Viento Sur, 29-4-2022
Correspondencia de Prensa, 30-4-2022
Los nuevos feminismos han sacado a la luz una serie de temas muy incómodos y entre ellos está la maternidad. Ser madre en nuestra sociedad, carga con una pesada losa, un ideal impuesto por la religión cristiana, el patriarcado y el capitalismo sobre ser buena o mala madre que no coincide con la realidad de lo que sentimos y experimentamos algunas mujeres. Desde una mirada feminista a nivel antropológico se plantea las distintas visiones culturales e históricas del concepto de la madre.
Malas madres en el Patriarcado. Antecedentes históricos
Haciendo un repaso a la historia observamos cómo la visión del patriarcado sobre la mujer ha hecho que se manipule, desprestigie, se retuerza, mienta y se banalice a la mujer haciéndola inferior y mala. A la mujer se le enseña cómo ir por el buen camino.
La autora Laura Freixas en sus estudios sobre el tema, nos dice que el guerrero siempre ha sido presentado como un personaje noble y admirable, aunque sea el enemigo o derrotado. Los guerreros eran presentados como protagonistas sociales de su propia historia y personajes positivos. Sin embargo, la maternidad está presentada por dos grupos, las buenas madres y las malas madres. La buena madre viene del cristianismo y lo vemos en la figura de la Virgen María. Según Laura Freixas, la Virgen María sólo habla 6 frases en todo el evangelio y una de ella es: “Hágase en mí según tu voluntad”. Una frase sin sujeto. Caracteriza a la mujer como obediente, anónima, sin identidad. Su vida se define por su sumisión hacia un personaje masculino (el Dios padre) que necesita un vehículo y necesita su cuerpo. María no es una diosa porque no hace el mal, porque el verdadero Dios es el que tiene el poder de castigar.
La idea de mala madre viene de la antigüedad clásica: Clitemnestra y Medea, dos mujeres de la Grecia de la edad de los héroes que destacaron por las venganzas sobre sus respectivos maridos e hijos. Medea mata a sus hijos y Clitemnestra mata a su marido, Agamenón. Sin embargo, antes de ir a la guerra, Agamenón mató a su hija, pero no es criticado por ello. Otro personaje que se salva el cristianismo es Abraham, que pretendía matar a su hijo y queda justificado por ser un hombre bueno y obediente ante Dios.
Esta cosmovisión cristiana ha llegado hasta nuestra sociedad patriarcal actual considerando que la mujer poderosa es malvada, que ha conseguido el poder de forma inconfesable y lo ejerce con consecuencias nefastas. Sin embargo, se nos representa a la buena madre como sumisa.
En el siglo XVI y XVII fue la primera vez en la historia de la humanidad en la que toda una población de mujeres fue acusada de ser “los seres más abominables del mundo”. Federici (2004) en su libro: “Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, describe el proceso sobre la caza de brujas como “una persecución sin precedentes”. Dos siglos de ejecuciones y torturas que condenaron a miles de mujeres a una muerte atroz fueron liquidados por la Historia como producto de la ignorancia o de algo perteneciente al folclore. Federici explica de forma rigurosa las razones políticas y económicas que se ocultaron tras la caza de brujas. Es en la primera fase del desarrollo del capitalismo, cuando se descubre la importancia de la fuerza de trabajo. En aquellos tiempos comienza en Europa una legislación que penaliza el aborto y es así como las mujeres que hacen uso de este son condenadas en muchos países a muerte a través de la decapitación. “Al mismo tiempo se introduce toda una red de policías de vigilancia que controlan a las mujeres embarazadas para forzarlas a declarar su embarazo, para impedirles cometer algo contra el feto”. La caza de brujas es un elemento fundacional del capitalismo y supone el nacimiento de la mujer sumisa y domesticada. Se amplió el control del Estado sobre el cuerpo de las mujeres, al criminalizar el control que estas ejercían sobre su capacidad reproductiva y su sexualidad (las parteras y las ancianas fueron las primeras sospechosas). El resultado de la caza de brujas en Europa fue un nuevo modelo de feminidad y una nueva concepción de la posición social de las mujeres, que devaluó su trabajo como actividad económica independiente (proceso que ya había comenzado gradualmente) y las colocó en una posición subordinada a los hombres. Este es el principal requisito para la reorganización del trabajo reproductivo que exige el sistema capitalista. No hay duda de que con el advenimiento del capitalismo comenzamos a ver un control mucho más estricto por parte del Estado sobre el cuerpo de las mujeres, llevado a cabo no solo a través de la caza de brujas, sino también a través de la introducción de nuevas formas de vigilancia del embarazo y la maternidad, y la institución de la pena capital contra el infanticidio (cuando el bebé nacía muerto, o moría durante el parto, se culpaba y ajusticiaba a la madre).
