Marelen Castillo, compañera de fórmula de Rodolfo Hernández, el 19 de junio en Cali, Colombia. AFP, STR
La oposición que espera al gobierno de Gustavo Petro
La aprensión de las élites
Desde que se supo la victoria de Petro, una pregunta tomó inusitada fuerza y empezó a preocupar a propios y ajenos: ¿Qué será de la oposición? Para aclarar este escenario que, aunque cercano, es todavía futuro, Brecha habló con el sociólogo y profesor universitario colombiano Antonio Gómez-Sánchez.
Giovanny Jaramillo Rojas, desde Bogotá
Brecha, 1-7-2022
Correspondencia de Prensa, 1-7-2022
En su primer discurso como presidente electo, Gustavo Petro aseguró que no perseguirá a nadie y que las puertas de la casa de gobierno permanecerán abiertas para el diálogo. Estas palabras contrastan radicalmente con las posturas de todos los gobiernos sucedidos desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948. Para no ir tan lejos, en la posesión de Iván Duque, el entrante presidente del Senado Ernesto Macías dio un sonado discurso en el que echaba abajo el proceso de paz con la extinta guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), además de dejar clara la necesidad de volver a la «mano dura» contra todo aquello que se saliera de los parámetros gubernamentales.
Hoy sabemos que las autoridades cumplieron: según la ONG Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz, en el período transcurrido entre la toma de posesión de Iván Duque, ocurrida en agosto de 2018, y hasta junio de 2022, han sido asesinados en el país 833 líderes sociales, ambientales y defensores de derechos humanos, y se han perpetrado 161 homicidios selectivos a firmantes del proceso de paz y excombatientes de las FARC.
Estas cifras, someras, apenas muestran lo asentado oficialmente, sin tener en cuenta desplazamientos, desapariciones forzadas y asesinatos a población civil, que luego son registrados como bajas insurgentes.
El nuevo presidente llega a gobernar un país absolutamente dividido. Los resultados de la segunda vuelta electoral no mienten: 11.291.986 votos para Gustavo Petro y 10.604.337 votos para Rodolfo Hernández. Poco más de 680 mil votos hacen la diferencia en una nación que históricamente ha querido aplastar, justamente, las diferencias.
A la particular candidatura de Hernández fue a parar el gran brazo político-ideológico que removió una y otra vez el país en los últimos 20 años: el uribismo y, con este, toda la maquinaria conservadora y neoliberal. A las incógnitas que de allí se desprenden respondió en esta entrevista Antonio Gómez-Sánchez, sociólogo de la Universidad Externado de Colombia y miembro del movimiento político y social Marcha Patriótica, parte de la coalición Pacto Histórico, que llevó a Petro al triunfo en las elecciones.
—¿Cómo se comportará la oposición en el gobierno de Gustavo Petro?
Primero, no sería la primera vez que el uribismo hace oposición. Recordemos que Juan Manuel Santos, exministro de Defensa de Álvaro Uribe, se hace presidente en 2010 con el lema «Para seguir avanzando», en clara alusión y apoyo a los dos períodos consecutivos de su mentor y predecesor. No obstante, días después de su posesión, Santos aterrizó en Caracas y bautizó a Hugo Chávez como su «nuevo mejor amigo». Luego, en 2011, tramitó y sacó a flote la ley de víctimas y, finalmente, en 2016, firmó en La Habana el Acuerdo para la Terminación Definitiva del Conflicto. En este contexto de «traición», el uribismo no tuvo otra alternativa que declararse en oposición, pero no como una simple facción de derecha, sino más bien como una elite de terratenientes que tenía plena autonomía de acción en diferentes territorios. De esta manera, el Centro Democrático, partido fundado por Uribe, se plantó férreamente contra el gobierno de Santos. Ahora bien, con Gustavo Petro como presidente, el uribismo ya no abanderará la oposición de corte político que llevó a cabo con Santos, sino que empezará a operar en una oposición de corte económico. El uribismo siempre estuvo de acuerdo con Santos en materia económica; lo que no aceptó nunca fue la postura política humanitaria que este adoptó con el conflicto. En el nuevo marco, lo que se espera es una oposición mucho más recalcitrante, robusta en lo político y profundamente temerosa por lo económico.
—¿Será una oposición radical?
Naturalmente, sobre todo en lo que refiere a planes de reorganización del campo, reformas rurales, la no exploración petrolera y la postura que privilegia el medioambiente por sobre el dinero, todas promesas de Petro en su campaña.
—¿Cuáles serían las caras más visibles de esta oposición?
