Moshe Ya’alo (centro) en una manifestación contra el primer ministro Benjamín Netanyahu en abril de 2024. Foto: Miriam Alster/Flash90
Meron Rapoport*
+972, 5-12-2024
Traducción de Enrique García
Sin Permiso, 6-12-2024
Correspondencia de Prensa, 6-12-2024
El domingo 1 de diciembre, el Canal 12 de Israel organizó una conversación con Moshe «Bogie» Ya’alon, un ex jefe de estado mayor del ejército israelí que fue más tarde ministro de defensa. En un intercambio esclarecedor, Ya’alon insistió en definir las acciones de Israel en Gaza como «limpieza étnica», argumentó que las órdenes de arresto emitidas por la Corte Penal Internacional en La Haya estaban totalmente justificadas, y declaró que él mismo habría emitido tales órdenes «hace mucho tiempo» contra el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, el ministro de Seguridad Nacional Itamar Ben Gvir y tal vez incluso contra el primer ministro Benjamin Netanyahu.
Para Yaron Abraham, el entrevistador de Canal 12, fue algo completamente inesperado; parecía tomar personalmente que Ya’alon no estuviera dispuesto a repetir el mantra israelí habitual de que las «FDI son el ejército más moral del mundo».
No hay duda de que tales declaraciones tienen un peso particular, viniendo de alguien que continúa identificándose de derechas, que una vez difamó a los miembros de la ONG de izquierda Rompiendo el Silencio llamándoles «traidores», y que, como jefe de la Dirección de Inteligencia Militar de Israel, impulsó la idea de que el presidente de la OLP, Yasser Arafat, tenía la culpa de la Segunda Intifada. Estar en desacuerdo con Ya’alon en que Israel está llevando a cabo una limpieza étnica en la Franja de Gaza, un acto que claramente constituye un crimen de guerra, requiere una mezcla única de desvergüenza y audacia.
Se podría suponer a primera vista que Ya’alon habla en contra de la limpieza étnica porque la ve como una injusticia moral. Sin embargo, el verdadero motivo detrás de sus declaraciones parece surgir hacia el final de la entrevista.
«[Israel] ya no se define como una democracia, ni el poder judicial es independiente», dijo. «Estamos haciendo la transición de un estado judío, liberal y democrático en el espíritu de la Declaración de Independencia a una dictadura mesiánica, racista, corrupta y leprosa. Demuéstreme que estoy equivocado». En otras palabras, la preocupación de Ya’alon no es por los palestinos, expulsados de sus hogares en masa por el ejército israelí, sino por el futuro de Israel como estado «judío y democrático».
Estas declaraciones son particularmente interesantes porque Ya’alon ha sido una de las figuras más destacadas en el movimiento de protesta contra el golpe judicial de Netanyahu, en el que el «bloque antiocupación» en gran medida no logró convencer a los líderes del movimiento de que no puede haber una verdadera democracia mientras la ocupación persista. ¿Está diciendo efectivamente Ya’alon ahora que sin democracia habrá limpieza étnica? ¿Ha llegado a la conclusión de que existe una conexión directa entre la revisión judicial, el desmantelamiento de las instituciones democráticas del estado «judío y democrático» que ama, y la limpieza étnica y los crímenes de guerra que Israel está cometiendo en Gaza?
Lo que refuerza esta conexión es el hecho de que la limpieza étnica en Gaza se está llevando a cabo al mismo tiempo que el gobierno de extrema derecha está intensificando su cruzada contra las libertades civiles y las instituciones estatales. A finales de noviembre, la Knesset presentó un proyecto de ley que haría significativamente más fácil descalificar a los candidatos y listas que se postulen al parlamento alegando su «apoyo al terrorismo». Este proyecto de ley está claramente diseñado para eliminar a los partidos palestinos de la Knesset, haciendo así que las elecciones en sí mismas no tengan sentido y prácticamente erradicando la posibilidad de que la derecha pierda alguna vez.
