Mohammed R. Mhawish
Traducción, Faustino Eguberri
Viento Sur, 18-10-2025
Correspondencia de Prensa, 21-10-2025
Cualquiera que fuera el sistema político frágil que existiera en Gaza, se ha derrumbado junto con las instituciones que una vez dieron una estructura a la vida pública. Hamás, debilitado militarmente y decapitado por los asesinatos de sus líderes, se enfrenta al aislamiento en el extranjero y a poder disminuido en el país. La Autoridad Palestina, 1 desacreditada desde hace mucho tiempo en Cisjordania, ha estado ausente en Gaza. Las facciones de izquierda sobreviven como símbolos en lugar de como organizaciones reales. Las figuras políticas independientes están dispersas o silenciadas. Después de dos años de guerra, Gaza no tiene ninguna estructura política funcional dotada de la autoridad o legitimidad para dar forma a lo que viene después.
El plan del presidente Donald Trump en Gaza se está vendiendo como la solución. Anunciado por Trump en la Casa Blanca a finales de septiembre, con el primer ministro Benjamin Netanyahu a su lado, el acuerdo marco de veinte puntos promete poner fin a la guerra, reiniciar la ayuda y establecer una autoridad de transición para dirigir Gaza. Crea una «Fuerza de Estabilización Internacional temporal», un comité palestino tecnocrático apolítico bajo una nueva «Junta de Paz» internacional, presidida por el propio Trump. El ex primer ministro británico Tony Blair ayudaría a supervisar la transición. El organismo tendrá como objetivo gestionar la remodelación de Gaza a través de una gobernanza moderna y eficiente, para atraer inversiones extranjeras. Las cláusulas del plan incluyen un intercambio de rehenes por prisioneros y detenidos, amnistía para los miembros de Hamás que se desarmen, un paso seguro para los miembros que elijan irse, una oleada de ayudas humanitarias y la retirada de las Fuerzas de Defensa de Israel en varias etapas, vinculadas a «criterios de seguridad», incluidos los acuerdos de desmilitarización y control fronterizo de Hamás, todos verificados por observadores independientes. El documento también señala que a los civiles se les permitirá salir, pero «nadie será forzado a salir» de Gaza, un cambio desde las declaraciones anteriores de Netanyahu sobre la emigración «voluntaria» y la propuesta de «Riviera» de Trump «para reconstruir y dinamizar Gaza».
Si lo despojamos de los eufemismos, el diseño queda claro. Gaza debe ser administrada desde el exterior, sin un gobierno elegido localmente. Se le dice a la Autoridad Palestina que haga reformas (medidas anticorrupción y de transparencia fiscal, mayor independencia judicial, un camino hacia las elecciones) antes de que pueda siquiera ser considerada para jugar un papel en el gobierno de Gaza. Se elimina a Hamás de la vida política por decreto. Las cuestiones básicas (fronteras, soberanía, refugiados) se aplazan. En esta arquitectura Gaza se convierte en un régimen que prioriza la seguridad, donde la ayuda, la reconstrucción y la «transición» están subordinadas a los criterios de seguridad israelíes bajo la supervisión de Estados Unidos y sus socios. Al pueblo palestino se le ofrece una administración sin autoridad. La ocupación se reviste de un lenguaje de gestión. El peligro es que este sistema «temporal» se convierta en permanente apoyado por donantes, monitores y protocolos de acuerdo.
Cuando escribo este artículo, la primera fase del acuerdo ya está en marcha. Hamás ha liberado a los rehenes que quedaban vivos e Israel liberó a unos dos mil prisioneros y detenidos palestinos. Los convoyes de ayuda están aumentando, e Israel ha dicho que ha retirado parcialmente a las tropas de partes de Gaza. Lo que sigue sin estar claro son los mecanismos de aplicación y los plazos. ¿Quién dirige la «fuerza de estabilización» propuesta y bajo qué reglas de intervención operará? ¿Dónde se colocarán las unidades del ejército israelí durante la transición? ¿Qué garantías vinculantes, si las hay, protegen a la población palestina contra un retorno militar abierto? Los negociadores dicen que estas preguntas todavía se están debatiendo, párrafo por párrafo. También se está abriendo una vía diplomática paralela. El lunes, Trump copresidió la cumbre de Sharm El-Sheikh, una reunión en Egipto centrada en la gobernanza de la posguerra, con el presidente egipcio Abdel Fattah El-Sisi. Mahmoud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina, estuvo presente. Benjamin Netanyahu no. La reunión tenía como objetivo reunir un apoyo más amplio para el plan y cerrar sus detalles operativos.
