Fábrica de sillas para teatros y universidades en Saint-Astier (Dordoña), 2023. © Foto Romain Longieras / Hans Lucas vía AFP
Romaric Godin*
Mediapart, 5-12-2025
Traducción de Correspondencia de Prensa, 14-9-2025
La narrativa dominante trata de presentar a la economía francesa como una víctima inocente de la crisis política. En realidad, es la fuente de la inestabilidad política y de la profunda crisis democrática que atraviesa el país.
Para su primer informativo de las 20:00 horas del lunes 1 de septiembre, la periodista de (la televisión pública) France 2 Léa Salamé invitó a Michel-Édouard Leclerc. El magnate de la distribución (una de las mayores cadenas de supermercados, CdP) se lamentó de los efectos nefastos de «la incertidumbre política» sobre la economía. El 3 de septiembre, Thierry Cotillard, director de Intermarché (otra gran cadena de supermercados, CdP), se hizo eco de estas declaraciones en France Inter (Radio pública, CdP). El día anterior, Le Monde había entonado el mismo estribillo, al considerar que la inestabilidad política era una fuente de «debilitamiento» de la economía francesa.
Y estos son solo algunos ejemplos en medio de una montaña de temas similares. Porque la figura ya es clásica. Cada vez que el Gobierno se ve amenazado, se presenta a la economía como la víctima inocente de los reveses de la política francesa. Esta forma no es inocente: contribuye a construir una imagen en la que la política es una fuerza autónoma, independiente de la situación económica.
De este modo, las fuerzas económicas quedarían inmediatamente exentas de toda responsabilidad. Pero es un discurso extraño el que se lamenta de una posible «desaceleración» del crecimiento por motivos políticos, fingiendo ignorar que la desaceleración del crecimiento precedió a la crisis política.
Francia en plena crisis económica
Por otra parte, este discurso va acompañado constantemente de otro: el de una economía francesa «que no va tan mal». Sin embargo, en el primer semestre, el crecimiento solo fue del 0,5 %, con una contribución de los stocks, es decir, la producción no vendida, que aportó 1,1 puntos al PIB… Es lo que podríamos llamar un crecimiento en gran medida ficticio que, en algún momento, será compensado.
En realidad, basta con observar un gráfico de la evolución del PIB francés para comprender que el país tiende al estancamiento. Según el Banco Mundial, el PIB per cápita francés en dólares constantes y en paridad de poder adquisitivo aumentó un 8,59 % entre 2007 y 2024. Esto es 3,5 veces menos que el aumento de los diecisiete años anteriores, entre 1990 y 2007, que fue del 29,75 %.
Esta severa desaceleración vino acompañada de un deterioro de las ganancias de productividad: según el Banco de Francia, los aumentos de productividad calculados sobre la población en edad de trabajar pasaron de una media del 1,5 % entre 1998 y 2007 al 0,4 % entre 2019 y 2023.

Por lo tanto, el discurso dominante invierte la realidad. La crisis política francesa no puede entenderse independientemente de las condiciones de lo que constituye el movimiento fundamental que organiza las sociedades capitalistas: la acumulación de capital. La desaceleración de esta acumulación conduce a perturbaciones que, necesariamente, tienen repercusiones políticas.
El país, al igual que el resto de la economía mundial, nunca se ha recuperado de la crisis de 2007-2008. Ahora que la «torta» crece cada vez más lentamente, la lucha por repartirla es necesariamente más reñida. Durante la década de 2010, las políticas monetarias y la radicalización de las políticas neoliberales permitieron garantizar una redistribución favorable al capital. Los cambios de gobierno de esa época, en 2012 y 2017, fueron entonces puramente formales: la política que siguieron fue la del debilitamiento del mundo laboral (reformas del mercado de trabajo), el apoyo directo al capital (reformas fiscales de 2018) y la presión sobre el Estado social (salud, jubilación, desempleo).
Pero ni el crecimiento ni la productividad repuntan. La crisis sanitaria y sus consecuencias inflacionistas terminan por debilitar la capacidad de las economías para producir valor en el marco neoliberal, es decir, en el del mercado competitivo internacional. Dentro del capital, esta nueva etapa de la crisis conduce naturalmente a una fragmentación, según varias líneas.
