos, es malo” y enfatiza que el papel de la comunidad internacional será clave.

“La comunidad internacional tiene que estar pendiente porque la historia nos ha demostrado que cuando hay unión de la gestión política con alguna creencia religiosa, eso nunca sale bien y debe reclamar que no se vulneren los derechos”, explica.

Catalina Saire, activista feminista chilena y directora nacional de Ladies Of Liberty Chile, manifiesta que el mundo actual es distinto al que años atrás se encontraron los talibanes cuando gobernaron, sobre todo en cuanto al activismo y el feminismo.

“Ahora tenemos un avance en cuanto al activismo a nivel mundial, pero no es el caso de Afganistán… como activistas no podemos solo mirar cómo al otro lado del mundo ocurren estas vejaciones a los derechos humanos, ya sea a mujeres, niños o contra opositores al régimen”, sostiene.

La activista dice que el feminismo y el activismo hay que ejercerlos efectivamente y destaca las acciones de su país, que ya ha anunciado que recibirá a activistas afganas “para que no sufran la persecución del régimen”.

Saire comenta que desde su comunidad han pensado en enviar una carta a las naciones para expresar que el sentimiento de vulnerabilidad es general, al igual que la incertidumbre porque “esto se puede convertir en un antecedente para que otros países puedan repetirlo” y que es “un retroceso importante en seguridad internacional”.

Con la importancia que el papel del movimiento feminista y el de la comunidad internacional tienen en el tema coincide Gómez, quien menciona que ha sido este movimiento el que ha puesto en alerta sobre cómo los pocos o muchos derechos alcanzados en los últimos 20 años pueden verse vulnerados.

“Hay que agarrarse de lo que ha dicho el líder talibán y ofrecer apoyos para que el régimen pueda cambiar su visión y pueda entender que las mujeres son gestoras del desarrollo en los países”, apunta.

Por su parte, Tanca afirma que la mejor forma para ayudar a quienes salen huyendo es que el mundo abra las puertas, se otorgue asilo, refugio, con condiciones estrictas para que no resulte en una expansión de sus corrientes ideológicas.

“Los países deben de prepararse ante esta nueva ola de migración que va a venir de Afganistán en medio de un contexto de pandemia, donde sigue habiendo migración por temas económicos principales, sobre todo potencias como Rusia, China y la Unión Europea”, opina.