Migrantes que tratan de entrar en Europa a través del mar Mediterráneo. Foto: Wikimedia Commons
Castor Mari Martín Bartolomé Ruiz*
IHU Unisinos, 18-7-2024
Correspondencia de Prensa, 20-7-2024
“La aporofobia es mucho más que la xenofobia. No desprecia y odia a todos los extranjeros, sino a los extranjeros pobres”, escribe Castor M.M. Bartolomé Ruiz en un artículo enviado al Instituto Humanitas Unisinos – IHU.
Uno de los desafíos más graves a los que nos enfrentamos en la primera mitad del siglo XXI tiene que ver con el crecimiento social de los populismos autoritarios y filofascistas, que han crecido en casi todos los países bajo apariencias diferentes. El ascenso y el apoyo social a los grupos políticos autoritarios siembra perplejidad en casi todo el mundo. Europa asiste asombrada a la popularidad sin precedentes de líderes y políticos populistas de extrema derecha, con grupos políticos ampliamente aceptados en casi todos los países, como confirman las últimas elecciones en Francia. Al igual que Italia, Hungría ya está gobernada por líderes populistas filofascistas, etc. Países como India e Israel han elegido gobiernos claramente racistas y xenófobos, con políticas de persecución violenta de los no nacionales. Una situación similar existe en Estados Unidos con la amplia popularidad y, por tanto, muy plausible amenaza del regreso de Donald Trump a la presidencia. En el contexto latinoamericano también estamos viviendo las turbulencias de esta ola populista de autoritarismo filofascista, con la experiencia del gobierno de Bolsonaro en Brasil, el actual gobierno de Javier Milei en Argentina, entre otros ejemplos.
Es muy ilustrativo que un siglo después del ascenso del fascismo en el mundo y de las terribles consecuencias que trajo para toda la humanidad, estemos repitiendo buena parte del guión político que estos movimientos autoritarios elaboraron para imponerse a las democracias a principios del siglo XX. Una de las estrategias más incisivas utilizadas por los fascismos y reproducida por los actuales movimientos autoritarios es la fabricación de un enemigo como justificación para legitimar socialmente su modelo político autoritario. En esta estrategia, el fascismo y los movimientos autoritarios actuales siguen las tesis de la filosofía política de Carl Schmitt, destacado filósofo del derecho del régimen nazi. Para Schmitt, la política es una guerra contra el enemigo. Y el enemigo es inherente a la política.
La fabricación del enemigo es un requisito esencial para la legitimación social de los movimientos autoritarios y también para lograr una amplia adhesión social a sus consignas. Al fabricar al enemigo, los movimientos autoritarios pretenden, en un primer movimiento, inocular en la población el miedo a esa supuesta amenaza para el orden social que se identifica con el enemigo fabricado. El miedo es un arma política muy poderosa. Hobbes, en su obra El Leviatán, consideraba que el soberano debía saber utilizar políticamente el miedo como instinto básico de supervivencia humana que hace dóciles a los súbditos y sumisas a las voluntades atemorizadas. Una población atemorizada por la supuesta amenaza de un enemigo, real o inventado, se convierte en fácilmente manipulable, porque el sentimiento de vulnerabilidad que inocula el miedo genera la producción de voluntades sumisas a soberanos y caudillos que se erigen en salvadores de sus miedos.
La inoculación del miedo y la producción del odio
La estrategia de los fascismos y de los nuevos movimientos autoritarios consiste en que, una vez creado el enemigo, se proyecta sobre él la causa de todos los problemas sociales posibles o imaginables. De este modo, el enemigo se convierte en la causa principal de los problemas sociales que padece la población. Los miedos producidos socialmente se proyectan políticamente sobre la figura de este enemigo fabricado, contra el que la política debe actuar para salvar a la población de los miedos y peligros que estos miedos le han inoculado. La proyección estratégica del miedo contra el enemigo tiene como objetivo producir odio contra él. El odio es el subproducto político de la estrategia de fabricación social del enemigo. El odio al enemigo es el objetivo perseguido en la inoculación del miedo. Cuando el miedo se transforma en odio, se puede domesticar fácilmente a las poblaciones para transformar ese odio en un respaldo político. La inoculación del miedo al enemigo tiene como objetivo construir una cultura del odio que favorezca la consolidación social del autoritarismo como alternativa política.