La dependencia de las exportaciones
La primera línea de fractura es la dependencia del apoyo estatal. Como ha demostrado un estudio reciente, el Estado francés ya se había puesto en gran medida al servicio del capital durante los años neoliberales. A partir de la década de 1990 se organizaron transferencias masivas al sector privado. Pero a principios de la década de 2020, el movimiento se acelera y se amplía con grandes planes de reactivación y nuevas exoneraciones fiscales. Algunos sectores como la industria y el comercio se volvieron altamente dependientes de estas ayudas.
La segunda línea de fractura es la dependencia de las exportaciones. Algunos sectores, en el caso francés las grandes empresas, se benefician de su exposición en los mercados internacionales. Por lo tanto, no tienen ningún interés en una política de defensa del mercado interior. El director general de LVMH, Bernard Arnault, defendió el acuerdo comercial entre la Unión Europea y los Estados Unidos firmado a finales de julio, pero, al mismo tiempo, la competencia internacional debilita sectores enteros de la economía francesa que reclaman más protecciones.

La tercera línea de fractura es la capacidad de sustraerse a la competencia mediante el establecimiento de rentas. Estas rentas pueden adoptar diversas formas. Existen oligopolios clásicos, como en las finanzas, la distribución o la energía, pero también formas más modernas basadas en la suscripción, que permiten imponer una venta independientemente del consumo real de bienes y servicios. La existencia de estos sectores se hizo evidente con la inflación de los años 2022-2024, causada principalmente por el aumento de los beneficios en determinados sectores.
La realidad es aún más compleja de lo que aquí se describe, pero, en general, la fragmentación de los intereses del capital es un fenómeno clásico en caso de crisis estructural del capitalismo. En su obra sobre la crisis económica alemana de los años treinta, Ökonomie und Klassenstruktur des deutschen Faschismus (Suhrkamp, 1973, que será publicada próximamente en francés con el título Industrie et national-socialisme en la editorial La Tempête), el filósofo e historiador alemán Alfred Sohn-Rethel describe cómo la crisis de 1929 había llevado a la fragmentación de la economía alemana en dos bandos: el bando monopolista favorable a la autarquía, al que denomina «bando de Harzburg»,por el nombre de la alianza entre los nazis y los conservadores, y el bando exportador, al que denomina «bando de Brüning», por el nombre del canciller partidario de la austeridad que gobernó entre 1930 y 1932.

En la Francia de los años 2020 se produce un fenómeno similar, pero la cuestión central es el presupuesto del Estado. Este último debe apoyar masivamente a sectores enteros, mientras que el fin del apoyo de los bancos centrales a los mercados lleva al sector financiero a pedir garantías a los Estados para asegurar sus rentas. Globalmente, los sectores rentistas piden que se reduzca el papel del Estado porque pretenden sustituirlo y hacen de la reducción de impuestos su prioridad.
Por lo tanto, es inevitable que se produzca un conflicto en torno al presupuesto dentro del capital. En términos generales, el sector financiero exige una rápida reducción del déficit para garantizar sus activos, mientras que varios sectores, desde el comercio hasta la industria, exigen que se mantengan las ayudas masivas. Para la economía francesa, esta contradicción es muy peligrosa. El modelo económico francés se basa en dos polos opuestos: una delgada capa de «campeones» de la exportación y una profunda financiarización. Son precisamente estos polos los que se enfrentan en materia presupuestaria.
La estrategia unitaria del capital
Para conservar su posición de defensores del sector del capital, los antiguos neoliberales, es decir, lo que los observadores políticos han denominado el «bloque central», intentan mantener a toda costa la coherencia interna del capitalismo francés. Se trata, por otra parte, de una diferencia notable con respecto a la estrategia de Brüning, quien, entre 1930 y 1932, asumió, en su política de apoyo a los exportadores, el conflicto interno del capital. Excepto que, en la Francia de 2020, son los dos sectores que antes apoyaban al canciller los que ahora se encuentran en oposición.
