Uruguay – Desigualdad social. Buscando razones a la violencia en los barrios. [Salvador Neves – Testimonios]

Buscando razones a la violencia en los barrios

Rastros en el Oeste

Las perspectivas de los protagonistas de la violencia, de profesionales insertos en el territorio y de algunos vecinos, recogidas desde La Teja  hasta Santa Catalina. Sobre armas, adolescencias y el origen de la dignidad.

Brecha, 16-9-2022

Correspondencia de Prensa, 17-9-2022

Joaquín forma parte de un grupo de personas con consumo problemático de drogas a quienes apoya el programa Aleros, de la Junta Nacional de Drogas. 1 Fue el primero en llegar a la cita con el semanario en la plaza de deportes de La Teja y era el más joven de la barra. Es mayor de edad. Su rostro de niño engaña.

«Por confianza», respondió cuando Brecha le preguntó por qué quiso tener un revólver, o para decirlo en sus términos: «Un 44 largo».

«No tengo estadísticas, pero que esta sociedad está armada hasta los dientes no te quepa duda», había dicho la fiscal Mirta Morales a los colegas de El Observador en una entrevista publicada el lunes. «Yo te diría que uno de cada tres o de cada cuatro botijas del barrio anda calzado», comentó al semanario un docente de Santa Catalina. «Cuando vos o yo nos calentábamos, de repente nos agarrábamos a las trompadas. La cosa cambia cuando andan fierros en la vuelta. Y pasta base, que es lo que circula más acá», complementó.

Hace muchos años que el docente da clases en Santa Catalina, hace pocos que vive en el barrio. La oportunidad de mudarse allí surgió porque un vecino amigo decidió irse y puso su casa en alquiler. La hija del vecino, una adolescente, caminaba de la mano de su novio cuando alguien le metió cuatro tiros al chiquilín. «El peligro no es para nosotros, los veteranos», subraya el docente. «Yo ando de noche. He llegado a la una, dos de la mañana sin ningún problema, pero si tuviera hijos adolescentes, no me gustaría criarlos acá.»

Cuando Joaquín reveló que había tenido un revólver, todavía no habíamos comenzado a hablar de violencia. Él estaba narrando todo lo que había perdido a causa de la adicción y en ese contexto, fastidiado consigo mismo, con toda naturalidad, espetó: «Antes de internarme llegué a tener un 44 largo Magnum. Lo cambié por 5 mil pesos, para drogarme».

Gallos de riña

Seis días antes, no muy lejos de allí, en la esquina de la continuación de José Mármol y Leonardo Olivera, dos varones, de 18 y 20 años, habían sido baleados durante un tiroteo. Los dos murieron poco después. Uno de los cuerpos tenía 20 tiros, según radio Montecarlo. Joaquín dice saber algo:

—Vamo’ a decir que fue de costado. No fueron ellos, fue por culpa de otro.

—¿Por deudas?

—Robo.

—¿Por qué estas cosas hay que resolverlas así?

—Por respeto.

—Si te hacen ciertas cosas, para conservar el respeto, ¿hay que matar?

—Es triste pero cierto. Entre los gurises de la calle es la única manera que conozco. Cualquiera te lo va a decir. Hay mucho atrevido, gente que anda de vivo, y otra que no. Eso es lo que pasa.

—¿Y cómo es el que no anda de vivo, el que gana el respeto?

—El callado.

Otro de los que participaba de la conversación tejana era José, un sesentón. «Mirá –dijo–, yo vivo en el mismo refugio con los degenerados estos. Ellos nos cuidan, nosotros los cuidamos. He visto cada gesto… Yo creo que ni la Policía sabe quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Creo que acá, en La Teja, todavía quedan algunas de aquellas “viejas” que sabían quién era quién en el barrio. Pero eso ya se ve cada vez menos.» La bondad o la maldad a las que aludía José no parecían poner en cuestión el problema de los métodos, discutido antes con Joaquín.

