A l’encontre, 13-5-2021
Traducción de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa, 17-5-2021
El 1° de mayo de este año de 2021 fue una ocasión para poner de relieve los desafíos y las amenazas a las que se enfrenta la clase trabajadora griega. El 1° de mayo coincidió con la Pascua griega ortodoxa. Eso, junto con los obstáculos del confinamiento y el miedo provocado por la pandemia de Covid que aún asola el país, hace más difícil la participación masiva.
La Confederación General de Trabajadores de Griegos (GSEE), la principal confederación sindical del sector privado, está dominada por una alianza de social liberales (el sector más derechista de los restos socialdemócratas del PASOK) y sindicalistas del partido de derecha (Nueva Democracia). La Confederación se pliega a las políticas del gobierno y a los memorandos de austeridad, lo que ha provocado un desmoronamiento total de su credibilidad así como de la cantidad de afiliados. Como lo señala el Partido Comunista en sus documentos previos al congreso, la afiliación sindical en el sector privado se ha reducido hasta alcanzar mínimos históricos. Este año, la GSEE convocó a una “huelga” virtual por el Día de los Trabajadores, el 4 de mayo (durante las vacaciones de Semana Santa), sin animarse siquiera a realizar un acto público.
Comparada con esta evolución de la GSEE, la situación aparece más favorable en la principal organización sindical de los trabajadores del sector público (ADEDY). El porcentaje de sindicalización de los trabajadores del sector público es más alto que el del sector privado. En el sector público (que incluye los sectores de la salud y de la educación) la afiliación sindical sigue siendo bastante elevada, lo que ha obligado a ADEDY a adoptar una posición más combativa e independiente frente a las políticas gubernamentales.
La ADEDY, así como algunos sindicatos locales del sector privado que han tomado distancias con respecto a la GSEE (entre ellos el poderoso Centro de Trabajadores de Atenas-EKA, que incluye a los sindicatos de la Gran Atenas), decidieron celebrar el Día de los Trabajadores declarando una huelga efectiva el 6 de mayo y convocando a concentraciones en Atenas, Tesalónica y algunas ciudades importantes de Grecia.
La mayoría de los participantes era, en realidad, gente de izquierda: miembros del Partido Comunista, de las fuerzas de la izquierda radical y anticapitalista y (por primera vez desde hace mucho tiempo) una parte de Syriza.
Más allá de la pandemia y de las dificultades objetivas que existen para una movilización masiva, la cantidad de manifestantes fue mayor que lo esperado. Fue una demostración de fuerza con capacidad para mantener y organizar una resistencia más amplia. Esa participación es el resultado de una creciente conciencia sobre los peligros a los que se enfrenta nuestra clase en el próximo período.
El gobierno de Kyriakos Mitsotakis -líder de la corriente ultra neoliberal que controla actualmente Nueva Democracia, el partido tradicional de la derecha- prepara una gran contrarreforma de las relaciones laborales, que amenaza con barrer las conquistas logradas por las grandes luchas obreras durante la “Metapolitefsi”, es decir, los años militantes posteriores a la caída de la dictadura militar en 1974.
El proyecto de ley redactado por Kostis Hadjidakis (ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, miembro de Nueva Democracia) suprime la jornada laboral de 8 horas y permite que los empresarios rechacen el pago de horas extras. Institucionaliza los “contratos individuales” entre el trabajador y el empresario, anulando esencialmente el efecto de los convenios colectivos. Dificulta la declaración de huelga en todos los lugares de trabajo y sobre todo, en el sector público (hospitales, escuelas, transportes, etc.), donde introduce la cláusula de “responsabilidad social”, la que implica la garantía de servicios mínimos (obligación de trabajar) para hasta el 40% de los empleados según el sector, como la salud, por ejemplo. También permite los despidos masivos y exonera a los empresarios de cualquier obligación y responsabilidad.
Se trata de una amenaza grave sobre las relaciones laborales, es decir, en la situación concreta a la que se enfrentará la clase obrera en su vida diaria y en sus luchas inmediatas.
Muchos aspectos de esos cambios reaccionarios, de una u otra manera, ya son aplicados en la práctica. Tal es el resultado de los tres memorandos -los brutales acuerdos firmados por los capitalistas griegos, la UE y el FMI- durante la última crisis. Y lamentablemente, en ello se incluyen las decisiones del gobierno de Syriza. Cuando Alexis Tsipras entregó el gobierno a Mitsotakis en 2019, el salario medio real de un trabajador había sido recortado en un 30% en comparación con 2009; el trabajo precario era endémico (en 2016 y 2017, bajo el gobierno de Syriza, los empleos “temporales” pasaron a ser mayoritarios, por primera vez, en los nuevos puestos de trabajo creados durante ese período), mientras que el desempleo volvía a aumentar. En la actualidad, el desempleo oficial se sitúa en torno al 19%. Los sindicatos, por su parte, estiman que el desempleo real supera el 25% de la población activa y es aún mayor entre los jóvenes.