Actualidad de la discusión
La periodista Pate Palero (1979) en su libro: “Teoría General de la Población Moderna” constata que la maternidad tiene un régimen mercantilista, cuando la descendencia era imprescindible para la guerra, industria, etc. y se empezó a instalar la descendencia interminable. Las mujeres tenían que parir mientras fueran fértiles. Comenzaron a quemar a las supuestas brujas, que eran las mujeres que conocían los métodos anticonceptivos y ginecología. Aunque después se llenó de otras teorías filosóficas, psicológicas, y psicoanálisis y se instala el instinto maternal. Las mujeres tenemos que ser buenas madres, y cuidadoras.
La maternidad es un tema nuclear en la sociedad. Mónica Felipe-Larralde nos habla en cómo se organizan los cuidados y de qué manera se acoge el hecho de la maternidad donde nos da idea del tipo de sociedad en la que vivimos. De alguna manera todas somos hijas no sólo de nuestra madre física sino también somos hijas de un sistema, de un momento histórico, de un contexto cultural en el cual como niñas que somos nos hemos desarrollado. Larralde considera que nuestra madre física, encarna lo que se esperaba de ellas. Una madre que ha cumplido con las expectativas socio culturales que sobre ellas se cernía. Es importante ver cómo nuestra cultura nos indica cómo ser una buena madre. Qué opciones tenemos como madres en esta cultura para con nuestras hijas.
El patriarcado deja muy poco espacio para que las mujeres sean quienes son. Nos coloca en una situación en que tenemos que crear un personaje y asumir unos roles y cumplir con unas expectativas que nos aleja de lo que somos realmente. Un modelo muy estrecho. La grandeza del ser no cabe en esos estrechos márgenes. Un modelo de ser buena madre en el patriarcado es la mujer renuncia a quien realmente es para dedicar su vida al marido y a los hijos. Hay que ser buena madre, y estar pendiente de los demás, se pierde en los demás y se pierde a sí misma. No encuentra nunca espacio y tiempo para dedicarse a ella.
Siempre está pendiente de los demás, de las tareas y estudios de los hijos e hijas, etc. La comida, la limpieza, la educación, cuidado de los hijos e hijas. Si estamos enfermas, cansadas etc., es obligación de la madre, renunciamos a todo. Al hombre se le permite su espacio, pero a la mujer no se le permite su tiempo y espacio.
El cómo se organizan los cuidados y de qué manera se acoge el hecho de la maternidad nos da idea del tipo de sociedad en la que vivimos. Otras mujeres creen que van a romper el modelo franquista de buena madre. Tratan de vivir su vida como si no fueran madre. El problema es que se creen que están revelándose al sistema, pero sin embargo no es el modelo adecuado. La madre se debe reconocer como ser humano, reconocerse como digna y merecedora de afecto, cariño, cuidado. Tener un espacio individual, digna de vivir la vida que una quiere vivir. Cuando una persona se respeta a sí misma y se da valor y dignidad, da lo mismo a los demás. Reconociendo que es madre y se valora como madre, como mujer.
Hay otro modelo de cómo ser madre en esta sociedad y son las mujeres que representan las malas madres. Son las mujeres que representan que no hacen la función de cuidados, que no tienen instinto maternal. Es la idea de que cuando se tiene un hijo la vida tiene que ser como antes de haber tenido al hijo, como si no fueras madre. Van al gimnasio, se ponen a dieta, van a la peluquería, tienen una sexualidad increíble, quedan con las amigas, llevan al niño o niña a una guardería lo antes posible y se ponen a trabajar, etc. Actúan como si no fueran madre, que es otra manera de enajenar la verdadera fuerza y el poder interior de la maternidad. Y estas mujeres creen que se están revelando contra el sistema patriarcal sin embargo al sistema le interesa también este tipo de madres que no ejercen de madres. La madre es un ser humano y se reconoce como tal, en su propia dignidad, merecedora de afecto, de cariño, de cuidados, de tener propios proyectos personales y profesionales. La experiencia de sentir que tiene una vida que le corresponde. Una vez que se llega a esa experiencia de sentir que tiene un espacio en esta vida que le corresponde, se puede encontrar el equilibrio y puede dar ese espacio y merecimiento “a sus hijas e hijos, en definitiva, al otro” y es capaz de acompañar la dignidad del otro sin perder la suya. Considera un arte el hecho de ser madre, no un modelo.
