Trump desata una guerra comercial a nivel global
¿Un intento viable para arreglar el sistema de comercio mundial, o simplemente “la guerra comercial más estúpida de la historia”?
Jaime González Vargas
Unidad Socialista, publicación de la Liga de Unidad Socialista (LUS), 6-4-2025
Correspondencia de Prensa, 8-4-2025
Por delirante que nos parezca su escalada de aranceles, Donald Trump tiene un plan para reordenar –en beneficio de los Estados Unidos, por supuesto– el sistema comercial mundial, el cual se encuentra plagado de problemas que han sido generados o agravados por la globalización durante las últimas décadas. Sin embargo, desde el 20 de enero de 2025, cuando tomó posesión de la presidencia, su gobierno se ha caracterizado por una imprudente precipitación en la ejecución de sus iniciativas. Las primeras consecuencias de la imposición de aranceles a escala global anunciada el 2 de abril no auguran el éxito de su grandioso plan para alcanzar la “era dorada” del capitalismo estadounidense.
El 2 de abril –designado como Liberation Day, o “Día de la Liberación”– el presidente estadounidense anunció la imposición de aranceles a escala mundial. Las exportaciones de prácticamente todos los países del mundo a los EUA quedaron grabadas por impuestos que mínimamente serán del 10 por ciento, y que pueden llegar hasta más del 60 por ciento. Hay que tomar en cuenta que, antes del 2 abril, Trump ya había anunciado aranceles del 25% para todas las importaciones de acero, aluminio y automóviles.
Fuera del círculo de funcionarios más cercano a Trump, pocas personas anticiparon que las medidas anunciadas fueran tan drásticas. El mundo quedó conmocionado: incluso aquellos productos que generalmente estaban exentos de tarifas de importación, como los alimentos, quedaron sujetos a pagar impuestos.
Las empresas que importan los bienes a los EUA son las responsables de pagar los aranceles al gobierno estadounidense; pero lo anterior no quiere decir que dichas empresas vayan a sacrificar sus utilidades para pagar el impuesto, sino que –en la medida en que el mercado lo tolere– van a trasladar el costo del arancel al consumidor. Esto significa que la imposición de aranceles conlleva una subida de precios; es decir, los consumidores estadounidenses son quienes van a pagar buena parte del arancel.
Caídas en las bolsas de valores
Los mercados de valores, tales como la bolsa de Nueva York, reaccionaron muy negativamente a las medidas anunciadas por Trump: el mismo miércoles 2 de abril el índice S&P 500, que refleja el desempeño de las 500 empresas líderes que cotizan en las bolsas estadounidenses, cayó 4.84 por ciento. El índice NASDAQ, que tiene una fuerte composición de valores del sector tecnológico, cayó 5.97 por ciento. Unas horas después, los mercados asiáticos dieron a conocer sus resultados: en Japón, por ejemplo, el índice Nikkei 225 cayó 2.77 por ciento. Más tarde, los mercados europeos anunciaban sus pérdidas.
Cuando los inversionistas están dispuestos a comprar las acciones de una empresa, el precio por el que van a adquirir estos valores representa el nivel de confianza que tienen en que dicha empresa va a producir utilidades. Por tanto, cuando el precio de las acciones de una empresa disminuye, significa que los capitalistas están perdiendo la confianza en que la empresa vaya a producir ganancias. Así que, cuando Trump anunció la imposición de aranceles de 25% para los autos importados, los inversionistas estimaron que –dado que los aranceles iban a significar un aumento importante en el precio de los autos– las ventas de las empresas automotrices importadoras iban a disminuir. La caída generalizada de las bolsas de valores significa que los capitalistas no tienen confianza en que la economía de sus respectivos países vaya a crecer en el futuro previsible; así que muchos prefieren vender sus acciones, aunque a un precio menor del que tenían hace sólo unos días. Y para poner a salvo lo que pudieron recuperar, buscan valores más confiables, tales como los bonos gubernamentales o los metales preciosos, como el oro. Por esta razón, el precio del oro ha alcanzado niveles récord.
Para darnos una idea de la magnitud del daño provocado por el anuncio de Trump el 2 abril, las pérdidas reportadas en la bolsa de Nueva York hasta el momento de escribir este artículo han sido de $2.5 millones de millones de dólares ($2.5 trillion dollars, en inglés estadounidense). El índice de confianza en el desempeño de la economía por parte de los consumidores también ha bajado, lo cual significa que muchas personas han tendido a gastar menos, en vista de la incertidumbre que está envolviendo a la economía estadounidense.