Mitsotakis se basa en la situación anterior a su llegada al poder. Aprovecha la pandemia como una oportunidad. Utiliza las responsabilidades de Tsipras para desacreditar cualquier noción de resistencia de la izquierda y de la clase obrera, para imponer un viraje reaccionario generalizado, una reformulación desfavorable de las relaciones de fuerzas entre el capital y el trabajo en Grecia. Pero no sólo debe afrontar las movilizaciones que la izquierda logra construir (como ha quedado demostrado en el pasado), la clase dominante también se enfrenta a otros problemas y amenazas importantes.
Contradicciones y amenazas
Parece que soplan vientos de optimismo en el mundo del capital. Los medios de comunicación reiteran el eslogan “Es el momento”. Ese optimismo -no tan fundado como parece- se basa en la suposición de que la economía está a punto de “despegar” y en la anticipación de la llegada de los fondos europeos de ayuda financiera. La prensa nos muestra a los principales actores de la clase dirigente inmersos en una orgía de “proyectos de inversión” para aprovechar las oportunidades.

Pero la realidad es mucho más compleja. Los fondos europeos de 2021 van a llegar a 4.000 millones de euros. Esa suma, destinada exclusivamente a apoyar a las empresas grandes y dinámicas (energía, telecomunicaciones, digitales, grandes obras, etc.), es sin lugar a dudas significativa. Pero hay que confrontarlas con otras cifras. Por ejemplo, en el turismo -que, junto con el transporte marítimo, es la “locomotora” de la economía griega- el escenario más optimista prevé que los ingresos de este año representen alrededor del 40% de los de 2019. Pero a condición de que la pandemia pueda ser controlada antes del comienzo del verano, lo que los epidemiólogos consideran poco probable…
En cuanto a las posibilidades de un “despegue” del crecimiento económico, recordemos que, según las previsiones anteriores, ese fenómeno ya debería estar en marcha y que por ahora no es más que un deseo. Además, el conjunto de los indicadores no son tan optimistas.
La recesión de 2020 fue mucho más profunda de lo previsto (más del 10%) y el Banco de Grecia reduce sus estimaciones de crecimiento para 2021 al 3,1%, contrariamente al 4,6% previsto en el presupuesto anual del Gobierno.
En los debates públicos sobre economía, los “analistas reconocidos” ocultan, en general, la cuestión de la deuda. Hoy, tras diez años de austeridad extrema debida a la exigencia de reembolso, la deuda pública alcanza los 341.000 millones de euros o sea, ¡el 205% del PIB! A esto hay que añadir la deuda privada, que no es nada despreciable: más de 242.000 millones de euros, pero son sobre todo las empresas (y en menor medida los hogares) las que deben impuestos atrasados y cotizaciones a la seguridad social por valor de 145.000 millones de euros. Grecia sigue siendo un país sobreendeudado.
Evagelos Venizelos -uno de los representantes más sofisticados políticamente de la clase dirigente, que fuera dirigente del Pasok cuando codirigió el gobierno con el ex líder de extrema derecha de Nueva Democracia, Antonis Samaras, durante el segundo memorándum- resumió así las tareas que hay por delante: “Tenemos que prepararnos para nuevas desigualdades en la UE, para una nueva negociación del marco fiscal y sobre todo, para la reestructuración post-pandémica de la economía griega, con empresas en quiebra y empleos perdidos. Ese realismo cínico está más cerca de la realidad que el optimismo proclamado por Mitsotakis y los principales medios de comunicación.
Las perspectivas financieras y las enormes desigualdades sociales que saldrán a luz tras el confinamiento van a ser factores cruciales para la evolución futura, pero no serán los únicos. El enfrentamiento geopolítico con Turquía viene siendo un elemento central en los últimos años. En este contexto, el gobierno de Mitsotakis (que, en teoría, aboga por una estrategia de “Estado pequeño”) puso en marcha un ambicioso y costoso programa de armamento (compra de armas estadounidenses y francesas), un fortalecimiento importante del militarismo en muchos ámbitos de la vida social y política y un énfasis aún mayor en la “alianza estratégica” del país con Estados Unidos.
El aumento del potencial militar del Estado griego y la diplomacia agresiva para convertir la crisis de las relaciones entre EE.UU. y Turquía en una “ventaja griega” estaban vinculados a la famosa estrategia de los hidrocarburos. Existía la esperanza de que la posible extracción de gas natural de las profundidades del Mediterráneo oriental junto con una importante inversión multinacional para la creación del gasoducto “East Med” convirtieran a Grecia en un “centro energético” entre el este y la Unión Europea, un “El Dorado” moderno para el capitalismo griego.
