La de indoblegable espíritu
A las 18 horas del miércoles murió Luisa Cuesta. La de mirada firme y tierna a la vez. La geografía inacabada de su rostro bien podía ser la de todas sus luchas: arrugas anchas, profundas, con caminos truncos y otros que tozudamente se abren para dar paso a la esperanza. Ninguno la condujo a su hijo Nebio ni a ninguno de los hijos desaparecidos. Murió con la verdad secuestrada, con la impunidad intacta, pero dejando un derrotero por donde continuar la lucha.
Samuel Blixen
Brecha, 23-11-2018
Correspondencia de Prensa, 23-11-2018
“Ando caminando, luchando y ayudando en lo que pueda.” Así dijo, con su voz ronca y su tono arisco, Luisa Cuesta en uno de sus últimos diálogos con periodistas. Luisa fue –es– una madre que reclama el cuerpo de su hijo, pero es también la síntesis de esa búsqueda colectiva. Hace tiempo que no se la oía, pero su fuerza siempre estaba presente, no sólo en las marchas del silencio, también cada vez que un exabrupto militar o una agachada civil encendían, una y otra vez, el reclamo de terminar con la impunidad en todas sus variantes.
El reclamo es sistemáticamente ignorado, pero no es estéril. La muerte de Luisa, a sus 98 años, lo comprueba. ¿De qué se habla? De su tenacidad, de su espíritu indoblegable, de su lengua ácida, sin pelos, de su ejemplo. Y naturalmente, como extensión inevitable de su personalidad y de su trayectoria, se habla de la vergüenza de quienes resguardan sus secretos, del deshonor de mentir y huir para eludir las responsabilidades, de la ausencia de voluntad real para obligar a los culpables a confesar. La figura de Luisa, viva o muerta, enciende esos reclamos, porque esa figura encarna anhelos, necesidades y derechos que el paso del tiempo no diluye.
Cuando una madre exige respuestas por su hijo desaparecido no hay forma de dar vuelta la página. El ejemplo de Luisa confirma que no funcionan ni la amenaza ni las presiones, ni los argumentos susurrados, ni las justificaciones hipócritas.
Parece evidente que ni el tiempo ni los discursos borran la mancha indeleble que salpica a las Fuerzas Armadas desde hace cincuenta años; no hay agua jane que la elimine, ni siquiera un pedido de perdón, si no viene acompañado de lo que realmente importa: las respuestas sobre dónde están los cuerpos de los desaparecidos asesinados, sobre quiénes fueron los sicarios y quiénes los que dieron las órdenes. Ese día es posible que la mancha desaparezca; mientras, los nuevos cadetes, los nuevos alféreces, que nacieron dos, tres décadas después de los sucesos, deberán entender por qué, inevitablemente, deben cargar con esa mochila, compartir la culpa, hasta que ellos mismos, desde adentro, reclamen la única solución posible, porque son parte de una estructura que con su silencio, con su omertà, sigue reivindicando los crímenes cometidos y convirtiendo su honor en una burla.
La muerte de Luisa reavivó la fuerza del reclamo siempre presente, como lo reaviva cada ignominia judicial en favor de la impunidad. Desde su humildad, desde su sencillez, esta mujer que casi en el centenario continuó siendo madre y militante, es la prueba irrefutable de que la perseverancia y la firmeza engrandecen, y que la renuncia empequeñece. A veces se cuestionó su forma franca y directa de decir lo que pensaba, como si hubiera falta de buenas maneras. Pero es necesario tener convicciones sólidas y coraje para enfrentar a dos ex presidentes, Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle, que asistieron a un acto en homenaje a los caídos en defensa de la democracia, organizado por clubes militares. “Yo digo: ¿nunca se les ocurrió ir a un acto nuestro?, ¿les parece más honorable ir a un acto de criminales que a un acto de quienes sufrieron la represión de criminales?”. Y cuando en el Batallón 14 de Infantería aparecieron los restos de quien después fue identificado como Julio Castro, Luisa decepcionó a quienes pensaban que tales hallazgos aplacarían los ánimos. Con tono de bronca, comentó: “Los milicos, uno a uno, son todos unos sinvergüenzas. No se puede esperar otra cosa de ellos”.
