Niño palestino refugiado en un campo de Palestina, noviembre de 1948 [Getty Images].
Con el pretexto del «antisemitismo», la represión del pueblo palestino va acompañada de un intento de suprimir la defensa de su causa.
Daraj, 6-5-2024
Traducción de César Ayala
Correspondencia de Prensa, 8-5-2024
La intensidad de las reacciones de los círculos proisraelíes contra ese movimiento no hace sino confirmar la importancia de este acontecimiento, que no sería exagerado calificar de histórico.
El movimiento mundial de denuncia de la guerra de genocidio sionista que se está llevando a cabo en la Franja de Gaza (y en Cisjordania, con menor intensidad) —y en el contexto de ese movimiento, muy especialmente, el movimiento juvenil que se ha desarrollado en las universidades estadounidenses y se está extendiendo desde allí a otros países— es el único rayo de esperanza en el sombrío y horroroso panorama de la destrucción de Gaza. La intensidad de las reacciones de los círculos proisraelíes contra ese movimiento no es más que una confirmación de la importancia de este acontecimiento, que no sería exagerado calificar de histórico.
De hecho, la aparición de un movimiento de masas que simpatiza con la causa palestina en los países occidentales, especialmente en el hogar de la superpotencia sin la cual el Estado sionista no podría librar la actual guerra genocida, constituye un acontecimiento muy inquietante a los ojos del lobby proisraelí. Amenaza con establecer entre la nueva generación un rechazo de la barbarie sionista que rivalice con el rechazo de la barbarie imperial estadounidense de hace más de medio siglo, que fue uno de los principales factores que llevaron a Washington a detener su agresión contra el pueblo vietnamita y a retirar sus fuerzas de ese país en 1973.
Este precedente histórico está muy presente en las mentes de los partidarios de Israel en todos los países occidentales, ya que el movimiento contra la guerra de Vietnam los incluía a todos e incluso desempeñó un papel destacado en la ola de radicalización política de izquierdas entre el movimiento estudiantil a escala mundial a finales de los años sesenta. De ahí que haya sonado la alarma en los círculos sionistas y sus partidarios, incitándoles a lanzar una violenta campaña contra el movimiento que se solidariza con el pueblo de Palestina, tratando de silenciarlo de diversas formas represivas, desde la violencia ideológica hasta la violencia policial acompañada de la violencia jurídica.
Estos esfuerzos opresivos no son nuevos, por supuesto, sino que forman parte de una guerra ideológica que comenzó desde el principio del proyecto sionista y se intensificó a medida que avanzaba hacia su implantación en Palestina bajo los auspicios del colonialismo británico. La batalla alcanzó su punto álgido inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando las Naciones Unidas, recién creadas entonces bajo la hegemonía de los países del Norte Global, consideraron la cuestión de la partición de Palestina y la concesión al movimiento sionista del derecho a establecer allí su Estado. En esa etapa, el esfuerzo sionista en la «guerra de narrativas» se centró en retratar el rechazo de los palestinos al establecimiento de un Estado sionista en la mayor parte del territorio de su patria como si estuviera inspirado por un «antisemitismo» de un tipo similar al odio de los nazis hacia los judíos y constituyera una continuación del mismo. Presentaron la toma sionista de la mayor parte del territorio de Palestina en 1948, junto con el desarraigo de la mayor parte de su población autóctona, como la última batalla contra el nazismo, distorsionando y disfrazando así la realidad de esa usurpación, que fue de hecho el último episodio del colonialismo de colonos o settler colonialism. (*).
Con el tiempo, la propaganda sionista recurrió con más fervor a etiquetar a cualquiera que se mostrara hostil al proyecto sionista como un odioso de los judíos y un continuador de los nazis. Dos ejemplos, entre otros, son Gamal Abdel Nasser, y después de él Yasser Arafat, ambos descritos por esa propaganda como homólogos de Adolf Hitler. Esta equiparación alcanzó el colmo de lo absurdo y grotesco en la respuesta de Menachem Begin, líder del Partido Likud cuyas raíces fascistas son bien conocidas, y Primer Ministro israelí cuando el ejército sionista invadió Líbano en 1982, a Ronald Reagan, entonces Presidente de Estados Unidos que, en una carta a Begin, había expresado su preocupación por la suerte de la población civil en la sitiada Beirut. En su respuesta, Begin escribió: «Me siento como Primer Ministro facultado para instruir a un valeroso ejército que se enfrenta a ‘Berlín’, donde, entre civiles inocentes, Hitler y sus secuaces se esconden en un búnker a gran profundidad».
El celo de la propaganda sionista aumentó en su recurso a las acusaciones de antisemitismo y a las comparaciones con el nazismo, a medida que la imagen del Estado sionista se degradaba en la opinión pública internacional, y occidental en particular. El hecho es que esta imagen no ha dejado de deteriorarse a medida que el Estado de Israel ha ido pasando del mito de un Estado redentor del exterminio nazi de los judíos y dirigido por pioneros de un sueño socialista liderados por un «partido obrero», a la realidad de un Estado militarista expansionista, dirigido por la extrema derecha. Esta transformación de imagen se aceleró con la ocupación israelí de los territorios libaneses (1982-2000) y la represión de la primera intifada en los territorios ocupados en 1967, que alcanzó su punto álgido en 1988, y más tarde con los repetidos ataques sangrientos y destructivos contra la Franja de Gaza, empezando por la «masacre de Gaza» en 2009.