Álvaro Uribe, sin duda, es la imagen más fuerte, aunque el hombre, siendo fiel a su salida del espectro político, sucedida de forma progresiva en los últimos meses, no se ha mostrado beligerante. Puede ser que funcione más como un símbolo que de una forma concreta. «Para defender la democracia es menester acatarla. Gustavo Petro es el presidente. Que nos guíe un sentimiento: primero Colombia», puso en su Twitter el exmandatario una vez que se oficializaron los resultados de la segunda vuelta.
Lo cierto es que se están gestando nuevos liderazgos de derecha. Por un lado, el excandidato presidencial Enrique Gómez Martínez y el partido que fundó su tío Álvaro Gómez Hurtado, Movimiento de Salvación Nacional. Gómez es un hombre de la derecha clásica: estudiado, forjador de la familia, defensor de la tradición y con posturas claras sobre la propiedad privada. Por otro lado, están Miguel Uribe Turbay, nieto del expresidente Julio César Turbay y la cara más joven del Centro Democrático [36 años], y las hoy senadoras de la república, también por el Centro Democrático, las polémicas Paloma Valencia y María Fernanda Cabal, cuyo odio hacia Petro la ha llevado a ser tendencia en redes sociales.
—¿Además del uribismo hay otras fuerzas políticas que pueden oponerse al gobierno de Petro?
—Uribe está entrando en su otoño, se irá desvaneciendo, como sucede con el patriarca que nos pintó Gabo, y seguramente muchas cosas de su particular manera de hacer política y «patria», como él mismo lo ha dicho, saldrán a flote y no precisamente para beneficiarlo. Como ya lo dije, veo en las figuras de Enrique Gómez, Paloma Valencia y María Fernanda Cabal ese nuevo talante. Ahora bien, lo que sí podría surgir de forma inesperada es una oposición de las facciones más extremistas de la izquierda, por ejemplo, el ELN [Ejército de Liberación Nacional], que felicitó el ascenso de Petro y reabrió las rutas para un nuevo diálogo de paz, pero que a su vez le advirtió que, de traicionar «los principios del pueblo», no dudarían en volver a la beligerancia.
—¿Hablamos de una oposición tradicional entre fuerzas de derecha e izquierda?
Estos conceptos se están modificando. Es evidente que en el siglo XXI los conceptos de izquierda y derecha tal como los conocíamos forman parte de un pasado cada vez más lejano. Ahora hay formas de lucha que parten de la diversidad y que, a sus muy creativas maneras, saben cuestionar y dejar atrás los tufos hegemónicos en pro de cambios sociales estructurales y necesarios. Puede ser que estemos frente a un cambio generacional, con obvios reductos, tanto de un lado como del otro, y en eso consiste el Pacto Histórico: en poner sobre la mesa el diálogo.
—¿Cómo sorteará a la oposición el nuevo presidente?
Ya se está planteando un ejercicio democrático inédito en Colombia, a disgusto incluso de la misma izquierda que acompañó la campaña de Petro. Con la formación del gabinete se está viendo la realización de eso que ha devenido en Acuerdo Nacional, en el que no solo confluyen las diferentes fuerzas coincidentes ideológicamente con el gobierno entrante, sino todas las que quieran sumarse a proyectar, sin favores ni platas de por medio. Seguro habrá un buen trato hacia la oposición bajo la idea que ha expresado de «no quiero hacerle a nadie lo que ya me hicieron a mí» [como legislador opositor, Petro debió soportar el exilio, constantes amenazas de muerte y espionaje ilegal en su contra], y esto, en últimas, se traduce en la consolidación del diálogo como motor del cambio.
—¿Es posible que se desaten oposiciones dentro del propio petrismo?
—No parece posible. Por el contrario, creo que, al haber durado tantos años sin victoria, lo que sucedió fue que diferentes tendencias del movimiento popular, como campesinos, indígenas, comunidades afro, académicos, militantes, organizaciones sindicales, barriales, etcétera, se han fusionado casi que creando una nueva forma de identificación común que, hasta el momento, quiere avanzar hacia el mismo lugar. Por supuesto que habrá muchos descontentos y desaprobaciones, incluso posiciones contradictoras, pero me parece que no pasarán de fuerzas residuales.
—¿Se puede decir que el país está dividido entre quienes quieren «vivir sabroso», por tomar la expresión afrocolombiana popularizada por la vicepresidenta electa, Francia Márquez, y los que no?
El «vivir sabroso» es una postura ancestral, un principio filosófico que reivindica el «soy porque somos», un principio que visibiliza la otredad y la importancia de la diferencia como motor de cambio. Es aprovechar el privilegio de la vida, pero no desde la perspectiva material, sino desde la empatía. No creo que, así planteado, haya gente que se pueda negar a esto. Siento más bien que hay miedo y, por supuesto, desinformación.