Siria – Bashar Al-Assad en la Cumbre de la Liga Árabe: «anatomía de un crimen». [Jamal Mansouros]

A l´encontre, 30-6-2023

Viento Sur, 9-6-2023

Traducción de Faustino Eguberri

Correspondencia de Prensa, 10-6-2023

No cabe duda de que, como sirios, en los últimos doce años se han puesto a prueba nuestras capacidades individuales y colectivas para la paciencia, la tolerancia, para soportar los “traumas” y otros choques psicológicos, y para vivir horrores y desgracias que van desde la experiencia de ser sometidos a la violencia sistemática del régimen de Assad contra la gente en las concentraciones y manifestaciones pacíficas de los primeros meses de la revolución en 2011, a tener que hacer frente a las consecuencias de la guerra total en sociedades enteras, a entrar en el infierno de la experiencia de ser desarraigado del propio hogar, a tener que soportar las cargas del desplazamiento y el asilo, con su parte de humillación en los países hermanos árabes y de dificultades entre nuestros hermanos extranjeros, a ir haciéndonos a la idea de que nuestra ruina no solo era colosal, sino que sería duradera, si no eterna.

Todo esto lo hemos vivido y lo seguimos viviendo cada día en nuestro exilio, tanto dentro como fuera de Siria, afrontándolo con mayor o menor éxito.

Ninguno de nosotros se ha librado de las nuevas dificultades que se han añadido a las pruebas de nuestro destino como sirios, paciencia y resistencia. ¡Nuestros queridos hermanos de la Liga Árabe, han decidido, con la generosidad que les es propia, no participar! El afán y la prisa de los representantes oficiales de los regímenes árabes por «pasar la página del pasado» y «devolver a Siria al redil árabe» fue su regalo para millones de sirios y árabes. Terminaron con la bienvenida de Bashar Al Assad [el 18 de mayo], poniendo fin a su aislamiento casi total, 12 años después de la decisión de congelar la pertenencia de Siria a la Liga Árabe.

¿Cuáles son las razones que han llevado al sistema oficial árabe a montar esta particular representación? ¿Por qué la exagerada hospitalidad y el énfasis en el regreso de Assad entre sus «hermanos» autocráticos? ¿Hay algún mensaje detrás de esta escena? ¿A quién se dirigen exactamente estos mensajes y qué significan para nosotros, ciudadanos sirios y árabes?

El primer terremoto: la «Primavera Árabe» y la ruptura

Mucha agua ha corrido bajo muchos puentes en Siria y en la región, tras el desborde de la ira y la frustración de las masas árabes expresado en las manifestaciones pacíficas de la «Primavera Árabe». Lo que comenzó como revoluciones pacíficas de masas abrió las puertas a amplias franjas de las sociedades árabes a la esperanza de recuperar el control de su destino, cambiar la gobernanza autoritaria e impenetrable que habían soportado durante décadas y mejorar la gestión de sus condiciones de vida. Pero estas revoluciones se ahogaron rápidamente y fueron engullidas por las arenas movedizas de la violencia máxima utilizada por los regímenes autoritarios, por intervenciones externas que complicaron la ya compleja situación y por contrarrevoluciones que reinstalaron estructuras autoritarias peores que aquellas contra las que el pueblo se había rebelado inicialmente.

Ninguno de los países implicados en las revoluciones árabes ha tenido peor destino que Siria. El régimen de Assad ha atrapado a la sociedad siria desde dentro y ha encendido la mecha alimentando y exacerbando las disputas entre grupos sectarios y regionales, bombardeándola (literal y figuradamente) con barriles de explosivos y armas de destrucción masiva prohibidas por todas las legislaciones. El catastrófico balance que el mundo reconoce ahora y que como sirios conocemos es: entre 306.000 y 580.000 mártires y muertos, más de 5,3 millones de refugiadas y refugiados registrados oficialmente en el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), unos 6,9 millones de desplazados internos y 14,6 millones de ciudadanos dentro de las fronteras de Siria necesitados de ayuda humanitaria, según cifras de la Oficina de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA).