Hamás tuvo poco margen de maniobra en la última ronda de conversaciones. Muchos gobiernos árabes respaldaron el plan de Trump para Gaza antes de que la organización hubiera recibido una copia formal del mismo, llevando al grupo a una posición defensiva. Netanyahu, mientras tanto, aprovechó el momento para reafirmar su rechazo a un Estado palestino.
Aun así, para poner fin a la guerra siempre fue necesario que Hamás aceptara un acuerdo, quizá desagradable, sin duda imperfecto, pero que pondría fin a la masacre. Hubo otros momentos durante la guerra en las que un acuerdo podría haber abierto espacio para negociaciones difíciles que podrían haber obtenido ganancias reales para los habitantes de Gaza. En lugar de eso, el liderazgo de Gaza se sumió en rechazos y retrasos sin ninguna estrategia coherente. Cada rechazo redujo el horizonte hasta que los habitantes de Gaza se encuentran ahora con un paquete integral impuesto desde el exterior. Este es el precio del fracaso político. Los dirigentes trataron las negociaciones como un escenario para el beneficio de su facción más que como una cuestión de supervivencia nacional. Ahora las opciones se han reducido brutalmente: ocupación parcial en términos que la gente todavía puede poner en cuestión, o una ocupación más amplia que conlleva un desplazamiento más generalizado. Los negociadores palestinos le debían a la gente algún tipo de plan. Era necesario hacer que la ayuda fluyera y salvar vidas. Cualquiera que apostara con esa sangre en aras del triunfo simbólico habría sido responsable del costo.
El plan abre ahora una oportunidad limitada, si los palestinos pueden convertir un texto vago en palanca. Sobre el papel, promete una retirada del ejército israelí y esboza una «vía creíble» hacia la autodeterminación y, eventualmente, la creación de un Estado. Aún no se ha especificado una gran parte de los mecanismos, pero esa incertidumbre se puede convertir en exigencias de un compromiso público de Estados Unidos sobre la creación de un Estado, un calendario fechado y exigible para la retirada total, una Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que endurezca las garantías con sanciones en caso de violaciones y una supervisión de terceros. Cualquiera que sea la forma que tome el acuerdo final, servirá como una bisagra en un nuevo orden político en Gaza. Ahora que el bombardeo ha cesado, ha dejado un vacío político en el territorio. La pregunta es, ¿quién se apresurará a llenarlo?
Nunca ha habido un verdadero examen de conciencia interno sobre los fracasos políticos palestinos. Los Acuerdos de Oslo, 2 negociados por Estados Unidos y firmados a mediados de los noventa, después de negociaciones secretas, fueron presentados como el último gran compromiso. En la práctica, crearon la Autoridad Palestina como administradora interina de Palestina y pospusieron las principales cuestiones del conflicto a una fecha posterior que aún no ha llegado. La parte palestina pasó de liderar un proyecto de liberación a gestionar enclaves, mientras que Israel conservaba el control sobre sus tierras, movimientos e incluso el mapa. Antes de Oslo, la primera Intifada 3 había generado un impulso para el reconocimiento internacional del Estado palestino. Oslo desmanteló ese impulso. Estaba destinado a ser un puente hacia la paz, pero se convirtió en el golpe final. No proporcionó ninguna forma de implementar la resolución 194 de la ONU 4 sobre el derecho de retorno de las y los palestinos exiliados o desplazados y no produjo ningún método para garantizar la igualdad para unos dos millones de palestinos dentro de Israel, cuya lucha fue descartada como un asunto interno. De una forma u otra, cada centímetro de la tierra palestina permanece bajo control militar israelí. Las etiquetas cambiaron, pero la estructura no.