Pero así como el tiempo no ahoga el reclamo, tampoco desdibuja las responsabilidades. Otras generaciones de uruguayos escucharán el nombre de Luisa y de todos los luchadores por la verdad y la justicia, y también escucharán los nombres de los verdugos; y no habrá ninguna reescritura futura de la historia que pueda invertir la ecuación, como no lo logran los patéticos escritos que pretenden revertir la carga de la prueba en el origen de la tragedia de nuestra historia reciente.
En ocasión de recibir, en nombre de su tía, el premio de Brecha Memorias del Fuego, Nilo Patiño, integrante de Familiares, dijo: “Seguramente están esperando que la muerte, en su quehacer implacable, resuelva el problema. Pero se equivocan quienes así piensan, pues la vida –también en su quehacer implacable– trae nuevas generaciones activamente movilizadas, que no sólo continuarán la lucha contra la impunidad para asegurar que el Nunca Más se consolide más temprano que tarde, sino que construirán su propio camino en todas y cada una de sus reivindicaciones. Y de este destino Luisa jamás ha dudado”.
Semblanza
Luisa Cuesta nació en Montevideo el 26 de mayo de 1920, pero vivió desde los 5 años en Mercedes, Soriano, donde crió a su único hijo, Nebio Melo Cuesta, nacido en 1943. Fue detenida y recluida en el cuartel del Batallón de Infantería número 5, de Mercedes, en junio de 1973, y liberada a comienzos de 1974. En febrero de 1976 Nebio fue secuestrado en Buenos Aires junto con otros militantes del Partido Comunista Revolucionario, y Luisa decidió abandonar Uruguay y trasladarse a Holanda, desde donde denunció la desaparición de su hijo, de quien nunca más tuvo noticias. Regresó a Uruguay en 1985, después de la restauración democrática, y en 1989 fue una de las fundadoras del grupo Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos. A lo largo de su militancia, y como referente de las madres, recibió numerosas distinciones: el título doctor honoris causa, de la Universidad de la República, y el título de ciudadana ilustre de Montevideo; además, el Correo Uruguayo la homenajeó con un sello.
En 2015 sufrió un accidente vascular que obligó a su internación. Falleció a las 18 horas del miércoles 21. Su sepelio se efectuará hoy viernes al mediodía en el Cementerio del Norte.
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Elena Zaffaroni sobre Luisa Cuesta
“Una gigante que los interpela”
El comentario de Mujica es “una vergüenza” y una “mezquindad” que ya había dicho Eleuterio Fernández Huidobro cuando era ministro de Defensa Nacional.
La Diaria, 23-11-2018
De los 98 años que vivió, 42 fueron de búsqueda ininterrumpida. Luisa Cuesta murió el miércoles sin encontrar a su hijo Nebio Melo, desaparecido desde 1976. Su lucha inclaudicable y su compromiso con los derechos humanos fueron destacados una y otra vez en los recuerdos de sus compañeros de militancia. Óscar Urtasun, integrante de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, recuerda que en 1978, mientras estaba exiliada, fundó en París la Agrupación de Familiares de Desaparecidos Uruguayos, y que cuando retornó a Uruguay, en 1985, se sumó a la lucha de Familiares y su aporte fue algo “impagable”. “No nos lo decíamos, pero ella era como mi madre y yo como su hijo”, dice Urtasun al recordarla. Dos años después, se fueron a Chile a participar en una manifestación de los familiares chilenos contra el régimen dictatorial de Augusto Pinochet. Llegaron diez minutos antes de la convocatoria y no había nadie más. En un minuto, la calle se llenó de gente y también de militares. “La viejita miraba para arriba mientras nos llenaban de gas y resistía firme, parada ahí”. “Era una vieja divina y muy porfiada”, recalca Urtasun. También era una mujer “muy dura y tierna. Siempre tierna”.