Todo ello sin contar los tan patentes daños materiales causados al sistema económico sirio, destruido directa y deliberadamente por las manos del régimen y sus aliados. Iraníes y rusos en primera instancia, pero también por las manos del resto de beligerantes que operan en suelo sirio. Hay, por tanto, alrededor de 110.000 edificios dañados (según estimaciones de 2017) por esta guerra criminal, de los cuales el 27,7% han sido completamente destruidos, mientras que el 35,3% han quedado totalmente dañados (quedando inutilizados). Aunque el coste de la reconstrucción de lo destruido desde 2012 hasta hoy es objeto de desacuerdo entre observadores y especialistas, todos coinciden en su magnitud. El coste de la reconstrucción oscila entre proyecciones «optimistas» de 400.000 millones de dólares y otras más sombrías (y más realistas, en mi opinión) de la friolera de 1.200.000 millones de dólares. Es decir, ¡entre 9 y 27 veces el PIB de Siria en 2012!

Hasta principios de este año, el consenso reflejaba el consenso oficial árabe, que responsabilizaba al régimen sirio de las trágicas situaciones que ha vivido el país en la última década. Desde las declaraciones del ministro de Asuntos Exteriores de EAU, Abdullah bin Zayed, en la conferencia «Amigos de Siria» celebrada en París en 2012, en las que se quejaba de que «el régimen sirio se burla de la comunidad internacional», hasta las del representante de Arabia Saudí ante las Naciones Unidas, Abdullah Al-Mouallimi, y su famoso discurso «No les creáis», la postura oficial árabe ha seguido siendo abiertamente negativa hacia el régimen de Assad y hostil a cualquier posibilidad de acercamiento, negociación o coordinación con él.

La línea de fractura: desavenencias con Washington y acercamiento a Moscú y Pekín

La posición oficial árabe hacia el régimen comenzó a resquebrajarse al final de la era Obama en 2015. La ruptura entre la tradicional alianza de los Estados del Golfo, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos en particular, por un lado, y Washington, por otro, comenzó a hacerse evidente en ese momento. Los países árabes acusaron a Washington de sacrificar sus compromisos tradicionales en aras de su acuerdo nuclear con Irán, sobre todo en lo relativo a la expansión regional de Irán en Yemen y Siria. Su enfado con Washington llegó a tal punto que los líderes de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos boicotearon la cumbre de Camp David en mayo de 2015, y el rey saudí no recibió a Obama en su última visita a Arabia Saudí en 2016. A raíz de esta sacudida, ambos países sintieron la necesidad de buscar alternativas en sus relaciones regionales -y en su competencia entre sí y con Irán- por imperativos de hegemonía regional y seguridad.

No ha habido cambios significativos en sus relaciones, salvo en la forma, en la era de Trump, porque su enfoque «contractual» basado en el intercambio de beneficios y no en una alianza estratégica no ha tranquilizado a estos países. El encuentro público y el estilo provocador de las declaraciones de Trump sobre las inversiones saudíes por valor de unos 450.000 millones de dólares, durante la visita del príncipe heredero saudí, expresaron sin tapujos el cambio y el deterioro de las relaciones. Y esta tendencia continúa con la actual administración Biden. Durante su campaña electoral y al inicio de su mandato, éste se comprometió a «castigar a la administración saudí» por las violaciones de los derechos humanos en Yemen y el asesinato de Jamal Khashoggi [en octubre de 2018 en el consulado saudí de Estambul]. Pero rápidamente se retractó de sus amenazas.

Sin embargo, el daño a las relaciones ya estaba hecho y obligó tanto a Arabia Saudí como a Emiratos Árabes Unidos a realizar importantes revisiones de sus estrategias en relación con las cuestiones regionales, la más importante de las cuales es Siria.

Los dirigentes de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos ven la situación regional a través del prisma de las oportunidades limitadas en el tiempo por el fin de su etapa petrolera. Esto se debe a que cada uno de ellos está tratando de diversificar sus fuentes de ingresos, ampliar el marco de su economía y reforzar su liderazgo en la región en previsión del agotamiento de su riqueza petrolera, como indica claramente el programa saudí «Visión 2030», por ejemplo.