Hamás ganó las elecciones en Gaza en 2006. 5 Lo que siguió fueron boicots y sanciones de la comunidad internacional; una lucha por el poder con Fatah, el partido que controla la Autoridad Palestina, que estalló en una guerra en las calles en 2007; y, finalmente, un divorcio geográfico. Hamás quedó gobernando Gaza y la Autoridad Palestina se confinó en Cisjordania. Luego, Israel endureció un bloqueo por tierra, mar y aire del territorio, lo que imposibilitó la gobernanza normal y convirtió cada línea presupuestaria en una solicitud de permiso. Hamás nunca permitió más elecciones. Durante sucesivas guerras y años de asedio, la autoridad de Hamás se endureció hasta que dirigió una especie de Estado-búnker: una oficina política exiliada en el extranjero, un comando de Gaza cada vez más dominado por el ala militar de la organización y una población que vivía sometida a un movimiento limitado, bienes racionados y una emergencia permanente.
Para el 7 de octubre, la toma de decisiones había pasado a manos de los responsables militares. Los informes indican que la luz verde del asalto vino de solo un puñado de líderes y comandantes de Hamás, incluidos Yahya Sinwar, Marwan Issa y Mohammed Deif (todos los cuales fueron asesinados más tarde por Israel). Después de la catástrofe, incluso figuras de alto rango manifestaron dudas. Mousa Abu Marzouk, jefe de la oficina de relaciones exteriores de Hamás, dijo que no habría apoyado la operación si hubiera previsto la magnitud de la devastación de Gaza. (Hamás afirmó más tarde que sus palabras fueron sacadas de su contexto).
Desde entonces, la organización en sí se ha desmoronado. Hoy en día, Hamás opera sin un liderazgo coherente, una realidad que sus figuras restantes parecen estar poco dispuestas a enfrentar. La mayoría de los que dieron forma o incluso influyeron marginalmente en los acontecimientos del 7 de octubre han desaparecido, lo que ha debilitado la autoridad de Gaza hasta el punto de que incluso gestionar los rehenes se ha vuelto extremadamente difícil. En el extranjero, el liderazgo era frágil mucho antes del reciente intento de asesinato contra sus líderes en Doha, en septiembre. Desde entonces no ha hecho sino debilitarse.
Dentro de Gaza criticar a Hamás ha sido tratado durante mucho tiempo por la organización como una forma de traición. En un momento de constante asedio y bombardeo, la gente temía que Israel instrumentalizara la disidencia pública. Las redes clientelares pasaban por Hamás, y hablar podría tener costos reales para los civiles. Las familias aprendieron a guardar silencio porque el precio de una palabra incorrecta podría ser un permiso perdido, un salario retenido o algo peor. En tiempos de guerra, el instinto de mantener la línea es comprensible. Pero ese instinto se está desmoronando. Casi setenta mil palestinos han muerto y más de ciento setenta mil han resultado heridos. Al menos dos millones han sido desplazados internamente. Cerca de cien mil han sido expulsados de la Franja de Gaza. La infraestructura civil (carreteras, alcantarillado, electricidad y servicios municipales) ha sido destruida. Más del noventa por ciento de los edificios residenciales han sido reducido a escombros. Alrededor del noventa y cinco por ciento de las personas se enfrentan a una grave escasez de alimentos, agua limpia y medicamentos. La enfermedad y la desnutrición se han extendido a medida que la infraestructura médica se ha derrumbado. El sistema educativo está en ruinas.
Muchos habitantes de Gaza ahora señalan que Hamás ha estado negociando principalmente por cosas que el territorio ya tenía antes del 7 de octubre: camiones de ayuda, libertad limitada de movilidad dentro de la Franja y retirada del ejército israelí a líneas anteriores. La negociación parece, para muchos, una lucha por la supervivencia organizativa más que por la protección de la gente. El interés por el regreso de Hamás al poder ahora se siente escaso entre los habitantes de Gaza. Ahed Ferwana, secretario del Sindicato de Periodistas Palestinos en Gaza, describió un estado de ánimo de creciente resentimiento hacia un liderazgo que arrastró a Gaza a una guerra que nadie podía sobrevivir. «Hay distancia, incluso ira», me dijo. «La gente está decepcionada”.
