Simpatizantes de Edmundo González Urrutia en Maracaibo, Venezuela, el 23 de julio. AFP, RAÚL ARBOLEDA
Humberto Márquez desde Caracas
Brecha, 26-7-2024
Correspondencia de Prensa, 26-7-2024
La elección presidencial de este domingo encamina a Venezuela hacia un terremoto político sea cual sea el desenlace. Con la inmensa mayoría de las encuestas dando como favorita por amplio margen a la oposición sobre el oficialismo, aún no hay certezas sobre cómo ambos contendientes asumirán los resultados.
Dos datos duros quedan de la inusualmente muy breve campaña que desembocará en la elección presidencial de este domingo en Venezuela: el deseo de un cambio es generalizado y profundo, y las encuestas apuntan a una victoria de la oposición.
De las diez encuestadoras con mayor tradición y experiencia en el país, nueve dan ganador al candidato opositor Edmundo González, con entre 55 y 70 por ciento de intención de voto. El oficialismo ha replicado con sondeos de firmas más nuevas que favorecen al presidente Nicolás Maduro con algunos puntos o muestran un empate técnico. Otro pulso de la campaña ha sido el de las marchas y las concentraciones en la calle, muchas, multitudinarias y enfervorizadas, tanto en las principales ciudades como en pueblos olvidados de provincia, una sorpresa al cabo de años en los que se supuso a los venezolanos retirados de la política y dedicados a resolver el día a día (véase «Vida miserable», Brecha, 7-VIII-20). Vimos despliegue de recursos en las marchas oficialistas, sencillez en las de oposición.
En Venezuela, que tiene 28,5 millones de habitantes –más 7,7 millones que han emigrado, según cifras de la ONU–, el padrón electoral tiene 21,2 millones de inscritos, pero se descuenta que de esa cifra unos 4,5 millones no sufragarán, al no lograr registrarse como electores donde residen en el extranjero; apenas lo lograron 69 mil. Las encuestas calculan una participación neta de entre 65 y 75 por ciento, unos 12 o, a lo más, 13 millones de votos.
La elección fue adelantada para el 28 de julio por decisión del Consejo Nacional Electoral (CNE) –con mayoría oficialista de tres contra dos entre sus rectores–, a pesar de que el nuevo período de seis años comienza el 10 de enero de 2025. Si llegase a ganar el candidato opositor, el país crispado por una polarización que ya dura un cuarto de siglo tendría durante casi seis meses una especie de poder dual de un mandatario en ejercicio y derrotado y otro electo y arropado en votos, con visiones políticas confrontadas. La Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia, la Fiscalía y la mayoría de gobernaciones y alcaldías están en manos del oficialismo, al que acompaña de modo compacto, en su discurso y prácticas, el alto mando de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
Se inscribieron diez aspirantes a la presidencia, varios de ellos a la cabeza de partidos que fueron intervenidos judicialmente –incluido el Comunista– en desmedro de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD), la coalición arcoíris de la oposición que logró en el último minuto, en abril, inscribir a González como candidato, porque las autoridades inhabilitaron a quien era su abanderada, María Corina Machado (véase «25 años no es nada», Brecha, 2-II-24). Ingeniera industrial de 56 años, perteneciente a una de las familias más ricas del país y jefa del grupo de derecha liberal Vente Venezuela, Machado se vio catapultada como líder por su oposición frontal al gobierno. Ganó con 92 por ciento de preferencias la elección primaria abierta que hizo la PUD en octubre, pero la inhabilitación impuesta por vía administrativa bloqueó su candidatura.
Maduro (61) vuelve al ruedo con el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), creado por el fallecido líder y expresidente Hugo Chávez (1999-2013), y una decena de grupos aliados. La contienda se ha polarizado entre el mandatario y González (74), un flemático diplomático de carrera, ya retirado, católico practicante, sin militancia partidista, aunque de tendencia socialcristiana.
Así planteado el escenario electoral, Machado ha recorrido el país por carretera –ninguna aerolínea le vende boletos– concentrando multitudes que la aclaman a su paso y en concentraciones urbanas en las que promueve el voto para González, quien acudió a contados actos. Maduro se multiplica, a veces en varias plazas un solo día, apoyándose sobre todo en dos beligerantes dirigentes, el capitán retirado Diosdado Cabello, número dos del PSUV, y el psiquiatra Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional.
Los números reflejan un poderoso dato: Machado y González son aclamados en barrios populares de ciudades y rincones de provincia que fueron tradicionales bastiones del chavismo.