Arabia Saudí, bajo el liderazgo del príncipe heredero Mohammed bin Salmane, pretende asumir el liderazgo en el mundo árabe y contener a otros pretendientes (en particular, Emiratos y Qatar) bajo el manto de una creciente hegemonía saudí. Esto explica las rápidas permutaciones en las políticas internas y externas de Arabia Saudí, que pueden deducirse de cambios estructurales en la gestión de varios asuntos. En lugar de la tradicional dependencia de Estados Unidos, se está produciendo un acercamiento acelerado a Rusia y China en varios niveles, el más importante de los cuales es económico y político.

Por parte saudí frente a Rusia, el acuerdo (en el marco de «OPEP Plus» -13 países de la OPEP más otros 10 países-) mantiene las tasas de producción de petróleo sin aumentarlas, frente al deseo declarado de Estados Unidos de aumentar la producción y reducir los precios para apoyar los esfuerzos por controlar la inflación. La posición saudí como mediadora entre Rusia y Ucrania, y entre Rusia y ciertos círculos occidentales durante la guerra ruso-ucraniana, muestra una neutralidad más próxima a los intereses de Rusia que a los de Occidente y Estados Unidos.

Todo ello se ha reflejado también en la posición de Arabia Saudí en la cuestión siria, en la que Rusia ha jugado un papel protagonista desde 2015 pues, poco a poco, Arabia Saudí ha ido frenando su campaña mediática contra el régimen, hasta llegar al momento actual. En cuanto a China, el ritmo de mejora de las relaciones entre Riad y Pekín se ha acelerado hasta culminar con la visita del presidente chino, Xi Jinping, durante la cual se firmaron acuerdos por valor de 30.000 millones de dólares bajo el título «Alinear la Iniciativa Nueva Ruta de la Seda [de China] con la Visión 2030 [de Arabia Saudí]». Uno de los resultados fue la reciente firma del acuerdo de tregua entre Arabia Saudí e Irán en Pekín, bajo el patrocinio abierto de China, que es considerado como un golpe contra Estados Unidos.

El segundo terremoto: «abstinencia», luego «coqueteo», después «encuentro»

Estos dos caminos, el del debilitamiento de las relaciones árabes con Washington y el de la «apertura» a Rusia y China, han afectado a la posición árabe respecto al régimen sirio. Todo esto, junto con el fracaso de la revolución y la consiguiente guerra sobre el terreno en Siria, ha acabado por abrir a los países árabes diferentes opciones. La intervención de Rusia en 2015 modificó la correlación de fuerzas sobre el terreno en Siria a favor de consolidar la posición del régimen, para después devolverle la iniciativa y eliminar los focos de resistencia más peligrosos para él (Alepo en 2016, luego Ghouta en 2018). Esto ha llevado a muchos regímenes regionales a reconsiderar sus alianzas en Siria, desandando el camino recorrido para dirigirse al restablecimiento de relaciones con el régimen de Assad.

Emiratos Árabes Unidos fue el primero en iniciar la reapertura de su embajada en Damasco, y Bahréin le siguió rápidamente a finales de 2018. Sin embargo, estas dos iniciativas se limitaron a un frío reconocimiento diplomático y a algunas formalidades, sin una verdadera normalización de las relaciones. La espada de la objeción estadounidense y sus sanciones permanecieron inalteradas. Además, el régimen de Assad seguía siendo «tóxico» y las sanciones contra él intocables por dos razones principales: su crueldad criminal en Siria y su hostilidad verbal y real contra los Estados árabes durante la guerra, y la intromisión de Irán en todo el funcionamiento del régimen en Siria. El régimen era considerado como parte del «paquete» de las relaciones con Irán. Los acercamientos a él estaban vinculados a los acontecimientos que atravesaban un periodo muy difícil, en particular la retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear [en mayo de 2018], el asesinato de Qassem Soleimani [comandante de la Fuerza Al-Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica en enero de 2020] y la escalada que siguió. Parecía que Irán podría tener que pagar un precio por Siria, lo que en particular impulsó a Arabia Saudí a tomar medidas severas contra el régimen sirio. Las relaciones siguieron siendo tibias, limitadas y circunscritas a Bahréin y Emiratos debido a un claro «veto» saudí contra la rehabilitación del régimen. No es ningún secreto que existe una competencia entre Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos por asumir el papel regional más importante, a pesar de la existencia de intereses comunes y de coordinación a varios niveles entre ellos.