Los medios de comunicación también están siendo atacados: el gobierno está avanzando en una legislación para cerrar la Corporación de Radiodifusión Pública, mientras que también boicotea al periódico Haaretz por «los numerosos artículos que dañaron la legitimidad de Israel en el mundo y su derecho a la autodefensa», como dijo el ministro de Comunicaciones Shlomo Karhi.
Pero otro objetivo central del asalto es, irónicamente, el mismo sistema del que proviene Ya’alon: el establecimiento de defensa. En un vídeo de nueve minutos, -después de la acusación contra Eli Feldstein, el ayudante y portavoz de Netanyahu sospechoso de filtrar documentos militares clasificados para influir en la opinión pública israelí-, el primer ministro describió al ejército, el Shin Bet, la policía y, en menor medida, el Mossad, como otro «frente» que se ve obligado a superar.
En el Canal 14, el principal medio de propaganda de Netanyahu, varias agencias de seguridad no solo son acusadas como las únicas culpables de los fracasos del 7 de octubre, sino que también se retratan como si estuvieran socavando sistemáticamente la búsqueda de la «victoria total» en Gaza. Este ataque va más allá de la retórica: medidas como la «Ley Feldstein», que daría inmunidad a quienes pasan documentos clasificados del ejército al primer ministro, y el proyecto de ley para transferir la supervisión de la inteligencia del ejército a la Oficina del Primer Ministro, han pasado ambas su primera lectura en la Knesset y tienen como objetivo establecer un aparato de inteligencia personal para el primer ministro independiente del ejército y el Shin Bet.
El desmantelamiento del establecimiento de defensa se está convirtiendo en una realidad tangible.
Una guerra cada vez más impopular
Como en cualquier régimen populista, estas acciones se justifican como medidas necesarias para llevar a cabo el mandato supuestamente dado a Netanyahu y su gobierno por «el pueblo», mientras que los oponentes de Netanyahu, en el ejército, el Shin Bet, la fiscalía o los medios de comunicación, son retratados como una élite que busca preservar su poder de manera antidemocrática, en contra de la voluntad del pueblo. En un giro absurdo, la minoría palestina se retrata como estando del lado de las élites, que supuestamente se preocupan por los derechos palestinos a expensas de los derechos del «pueblo judío».
Curiosamente, los comentarios de Ya’alon sobre la guerra en Gaza se alinean cada vez más con el sentimiento público en Israel, donde las encuestas indican que el gobierno ahora representa solo a una pequeña minoría. Una encuesta de Canal 12 publicada el fin de semana pasado encontró que el 71 por ciento del público apoya un acuerdo sobre los rehenes y el fin de la guerra en Gaza, mientras que solo el 15 por ciento está a favor de su continuación.
La decisión de enviar a los soldados a una guerra en la que pueden perder la vida, especialmente cuando sirven en un ejército de reclutas, se encuentra en el núcleo del contrato social entre el gobierno y sus ciudadanos: se supone que el gobierno garantiza el bienestar de los ciudadanos, protege sus derechos y los defiende, y a cambio, se espera de ellos que arriesguen voluntariamente sus vidas por el estado. Por lo tanto, se espera que un gobierno democrático obtenga un amplio consenso antes de ir a la guerra.
Después del 7 de octubre, hubo un consenso abrumador a favor de la guerra en Gaza. La acción militar en el Líbano también enfrentó poca resistencia por parte del público israelí. Pero ahora, tras 14 meses de guerra, con un alto el fuego en el norte, los rehenes muriendo uno por uno y los soldados perdiendo la vida a pesar de que Hamas supuestamente ha sido prácticamente «eliminado», las encuestas indican que la mayoría de los israelíes creen que la guerra en Gaza persiste únicamente por los propios intereses de Netanyahu y su gobierno.