En un tercer movimiento, los movimientos autoritarios proponen la estrategia biopolítica y tanatopolítica de eliminar el mal social del mismo modo que se extirpa un tumor de un cuerpo biológico, es decir, eliminando literalmente al enemigo de diferentes maneras. Es en esta estrategia de eliminar al enemigo en la que los movimientos autoritarios tratan de legitimar diferentes medidas de fuerza y violencia como el arma política necesaria, eficaz y correcta para eliminar la raíz de los problemas sociales. A través de la violencia política, promovida de muchas maneras, los movimientos autoritarios ofrecen la solución y la salvación de los miedos inoculados en la población y proyectados contra el enemigo fabricado.
En un cuarto y último paso, los movimientos autoritarios proponen a un líder (führer) como la figura que representa el verdadero poder soberano capaz de salvar a la patria y resolver los problemas sociales eliminando al enemigo de raíz. Este líder se presenta como un caudillo o salvador de la patria, capaz de resolver los problemas sociales con la fuerza y, si es necesario, con la violencia contra los enemigos de la patria. El líder autoritario ofrece soluciones simplistas a problemas complejos mediante eslóganes elementales que canalizan los sentimientos primarios de la población. Estos sentimientos ya han sido moldeados por el miedo al enemigo. Estos sentimientos primarios, explotados por los líderes autoritarios, suelen utilizar símbolos identitarios de todo tipo para fabricar identidades cerradas: el nosotros contra ellos. La identidad del nosotros suele fabricarse a través de un sentimiento nacionalista artificial y ficticio que implica la captura y manipulación alienantes de los símbolos nacionales; también se fabrica a través de un patriotismo simplista y vacío que explota los sentimientos religiosos y culturales como si fueran contraseñas de identidad contra los que son diferentes; y el nosotros contra ellos también se fabrica a través de un fuerte componente racista en el que la raza (pre)dominante se muestra como superior a las razas o etnias que ellos llaman inferiores.
La historia ya nos ha mostrado cómo los fascismos de principios del siglo XX fabricaron a sus enemigos señalando a la raza judía, a los gitanos, a los negros, etc. como culpables de todos los males sociales. También estigmatizaron como enemigos a todos los pensadores críticos, a todos los opositores por ser militantes marxistas, comunistas, socialistas, anarquistas e incluso demócratas cristianos y liberales, que eran los enemigos de la patria que había que exterminar para salvarla..
El enemigo de hoy: los migrantes de supervivencia
Y hoy, ¿cómo se fabrica el enemigo? ¿Qué enemigos fabrican los nuevos autoritarismos? En cada país existe una cierta singularidad en la fabricación del enemigo o del tipo de enemigo que se fabrica para legitimar la aceptación social de los neoautoritarismos. Sin embargo, a escala más global, la estigmatización de la figura del migrante se destaca como la amenaza social más grave a la que se enfrentan muchas sociedades. Como consecuencia, se proyecta sobre los migrantes todos los estigmas de un enemigo que va a destruir el orden social de los países a los que emigran. Desde la perspectiva del enemigo, el migrante ha sido proyectado como una amenaza para la supervivencia del orden social y, como consecuencia, se ha convertido en la causa principal de los principales problemas sociales como el desempleo, la inflación, el superávit público, el gasto social, etc. Muchos de los nuevos movimientos autoritarios se han consolidado fabricando la xenofobia como arma política y al inmigrante como el principal enemigo del orden social y de la patria. En muchos casos, el migrante es fabricado como un enemigo de la identidad nacional, que con sus costumbres diferentes cambiará la esencia nacional de la patria y por lo tanto desintegrará los valores nacionales sustituyéndolos por valores diferentes.
De este modo, la xenofobia se ha convertido en la estrategia a través de la cual los nuevos movimientos autoritarios inoculan el miedo en amplios sectores de la población, proyectando la figura del inmigrante como la principal causa de los problemas sociales. Como resultado, la xenofobia se ha convertido en uno de los principales desafíos éticos y políticos a los que nos enfrentamos en el siglo XXI. El término griego xenos (extranjero) y su sufijo fobia (miedo, rechazo, odio) reflejan en parte el fenómeno político contemporáneo del crecimiento y el apoyo social generalizado a los movimientos autoritarios, ya que lo utilizan como arma para producir miedo y odio contra lo diferente. Sin embargo, quizá sea útil profundizar un poco más en el tipo de xenofobia producida, para que podamos comprender mejor la complejidad de este fenómeno y la raíz política que lo impulsa.