Sin embargo, parece que la guerra de Rusia contra Ucrania, en particular su impacto en la posición de Rusia en Siria, y la expansión de Irán a pesar de sus factores internos de debilidad tras los movimientos y protestas populares y el prolongado impacto de las sanciones en su economía, han vuelto a cambiar la dirección de la aguja de la brújula.

Así, Al-Assad visitó los Emiratos [en marzo de 2022] en un momento simbólico que no parecía haber sido dejado al azar (el undécimo aniversario de la revolución siria), aunque en apariencia parecía una simple «visita de trabajo». Era una señal de que su aislamiento estaba llegando a su fin.

Arabia Saudí, por su parte, parece haber aplicado seriamente su decisión de 2022 de poner fin a la fase de tensión con Irán, con el objetivo de garantizar su seguridad regional y detener su hemorragia material y de seguridad en Yemen, su punto débil. Parece que la evaluación estratégica de Arabia Saudí se basa en aceptar la pérdida de sus posiciones tanto en Siria como en Líbano ante la influencia iraní, a cambio del abandono iraní de Yemen. El objetivo sería comprar un «respiro» que permita la puesta en marcha de los programas «Visión 2030» y la formación de una esfera de influencia económica saudí que, en el futuro, le otorgara una fuerza e influencia que cambiaría el equilibrio de poder frente a Irán, destrozado económicamente por años de severas sanciones internacionales y una desastrosa gestión de sus recursos. Así, la cuestión del regreso de Siria al «redil árabe» comenzó a debatirse tímidamente en los medios de comunicación árabes (y en Arabia Saudí en particular).

Sin embargo, el año 2023 comenzó con un sorprendente movimiento emiratí, cuando el ministro de Asuntos Exteriores emiratí, Abdullah bin Zayed, realizó una visita oficial a Damasco, donde se reunió con el líder del régimen. Parece que los «sensores» emiratíes percibieron la intensificación de los contactos entre Arabia Saudí e Irán, y quisieron tomar la iniciativa de enviar señales positivas a Irán, normalizando la situación del régimen de Assad en Siria.

Un mes después de esta visita, se produjo un terremoto en el noroeste de Siria y el sur de Turquía, lo que dio a los tímidos esfuerzos de normalización un aumento de audacia y publicidad, acelerándose su ritmo: Al-Assad no tardó en visitar el Sultanato de Omán y luego los Emiratos, donde se le ofreció una recepción oficial caracterizada por una «ovación» y ¡el disparo de veintiún cañonazos de bienvenida!

A estas visitas siguieron rápidamente delegaciones que acudieron en masa a Siria, acelerando el ritmo de las conversaciones sobre la necesidad de «poner fin al distanciamiento» y «devolver las aguas a su cauce», que culminaron con la visita del ministro saudí de Asuntos Exteriores, Faisal bin Farhan, a Damasco el 18 de abril de 2023. Esta visita marcó el regreso del régimen sirio como régimen oficial árabe, como vimos en la cumbre de Jeddah [en mayo], bajo el pretexto mediático de la necesidad de las consideraciones humanitarias impuestas por el terremoto, la «ayuda al hermano pueblo sirio» y otros pretextos.

«¡Los tiranos de la tierra son hermanos!

Todo esto podría haber sido comprensible y estar justificado por consideraciones de seguridad regional, pragmatismo político, necesidades de desarrollo económico o similares. Los hechos sobre el terreno indican que el régimen de Assad ha conseguido aferrarse al poder a toda costa, sacrificando todo lo que era valioso: abandonando la independencia y la soberanía nacional – haciéndose completamente dependiente de las agendas de sus dos principales patrocinadores, Rusia e Irán – fragmentando sectaria y regionalmente la sociedad siria, pero también dinamitando el país en sentido real y metafórico, haciendo gala de una crueldad criminal, utilizando armas químicas en su guerra contra sus ciudadanos, recurriendo a la economía de la droga para acumular riqueza y compensar el déficit financiero causado por su guerra contra las y los sirios. Pero la realidad es que ha conseguido aferrarse al poder y ha seguido siendo un actor para cualquiera que quiera tratar la cuestión siria de alguna manera.

