Lance Selfa*
International Socialism Project, 13-10-2025
Traducción de Correspondencia de Prensa, 14-10-2025
El secretario de salud pública [Robert F. Kennedy Jr.] es un fanático antivacunas que lleva adelante recortes de miles de millones (de dólares) en investigación médica. El secretario de Defensa [Pete Hegseth] es un presentador de televisión de tercera categoría que, cuando no se está inyectando bótox, se siente obligado de insistir públicamente en que «sabe exactamente lo que está haciendo».
En la administración Trump hay personas que dicen abiertamente que las mujeres deben estar en casa y no en el lugar de trabajo… y algunas que incluso piensan que la 19.ª Enmienda, que garantizaba a las mujeres el derecho al voto, fue un error.
Mientras tanto, la política energética de Trump apuesta por los combustibles fósiles y la energía nuclear, abandonando las exitosas inversiones en energías renovables. Los aranceles de Trump están aumentando los precios al consumo y perjudicando a las empresas nacionales, al tiempo que empobrecen a amplios sectores de la economía agropecuaria.
Todo parece ser un salto hacia el irracionalismo. ¿Por qué el Gobierno de Estados Unidos destruiría la capacidad en investigación del país, sabotearía su propia economía y pondría a unos locos e incompetentes a cargo de algunas de las funciones más esenciales? ¿Por qué la administración Trump parece querer retroceder en el tiempo hasta los años 50, o incluso hasta el siglo XIX? ¿Y por qué los principales dirigentes empresariales, gubernamentales y universitarios lo apoyan?
Es difícil abordar estas preguntas con una explicación global, a menos que se trate simplemente de factores que históricamente han estado asociados a gobiernos de derecha y autoritarios. En The Reactionary Mind, el filósofo político Corey Robin define el conservadurismo moderno como «esa improbable alianza entre el libertario, con su visión del poder ilimitado del patrón en el lugar de trabajo; del tradicionalista, con su visión de la autoridad del padre en el hogar; y del estatista, con su visión de un líder heroico que impone sus reglas sobre la faz de la tierra».
El corolario de esto es la defensa por parte de la derecha de una política que mantiene las jerarquías sociales y económicas tradicionales. En el gobierno de Trump, los ecos de esta defensa de la «tradición» se pueden encontrar, por ejemplo, en el apoyo a políticas que expulsan a las mujeres del mercado laboral y las incitan a tener más hijos. Estas ideas «neonatales» están estrechamente relacionadas con otras ideas reaccionarias como la supremacía blanca y la transfobia, que se esconden bajo las etiquetas de «anti-DEI» (programas de diversidad, equidad e inclusión, ndt) y de oposición a la «ideología de género».
En algunos casos, los tropos trumpistas son fáciles de explicar. La industria de los combustibles fósiles es un bastión tradicional del Partido Republicano, y la administración Trump ha invertido mucho en alianzas económicas y políticas con los Estados petroleros, especialmente con las monarquías del Golfo. Por lo tanto, no es de extrañar que la administración esté plagada de negacionistas del cambio climático y sea abiertamente hostil a las energías renovables. Parece no importarle el impacto de la crisis climática en los seres humanos, ni, incluso desde su estrecha mentalidad imperial, la pérdida de la supremacía en el siglo XXI frente al Estado chino en materia de energía solar y vehículos eléctricos.
Otra razón para la aparente irracionalidad autodestructora de la administración Trump es el hecho de que su coalición electoral de 2024, y el gobierno que creó, es una especie de monstruo de Frankenstein formado por elementos dispares de la derecha. Los analistas de la administración han descrito este matrimonio forzado de diferentes maneras. Para el liberal Josh Marshall, la «quimera de tres cabezas de la destrucción trumpiana» es la amalgama de los fieles del movimiento MAGA, los nacionalistas cristianos y los autoritarios «Tech bro» (Persona, en general un hombre, que trabaja en la industria de la tecnología digital, sobre todo en los Estados Unidos, ndt). Para la socialista Ashley Smith, el régimen de Trump es una combinación de «tres facciones con programas políticos totalmente diferentes: los conservadores tradicionales, los jefes tecnológicos neoliberales y los nacionalistas de MAGA».
Smith se aproxima más a los componentes estructurales del régimen de Trump, mientras que Marshall se centra sobre todo en su composición ideológica. Pero ambos destacan, con razón, la naturaleza inestable de las fuerzas que cimientan el gobierno de Trump. Estos elementos dispares tienden ahora en su mayoría en la misma dirección porque la administración está a la ofensiva contra los «enemigos» comunes: los inmigrantes, el «wokismo», los trabajadores federales y otros similares. Pero subyacen tensiones entre estos grupos. Y una recompensa política para uno de ellos podría perjudicar al otro. Ya hemos visto un presagio de esto en la lucha entre los nacionalistas de MAGA y los oligarcas tecnológicos sobre la cuestión de los visados para los trabajadores migrantes altamente calificados.