La Autoridad Palestina ofrece pocas alternativas. El mandato de la Autoridad Palestina en Cisjordania es limitado: la gestión de servicios municipales, nóminas y coordinación de seguridad con Israel, todo dentro de un mapa que Israel todavía controla. La Autoridad Palestina depende de donantes extranjeros y de impuestos que Israel puede retener a voluntad. Las elecciones se pospusieron en 2021, y la disidencia está fuertemente vigilada. En una encuesta reciente del Centro Palestino de Investigación de Políticas y Encuestas 6, la satisfacción con Abbas se sitúa en el quince por ciento, y la demanda de su dimisión es abrumadora. Para la mayoría de la población palestina, un retorno de la Autoridad Palestina a Gaza bajo un paraguas israelí-estadounidense se leería como un retorno a la ocupación por delegación.
El resto del campo político también se ha derrumbado. Las facciones de izquierda que alguna vez fueron influyentes, el Frente Popular para la Liberación de Palestina y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina, 7 han sido destrozadas por décadas de arrestos, exilio, colapso financiero e irrelevancia. Esta guerra aniquiló su infraestructura restante. Queda poco orden político. Por primera vez en décadas, Gaza no tiene ningún actor con un mandato significativo para definir sus intereses o negociar su futuro. «Gaza necesita un liderazgo convocado por el propio pueblo, no nombrado desde el exterior», me ha dicho Sundos Fayyad, un periodista en Gaza. «Reconstruir lo que se ha destruido puede ser imposible, pero cualquier futuro que valga la pena vivir comienza con ese derecho a la representación”.
La frase «el día después» se usa mucho en Gaza, pero sigue siendo una abstracción. «Todo el mundo tiene un plan», me ha dicho Fayyad. «Pero ninguno de ellos responde a nuestras necesidades». Los planes más visibles son los ideados por los mismos guardianes internacionales que han diseñado el orden de posguerra en otras partes del Medio Oriente. El mes pasado, un plan de posguerra filtrado de la «Gaza Riviera» circuló dentro de la Administración Trump. Propone poner a Gaza bajo control estadounidense, replantear el desplazamiento como desarrollo y sugerir una reubicación temporal para gran parte de su población. La costa y el interior de la Franja serían transformados en «ciudades inteligentes, modernas y planificadas, impulsadas por inteligencia artificial”.
El plan de paz, la estructura de tutela propuesta más recientemente bajo Trump y Blair, sigue la misma lógica: se aplaza la creación de un Estado palestino y se garantizan los derechos de seguridad de Israel en una Gaza transformada en un proyecto internacional. Los representantes palestinos que están siendo propuestos para unirse a los esfuerzos para administrar Gaza parecen seleccionados principalmente por su aceptabilidad ante gobiernos extranjeros. «Ninguno tiene un mandato», ha declarado Diana Buttu, abogada palestina y ex asesora legal de la Organización de Liberación Palestina. 8 «Su cualificación es el acceso al capital extranjero». La gobernanza, agregó, «se está reconstruyendo en torno a intereses externos, no a la legitimidad pública». Talal Abo Rokba, profesor de sociología política en Gaza, me dijo: «Estos líderes son administradores de la agenda de otros».
Algunas versiones del acuerdo imaginan que Hamás continuará como un partido político desarmado, con sus armas puestas bajo custodia internacional, mientras un movimiento reformado compita en futuras elecciones. Otras suponen que Fatah recuperará terreno bajo una Autoridad Palestina revitalizada, o que se podría formar un gobierno de unidad entre los dos grupos. Dentro de Gaza, pocos creen que estas fórmulas pueden recuperar la legitimidad. «La unidad no tiene sentido», me dijo Heba al-Maqadma, un farmacéutico y escritor de Gaza que ahora estudia en Irlanda. «Es un eslogan que no tiene fundamento». Rokba describió dos campos divididos en el territorio: una «clase política temblorosa» a la espera de arreglos internacionales que la salven y una «corriente imprudente», encarnada en Hamás, que confunde la supervivencia de una nación con la suya propia. «Entre la timidez y la imprudencia, ninguna ofrece una visión», ha dicho. La esperanza, si es que la hay, es que nuevas formaciones políticas puedan ocupar su lugar.
