Claudia Sheinbaum celebra tras los resultados de las elecciones generales en la Ciudad de México, el 3 de junio de 2024. AFP, PEDRO PRADO
El triunfo de Claudia Sheinbaum en México. La locomotora
Eliana Gilet desde Ciudad de México
Brecha, 7-6-2024
Correspondencia de Prensa, 8-6-2024
El arrastre de Sheinbaum y la alta popularidad de López Obrador abrieron a la versión mexicana del progresismo las puertas de un poder sin precedentes. La contundencia del triunfo, y la debacle de la alianza de derecha, dará al nuevo gobierno la posibilidad de encarar una serie de ambiciosas reformas y persistentes demandas populares.
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fue el principal promotor de Sheinbaum durante el último año. Su popularidad como presidente –que se mantiene en el 60 por ciento al sexto año de mandato– obligó a que los otros dos candidatos que contendieron contra su protegida tuvieran que darse sus respectivos baños de pueblo y escudriñar en sus historias por memorias prestadas que los emparentaran con una base social más cercana a la izquierda. Fracasaron.
En las elecciones del domingo 2, el apoyo a la alianza de la derecha menguó a niveles exiguos: el octogenario Partido Revolucionario Institucional quedó abajo del 10 por ciento, con apenas 5 millones de votos; peor quedó la «izquierda histórica» de los años noventa del Partido de la Revolución Democrática, con apenas 1 millón de adhesiones, el 2 por ciento del electorado. El mayor de la alianza opositora, el Partido Acción Nacional (PAN), abiertamente de derecha y aglutinador de los grandes poderes económicos, mediáticos y fácticos del país, tuvo el 16 por ciento de los votos, 9 millones de personas. Su candidata a la presidencia al frente de esa alianza tripartita, Xóchitl Gálvez, quedó en segundo lugar, 30 puntos debajo de Sheinbaum.
Enfrente, Morena (acrónimo de Movimiento de Regeneración Nacional), solito, cosechó el 45 por ciento de las adhesiones: 25 millones de personas. Su triunfo se consagró con los votos de dos partidos pequeños, que también llevaron a Sheinbaum como su candidata a la presidencia: el Verde Ecologista, con sus 4 millones de votos (7,6 por ciento) y el Partido del Trabajo, que coronó la elección con su ramito de 3,5 millones (6,3 por ciento). Sumando los votos a la fórmula, en total votaron por la candidata oficialista 35 millones de personas, que representan cerca del 60 por ciento de los sufragios emitidos el domingo.
En el tercer puesto quedó Movimiento Ciudadano (MC) y «su gallo», Jorge Máynez, exdiputado de 38 años. MC logró subir algunos puntos porcentuales respecto a 2018, para situarse en un cómodo 10 por ciento. Hubo un cuarto presidenciable no registrado y múltiple, indicado en el resultado final como «candidaturas no registradas»: un espacio en las boletas de votación que permite que la ciudadanía disconforme con las demás opciones escriba el nombre que hace falta postular. Durante todo el domingo, decenas de votos a personas desaparecidas y luchadores sociales asesinados circularon en fotos por las redes sociales, como muestra de un descontento promovido por familias en búsqueda y distintas personas solidarias. Cosecharon 85 mil votos que no alcanzan a cubrir a cada persona que falta, porque la cifra oficial supera las 111 mil personas desaparecidas en los últimos 20 años.
Morena ganó también siete de los nueve estados en juego: Veracruz, Tabasco, Yucatán, Chiapas, Puebla, Morelos y Ciudad de México, donde, además, ganó 11 de las 16 alcaldías de la capital. La derecha allí quedó concentrada en las cuatro alcaldías en las que es más alto el valor del suelo, apiñadas en el epicentro del poder político, económico y cultural del país: Cuauhtémoc, Benito Juárez, Miguel Hidalgo y Coyoacán. El estado de Jalisco seguirá regido por MC y Guanajuato quedó en manos del PAN.
Dentro de las filas oficialistas se entiende que estos triunfos, así como la mayoría especial obtenida en el Congreso nacional (aunque aún falta concluir un recuento final de los votos, Morena y sus aliados podrían quedarse con dos tercios de las bancas), fueron posibles gracias al arrastre de la «locomotora» de Sheinbaum, cuya adhesión masiva abrió las puertas a un poder sin precedentes.
