Un festival de adulación: Trump en la Knesset y en Sharm el-Sheikh.
Blog de Gilbert Achcar, 15-10-2025
Traducción, César Ayala
Correspondencia de Prensa, 16-10-2025
Si las escenas de celebración de Donald Trump en la Knesset israelí y en Sharm el-Sheij estuvieran destinadas a una explotación cinematográfica o teatral, sin duda se clasificarían entre las peores puestas en escena de la historia. Estos dos espectáculos formaron juntos un festival de adulación sin precedentes para un presidente estadounidense o para cualquier líder elegido en unas elecciones libres. Recuerdan más bien la adulación que reciben los déspotas en sus propios países o dentro de sus imperios, como la del líder norcoreano en su país o el culto a la personalidad que rodeaba a Stalin en las repúblicas y los Estados satélites de la Unión Soviética.
Desde este punto de vista, sin embargo, la obsequiosidad mostrada en la Knesset fue en realidad más sincera que la de la cumbre de Sharm el-Sheij. Como dijo Benjamín Netanyahu a su amigo estadounidense, fue el resultado de «la alianza sagrada entre nuestras dos tierras prometidas», aludiendo así a las características comunes de Estados Unidos e Israel como Estados nacidos del colonialismo de asentamiento y de una guerra genocida contra las poblaciones indígenas. El paralelismo histórico entre ambos Estados es hoy completo. Además, no hay duda de que Trump es, de todos los presidentes estadounidenses, el que más ha favorecido al Estado sionista, y no solo al Estado en sí, sino también al poder neofascista de Netanyahu, una caracterización política que, por cierto, se aplica también al propio Trump.
El presidente estadounidense respondió a la adulación del primer ministro israelí elogiándolo y destacando su contribución al plan de paz anunciado por Trump en su presencia en Washington dos semanas antes. El descaro de Trump es tal que llegó incluso a pedir al presidente israelí, sentado a su izquierda, que indultara a Netanyahu por los cargos de corrupción a los que se enfrenta, rechazándolos con este comentario despreocupado: «Cigarros y champán, ¿a quién le importa? ». Trump se refería a las acusaciones de soborno contra Netanyahu (estimadas en 260,000 dólares), que son en realidad muy modestas en comparación con los suntuosos regalos que el propio Trump ha recibido de gobiernos extranjeros, en particular de las monarquías del Golfo, en el marco de una práctica mundial de corrupción a gran escala.
Como predijo un antiguo asesor político de Netanyahu en una entrevista citada por un corresponsal del Financial Times el pasado viernes: «No hay mejor director de campaña para Netanyahu que Trump. Su discurso [en la Knesset] marcará el inicio de la campaña electoral». De hecho, Trump ha inaugurado la campaña de reelección de Netanyahu, con vistas a las elecciones a la Knesset que se celebrarán dentro de menos de un año. Al final, los mayores beneficiarios del plan del presidente estadounidense y de su visita no son solo el propio Trump, que se ha deleitado con los elogios aduladores de Netanyahu y del líder de la oposición israelí, sino también Netanyahu.
El plan de Trump es, de hecho, el resultado de un acuerdo entre ambos hombres, en respuesta a las negociaciones que se estancaron rápidamente tras el intercambio inicial de prisioneros que tuvo lugar tras la tregua declarada en vísperas de la segunda investidura de Trump, el pasado mes de enero. Trump exigió que Hamás liberara a todos sus rehenes al mismo tiempo, para impedir que utilizara su liberación gradual como medio de negociación. A continuación, dio luz verde a Netanyahu para reanudar las operaciones militares y continuar con la destrucción y ocupación por parte de Israel de las zonas residenciales restantes de Gaza. Mientras la acción militar israelí estaba en pleno apogeo, la administración Trump presionó a los gobiernos regionales para que, a su vez, ejercieran presión sobre Hamás, lo que finalmente obligó al movimiento a liberar a sus últimos cautivos, reduciendo así en gran medida su capacidad para influir en el futuro de la Franja de Gaza o en la causa palestina en general.
La liberación de los últimos cautivos israelíes alivió en gran medida la presión sobre Netanyahu, ya que era el principal motivo de movilización del movimiento popular en su contra. Se encontraba entre la espada y la pared, con la oposición por un lado y aliados aún más a la derecha que él por el otro. Una vez más, como a principios de año, Netanyahu utilizó la presión estadounidense como pretexto para aceptar algo a lo que sus aliados se habían opuesto hasta entonces. Los dos principales líderes de la ultraderecha sionista acabaron asistiendo a la sesión del Knesset y aplaudiendo tanto a Trump como a Netanyahu. El primer ministro israelí y sus aliados saben perfectamente que el plan de Trump está condenado al fracaso, mientras que Hamás y todas las demás facciones palestinas ya no tienen medios para impedir que Israel invada y ocupe aún más las partes de Palestina que aún le quedan por anexionar oficialmente (véase «El Acuerdo del milenio tras el acuerdo del siglo», Viento Sur, Octubre 1, 2025).
En cuanto a la ceremonia de Sharm el-Sheij, fue menos una celebración de la «grandeza» de Trump que un reflejo del carácter absurdo de la obsequiosidad con la que lo tratan los líderes mundiales presentes. Para creer que sus halagos eran sinceros, habría que dudar de su capacidad mental, sobre todo si se tiene en cuenta la humillación que Trump ha infligido a muchos de ellos. Ningún presidente estadounidense antes de Trump ha tratado a la escena mundial con tal desprecio y, sin embargo, ninguno ha sido objeto de tal servilismo. Esto demuestra que, en esta época de decadencia política, ley de la selva y auge del neofascismo, muchos líderes contemporáneos están dispuestos a renunciar a su dignidad y someterse a quienes tienen más poder y riqueza.
En cuanto al orgulloso pueblo palestino, ha demostrado durante un siglo su negativa a someterse a sus opresores, ya sean las autoridades del mandato británico o el gobierno sionista. Los palestinos no besarán la mano de Donald Trump ni le mostrarán «gratitud», hagan lo que hagan quienes pretenden representarlos. No se someterán al llamado Consejo de Paz presidido por Trump, que incluye a personalidades como Tony Blair, socio de George W. Bush en la ocupación de Irak. El pueblo palestino continuará más bien su lucha por la integridad de sus derechos. Ahora debe aprender las lecciones de la Karitha (gran catástrofe) de hoy, como de la Nakba de ayer, y encontrar la manera de recuperar el impulso que tuvo durante las dos gloriosas intifadas populares de 1936 y 1988, puntos culminantes de su larga historia de resistencia.
-Artículo original en árabe publicado en Al-Quds al-Arabi, 14-10-2025. Se puede publicar o traducir a otros idiomas con mención de la fuente.