La agenda pública de la derecha mesiánica se centra en restablecer los asentamientos como objetivo final de la guerra. Esto solo profundiza la división, ya que hay una gran diferencia entre morir en una guerra contra Hamas, que llevó a cabo la masacre del 7 de octubre, y morir en una guerra destinada a restablecer el bloque de asentamientos de Gush Katif, que fue desmantelado en el «desvinculación» de 2005. El hecho de que personas como el ministro de Vivienda Yitzhak Goldknopf, un líder ultraortodoxo que no envía a sus hijos a luchar en las guerras de Israel, agite mapas de asentamientos junto con la activista colona de extrema derecha Daniella Weiss solo exacerba la creciente ilegitimidad de la guerra a los ojos de grandes segmentos del público.
Este creciente «déficit democrático» entre el gobierno y el público puede explicar el renovado asalto de los primeros contra la democracia y las instituciones estatales. Es como si el gobierno de repente se diera cuenta de que librar una guerra impopular es difícil en una sociedad donde el ejército depende del alistamiento obligatorio y el servicio de reserva, por lo que decidió desmantelar lo que queda de democracia.
Después de todo, ¿por qué no despojar a las elecciones de su significado excluyendo a la minoría palestina de la arena política? ¿Por qué no aplastar a los medios de comunicación y cultivar un medio de propaganda leal como el Canal 14 para eliminar por completo la crítica pública a la guerra del discurso? Como cualquier régimen totalitario, el gobierno de Netanyahu entiende la necesidad crítica de un monopolio sobre la difusión de la información.
Las medidas destinadas a otorgar a Netanyahu y a su gobierno un control directo sobre el aparato militar y de seguridad son parte de la misma dinámica. El jefe de Shin Bet, Ronen Bar, está bajo escrutinio, así como altos dirigentes militares. El gobierno parece creer que al lograr el control directo sobre los mecanismos de fuerza, puede continuar la guerra en Gaza y llevar a cabo la limpieza étnica y el reasentamiento, incluso con el apoyo de solo el 30 por ciento del público.
Consciente o inconscientemente, Ya’alon se ha opuesto firmemente a este mismo movimiento: el desmantelamiento de la democracia para permitir que Smotrich y Ben Gvir logren lo que llaman el «adelgazamiento» de la población palestina en Gaza. Y se puede creer a Ben Gvir cuando dice que Netanyahu, que puede haber sido más cauteloso con tales crímenes de guerra en el pasado, ahora está «mostrando una cierta apertura» a la idea de alentar a los palestinos a «emigrar voluntariamente».
No hay necesidad de pintar a Ya’alon como el evangelio de la democracia y la moralidad o como un defensor de los derechos palestinos. De hecho, podemos entender sus recientes declaraciones en el contexto de su liderazgo militar. Como ha argumentado el sociólogo israelí Lev Grinberg, el ejército depende de una clara división entre la «democracia israelí» dentro de la Línea Verde y la ocupación más allá de ella. El asalto de Netanyahu a las instituciones democráticas difumina ese límite y, al hacerlo, socava la legitimidad de los militares para continuar su represión descaradamente antidemocrática de los palestinos.
Una reocupación militar completa de Gaza, la limpieza étnica de los palestinos y el restablecimiento de los asentamientos borran por completo esa frontera, por lo que Ya’alon se opone a estos movimientos. No aborda el vínculo directo entre la limpieza étnica de 1948 y la de 2024, y es dudoso que lo haga en un futuro próximo. Sin embargo, que un ex ministro de defensa y jefe de estado mayor se convierta en un oponente público no solo de la revolución antidemocrática de Netanyahu, sino también de la limpieza étnica del ejército en Gaza es un desarrollo fascinante.
*Meron Rapoport es editor de la revista en hebreo «Llamada local» y colaborador de la revista israelí en inglés «+972».
–Artículo también publicado en francés en A l’encontre, 6-12-2024