A medida que declinaba la imagen del Estado sionista, la propaganda de sus partidarios se centró en rechazar cualquier crítica radical contra él acusándolo de antisemitismo. En 2005, algunos círculos proisraelíes formularon una definición de antisemitismo que incluía «ejemplos» como «las comparaciones de la política israelí contemporánea con la de los nazis» (lo que significa que la comparación por parte de los sionistas entre varios de sus enemigos árabes y el nazismo es aceptable, al igual que lo es la comparación entre cualquier Estado y el nazismo, excepto el Estado sionista, cuya comparación con el nazismo constituye una forma de antisemitismo por el mero hecho de ser «judío») y «afirmar que la existencia de un Estado de Israel es una empresa racista» (en otras palabras, calificar de racista cualquier proyecto que pretenda crear un Estado sobre la base de la discriminación racial o religiosa es aceptable, salvo el proyecto de «Estado judío», para el que esa etiqueta es tabú).
En 2016, la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA) adoptó esa definición, antes de una campaña que lanzó en varios países occidentales, pidiéndoles que la adoptaran oficialmente para reprimir las críticas al sionismo. La campaña consiguió que los parlamentos de países como Alemania y Francia adoptaran la definición. Culminó con un intento de que la Asamblea General de la ONU adoptara la misma definición. Sin embargo, este intento fracasó, especialmente después de que el Relator Especial sobre las formas contemporáneas de racismo desaconsejara en octubre de 2022 la adopción de la definición de la IHRA. Por supuesto, el fervor entre los partidarios del Estado sionista ha vuelto y ha alcanzado formas frenéticas ante la actual escalada de condena mundial de la guerra genocida que el Estado sionista lleva siete meses librando en Gaza.
Dado que el propio Estados Unidos es uno de los principales escenarios de esta condena, especialmente entre la juventud estudiantil, como se subrayaba al principio de este artículo, la Cámara de Representantes del Congreso estadounidense aprobó el 1 de mayo un proyecto de ley, presentado por un representante republicano en octubre del año pasado, en el que se pide la adopción de la definición de la IHRA como base para «la aplicación de las leyes federales antidiscriminación relativas a programas o actividades educativas, y para otros fines». 320 representantes votaron a favor de este proyecto de ley, frente a 91 que votaron en contra. 133 representantes del Partido Demócrata se unieron a los republicanos para votar a favor del proyecto de ley, mientras que 70 representantes demócratas y 21 republicanos votaron en contra (y 18 se abstuvieron de votar). Aunque era normal que los representantes de la izquierda demócrata votaran en contra del proyecto de ley proisraelí, resultó muy extraño ver que los representantes de la extrema derecha republicana también lo rechazaban, incluida la frenética y reaccionaria representante Marjory Taylor Greene, la más extrema de los partidarios de Donald Trump, hasta el punto de que este último casi parece moderado en comparación con ella.
No piense, querido lector, que los rabiosos derechistas republicanos se opusieron al esfuerzo destinado a suprimir el movimiento de denuncia de la barbarie israelí por apego a la libertad de expresión. Son los más entusiastas devotos del Estado sionista, sobre todo desde que en el gobierno de este último hay personas que, como ellos, pertenecen a la extrema derecha. También son partidarios de suprimir la libertad de expresión siempre que se refiera a opiniones que odian, y piden frenéticamente una escalada de represión contra los estudiantes que se oponen a la guerra genocida de Israel. La razón de su oposición al proyecto de ley reside simplemente en su lealtad al antisemitismo tradicional, que ha inspirado durante mucho tiempo a una parte importante de los partidarios del sionismo. Estos antisemitas coinciden con el sionismo en la opinión de que el Estado de Israel es la única patria de los judíos, al tiempo que odian la presencia de judíos en sus países (del mismo modo que odian la presencia de musulmanes).
Considerando que uno de los argumentos antisemitas tradicionales para justificar la hostilidad hacia los judíos era considerarlos colectivamente responsables del «asesinato de Cristo» con el pretexto de que los Evangelios culpaban a una multitud judía de condenar a muerte a Cristo, y puesto que entre los ejemplos de antisemitismo que ofrece la definición de la IHRA figuran las «afirmaciones de que los judíos mataron a Jesús», los republicanos que votaron en contra del proyecto de ley justificaron su posición no por el hecho de que impediría criticar al sionismo y a su Estado, lo que por supuesto acogen con satisfacción, sino por su temor a que prohibiera las posiciones antisemitas tradicionales, si se convertía en ley. Por eso, los partidarios más entusiastas del Estado «judío» se opusieron a restringir la libertad de los verdaderos que odian a los judíos. ¿Hay que reír o llorar?
* Mi libro The Arabs and the Holocaust: The Arab-Israeli War of Narratives (2010) está dedicado a refutar los intentos de presentar la postura árabe como si estuviera inspirada en el nazismo. También refuté el mismo esfuerzo en relación con la operación «Inundación de Al-Aqsa» en mi reciente artículo «Gaza: El 7 de octubre en perspectiva histórica».
** Traducido por César Ayala de la versión inglesa aparecida en https://daraj.media/en/120444/
Gilbert Achcar es catedrático de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la Universidad de Londres. Es autor de numerosos libros, entre ellos Les Arabes et la Shoah. La guerre israélo-arabe des récits (2009); The People Want: A Radical Exploration of the Arab Uprising (2013); Morbid Symptoms: The Relapse of the Arab Uprising (2016); The New Cold War. The United States, Russia and China, from Kosovo to Ukraine (2023).