Sin embargo, sigue estando más que claro que los crímenes cometidos por el régimen de Assad, de los que los medios oficiales de los «hermanos» árabes llevan una década informando con todo lujo de detalles, siguen siendo condenados.

Esto plantea la pregunta: ¿era inevitable esta hospitalidad y celebración del régimen? ¿Se debió a una forma de «pragmatismo»? ¿Era necesario acoger de este modo al régimen en un organismo oficial como éste, a pesar de todas las observaciones sobre la marginalidad de su impacto real? ¿Cuál era el mensaje de esta puesta en escena y a quién iba dirigida? Habría sido posible entender este regreso si se hubiera orquestado de forma apagada o tímida, por ejemplo, y se hubiera justificado por las necesidades pragmáticas del momento con el envío de un mensaje simbólico que declarara: «Sabemos que es un criminal, pero estamos obligados a ocuparnos de él».

En cambio, el verdadero mensaje simbólico desde el escenario de la Cumbre Árabe iba dirigido principalmente a los pueblos árabes: «Vuestra Primavera Árabe ha sido enterrada de una vez por todas. Hemos retrocedido en el tiempo. Os gobernaremos pase lo que pase. Incluso los que cometen crímenes, como Bashar al-Assad, tienen un lugar entre nosotros. Este es nuestro club, el club de los líderes absolutos. No estamos de acuerdo entre nosotros, nos peleamos, queremos que caigan los demás. Pero al final del día, somos solidarios entre nosotros y somos interdependientes, porque nuestros intereses son más importantes que cualquier otra consideración».1 no se basó en principios, valores o derechos humanos. Se debió a diferencias personales entre él y ciertos dirigentes árabes. (France Culture, 18 de mayo de 2023)]

Este mensaje es como la mutilación simbólica de un cadáver, una profanación, un acto que parece sacado directamente de las prácticas del régimen de Assad, tal y como se conoce por los famosos «documentos de César». La transmisión de este mensaje fue lo más importante de la cumbre, porque, como siempre, las cumbres árabes no conducen a ninguna decisión.

Este mensaje es como una mutilación simbólica de un cadáver, una profanación, un acto que parece salido directamente de las prácticas del régimen de Assad tal como se conocen por los famosos «documentos de César». Transmitir este mensaje fue lo más importante que salió de la cumbre porque, como siempre, las cumbres árabes no dan lugar a ninguna decisión significativa o valiosa. Sí, la «primavera árabe» ha terminado, pero este regreso victorioso de un criminal de guerra al seno de sus «hermanos», insultando en el proceso la sangre de cientos de miles de sus conciudadanos, nos enseña que como pueblos nos enfrentamos a una larga batalla por nuestros derechos más básicos contra una casta que se aferra al poder a toda costa. Y que debemos aprender de esta casta permanecer unidos y ser solidarios entre nosotros al levantarnos contra ellos, igual que hacen ellos cuando se enfrentan a nosotros.

Nota

  1. Salam Kawikibi, director del CAREP (Centro Árabe de Investigación y Estudios Políticos), resumió así el significado de la reintegración de Siria en la Liga Árabe: «Los regímenes que se parecen por fin se están uniendo. Los regímenes que acogen a Assad no son muy diferentes de él, son igual de implacables contra sus poblaciones. Han asesinado a sus periodistas con motosierras en el caso de Arabia Saudí, han aplastado revueltas populares pacíficas como en Argelia, tienen más de 60.000 presos políticos como en Egipto, financian todas las contrarrevoluciones árabes… Así que Assad se encuentra en un entorno muy amistoso, muy receptivo a sus ideas. Su salida [de la Liga Árabe