Los escenarios
Acuerdos negociados el año pasado entre delegaciones de la oposición y el oficialismo, en México y Barbados, para encauzar la lucha política y electoral, fueron dejados a un lado. El gobierno no cedió en el tema de una posible candidatura de Machado o en cumplir demandas opositoras para una elección equilibrada. La oposición no dibuja con nitidez su oferta de que no llegará en plan de revancha contra el liderazgo político y militar y la burocracia oficialista. Por ello, no hay certezas sobre cómo se asumirán el triunfo o la derrota en la elección del domingo. Es como si el gobierno no estuviese preparado para perder ni la oposición para ganar.
El «escenario principalísimo», según analistas como el politólogo Luis Salamanca, exdirector del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela, es que González triunfe con un margen suficiente como para que el reconocimiento por el gobierno sea inevitable y temprano. En ese caso se iniciaría una transición y el chavismo comenzaría a reconstruirse desde nichos opositores para conservar fuerzas, evitar una desbandada y tratar de volver al poder más adelante.
Ese escenario es descartado de plano por el oficialismo, mientras denuncia la existencia de un plan opositor para adelantarse al CNE con falsos informes de resultados, proclamarse vencedor y llamar a la desobediencia, lo que conduciría a confrontación y caos. Este miércoles, el fiscal general, Tarek William Saab, anunció que quien adelante los resultados de las elecciones será detenido, y agregó que «es el CNE el único legítimamente constituido para decir los resultados electorales a la hora que considere, con base en lo irreversible que pudiera ser el porcentaje numérico de votación».
Más aún, el presidente Maduro expresamente advirtió la semana pasada que una victoria de la oposición conduciría al país a «un baño de sangre». Esa declaración disparó alarmas sobre todo fuera del país. El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, quien ha sido aliado de Chávez y de Maduro, se confesó «asustado» y recriminó al venezolano: «Una elección lo que produce es un baño de votos. Maduro tiene que aprender: cuando ganas, te quedas; cuando pierdes, te vas». El presidente chileno, Gabriel Boric, hizo este jueves declaraciones similares al rechazar los dichos de Maduro.
La beligerancia de los líderes venezolanos no se corresponde con el clima de paz predominante en la campaña. No hay señales de que las multitudes que acuden a los mítines se apresten a la violencia. Algunas marchas rivales se han cruzado, sin incidentes. Fuerzas policiales han bloqueado los desplazamientos de Machado por carretera, varias veces, o han detenido a activistas de oposición, pero los círculos de defensa o grupos de choque formados en el pasado por oficialistas no han aparecido. Estudios de universidades hablan de hartazgo de los venezolanos por la confrontación.
Un segundo escenario es que gane Maduro. Sería una sorpresa, han dicho analistas barajando los gráficos de las encuestas. Lo consideran posible solo mediante algún mecanismo fraudulento de última hora, alguna «patada al tablero» o falseamiento de resultados. Sin embargo, los jefes del oficialismo se han esforzado en afirmar, en la recta final de la campaña, la existencia de encuestas que les favorecen, así como las imágenes de mítines en todas las ciudades que el presidente ha visitado velozmente en los últimos días.
En la eventualidad de un triunfo de Maduro desconocido por la oposición, se abre un escenario proclive a protestas con resultados imprevisibles. Si la oposición reconociese una derrota, prácticamente quedaría disuelta y, como también recogen las encuestas, emprenderían la migración en masa muchos otros venezolanos.
Un tercer escenario es que el proceso se suspenda o la entrega de resultados se atrase en medio de maniobras o para facilitar negociaciones. Los pactos demorados durante meses deberían alcanzarse en cuestión de horas, al menos acuerdos mínimos de convivencia y quizá un reparto, al menos temporal, de esferas de poder.
En cualquier escenario, será crucial la posición y el papel de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, que durante el gobierno de Chávez fue reorganizada y dotada de amplia autonomía, recibió el derecho de voto en la Constitución de 1999, se proclama «bolivariana, antimperialista y chavista», y ha alineado su discurso con el del presidente Maduro.
El general Vladimir Padrino, ministro de la Defensa desde hace ocho años, ha sido un constante crítico de las posiciones de los políticos de la oposición. En la semana final de la campaña criticó «la encuestocracia que se quiere imponer por encima de la institucionalidad», pero agregó en su declaración: «¿Qué vamos a hacer? Esperar la decisión del pueblo transmitida a través del CNE y listo. El que ganó a montarse en su proyecto de gobierno, y el que perdió que se vaya a descansar. Eso es todo».
Finalmente, analistas que reivindican tener información privilegiada consideran que, en la eventualidad de manifestaciones de protesta con respecto al resultado electoral, muy difícilmente los mandos medios militares respaldarían una campaña represiva.
El cambio es popular
Analistas, encuestadores, académicos, gremialistas, comunicadores, activistas comunitarios y políticos, tanto opositores como oficialistas, coinciden en identificar un deseo de cambio en la población.