AMLO se va del Palacio Nacional dejándole a ese futuro Congreso –que asume en setiembre– un recadito de 20 reformas constitucionales presentadas a inicios de año: incluir en la carta magna las políticas sociales que distribuyen apoyos económicos y prohibir el fentanilo, el maíz transgénico, la minería a cielo abierto y el fracking, solo por nombrar lo que más resuena regionalmente y que explica también su costado peleador y, por tanto, más interesante.
También propone revertir las reformas de las pensiones de 1997 y 2007 (que consagraron las administradoras privadas de fondos de retiro), achicar el tamaño del Congreso y el gasto en las campañas electorales, eliminar «organismos onerosos» e instalar la máxima de que en el Estado nadie podrá ganar más que el presidente de la república, una afrenta directa al Poder Judicial –en el que varios jerarcas ganan más que él–, al que pretende poner en jaque sometiendo la designación de jueces y magistrados a la votación ciudadana.
HISTORIA Y FEMINISMO
El padrinazgo del patriarca con el que contó Sheinbaum se proyectó primero como una sombra sobre la candidata. Se le señaló que había incorporado las formas de López Obrador, sus modos y pausas prolongadas al hablar, algo que fue evidentemente cierto. Sin embargo, también comenzó a pesar en ella su larga trayectoria dentro de los partidos de izquierda, una juventud universitaria militante en defensa de la educación pública (licenciada en Física, doctora en Ingeniería Energética, en ambos casos por la Universidad Nacional Autónoma de México) y dos décadas vinculada a la gestión pública, siempre en cargos ejecutivos. Primero, fue secretaria de Medio Ambiente del gobierno de AMLO en el ex distrito federal, entre 2000 y 2006, cuando se convirtió en vocera de López Obrador para una campaña presidencial en la que AMLO contendió y perdió. En 2015, Sheinbaum ganó la elección como alcaldesa de Tlalpan, al sur de la Ciudad de México, y, en 2018, la Jefatura de Gobierno de la capital, donde su exposición y capital político crecieron exponencialmente.
Pero algo también cambió alrededor, lo que hizo que la gente estuviera dispuesta a elegir una mujer de su perfil, para ocupar un cargo de tanto poder. En México, las mujeres lograron el derecho al voto en 1953, 21 años después que en Uruguay. Hasta antes de la elección del domingo, solo hubo 19 mujeres gobernadoras en total en los 32 estados de la república. Diez de ellas fueron electas en 2018 junto con Sheinbaum: ocho por Morena y dos por el PAN.
En los últimos años, Morena ha sido el vehículo que catalizó el aumento de la presencia de mujeres en ámbitos de gobierno en México, producto de sus propias negociaciones políticas. Más tarde, esa decisión política se volvió ley cuando en 2019, se aprobó una ley que exige «paridad en todo»: las mujeres deben ocupar 50 por ciento de las candidaturas y los puestos en los tres poderes del Estado, a nivel federal, estatal y municipal. Podría leerse esa decisión como una forma de escuchar la presencia de las mujeres en las calles, que en ese mismo lapso protagonizaron marchas mundiales, especialmente en Latinoamérica, aglutinadas por el grito del fin de la violencia machista. También puede verse esa decisión, en cambio, como «una traducción devaluada desde el poder» con respecto a lo que sucede en las calles, al decir de Raquel Gutiérrez Aguilar, una forma de «empañar» las cosas «que confunde los contenidos políticos que se ponen a debate desde los movimientos feministas» (Ojalá.mx, 30-IX-23). Más allá del efecto, si Sheinbaum representa o neutraliza la potencia de las mujeres, su elección presidencial es una marca de la época.
CONFLICTO SOCIAL
Además de sus pretensiones de reforma, AMLO también hereda a Sheinbaum la mayor herida abierta del México actual: la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, que en setiembre cumplirá diez años sin resolverse. No en vano la primera reunión poselectoral del presidente saliente, al mediodía del lunes 3, fue recibir a los padres y las madres de los estudiantes en el palacio de gobierno. AMLO se comprometió a ser enlace con el gobierno de Sheinbaum para garantizar la continuidad de las investigaciones.