No ha sido fácil encontrar gente en Gaza dispuesta, y capaz, de hablar conmigo para este artículo. Casi todas las personas que conocía que podían reflexionar sobre la política de la región han sido silenciados. Profesores, escritores, periodistas, ingenieros, funcionarios públicos, alrededor de un centenar de ellas, han sido asesinados. Algunas otras han sido desplazados, detenidas u obligadas a huir al extranjero. Círculos de pensamiento enteros han sido borrados. Tomará tiempo para que una cultura política local vuelva a crecer, pero hay señales tempranas de esperanza: comités de ayuda vecinal que aprendieron a coordinar alimentos y refugios durante la guerra; sindicatos profesionales que mantuvieron listas para clínicas y farmacias cuando el gobierno se hundió; ingenieros y trabajadores municipales que cartografiaron líneas de agua rotas y líneas de electricidad; asociaciones de mujeres que organizaban escuelas-refugios; grupos legales que rastrearon a personas detenidas y desaparecidas. Economistas de renombre, como Raja Khalidi, han señalado que el sector privado ha sido inusualmente resistente durante la guerra, y ahora está preparado para ejercer una influencia descomunal en la reconstrucción. «Gaza, a raíz del genocidio de Israel, exige un examen de conciencia», me dijo Tareq Baconi, del grupo de reflexión palestino Al-Shabaka. 9 «El primer imperativo es la acción local: la juventud, la sociedad civil, los sindicatos y los intelectuales deben dirigir la planificación y la implementación. La legitimidad no se puede importar ni imponer. Debe surgir del interior».
Saja al-Hana, estudiante de derecho e investigadora política en Gaza, ve tres pistas plausibles para la transición de la posguerra de Gaza. La primera, «un éxito limitado», permitiría suficiente estabilidad para que comenzara la reconstrucción y se prepararan las elecciones. La segunda es el fracaso: una autoridad provisional que no puede satisfacer las necesidades básicas, «desencadenando la resistencia popular y de facción» y arrastrando a Gaza de vuelta a una espiral descendente de violencia. La tercera, y quizás la más peligrosa, a sus ojos, sería «una fase ‘transitoria’ que se consolida en una ocupación a largo plazo: una gestión internacional que retrasa nuestro derecho a decidir nuestro propio destino». Cuando comience una transición, argumentó Hana, será una doble prueba: si las y los palestinos pueden proteger la soberanía y la autodeterminación mientras se reconstruyen, y si un sistema internacional que habla de justicia puede resistirse a imponer el control completo. «El derecho a hablar en nombre de Gaza pertenece a las y los habitantes de Gaza», ha dicho. «Cualquier proyecto que los ignore solo reproduce la tutela que ya hemos vivido».
Una reconstrucción que restaure las carreteras pero no la representación solo recreará la dependencia. La siguiente fase de la vida de Gaza debe estar moldeada por quienes han vivido su colapso. Si el mundo intenta gobernar Gaza desde el extranjero, la población palestina debe insistir en gobernarse a sí misma desde el interior. Los escombros ya están siendo limpiados para una nueva administración. La pregunta es si los palestinos y palestinas pueden transformar las ruinas de un orden político en los cimientos de otro que les pertenezca.