Pero esa estrategia extractivista va siendo abandonada y cuestionada. Las grandes transnacionales se están “retirando” de los derechos de investigación-extracción-venta que antes reclamaban y obtenían (como la francesa Total y la italiana Eni en los “campos” marítimos y terrestres de Grecia Occidental). Los gobiernos de Israel, Egipto y Grecia, por su parte, dejan “filtrar” casi oficialmente a la prensa que están buscando otras alternativas menos costosas y más realistas al proyecto faraónico inicial del “East Med”.
Este ajuste forzado al realismo financiero, impuesto por los “mercados” internacionales, se combina con los dilemas diplomáticos provocados por el impulso de Turquía hacia el “diálogo” bajo los auspicios internacionales. El gobierno se enfrenta a decisiones estratégicas. ¿Es el momento de aceptar la oportunidad de obtener beneficios a través de las negociaciones que eventualmente llevarán a la Corte Internacional de Justicia de La Haya, o hay que seguir una política de rechazo firme de los reclamos turcos, en busca de una clara victoria contra Turquía en el Mediterráneo oriental, con el apoyo de EE.UU. y de la UE?
Este dilema establece líneas divisorias. Los “sabios prudentes” de todo el espectro político apoyan el recurso a la Corte Internacional de La Haya, pues consideran que un compromiso favorable con Turquía sería una solución positiva para el capitalismo griego. Pero no es un camino fácil políticamente, ya que varias décadas de retórica nacionalista han alentado expectativas maximalistas en la opinión pública. Dos antiguos dirigentes de Nueva Democracia, Antonis Samaras y Kostas Karamanlis, que guardaban “silencio” cuando se trataba de opinar sobre Mitsotakis, hicieron ya severas declaraciones advirtiendo que no están dispuestos a tolerar “compromisos en cuestiones relacionadas con los intereses de la nación”. La historia política griega demuestra que la cuestión explosiva del antagonismo greco-turco puede provocar potentes terremotos políticos capaces de conducir a la crisis a gobiernos aparentemente sólidos.
La evolución de las formaciones políticas
En este contexto se juegan los posibles acontecimientos políticos y las dinámicas de los partidos, al menos tal y como lo presentan las encuestas de opinión.
El partido Nueva Democracia mantiene la iniciativa política y el control de la situación. Pero su potencial se ha debilitado si lo comparamos con el de hace un año. La gestión de la pandemia y en particular la negativa rotunda a apoyar al servicio de salud pública en términos de personal y equipamiento, ha provocado desavenencias y una pérdida de apoyo popular. Si las elecciones tuvieran lugar hoy, Nueva Democracia saldría ganando, pero probablemente no tendría suficientes escaños para formar un gobierno por sí sola. Eso podría abrir un periodo de crisis política, una “italianización” de la vida política en busca de amplias alianzas gubernamentales o incluso de gobiernos tecnócratas (el jefe social-liberal del Banco de Grecia, Giannis Stournaras, no disimula su afán de convertirse en un Mario Draghi griego, si fuera necesario).
El primer ministro Mitsotakis optó por evitar las elecciones -por el momento- y mantiene una actitud “precipitada” sobre la economía y la imposición de contrarreformas neoliberales para aprovechar el reparto de los fondos europeos, aprovechar las debilidades políticas de Syriza y remodelar la corriente política dominante (que busca atraer a las fuerzas del “centro” liberal y a una parte de los socialdemócratas “degenerados”). Es una política que pretende renovar la hegemonía de su partido y la de su fracción dentro del mismo.
Todo queda supeditado a su capacidad para imponer las dos grandes contrarreformas que prometió: la reforma del derecho laboral y la privatización de la seguridad social. Dicha capacidad está sujeta a una condición: que la pérdida de vidas humanas debida a la pandemia se mantenga a niveles “políticamente asumibles”. En ese sentido, los próximos meses serán cruciales para configurar el equilibrio de poder social y político en Grecia.
El gobierno está debilitado, pero hay que señalar que Syriza no es capaz de reforzar su audiencia ni su base. En todos los sondeos de opinión, la diferencia de intención de voto entre Nueva Democracia y Syriza sigue siendo de dos dígitos. Por un lado, eso constituye un arma política en el arsenal de Mitsotakis. Pero también sirve de obstáculo para que el grupo dirigente que gira en torno a Alexis Tsipras concluya la mutación de Syriza en una “Alianza Progresista” insípida para volver al gobierno y que coloca en primera fila a los socialdemócratas que ya se incorporaron al partido de Alexis Tsipras. La sensación predominante de que una segunda derrota política sucesiva ante un rival político tan odiado como Mitsotakis es posible pesa mucho en los debates internos del partido, inmerso en un largo período pre congreso (la cuestión de la fecha del 3er congreso sigue abierta…).