Un primer supuesto importante para una lectura crítica de la xenofobia fabricada es reconocer que gran parte de las migraciones que se producen masivamente en nuestro planeta obedecen a la necesidad de sobrevivir a condiciones de pobreza, guerra o cambio climático. Son migrantes de supervivencia. Estos migrantes de la supervivencia se ven obligados a abandonar su tierra natal, no por libre elección, sino por la simple necesidad de sobrevivir. Es el impulso humano más primario y vital de sobrevivir el que está causando gran parte del fenómeno migratorio a escala mundial.
Paralelamente a los migrantes de supervivencia, existe otro tipo importante de migración que no está directamente motivada por la supervivencia, sino como consecuencia natural del alto nivel de movilidad humana que ofrece nuestra época debido a las posibilidades tecnológicas, económicas y culturales que facilitan los desplazamientos a gran escala. Muchos millones de personas deciden emigrar a otros lugares por motivos distintos a la supervivencia, los negocios o el turismo, por ejemplo. A modo de ejemplo, podemos mencionar los movimientos migratorios a gran escala provocados por el fenómeno contemporáneo del turismo, que quizá sea el mayor fenómeno de movilización de población a escala planetaria de toda la historia de la humanidad. Sin embargo, el turismo y los turistas nunca son percibidos como una amenaza social o como enemigos de la patria. Al contrario, se les da la bienvenida y se promueven políticas públicas para atraerlos. El hecho es que en muchas regiones del mundo, importantes poblaciones de turistas temporales decidieron instalarse como residentes permanentes, atraídos por las condiciones de vida, el clima, el costo de la vida, etc. Este es el caso de España, por ejemplo, donde las Islas Baleares y las Islas Canarias, así como el sur de España, albergan a un gran número de personas procedentes de países nórdicos o incluso de grandes barrios colonizados por jeques árabes, que inicialmente vinieron como turistas y con el tiempo decidieron trasladar sus viviendas habituales a estos nuevos lugares.
Aporofobia de los migrantes
En general, estas grandes migraciones turísticas no se perciben como un peligro social; al contrario, son muy bien recibidas porque estimulan la economía con el dinero gastado. Tampoco se considera que perturben la identidad nacional con sus diferentes costumbres, idioma, etc., si bien en la práctica ya están cambiando sustancialmente el modo de vida en los lugares donde se establecen. Las poblaciones migrantes con dinero siempre son bienvenidas. En otras palabras, el problema de la xenofobia hacia los migrantes que se extiende por todo el mundo como un estigma ético no corresponde a un rechazo, desprecio u odio hacia todos los migrantes, sino hacia los migrantes de supervivencia. Esto significa que la xenofobia fabricada por los nuevos movimientos autoritarios tiene como objetivo proyectar el miedo y el odio hacia los migrantes pobres. Éstos sí son presentados como una amenaza para la seguridad nacional en todos sus aspectos. Analizados críticamente, el miedo y el odio fabricados por los nuevos movimientos autoritarios no son una simple xenofobia, sino una aporofobia. En otras palabras, los pobres, los inmigrantes pobres, son fabricados como el nuevo enemigo social de la patria y de los valores nacionales. La xenofobia que se esconde y se disfraza detrás de los nuevos racismos y ultranacionalismos no es más que aporofobia, un desprecio por los pobres, un odio a los pobres, que en este caso son los migrantes.
El uso político de la aporofobia no es algo nuevo en los nuevos movimientos autoritarios. El desprecio por los inmigrantes pobres se generalizó en la segunda mitad del siglo XX, cuando tuvo lugar una migración a gran escala del campo a las ciudades, de las regiones pobres a las regiones ricas de cada país. En Brasil, por ejemplo, la migración masiva de los nordestinos al sur, o de los campesinos a los barrios urbanos, llegó a ser el paradigma de la favelización y del miedo a esos pobres, que se convirtieron en el perfil de los ignorantes e incluso peligrosos. El mundo entero ha conocido movimientos migratorios similares, con un amplio sentimiento de aporofobia, desprecio y rechazo hacia esos emigrantes rurales pobres.