En diciembre de 2023, un ataque aéreo israelí destruyó mi casa en Gaza que se derrumbó sobre mí y mi familia. Huí a Egipto en 2024, y he estado viviendo en el exilio desde entonces. He perdido a miembros de mi familia en Gaza. He perdido amigos y colegas. Aun así, me considero uno de los que menos han perdido. No estoy pidiendo lástima, o caridad, ni nada a cambio. Ninguno de nosotros lo hace. El mundo no nos compensará, y no estamos esperando que lo intente. Lo que importa ahora es el restablecimiento de la vida política de Gaza. En mi vida, la participación política palestina ha sido casi inexistente. Las generaciones mayores en Gaza han votado una o dos veces, pero yo nunca he tenido la oportunidad de participar en ningún ejercicio político. La mayoría de las y los jóvenes no ha tenido nada que decir sobre quién los dirige o cómo se hace la política en Gaza o en Cisjordania. Lo único que pedimos ahora es el derecho a trazar nuestro propio futuro político en nuestros propios términos.
No hay veneno más rápido que la desesperación declarada permanente. Para los palestinos y palestinas, los campos de refugiados se han convertido en ciudades y los puntos de control en los puntos de referencia. Las cajas de raciones destinadas a alimentar a los hambrientos se han convertido en la economía de una generación. Crecimos conociendo las paredes mejor que las escuelas. Se nos inculcó que las ruinas eran hogares, que las colas de espera eran gobernanza y que la miseria silenciosa era “la calma». El miedo ha sido institucionalizado, presupuestado, distribuido, vendido como paz. La sumisión se ha reacondicionado como madurez. La ocupación más cruel no es la de la tierra, sino la de la imaginación.
Nosotras y nosotros, como palestinos, somos felicitados a menudo por nuestra resistencia. Se ha convertido en la insignia que nos distingue, el hábito de la noble víctima. Nuestra capacidad de respirar bajo los escombros es elogiada como una virtud, cuando en realidad es una acusación contra el mundo que nos puso allí. Si no conduce a la libertad, la resiliencia solo ofrece otro día de cautiverio. La supervivencia es la herencia más escasa. Llamarnos resistentes es alabar al pájaro enjaulado mientras se ignora el pestillo de la jaula. Sobrevivir a la destrucción no es lo mismo que derrotarla. Hay crueldad en este elogio. Le dice al mundo que se maraville de nuestra fuerza mientras ignora el costo pagado en sangre y hambre. Nuestro dolor se idealiza, y nuestra supervivencia se trata como la historia completa, cuando es solo el comienzo.
-Publicado en francés en ESSF, 14-10-2025
Notas
- La Autoridad Palestina se creó en 1994 tras los Acuerdos de Oslo como órgano administrativo interino para gobernar partes de Cisjordania y Gaza. ↩
- Los Acuerdos de Oslo son una serie de acuerdos firmados entre 1993 y 1995 entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), negociados en secreto en Noruega, que crearon la Autoridad Palestina y establecieron un marco para futuras negociaciones sobre el estatus permanente de los territorios palestinos. ↩
- La primera Intifada (1987-1993) fue un levantamiento popular palestino contra la ocupación israelí en Cisjordania y Gaza, caracterizado por manifestaciones masivas, huelgas y desobediencia civil. ↩
- La resolución 194 de la Asamblea General de las Naciones Unidas (1948) afirma el derecho de los refugiados palestinos a regresar a sus hogares o a recibir una compensación. ↩
- Fatah es el principal partido político palestino, fundado en 1959 por Yasser Arafat y otros, y actualmente controla la Autoridad Palestina en Cisjordania. ↩
- El Centro Palestino de Investigación Política y Estudios (Palestinian Center for Policy and Survey Research) es un instituto de investigación independiente con sede en Ramalá que realiza encuestas de opinión y estudios políticos sobre la sociedad palestina. ↩
- El FPLP (fundado en 1967) y el FDLP (fundado en 1969) son organizaciones marxistas-leninistas que históricamente formaban parte de la OLP y abogaban por la lucha armada por la liberación de Palestina. ↩
- La OLP (Organización para la Liberación de Palestina) fue fundada en 1964 como organización que englobara a los grupos políticos y militares palestinos, reconocida internacionalmente como representante del pueblo palestino. ↩
- Al-Shabaka (La Red de Analistas Políticos Palestinos) es un think tank independiente creado en 2009 que produce análisis políticos sobre cuestiones palestinas. ↩