«El otro día dialogaba con un chiquilín en la consulta y le pregunté qué había hecho el domingo», narró a Brecha una psicóloga especializada en violencias que cumple funciones en el Cerro y sus alrededores. La respuesta fue que habían ido, con su hermano, a recuperar los gallos de riña que les habían robado. La psicóloga reflexiona: «¡Todo se refería a actividades ilegales! Y los chiquilines participan… Es decir, no hay el mismo registro de la violencia que podemos tener tú o yo, tienen naturalizadas un montón de conductas que causan mucho rechazo y mucha preocupación en otros sectores de la población». A continuación, contó: «La semana pasada vino una madre a consultar por su hija adolescente y trajo con ella a un niño chiquito que en media hora desarmó todo el consultorio. La madre tendía a gritarle, entonces le dije: “No, mire, acá los límites los pongo yo. Yo me entiendo con él”. Y me dijo: “Bueno, está bien. Porque usted le habla. Pero yo no dejo que nadie toque a mi hijo. A mi hijo le pego solo yo”. Dijo esto con orgullo, imaginando que la iba a felicitar por lo buena mamá que era».

Síntesis de frustraciones

El testimonio de esta profesional abordó otro ángulo de la cuestión, el de las múltiples violencias sufridas por mujeres y niños que llegan en número creciente a su consulta. «Son bastantes frecuentes los casos de violencia sexual a partir de los 7 u 8 años de edad. Y, en general, son situaciones que vienen de uno o dos años atrás, pues lleva tiempo que la niña o el niño logren verbalizar el problema. Los abusadores son personalidades muy perversas, en general muy cercanos emocionalmente al niño, a quien manipulan con sutilezas difíciles de entender para sus víctimas. Y también tenemos bastantes situaciones de adolescentes que han sido violadas, o que han estado en riesgo inminente de serlo, por abusadores vinculados a redes de trata.»

En ocasiones, el cuerpo del otro es usado como una herramienta para intimidar al entorno. Una de sus pacientes estuvo secuestrada unas horas, durante las que fue violada, pero luego fue liberada. La posibilidad de denunciar el hecho a la Policía no se planteó. Las familias, señaló la psicóloga, tienen temor a los narcos o a las redes de trata, pero también a la propia Policía. Y añadió: «Lo que antes veíamos que pasaba en Brasil y nos sorprendía, el hecho de que el narco sea visto como el protector del barrio por algunos vecinos, ahora pasa acá. Es muy triste. A veces las adolescentes no pueden contar con el respaldo de sus familias para hacer las denuncias porque estas reciben favores de las mismas personas que las violentaron. En un caso reciente, una chiquilina solo encontró en la institución educativa a la que concurría el ámbito para manifestar lo que le estaba ocurriendo».

Las capacidades estatales para responder a estas situaciones son enormemente limitadas. Numerosos profesionales renuncian al poco tiempo, desbordados por una labor ingrata. Los dispositivos ofrecidos tienen limitaciones enormes y defectos de diseño. «Fijate en este caso –propuso la psicóloga–. Tratamos mucho tiempo a una chica que actualmente tiene 23 años y vivía con un hombre que tiene 54. Ella vivía con él desde que era menor. El hombre la golpeaba, la prostituía. La amenazaba de muerte incluso. Fue, de algún modo, forzada a denunciarlo porque el jardín de infantes denunció el maltrato ejercido contra los niños y, en el marco de eso, se puso en evidencia lo que le estaba ocurriendo también a ella. Comenzamos a atenderla y también a sus niños. La Justicia dispuso medidas cautelares contra el hombre. Sin embargo, este las rompía continuamente. Entonces, se trasladó a la mujer y a los hijos a una casa del norte del país. Pero, cuando una mujer ingresa a un programa de este tipo, es desvinculada de sus referentes familiares. Eso habría que reverlo, pues estas personas, que ya son vulnerables, se sienten peor al quedar aisladas de sus vínculos. En este caso, la mujer decidió regresar.» Al enterarse de lo ocurrido, la psicóloga la buscó. La mujer le anunció que cuando terminaran las medidas cautelares volvería con el hombre que la violentaba: «Me pidió perdón», justificó. La profesional cuenta: «Ya sabemos que va a ser otra foto de las que vamos a llevar el 8M. ¿Te das cuenta? Ella me dice que no la entiendo, que lo quiere a él».