Entre 2020 y 2024, Trump logró ampliar su coalición electoral con la incorporación de nuevos grupos de votantes, como los seguidores antivacunas de RFK Jr., potenciados por la pandemia de COVID-19. La derecha MAGA incorporó estas fuerzas al bando de Trump. Una manera de conservar su apoyo fue ceder el liderazgo del Departamento de Salud y Servicios Humanos y de las agencias de salud pública del país a Kennedy y otros destacados opositores a las vacunas y a las políticas de la era del COVID. Trump no sabe nada de salud ni de ciencia, como lo demuestran sus divagaciones sobre la posibilidad de tomar hipoclorito de sodio contra el COVID o sobre la relación entre los analgésicos comunes y el autismo.
Pero, a pesar de que las políticas de su administración han desestabilizado la infraestructura de salud pública, Trump apoya a Kennedy. Uno podría pensar que las empresas y los oligarcas tecnológicos estarían en contra de este pensamiento anticientífico.
Debemos recordar que entidades como la red Koch y la industria de los combustibles fósiles, en alianza con los vendedores ambulantes de suplementos «lumpencapitalistas» (los vendedores de remedios milagrosos en línea del siglo XXI), financiaron gran parte de la campaña de oposición a las medidas de salud pública contra el COVID. La agenda «Make America Healthy Again» (Hagamos que Estados Unidos vuelva a estar en buena salud) de Kennedy, centrada en las opciones de salud y alimentación de las personas, se alinea con el enfoque neoliberal de «culpar a la víctima» para recortar el gasto social. ¿Por qué debería el Gobierno gastar dinero en la atención sanitaria de quienes toman malas decisiones sobre su propio estilo de vida?, se pregunta este enfoque darwinista social.
Por último, los oligarcas tecnológicos piensan que la inteligencia artificial (IA), en la que invierten miles de millones, podrá sustituir a los investigadores biomédicos, administrar los programas sociales y suplantar al personal sanitario calificado. Tienen como objetivo sacar provecho de todas esas «innovaciones». Así pues, desde un punto de vista, no tiene sentido que Estados Unidos destruya sus empresas de investigación biomédica. Pero para los multimillonarios tecnológicos que planean utilizar la IA para rehacer esas empresas, sí que tiene sentido.
Gran parte del apoyo masivo a Trump —el núcleo de aproximadamente un tercio del electorado que constituye la base incondicional del movimiento MAGA— tiene ideas religiosas muy autoritarias y antimodernas. Me viene a la memoria la observación de Trotsky sobre la Alemania de principios de la década de 1930: «Cien millones de personas utilizan la electricidad y siguen creyendo en el poder mágico de los signos y los exorcismos… Las estrellas de cine consultan a videntes. Los aviadores que manejan mecanismos prodigiosos creados por el genio del hombre llevan amuletos en sus pulóveres».
No se trata solamente de personas susceptibles de creer en las diversas teorías conspiracionistas promovidas por Trump y los influencers de MAGA, sino que también forman parte de la audiencia para diversos temas de «guerra cultural» que la derecha utiliza para conseguir apoyo. Aunque el Gobierno de Estados Unidos lleva mucho tiempo apoyando al Estado de Israel, el apoyo incondicional de la Administración Trump a la extrema derecha israelí coincide con el aumento de la influencia en el Partido Republicano de las organizaciones sionistas cristianas, que citan profecías bíblicas para apoyar al Estado judío.
Y luego está la mayor incógnita —y fuente de caos— del régimen de Trump: el propio Trump. Trump tiene ciertos compromisos fundamentales que ha defendido durante años, independientemente de si tienen sentido desde el punto de vista económico o político. A la cabeza de esta lista se encuentra su apoyo a una política económica mercantilista basada en los aranceles.
Más allá de un puñado de compromisos, que en su mayoría giran en torno a formas de aumentar su propio poder y llenarse los bolsillos, Trump es completamente voluble. Quizás esto forme parte de la voluntad de proyectar una imagen de «hombre fuerte», pero también puede dar lugar a una situación en la que, entre sus secuaces, «los cuchillos están listos para todos», como dijo el biógrafo de Trump, Michael Wolff.
El hecho de que gran parte de lo que hacen Trump y su administración no tenga sentido racional no los hace menos peligrosos. Y los liberales que piensan que las elecciones de mitad de mandato de 2026 o el final del mandato de Trump les devolverán a todos «la cordura» se engañan a sí mismos.
El declive imperial de Estados Unidos, la decadencia social y la corrupción impune en las altas esferas le han allanado el camino a la confederación de ignorantes y delincuentes que se han instalado en el gobierno estadounidense. Y quienes contribuyeron a allanarle el camino no nos van a sacar de él.
*Lance Selfa, autor de The Democrats: A Critical History (Haymarket, 2012) y editor de U.S. Politics in an Age of Uncertainty: Essays on a New Reality (Haymarket, 2017).