En las concentraciones corean «¡Libertad! ¡Libertad!» en los actos opositores o proclaman estar «con Chávez y Maduro, el gallo pinto» en las oficialistas, pero luego, en conversaciones de vecinos, en mercados y panaderías, en centros de labor o entrevistas con medios locales y, sobre todo, en las redes sociales, dejan saber lo que tuvieron en algún momento del pasado, lo que perdieron y quieren de nuevo: ingresos con los que puedan mantener el hogar, inflación baja –sobre todo en alimentos–, disponibilidad de gasolina –escasa en un país petrolero–, oportunidades de empleo, servicios que funcionen: agua, luz, gas para cocinar, transporte, hospitales con insumos y equipos, o escuelas con más de dos días de clase semanales.
Y, destacadamente, que esas condiciones de vida y oportunidades permitan «que regresen los hijos», los centenares de miles de jóvenes y parejas que se han marchado del país, principalmente a naciones vecinas, y han dejado a centenares de miles de hogares con solo los más viejos o los más chicos.
Los deseos de cambio han crecido con años de mucho sufrimiento acumulado entre los pobres (83 por ciento de la población es pobre por ingresos y 52 por ciento está en pobreza multidimensional, según estudios de universidades) y en parte explican la rápida y esperanzada apuesta por alternativas en la inminente elección. Indicadores económicos clave a su vez dan cuenta de ese hundimiento en la pobreza, y también la migración: en la última década, la producción petrolera se redujo a un cuarto de su volumen en 2013, el PBI se encogió 80 por ciento en un lapso de siete años, hubo escasez de productos básicos e hiperinflación durante cuatro años (130 mil por ciento en 2018, cifra oficial), el valor de la moneda se licuó, el salario mínimo y las pensiones cayeron a su nivel actual de 4 dólares mensuales y, por añadidura, la corrupción creció a tal punto que el vicepresidente sectorial de Economía fue destituido en marzo de 2023 y está actualmente detenido por la desaparición de miles de millones de dólares.
Sobre ese panorama, el programa de la oposición calza con las ofertas liberales tradicionales: «reinstitucionalizar el país», lo que sus dirigentes explican como despojar de sesgos partidistas los numerosos organismos, programas y tareas del Estado; recomponer los servicios públicos; dar facilidades al empresariado, atraer inversiones extranjeras, sobre todo para la industria petrolera, reprivatizar empresas que fueron estatizadas y estimular la producción agropecuaria.
Las propuestas de Maduro han variado en las distintas regiones, básicamente presentándose como candidato de la paz y la soberanía nacional, defensor de los intereses populares, dispuesto a ampliar programas de beneficio para sectores como jóvenes y adultos mayores, y emprender nuevas obras, en tanto lucha para vencer las sanciones que Washington impuso a autoridades y empresas del Estado, y que explicarían el agravamiento de la crisis económica después de 2018.
Cambio político
Si triunfa la oposición, cesaría el dominio que durante un cuarto de siglo ha ejercido sobre el Estado y la vida nacional la corriente que propuso una transición hacia el «socialismo del siglo XXI», y en su lugar conducirán el país los partidarios de la democracia representativa tradicional.
Venezuela se alejaría de las «alianzas estratégicas» que tejió durante más de dos décadas con Cuba, Rusia, China, Irán y Turquía, y regresaría al dispositivo geoestratégico de Estados Unidos en el hemisferio.
También conllevaría una recomposición del mapa de partidos políticos. Como en otros países de América Latina, los perfiles ideológicos claros se han diluido en formaciones más aluvionales, pragmáticas, con intereses más acotados, perecederas, siguiendo a algún líder antes que a un programa, y con mudanzas continuas de los dirigentes y activistas de unas formaciones a otras. La recomposición alcanzaría tanto al PSUV y sus aliados como a la actual plataforma opositora.
Si, por el contrario, triunfa Maduro, el chavismo debería confrontar definiciones sobre el rumbo a seguir durante el próximo sexenio. En lo inmediato, tiene la enorme deuda social acumulada por años de crisis económica y deterioro de las condiciones de vida, y la herida de la migración. En el terreno político, debería posibilitar un espacio de vida a una oposición que, aun si pierde, habrá demostrado un respaldo popular inmenso. Estaría también el tema de la renovación de su liderazgo, ya de tres décadas.
Y, en el campo de los derechos humanos, le interrogan el tema de los más de 300 presos políticos, civiles y militares, y la investigación abierta en la Corte Penal Internacional por presuntos crímenes de lesa humanidad. Además, tribunales de Estados Unidos aún ofrecen recompensas por la captura de Maduro y algunos de sus colaboradores, por diversos delitos.
-Ver también el artículo de Amaury Valdivia desde Camagüey, “Cuba ante la votación en Venezuela. Todo al gallo pinto”, publicado por Brecha el 26-7-2024.