Pero hay cosas que la psicóloga sí entiende: la mujer y sus hermanos habían sido abandonados por su familia cuando apenas tenía 12 años. Para sostenerse y sostener a sus hermanos comenzó a prostituirse. Conoció a su futura pareja a los 16 años. Al principio le dio cierta estabilidad. «Después se le pasó el encanto inicial. Y entonces, cuando se ve sin dinero, le ordena: “Andá con el vecino”…» Los referentes familiares de esta mujer no tienen capacidad económica para asumir la carga que significan ella y sus hijos. «El Estado no responde con nada más que la asignación familiar y la Tarjeta Uruguay Social, que es de 4 mil pesos, y cuando le encontramos un marco de protección, este impone unas exigencias que no está preparada para tolerar.»

Para esta profesional no es posible desvincular estas violencias de aquellas que reciben mucha más prensa, como la cuenta de los muertos. «Son muchos los procesos que se cruzan para explicar esto que explota en los medios. Niños habituados a ser violentados o a ver a sus madres violentadas, familias que se quedan sin trabajo y caen en la pobreza, personas estigmatizadas por razones sociales, por ejemplo, que no alcanzan a ver salidas; se trata de la suma de un montón de frustraciones», concluyó.

Está bravo

Las estadísticas ministeriales no parecen de recibo en el oeste. «Está empeorando, como desde que me conozco», sintetizó un joven de La Paloma. Y a las violencias comentadas se añaden otras que forman parte del ambiente: las peleas tremendas entre estudiantes de la enseñanza media, las dificultades para lidiar con la agresividad que a veces emerge incluso dentro de las redes solidarias, las privaciones manifiestas que sufre tanta gente y que no pueden dejar de ser parte de la cuenta. «Abrís el táper del almuerzo y de pronto te ves rodeada de niños revoloteando alrededor», comentó una trabajadora social.

«Lamento decirte que no elegiste bien el territorio», observó a Brecha un funcionario con razones y experiencia para conocer todo el ámbito de la Zona Operacional IV, cuando ya no había tiempo para enmendar el desacierto. «Con todos sus problemas, en los barrios que recorriste hay más recursos. La gente en general los conoce y acude a ellos. Y queda eso que ustedes llaman organización social. Debiste seguir hacia el norte: Lavalleja, Peñarol, Conciliación, Colón. Allí los vecinos están más solos y la cosa está pasando a otro nivel», afirmó.

Con todo, quedaron dos respuestas que parecen relevantes. Una la dio Odorico Velázquez, vecino de Santa Catalina, integrante de la red de usuarios de la salud del oeste, que tiene 59 años. A los 9 se fue de casa de sus padres a raíz de la violencia que allí se vivía. «Pero entonces las puertas de los vecinos estaban abiertas. Les hacía mandados, pequeñas changas. El café con leche nunca me faltó hasta que pude ir a vivir con mis abuelos. Ahora, sin embargo, las puertas de los vecinos están cerradas. Yo no tengo la receta. Pero, mirá, hoy voy a llegar a casa como a las 11 de la noche. Voy a encontrar a unos pibes en la esquina, que conozco a los padres, que de chicos también estaban en la esquina. Me van a saludar y les voy a preguntar: “¿Con qué se están lastimando hoy?”. “No, acá, tomando un vinito”, van a responder. Yo sé que con alguna cosita más también. Me van a pedir una moneda. Si tengo, alguna moneda les voy a dar. Les voy a poner una mano en el hombro y les voy a decir: “Gurises, cuídense, está bravo. No hagan cagada”. Y les voy a tomar un traguito. No es nada. Es lo que puedo hacer para sentir que queda humanidad en esos botijas, y en mí.»

A la pregunta sobre si había participado de algún proceso en que se hubiese logrado revertir la naturalización de la violencia, la psicóloga había dado una respuesta que, de algún modo, iba por el mismo lado: «Recuerdo situaciones. Puede darse sobre todo en el caso de personas que han tenido en los primeros años de la infancia buenos vínculos. Quien tuvo la experiencia de haber sido querido sanamente tiene como objetos buenos internalizados que le permiten rescatarse de esas situaciones. Sin embargo, para aquellos que no han tenido esa experiencia, es muy difícil. Hay que haber recibido amor del bueno en los primeros años de la vida para poder encontrar ahí el origen de la dignidad, de la convicción de que hay límites que el otro no puede pasar».

Nota

  1. Por razones obvias, el nombre asignado al muchacho no es el real.