Elena Zaffaroni, también de Familiares, la recuerda como una “mujer entrañable”, que tenía un “temperamento, una entrega y una fuerza impresionantes”. Se acuerda de que Cuesta repetía: “Yo quiero la verdad, la verdad, la verdad. La quiero toda”. Para Zaffaroni, los gobiernos que vinieron después de la dictadura hicieron “lo mínimo de lo mínimo” por la búsqueda de la verdad, y la muerte de Cuesta, que se fue sin saber el paradero de su hijo, es una evidencia de ello. “Para que no se repita lo que pasó tienen que encontrarlos, tienen que decir lo que pasó”, subrayó.
El diputado Gonzalo Civila, del Partido Socialista, considera que su muerte es una “fuerte interpelación” al sistema político y a la sociedad. Para él, es “razonable” que se exija al oficialismo que se movilice por la búsqueda de memoria, verdad y justicia. “A los partidos que fueron parte del esquema de impunidad no les vamos a pedir que luchen contra él”, dice, y agrega que “si bien nadie puede desconocer que el Frente Amplio [FA] logró avances”, también es “enorme” todo lo que la coalición de izquierda no logró conseguir. “Los que venimos de esa lucha sentimos que en ese plano estamos muy por debajo de lo que deberíamos estar. Tenemos que redoblar el compromiso con esa lucha, reconociendo que se lograron algunas cosas, pero no hay medias tintas en esto”, asevera.
Por su parte, el ex presidente José Mujica dijo ayer en una rueda de prensa que Cuesta “representa, sin proponérselo, a millones de madres que se han ido de este mundo sin saber el destino de sus hijos”. Agregó que “es muy negativo” y “muy doloroso”, pero que “a veces hay cosas que no tienen otra respuesta que la tortura para encontrar la verdad”. Sobre el papel del FA en la búsqueda de la verdad, la memoria y la justicia, manifestó que “siempre que no cumplimos con una expectativa, fallamos porque tenemos las limitaciones que nos imponen ciertos códigos. Hay un pacto de secreto que no se puede desentrañar, aunque uno lo quiera, si no usamos recursos que no podemos utilizar”.
Pero para el diputado Gerardo Núñez, del Partido Comunista, “hay otras herramientas”, como “impulsar” la búsqueda de detenidos desaparecidos y “construir nuevas sensibilidades”. Dijo que es evidente que “hay un pacto de silencio” que se ha generado y que ha impedido avanzar, y que los dos intentos fallidos de derogar la ley de caducidad, en 1989 y en 2009, consolidaron “la cultura de la impunidad”, que “obviamente atraviesa todos los sectores sociales y políticos y es parte de un reflejo que hay que derribar”.
Para Zaffaroni, el comentario de Mujica es “una vergüenza” y una “mezquindad” que ya había dicho Eleuterio Fernández Huidobro cuando era ministro de Defensa Nacional. “Esa lógica no es la nuestra. Convalida la tortura y es un camino que claramente no es el nuestro. Nosotros y las viejas, especialmente, no merecen esta respuesta”, enfatizó Zaffaroni. Agregó que hay que preguntarse “por qué esas viejitas” no consiguieron la verdad: “Esa es la pregunta de Luisa y esa es la pregunta que nos queda. Una inmensa mujer que siguió luchando siempre. Y muere siendo una gigante que los interpela”.