La intensidad de la guerra comercial se ha recrudecido súbitamente
Desde antes del anuncio global del 2 de abril, Trump ya había decretado aranceles del 25% para las importaciones de acero, aluminio y automóviles, ante lo cual varios países habían respondido con diversas medidas arancelarias. Entre estos países se encuentra China, cuyo gobierno lamentó las medidas estadounidenses, y recordó al gobierno de Trump que ningún país gana en una guerra comercial. Quizás el mejor ejemplo de ello fue la guerra comercial iniciada por el gobierno de los EUA en 1930 con la aprobación de la Ley Smoot-Hawley, la cual pretendía proteger a los productores industriales y agrícolas estadounidense mediante la imposición de aranceles. Tal como habían previsto los economistas que habían firmado una petición contra el proyecto de ley de Smoot y Hawley, la aplicación de aranceles resultó altamente contraproducente, al grado de contribuir a la depresión económica que inició en 1929. Y contrariamente a las expectativas de los autores de la ley –el senador Reed Smoot y el representante Willis C. Hawley– los países afectados adoptaron represalias arancelarias contra productos estadounidenses, mismas que provocaron una caída en las exportaciones de los EUA. A este fenómeno de medidas y contramedidas se le conoce como “guerra comercial”, y de ninguna manera le conviene a la clase trabajadora, ya que entre sus filas estarían las primeras víctimas de los despidos provocados por los efectos contraproducentes de los aranceles.
Muchos países no han anunciado aún cuál va a ser su respuesta a los aranceles decretados por Trump, y de estas respuestas depende el grado al cual va a escalar la actual guerra comercial; pero independientemente del grado al que esta guerra escale, existe un severo riesgo de una recesión económica en los EUA debido a la pérdida de confianza de los inversionistas y la baja en las ventas provocada por los aranceles de Trump.
No en vano el diario The Wall Street Journal publicó en su edición del 3 de febrero un editorial firmado por el Consejo de Redacción, donde caracterizó la amenaza de aplicar aranceles a México y Canadá como “la guerra comercial más estúpida de la historia” (the dumbest tariff war in history). Es necesario tomar en cuenta que el mencionado diario refleja la opinión generalmente conservadora de un sector importante de capitalistas del sector financiero; sin embargo, desde principios de febrero, antes de la primera pausa en la aplicación de aranceles del 25% a Canadá y México, sectores de empresarios que inicialmente habían apoyado entusiastamente el inicio del segundo periodo presidencial de Trump comenzaron a dudar, o bien a oponerse abiertamente a la política arancelaria de su gobierno. Este fenómeno se ha vuelto más común a partir de la caída de las bolsas, y se irá profundizando conforme la economía estadounidense se acerque a una recesión.
¿Por qué Trump ha adoptado una política tan descabellada?
Hay un aspecto de la política de Trump que es muy importante comprender, y que podemos comenzar a descubrir mediante hacernos la siguiente pregunta: ¿Por qué los discursos de Trump resultan tan atractivos para sectores de la clase trabajadora, y especialmente entre quienes han sufrido el desempleo y el abandono tras el cierre de la fábrica, la mina, o lugar de trabajo en la que laboraban? En los EUA hay millones de personas que han perdido no sólo sus fuentes de trabajo, sino también su familia, sus amistades de muchos años, su forma de vida… A estas víctimas del capitalismo salvaje y de la globalización, así como aquellas personas que tienen un trabajo fabril pero perciben que hay una amenaza de que su empresa mude su producción a México o algún país de Asia, les puede resultar muy atractiva la política arancelaria de Trump como medio de forzar a las empresas a regresar a los EUA.
A primera vista, la idea de Trump parece lógica: a las mercancías producidas en el extranjero que son importadas a los EUA se les debe aplicar un impuesto –es decir, un arancel– que encarezca los productos importados y haga más atractiva la adquisición de los productos de la industria establecida en el territorio de los EUA. Idealmente, las empresas que exportan a los que tienen plantas de producción en otros países –tales como Canadá y México– se verían forzadas a mudar sus plantas y su producción a los EUA, con lo cual se abrirán una multitud de empleos y de oportunidades. Pero esta visión que plantea Trump se topa con múltiples problemas. El proceso de mudar o construir una planta –una planta automotriz, por ejemplo– es complicado, puede tardar varios años, y requiere de una importante inversión. Es improbable que los capitalistas opten por llevar o regresar su producción a los EUA, especialmente en un ambiente de incertidumbre y posible recesión como el actual.
En el caso de las relaciones comerciales entre los EUA y México, la clase trabajadora mexicana debe luchar por conquistar un calendario de aumentos a los salarios que tenga el objetivo de cerrar la enorme brecha salarial que existe en relación a las clases trabajadoras de Canadá y de los Estados Unidos. Esta medida es la que puede resolver el problema de fondo, que es la atracción de inversiones dado el bajo costo de la mano de obra mexicana.
Pero los párrafos anteriores no terminan de explicar la especial inclinación de Trump por el uso de aranceles. De hecho, Trump tiene la ilusión de que va a poder emplear el dinero recaudado mediante los aranceles para poder cumplir con su promesa electoral de regresar impuestos a los contribuyentes. Esta idea es absurda: quienes van a pagar la mayor parte de los aranceles van a ser los consumidores y las empresas, así que el gobierno estadounidense va a recaudar aranceles, realizar toda una serie de procesos administrativos (que seguramente serán costosos) para contabilizar y controlar lo recaudado, así como para regresar ciertas sumas de dinero a los contribuyentes, y seguramente a las empresas también.
Conclusión
Durante las primeras semanas de su gobierno, Trump parecía imparable; pero hoy, poco más de dos meses después de su ascenso a la presidencia de los EUA, la situación ha cambiado. Hoy no sabemos hasta dónde llegará la crisis provocada por la imposición de aranceles, pero seguramente las consecuencias de dicha crisis van a ser severas.