Esta coherencia interna del capital puede basarse entonces en la continuación de la lógica neoliberal, es decir, en el ajuste del mundo laboral y del Estado social a las necesidades del capital. El acuerdo propuesto es, por lo tanto, sencillo: se mantiene la transferencia de fondos del Estado al sector privado, al tiempo que se reduce el déficit mediante una contribución creciente del trabajo y los servicios públicos. En resumen, se trata de una austeridad dirigida al trabajo, enemigo común de los dos bandos opuestos del capital.
Es sobre este principio que han sido elaborado los presupuestos desde 2022. Y es también por esta razón que la situación presupuestaria se ha deteriorado. De hecho, esta política no tiene como objetivo aumentar los ingresos fiscales o el crecimiento, sino mantener a flote una parte del capitalismo francés. Alfred Sohn-Rethel resumía este tipo de política con la siguiente fórmula: se trata de gestionar una economía en ruinas perpetuándola en ese estado.
En estas condiciones, el déficit público no puede sino seguir siendo muy elevado y el «rendimiento» del gasto público, es decir, su impacto en el crecimiento, debe seguir siendo muy bajo. Pero, a partir de ahí, esta gestión de la ruina despliega su propia lógica: con el paso del tiempo, la presión para reducir el déficit mediante la destrucción del Estado social no puede sino aumentar. Y cuanto más se destruyen los hospitales, las escuelas, los transportes y el seguro de desempleo, más lejos hay que ir.
Sin embargo, paralelamente, la situación de los hogares no deja de deteriorarse, lo que hace insostenible la presión de esta política. Las desigualdades se acentúan, la pobreza aumenta y los salarios se estancan. Según la Dares y el INSEE, los salarios nominales aumentaron un 13 % entre marzo de 2021 y marzo de 2025, es decir, un poco menos que los precios durante el mismo periodo (+ 13,7 %). En cuatro años, la remuneración real de los trabajadores se ha estancado aproximadamente. Pero, en realidad, esto significa que, desde hace cuatro años, su nivel de vida se ha deteriorado.
En términos muy concretos, los hogares, y en particular los más modestos, son las principales víctimas del estancamiento de la economía francesa. Si el PIB se estanca y es necesario seguir apoyando, a través del Estado, la tasa de rendimiento del capital, la consecuencia inevitable es que la mayoría de la población vea reducida su parte de la torta. A este respecto, cabe recordar que el INSEE destacó en 2021 la importancia del acceso a los servicios públicos y a la seguridad social para reducir las desigualdades reales en el país. Atacarlos de frente es, por tanto, librar una guerra social en nombre del capital.
El callejón sin salida del «bloque central»
Lógicamente, la estrategia unitaria del capital del «bloque central» es extremadamente impopular. En el mejor de los casos, solo reúne a un tercio del electorado y, con el paso del tiempo y el despliegue de esta lógica, esa proporción va disminuyendo. El mantenimiento en el poder del «bloque central» se basa entonces únicamente en la división insuperable de las oposiciones entre la izquierda y la extrema derecha. Pero se trata de un poder que ya no tiene una base democrática sólida.
Es precisamente por esta razón que, desde 2022, ha perdido toda posibilidad de obtener una mayoría en la Asamblea Nacional y que, por lo tanto, los presupuestos deben aprobarse por la fuerza desde entonces. Ya sea mediante el 49-3 (artículo constitucional que permite aprobar leyes sin voto de los parlamentarios. CdP), como en 2022 y 2023, o tras una moción de censura para el presupuesto de este año.
Esta situación conduce inevitablemente a una crisis democrática. El régimen institucional es incapaz de regular la realización política de la crisis económica, es decir, la oposición radical entre la estrategia de unidad del capital y los deseos de la población. El «bloque central» es incapaz de gestionar tal oposición, ya que su prioridad sigue siendo la unidad del capital.
Cualquier reducción de las ayudas a las empresas, cualquier cuestionamiento de las reformas fiscales de 2018 o cualquier renuncia a reducir el presupuesto podrían satisfacer en parte la demanda democrática, pero provocarían una fragmentación interna del capital que debilitaría el modelo económico del país y la función social del «bloque central». También por esta razón es imposible cualquier compromiso real con la izquierda. En cuanto a la extrema derecha, ésta se presenta, como veremos, como una alternativa al «bloque central» para el capital.