Esther Vivas dice que tenemos que ser unas superwomen para poder llevar a cabo los trabajos domésticos y los trabajos fuera del hogar. La autora nos dice que no existen maternidades únicas, sino que hay modelos impuestos por el capitalismo y patriarcado que supeditan la experiencia materna. En los años 60 y 70 las feministas se revelaron en contra de las ideas de la maternidad. Esto generó una crisis entre ser madre abnegada, idea del patriarcado, con las ideas feministas de la maternidad neoliberal subordinada al mercado laboral. La autora apela a la maternidad desobediente dentro del sistema patriarcal. Dice que hay que valorar la importancia del embarazo, parto, lactancia y crianza humana y social y reivindicar la maternidad como responsabilidad colectiva reconociendo su contribución histórica, económica, política y social. La maternidad no es el destino de la mujer, no podemos esencializar o idealizar ese papel, debemos escoger cómo queremos que sea nuestra maternidad.
La leche materna está generando muchos debates e intereses. Sobre la lactancia hay un negocio con la leche de fórmula que incide en las decisiones gubernamentales, el sector sanitario y las prácticas culturales donde dicen que el biberón es lo mismo que la teta. Muchas feministas consideran que dar de mamar a un bebé esclaviza a la mujer en el hogar.
Estudiando las pautas patriarcales sobre la maternidad en otras culturas se observa cómo la imagen del instinto maternal se nos impone habiendo diferencias posturas sociales hacia los hombres y las mujeres con respecto a los hijos. La antropóloga Margaret Mead estudió las culturas de Nueva Guinea donde las familias escogían si querían tener hijos o no. En sus estudios descubrió que las mujeres cuando daban a luz, si no les interesaba el sexo de la criatura, los dejaban en un río y si otra familia lo quería, podía cogerlo. De esa manera descubrió que existe un tratamiento distinto, más desapegado que la cultura judeocristiana y occidental al que nos encontramos nosotras en cuanto al cuidado de la infancia.
A partir de la construcción ideológica de la maternidad del sistema patriarcado y capitalista nos han querido relegar como madres a la esfera invisible de lo privado, al hogar, se han infravalorado nuestro trabajo y se han consolidado las desigualdades de género. El fracaso es parte de la tarea de ser madre, sin embargo, se ha negado en las visiones estereotipadas e idealizadas sobre la maternidad. El mito de la madre perfecta sólo sirve para culpabilizar y estigmatizar a las mujeres que no cumplen con esas formas ideológicas de ser madre. A las madres se nos responsabilizan de la felicidad o fracasos de las hijas/os y no se tiene en cuenta que también existen ciertas condiciones sociales que son la causa de ello. La maternidad patriarcal ha generado que muchas madres sintiéramos culpa, han cargado sobre nosotras una responsabilidad sin poder sobre los seres humanos, los juicios, las condenas del propio poder.
Durante el siglo XX, la nueva sociedad urbana con la incorporación de la mujer al mercado laboral, la independencia económica de la mujer, el acceso de los métodos anticonceptivos, parece que el tener hijos es una elección. La maternidad ya no se plantea como destino único de la mujer. Aparecen dilemas sobre la opción y el deseo de ser madre y se convierte en un camino lleno de incertidumbres.
En los años 80 se complejizó el ideal de la buena madre y aparecen discursos promaternales y profamiliares. Las madres tenían que ser las devotas y sumisas, pero también madres máquinas, trabajadoras y sacrificadas y con un cuerpo perfecto. Éste nuevo “mamismo” dio como resultado mucha frustración y ansiedad. En la maternidad se mezcla la cultura consumista y sufre una intensificación neoliberal. Ser madre en este sistema se queda reducido a ser: el ángel del hogar y la superwoman donde triunfar no se puede compaginar con el hecho de ser madre.
* Araceli López Alonso es activista social, feminista y militante de Anticapitalistas Canarias.
Vídeo. Laura Freixas: “Buenas y malas madres en el patriarcado“
Bibliografía
Federici, S. (2012) “La persecución de las brujas permitió el capitalismo” entrevista a Silvia Federici.
Vivas, E. (2020). Mamá desobediente: Una mirada feminista a la maternidad. Capitán Swing.
Freixas, L. (2017) ”Buenas y malas madres en el patriarcado”.
Palemo, P. (2014) “Una visión sobre la maternidad y el instinto maternal”.
Felipe-Larralde, M. (2015). “Maternidad en el patriarcado”.
Las “Nomo: mujeres que no quieren tener hijo”. (2017).