De estos debates, surgen dos cuestiones centrales. En primer lugar, la cuestión de restablecer cierta “confianza” en la política del partido. La experiencia traumática de 2015 no ha desaparecido de la memoria de los miembros del partido. Syriza sigue siendo incapaz de presentar una autocrítica y una explicación algo convincente de su fracaso la “primera vez” -es decir, tras el victorioso referéndum del 5 de julio de 2015-, de dar una explicación convincente de que no volverá a haber “una segunda vez”, lo que es un obstáculo para los esfuerzos de Tsipras para construir una corriente política más o menos concreta y eficaz que se oponga a Mitsotakis.
Además de la definición de la política del partido como efectivamente arraigada en una “causa” estratégica, en una “narrativa” de izquierda que se presenta como un proyecto alternativo de cambio en la sociedad griega. La dirección del partido da, en los hechos, una respuesta políticamente incoherente, tanto en el discurso como en la práctica. Un día denuncia el neoliberalismo y al día siguiente vota en el parlamento una privatización emblemática, y contribuye a entregar escandalosamente una gran parte de la costa sur de la región del Ática (Elliniko) a una poderosa familia de banqueros y armadores, la familia Latsis [que se luce en Ginebra y en la Escuela Politécnica de Lausana -Suiza- con su fundación]. Un día exige el refuerzo de la sanidad pública y al día siguiente vota a favor de la compra de aviones de guerra franceses Rafale. Al final, esa táctica no produce el famoso resultado de “incluir a todos”, como ocurrió con los partidos socialdemócratas en el pasado. Al contrario, Syriza sigue acumulando pérdidas, tanto por la izquierda como por la derecha. El chantaje electoral -el sentimiento urgente de la necesidad de unir fuerzas contra Mitsotakis- sigue siendo posible para mantener un apoyo significativo en términos de votos para Syriza. Pero está más que claro que las políticas de Alexis Tsipras no son una defensa fiable para la población trabajadora contra los ataques de la derecha.
Dentro del Partido Comunista ha habido algunos avances considerables. El Comité Central está revisando ciertas orientaciones ideológicas, principalmente en relación con la historia del movimiento, adaptando ciertas posiciones que rompen con la tradición estalinista. Al mismo tiempo, en ciertos sectores y áreas, las fuerzas del PC aparecen más “abiertas”, al menos provisoriamente, a la perspectiva de la unidad de acción. Pero los documentos del comité central de cara al 21º congreso del partido no dan ninguna cabida al optimismo: en ellos se advierte que las “conquistas positivas en beneficio de la clase obrera” son imposibles hoy en día, que se podrán reclamar siempre y cuando aparezca una “situación revolucionaria”, cuando se pueda plantear la cuestión del “poder obrero”. En consecuencia, las tareas del partido son “mostrar resistencia” y “mantener su fuerza”, incluso si eso significa desestimar las demandas de un sector de la clase obrera tildándolas de “presiones pequeño-burguesas” para mejorar su situación aquí y ahora. Este marco “estratégico” indica que el Partido Comunista limita sus ambiciones a reproducir el apoyo electoral en torno al 5 a 7% y está decidido a mantener a sus miembros por fuera de las “aventuras” que intenten luchar contra la agresión capitalista aquí y ahora.
A la izquierda de Syriza y del PC, siguen existiendo fuerzas notables. Durante la pandemia, en las luchas en los hospitales, en las escuelas y universidades, las fuerzas de la izquierda radical y anticapitalista desempeñaron un papel eficaz entre los jóvenes. Pero siguen dispersas y afectadas por la derrota de 2015. Su crecimiento político y programático se fortalece cuando están “en movimiento”, es decir, en la organización de la resistencia social contra las políticas gubernamentales. Esa es la condición para que este “espacio” político pueda recuperar el derecho a intervenir efectivamente en la política nacional (y en las elecciones).
Los meses que vienen no serán para nada tranquilos en Grecia. La reforma laboral, la privatización de la seguridad social o la represión en las universidades van a encontrar resistencia. Se juega, entre otras cosas, el futuro de Mitsotakis y el curso de los futuros acontecimientos. Las fuerzas de la izquierda, que aparecieron fortalecidas el 1° de mayo de este año, habían sido capaces de organizar la resistencia en el pasado. Esta vez, las condiciones son más difíciles. Los cambios desfavorables en la vida de los trabajadores y en los lugares de trabajo hacen más difíciles las perspectivas de levantamientos espontáneos. Este retroceso debe ser compensado por esfuerzos serios y sistemáticos de las fuerzas organizadas de la izquierda. Esfuerzos en los que todo será juzgado, en los que todos seremos juzgados.