Casas destruidas en la ciudad israelí de Rishon LeZion, centro de Israel, por un misil balísticoiraní. 14-6-2025
Orly Noy*
A l’encontre, 16-6-2025
Traducción de Correspondencia de Prensa, 16-6-2025
Hace más de 46 años que me fui de Irán con mi familia, cuando tenía nueve años. He pasado la mayor parte de mi vida en Israel, donde formamos una familia y criamos a nuestras hijas, pero Irán nunca ha dejado de ser mi patria. Desde octubre de 2023, he visto infinidad de imágenes de hombres, mujeres y niños de pie junto a las ruinas de sus casas [en Gaza], y sus gritos se han grabado en mi memoria. Pero cuando veo las imágenes de Irán después de los ataques israelíes y oigo los gritos en persa, mi lengua materna, lo que siento dentro de mí es diferente. La idea de que esta destrucción es obra del país del que soy ciudadana es insoportable.
A lo largo de los años, la población israelí se ha convencido de que puede existir en esta región alimentando un profundo desprecio por sus vecinos, cometiendo masacres contra quienquiera, cuando y como le plazca, basándose únicamente en la fuerza bruta. Desde hace casi 80 años, la «victoria total» está al alcance de la mano: basta con derrotar a los palestinos, eliminar a Hamás, aplastar al Líbano, destruir las capacidades nucleares de Irán [1], y con eso, el paraíso será nuestro.
Pero desde hace casi 80 años, estas supuestas «victorias» han resultado ser victorias pírricas. Cada una de ellas hunde un poco más a Israel en el aislamiento, la amenaza y el odio. La Nakba de 1948 creó la crisis de los refugiados, que el tiempo no ha borrado, y sentó las bases del régimen de apartheid. La victoria de 1967 dio lugar a una ocupación que sigue alimentando la resistencia palestina. La guerra de octubre de 2023 se convirtió en un genocidio que convirtió a Israel en un paria mundial.
El ejército israelí, que está en el centro de todo este proceso, se ha convertido en un arma de destrucción masiva indiscriminada. Mantiene su estatuto venerado ante una población anestesiada gracias a acciones espectaculares: pagers que explotan en los bolsillos y en las manos de los hombres en un mercado libanés, o una base de drones implantada en el corazón de un Estado enemigo [en Irán]. Y bajo el mando de un Gobierno genocida, se hunde cada vez más en guerras de las que no sabe cómo salir.
Durante demasiados años, bajo la fascinación de este ejército supuestamente todopoderoso, la sociedad israelí se convenció de que estaba hecha a prueba de balas. El culto total al ejército, por un lado, y el desprecio arrogante hacia los vecinos regionales, por otro, dieron lugar a la convicción de que nunca tendríamos que pagar el precio por ello. Luego llegó el 7 de octubre, que rompió, aunque sólo fuera por un instante, la ilusión de la inmunidad. Pero en lugar de tomar conciencia de la importancia de ese momento, los ciudadanos se lanzaron a una campaña de venganza. Porque sólo la masacre podía devolverle el sentido al mundo: Israel mata, los palestinos mueren. El orden queda así restablecido.
Por eso fueron tan impactantes las imágenes de los edificios bombardeados (el sábado y el domingo 14 y 15 de junio) en Ramat Gan, Rishon LeZion, Bat Yam, Tel Aviv y Tamra (una ciudad árabe de Galilea, cerca de Haifa). Se parecían de forma inquietante a las que estamos acostumbrados a ver en Gaza: esqueletos de hormigón calcinados, nubes de polvo, calles sepultadas bajo los escombros y las cenizas, juguetes de niños apretados en los brazos de los equipos de rescate. Esas imágenes rompieron brevemente nuestra ilusión colectiva de que somos inmunes a todo. Las víctimas civiles de ambos bandos —13 israelíes y al menos 128 iraníes (en fecha del 15 de junio)— ponen de relieve el costo humano de este nuevo frente, aunque su magnitud dista mucho de la devastación infligida sistemáticamente en Gaza.
El ejército como doctrina
Hubo un tiempo en que algunos líderes judíos en Israel comprendían que nuestra existencia en esta región no podía basarse en la ilusión de una inmunidad total. Tal vez no estaban exentos de un sentimiento de superioridad, pero comprendían esta verdad fundamental. El difunto diputado de izquierda Yossi Sarid [2] recordó un día que Yitzhak Rabin (asesinado el 4 de noviembre de 1995 por un judío extremista religioso) le había dicho: «Una nación que muestra sus músculos durante cincuenta años acaba agotándose». Rabin había comprendido que vivir eternamente por la espada, contrariamente a la aterradora promesa de Netanyahu (el 27 de octubre de 2015), no era una opción viable.
Hoy, ya no hay políticos judíos de esta talla en Israel. Cuando la izquierda sionista aplaude un arriesgado ataque contra Irán, revela su obstinado apego a la ilusión de que, hagamos lo que hagamos, por muy alienados que estemos de la región en la que vivimos, el ejército siempre nos protegerá.