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Testimonios
Brecha, 23-11-2019
Anatole Julien
Conversamos en Buenos Aires a la salida del fallo en el juicio por el Plan Cóndor, en 2016. Era invierno y había llovido. Ella estaba siendo documentada por la Bbc y yo iba por un programa de Chilevisión. Ella me decía que le parecía extraño que no hubiera condenas más largas o perpetuas. Yo le decía que la entendía, pero que el fallo era un gran logro jurídico, un trabajo excelente de la fiscalía argentina y que, de haber estado vivos Augusto Pinochet o el mismo Manuel Contreras, habrían sido condenados en el marco de este acuerdo de inteligencias de tres países. Ahí nos asombramos y nos dimos un abrazo. Fue muy emotivo explicarle eso y verla alegrarse.
Sara Méndez
Luisa fue de las últimas en incorporarse al pequeño grupo de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, que en un principio nos reuníamos en la casa de Luz Ibarburu. Venía de Holanda, donde había formado parte de Agrupación de Familiares de Uruguayos Desaparecidos (Afude), y sin duda allí también fue una luchadora incansable. Muchas otras personas podrán describir la trayectoria de Luisa, de su vida en la ciudad de Mercedes, de su detención en la dictadura, de su exilio en Holanda, con más precisión que yo.
Quisiera, sí, trasmitir aquellos reencuentros semanales, en un boliche cercano a la vieja casa del Serpaj, donde entonces hacíamos las reuniones del grupo de Familiares. Se habían convertido en un hábito que nos gustaba. La porción de piza, la copa de vino o de refresco no sólo recompensaban el apetito de las últimas horas del día, también eran un momento de distensión.
En el desorden de los comentarios, del recuerdo de lo omitido por olvido, siempre, siempre, se iba instalando el hijo desaparecido, la hija desaparecida. Así, yo, que los conocí con un nombre que no era siempre el propio o desde un discurso político, fui construyendo esa otra imagen, la que sus madres recreaban. Cuando llegaba ese momento escuchábamos a la otra. Eran relatos dulces que nacían de los meses que los habían tenido en sus vientres, de los brazos que los habían acunado… y de esos pasos interminables que seguían dando para buscarlos.
En vos, Luisa, el recuerdo inolvidable de todas esas madres.
Lourdes Rodríguez
Luisa se llevó un dolor en el que egoístamente preferimos no adentrarnos, un dolor que apenas rozamos, pero que no se tragará su tumba. Luisa fue una de esas mujeres que transformaron el dolor en acción, que salieron a las calles a militar, enfrentando sus temores, con el amor y la firmeza como herramientas. Allí las vimos, pero siempre estuvieron ahí, veladas por la privacidad doméstica, sosteniendo los cuidados de los familiares de los presos políticos, preparando los “paquetes” a medida de las absurdas pretensiones de los carceleros. Su tenacidad ya es parte de la historia, y su dolor también es memoria. Eso es y será Luisa.
Victoria Julien
Mi nombre es Victoria Larrabeiti, o Victoria Julien, como se me reconoce en mi identidad recuperada. Quisiera decir unas palabras por Luisa, a quien conocí hace más de una década, cuando se cumplieron 30 años del golpe de Estado en Argentina y las Abuelas convocaron a hijos de desaparecidos de todo el continente. ¡Me sorprendió tanto esa mujer tan pequeñita! Me impresionó mucho su calidad humana, esa fuerza que tenía aún en el atardecer de su vida, ese ímpetu para no bajar los brazos y seguir buscando a su querido hijo. ¿No es lo que haría cualquiera que estuviera en su lugar?, ¿o en nuestro lugar? Nunca me voy a olvidar de su mirada paciente, que trasmitía que le faltaba alguien, que había una mano a la que no podía tocar, un cuerpo al que no podía abrazar. Ella, junto con el resto de las madres, son ejemplos de esta búsqueda que va a durar toda nuestra existencia. La suya llegó hasta aquí, pero eso no significa que tenga fin, es el legado que nos deja. Es una tarea vital de la que todos somos parte, a todos nos corresponde un pedazo de responsabilidad. Es un ejemplo a seguir.