Según el relato que Vidulfo Rosales –abogado del centro de derechos humanos Tlachinollan que acompaña al comité de padres– dio saliendo de la reunión el lunes, el presidente pasó buena parte del encuentro acusándolos de haber entrado al juego electoral y estar «politizando las cosas». El mandatario señaló específicamente a Rosales, a quien acusa por la protesta en la que una de las puertas laterales del Palacio Nacional fue destrozada por la embestida de un vehículo, usado para intentar abrirla y entrar a una de las conferencias mañaneras de AMLO, el 6 de marzo.
A pesar de la ambigüedad de AMLO entre su forma pública de referirse a los padres de Ayotzinapa –reconociendo que fue «una buena reunión» y que tiene «confianza de avanzar en los meses que me faltan»– y su forma privada de tratarlos y ponerlos bajo presión –el lunes fueron citados juntos, sin saber, los dos grupos de padres que difieren entre sí en las estrategias de búsqueda–, es a ellos a los únicos a quienes recibe. Ningún otro familiar en búsqueda del país se ha podido reunir directamente con AMLO, salvo los padres de los 43.
En torno al 10 de mayo, parte de ese movimiento nacional de familias en búsqueda se articuló para manifestar sus prioridades por encima del ruido electoral, pero no se vieron libres de caer en la redada. Ya tenían muestras, en distintos estados, de cómo los políticos locales les exigían aparecer en sus eventos como condición para recibir apoyos económicos o logísticos en la búsqueda de personas desaparecidas. Así ocurrió con la brigada internacional de Baja California y también durante la campaña electoral en Zacatecas, cuando el equipo de Xóchitl Gálvez procuró el contacto de las buscadoras organizadas para pedirles su participación pública junto con la entonces candidata.
Pero tal vez el golpe más duro al movimiento nacional de familiares en búsqueda durante esta campaña electoral, al utilizar su lucha como botín político, se lo dio alguien de adentro: Cecilia Flores, madre de dos jóvenes desaparecidos. Flores es un personaje altamente mediático, pero criticado por el resto de las familias organizadas por no articular más que con su propio colectivo –y con el poder político–, por lo que se vuelve un foco de conflictos internos allí donde va. En plena campaña, Flores mantuvo un enfrentamiento mediático de alto nivel con AMLO –un choque que no fue desperdiciado por la oposición–, acompañó en mítines a Gálvez y protagonizó un falso hallazgo de un crematorio clandestino en Iztapalapa, una alcaldía de Ciudad de México gobernada por la coalición de gobierno. Esa fake news, una de las más dañinas de la campaña electoral, fue hábilmente usada para golpear al oficialismo.
Sheinbaum, a diferencia de López Obrador, ha tenido una relación fluida con las familias de personas desaparecidas en la capital. A la par de su asunción como jefa del gobierno capitalino, en diciembre de 2018, surgió el primer colectivo local autónomo de familiares, bautizado Hasta Encontrarles Ciudad de México, con quienes se reunió regularmente. En general, el acceso a un personaje político de peso como ella abre puertas de otros funcionarios y dinamiza procesos burocráticos que las familias necesitan.
FEMINICIDIO
El flanco de crítica más estridente a Sheinbaum viene del feminismo de base, que denuncia su falta de perspectiva de género y que, durante los últimos tres años de su gobierno, le presentó momentos de crisis con la ocupación colectiva del espacio público de Ciudad de México. El primero fue la toma de la Glorieta de las Mujeres que Luchan, en el céntrico Paseo de la Reforma, y, más tarde, la ocupación en la calle Cuba de la sede de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
Mientras la «Okupa Cuba» acabó en un violento desalojo y con causas penales contra dos jóvenes que participaban del espacio, en la glorieta Sheinbaum cedió y colocó en la vereda de enfrente una estatua, que pretendía subir al pedestal vacante donde estuviera en su momento el monumento de Cristóbal Colón. Así, la resistida joven de Amajac quedó en una convivencia vigilante con la imagen de Justicia, como las mujeres que ocuparon la glorieta bautizaron a una figura femenina morada que treparon al pedestal descolonizado el 12 de octubre de 2021.
La tolerancia de Sheinbaum con Justicia mostró que es posible para el poder político ceder ante las peticiones de la gente, más cuando está organizada. Eso pauta la calidad de un gobierno: cómo resuelve la conflictividad social, qué tanto abre espacio a los reclamos del «afuera» y, por supuesto, qué les exige luego por esos favores que, en realidad, son un derecho.