Por lo tanto, el estancamiento es total. En este contexto, la estrategia de François Bayrou es comprensible, pero es irrisoria. La dramatización de la deuda pública, reduciéndola a los efectos del gasto social, permite encontrar una justificación moral y financiera para mantener la estrategia de unidad del capital. Pero en realidad es un desastre. Culpar a una población que tiene un sentimiento justificado de pérdida de control democrático y de pérdida de nivel de vida conduce a profundizar aún más la brecha.
La estrategia del «bloque central» es, por lo tanto, un fracaso democrático. Es cierto que aún puede sobrevivir separando a una parte de la izquierda para integrarla en la estrategia de unidad del capital. Aún puede jugar con la «amenaza de los mercados» para imponer su política a la centroizquierda. Pero el problema es que esta transferencia solo puede realizarse a costa de un suicidio político, ya que esta estrategia es muy impopular. Por lo tanto, solo se trata de un aplazamiento temporal del problema.
¿Qué salidas hay?
En general, dos soluciones a la crisis francesa parecen posibles. La primera es la reanudación del movimiento social para romper con la política favorable al capital. Pero la situación del capitalismo francés es tal que no parece posible ninguna solución de compromiso entre clases. Las pymes francesas dependen en gran medida de las grandes empresas y de la presión sobre el costo laboral.
Si el movimiento social quiere ser una puerta de salida, debe asumir la necesidad de pensar en otra organización social. De lo contrario, solo puede ser efímero y políticamente estéril, como fue el caso del movimiento Nuit debout, el de los «chalecos amarillos» o el movimiento contra la reforma de las pensiones de 2023. Por el momento, esta hipótesis es casi puramente teórica. Como mínimo, hasta el 10 de septiembre. (Artículo escrito antes de la movilización « Bloquons Tout », del 10 de septiembre. CdP)
La otra hipótesis, descrita con precisión por Alfred Sohn-Rethel, es que la extrema derecha se presenta como una alternativa para ciertos sectores del capital, apoyándose en el descontento popular. En el caso alemán de los años treinta, la economía de guerra nazi permitía resolver (temporalmente y al precio de la guerra) el problema global de la valorización de la economía en ruinas y, por tanto, de numerosos sectores víctimas de la crisis. Pero eso supuso integrar, voluntariamente o de mala gana, al sector exportador partidario de Brüning.
En el caso francés, la extrema derecha no tiene una estrategia económica clara. Pero tiene una ventaja: su capacidad para movilizar a una parte de la opinión pública. Ante el fracaso del «bloque central», el capital francés puede entonces tomar una decisión cínica: dado que existe una oposición entre democracia y capitalismo, hay que sacrificar la democracia. Un régimen autoritario permitiría entonces aplicar la estrategia de unidad del capital de forma más eficaz y violenta, con la implantación de discriminaciones, desregulaciones sociales y medioambientales, recortes masivos de los impuestos sobre el capital y la «muerte» del Estado social.
En la práctica, la traducción política de esta elección sería la fusión entre el bloque central y su ideología y la extrema derecha y sus métodos. Una fusión que ya está en marcha y cuya base social la constituyen los capitalistas franceses, tanto pequeños como grandes.
Esta opción es hoy una espada de Damocles sobre el país. Por esta razón, muchos aún pueden optar por el «mal menor» del «bloque central». Pero cuanto más tiempo permanezca en el poder, más se debilita su situación y más tiende su práctica hacia el autoritarismo. Por lo tanto, es urgente salir de las ilusiones ingenuas de una economía víctima de la política y aún capaz de salvar al país. Y comprender que el origen de la crisis actual es, ante todo, la crisis estructural de la economía francesa, que no es más que una parte de la del capitalismo contemporáneo.
*Romaric Godin: Periodista desde el año 2000, me incorporé a La Tribune en 2002, primero en su sitio web y luego en el departamento de mercado. Corresponsal en Alemania desde Fráncfort entre 2008 y 2011, pasé a ser redactor jefe adjunto del departamento de macroeconomía encargado de Europa hasta 2017. Llegué a Mediapart en mayo de 2017, donde me encargo de la macroeconomía, en particular la francesa.