«Un pueblo fuerte, un ejército decidido y un frente interno resiliente. Así es como siempre hemos ganado, y así es como ganaremos hoy», escribió Yair Golan, líder del Partido Democrático —una fusión de los partidos sionistas de izquierda Meretz y Laborista— en un mensaje publicado en X tras el ataque del viernes 13 de junio. Su compañera de partido, la diputada Naama Lazimi, se sumó a las declaraciones agradeciendo «los avanzados sistemas de inteligencia y la superioridad de los servicios de inteligencia. El ejército israelí y todos los sistemas de seguridad. Los heroicos pilotos y la fuerza aérea. Los sistemas de defensa de Israel».
En este sentido, la fantasía de una inmunidad otorgada por el ejército es aún más profunda en la izquierda sionista que en la derecha. La respuesta de la derecha a su ansiedad por la seguridad es la aniquilación y la limpieza étnica: ese es su objetivo final. Pero la centroizquierda confía casi por completo en las supuestas capacidades ilimitadas del ejército. No hay duda de que la centroizquierda judía en Israel venera al ejército con más fervor que la derecha, que lo considera simplemente una herramienta para llevar a cabo su visión de destrucción y limpieza étnica.
Nosotros, los israelíes, debemos comprender que no somos inmunes. Un pueblo cuya existencia depende únicamente del poder militar está condenado a acabar en los rincones más oscuros de la destrucción y, finalmente, en la derrota. Si no hemos aprendido esta lección fundamental de los últimos dos años, por no hablar de los últimos ochenta, entonces estamos realmente perdidos. No por el programa nuclear iraní ni por la resistencia palestina, sino por la arrogancia ciega que se ha apoderado de toda una nación.
-Artículo original publicado +972 Magazine, 15-6-2025. Publicado en hebreo en Local Call,14-6-2025
*Orly Noy, redactora de Local Call, militante política y traductora de poesía y prosa persas. Es presidenta del consejo de administración de B’Tselem y militante del partido político Balad. Sus escritos tratan sobre las líneas que se cruzan y definen su identidad como mizrahi, mujer de izquierda, mujer, migrante temporal que vive en una comunidad de inmigrantes permanentes, y el diálogo constante entre estas diferentes identidades.
Notas
1] ONU Info: «27 de septiembre de 2012, Benjamin Netanyahu insiste en la necesidad de «trazar una línea roja» a Irán».
(El 27 de septiembre de 2012, ONU Info publicó este resumen, que reproducimos íntegramente, de la intervención de Benjamin Netanyahu ante la Asamblea General de la ONU. Una simple lectura de este texto —que tiene trece años—debería bastar para rebatir el discurso del Gobierno israelí y los «elementos de lenguaje» reproducidos por la mayoría de los medios de comunicación. A l’encontre)
«El primer ministro de Israel ha pedido a la comunidad internacional que «trace una línea roja» para impedir que Irán se dote de armas nucleares.
El primer ministro de Israel insistió el jueves, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la necesidad de «trazar una línea roja» en un plazo máximo de seis meses para impedir que Irán se dote de armas nucleares.
«Imaginen una agresión iraní si este país realmente tuviera armas nucleares: ¿quién podría sentirse seguro en el Medio Oriente o en cualquier otra parte del mundo?», planteó Benjamin Netanyahu a los Estados miembros, para quien el programa nuclear iraní es «Al Qaeda con una bomba atómica».
Según él, hay que trazar una línea roja «en un plazo máximo de seis meses» para frustrar la voluntad de Irán de enriquecer uranio, y la única forma creíble de lograrlo es, para él, «cerrar (a este país) las puertas del uranio enriquecido».
Con un esquema de una bomba en la mano, el jefe del Gobierno israelí aseguró que Irán había completado la primera de las tres fases de la concepción de la bomba atómica y se disponía a finalizar la segunda. «Hay que trazar la línea roja antes de que Irán finalice su segunda fase de enriquecimiento de uranio», afirmó. «Si esta línea está claramente trazada, Irán se abstendrá y habrá tiempo para las negociaciones»
El primer ministro consideró peligrosa la hipótesis de que Irán pudiera ser disuadido de sus ambiciones. «Decir que un Irán con armas nucleares podría estabilizar la región es como decir que Al Qaeda con la bomba atómica traería la paz al mundo», ironizó.
Netanyahu constató que la diplomacia no había funcionado, ya que, según él, Irán la utiliza para avanzar en su programa y ha logrado, en dos años, duplicar el número de centrifugadoras.
Refiriéndose al Medio Oriente como una batalla entre «la modernidad y la Edad Media», «donde se reprime el conocimiento y se ensalza la muerte, y no la vida», el primer ministro declaró que era precisamente porque su país valoraba tanto la vida por lo que buscaba la paz, en particular con los palestinos.
En respuesta al discurso del presidente de la Autoridad Palestina, que había hablado justo antes que él, Benjamin Netanyahu consideró que no era con discursos nobles y declaraciones unilaterales sobre la creación de un Estado como se lograría la paz. «Debemos volver a la mesa de negociaciones sobre un Estado palestino desmilitarizado que garantice la seguridad del Estado judío». – ONU Info. (Redacción de A l’Encontre)
2] «Yossi Sarid fue un defensor intransigente de los derechos humanos y civiles, la libertad de expresión, la separación entre Iglesia y Estado, la igualdad ante la ley, la transparencia y la responsabilidad, y un crítico virulento, aterrador por su erudición y deliciosamente mordaz de la ocupación.» (Dimi Reider, +972, 9 décembre 2015)