Si bien es cierto que Brasil sigue siendo un país de migrantes y que actualmente no vivimos una intensa migración de extranjeros, a escala mundial el movimiento de migrantes de supervivencia se ha intensificado en las últimas décadas y la perspectiva es que, dada la desigualdad estructural de la riqueza en el mundo, la migración seguirá siendo una forma de supervivencia para millones de personas en las próximas décadas. En este contexto, en los diferentes países en los que se han consolidado los nuevos movimientos autoritarios, lo han hecho explotando el sentimiento de aporofobia contra los migrantes. La paradoja es que gran parte de la población que se adhiere a esta aporofobia son hijos y nietos de emigrantes rurales que en décadas pasadas tuvieron que soportar esta misma realidad. Ahora, la primera y segunda generación de aquellos emigrantes rurales ven llegar a otros emigrantes pobres y extranjeros en situaciones muy similares a las que vivieron sus padres y abuelos cuando emigraron del campo a las ciudades. A estos nuevos emigrantes se les estigmatiza con la marca de la xenofobia, como si se tratara de un puro odio a los extranjeros, o de un odio porque son extranjeros, cuando en realidad es una aporofobia, un desprecio hacia los pobres y su condición de pobreza. Si esos mismos emigrantes de supervivencia llegaran con dinero para instalarse en un país, no serían objeto de ninguna xenofobia. El desprecio y el odio es porque son pobres, porque son migrantes de supervivencia.
La xenofobia propagada por los nuevos movimientos autoritarios es una aporofobia que se extiende como un manto de odio hacia los inmigrantes por gran parte del planeta. La aporofobia se camufla bajo las banderas del patriotismo, del ultranacionalismo y de las identidades cerradas. Detrás de estos patriotismos y ultranacionalismos aporofóbicos se encuentra la producción de una cultura del odio hacia el enemigo, en este caso el migrante de supervivencia. La construcción del odio aporófobo contra los migrantes de supervivencia tiende a convertirse en un sentimiento irracional y visceral que desemboca en el fanatismo político. Este fanatismo político es un producto histórico, es el resultado de un proceso de inoculación del miedo al enemigo y de fabricación de una cultura del odio, en este caso hacia los migrantes.
Dilema ético de la violencia aporofóbica
La aporofobia es mucho más que la xenofobia. No desprecia y odia a todos los extranjeros, sino a los extranjeros pobres. Al igual que el antisemitismo fue un sentimiento fabricado por el nazismo y el fascismo que produjo un sentimiento irracional de miedo y odio hacia las personas de una etnia diferente, la xenofobia aporofóbica se produce como un sentimiento de miedo y odio hacia los inmigrantes pobres cuya presencia es considerada por estos movimientos autoritarios como un peligro para la vida de las personas y la seguridad nacional. La aporofobia se ha convertido en el combustible político de los nuevos movimientos autoritarios filofascistas que asolan el planeta. El discurso patriótico y ultranacionalista esconde la estrategia aporofóbica de desprecio a los extranjeros pobres, migrantes de supervivencia, y no a los migrantes que se instalan en mansiones u ocupan barrios e incluso ciudades turísticas, colonizándolas con culturas diferentes.
No existe el miedo a lo diferente, al extranjero, cuando éste es rico. Se siembra el miedo a los inmigrantes pobres. Este es el dilema ético que debe desenmascarar y deconstruir la estrategia aporofóbica de los nuevos movimientos autoritarios. Quizá una de las referencias éticas más poderosas de nuestra cultura para enfrentarse a la estrategia aporofóbica de los nuevos autoritarismos sea la parábola del samaritano. En ella, Jesús retrata a los distintos personajes de nuestro tiempo con plasticidad ética. Ante un extranjero malherido, todos pasan mirando hacia otro lado, despreciándolo por ser extranjero, indiferentes a su sufrimiento porque es desconocido. Hasta que otro extranjero, un samaritano, lo ve como un ser humano que requiere compasión y solidaridad. Es la compasión y la solidaridad que ve al otro como un semejante y no como un extranjero lo que salva la vida. Mientras que la estrategia política de fabricar al enemigo insiste en ver a los inmigrantes pobres como enemigos, la parábola del samaritano provoca un desafío ético para cambiar nuestra mirada y ver al diferente como un semejante, al extranjero como un prójimo. Al fin y al cabo, de alguna manera todos somos migrantes y extranjeros en este mundo.
*Castor M.M. Bartolomé Ruiz es doctor en Filosofía, profesor titular del Programa de Postgrado en Filosofía de Unisinos, coordinador de la Cátedra Unesco-Unisinos de Derechos Humanos y Violencia, Gobierno y Gobernanza y coordinador del Grupo de Investigación Ética, Biopolítica y Alteridad del CNPq.