Viento Sur, 14-1-2022
Traducción de Viento Sur
Correspondencia de Prensa, 18-1-2022
Hace 10 años, el 12 de enero de 2010, murió a los 63 años el filósofo trotskista Daniel Bensaïd, figura de Mayo del 68, de la LCR (Liga Comunista Revolucionaria) y del NPA (Nuevo Partido Anticapitalista). Alain Badiou le rindió un hermoso homenaje el 13 de enero de 2010, durante un seminario sobre Platón. Lo reproducimos aquí, con su permiso. (Redacción Viento Sur)
Me gustaría comenzar este seminario hablándoles de la muerte de Daniel Bensaïd. Es algo que me ha impactado profundamente y es una gran pérdida para mí. Es una gran pérdida que puede decirse que es paradójica en cierto sentido, porque, por razones que voy a explicar, Daniel Bensaïd no era lo que comúnmente se podría llamar un compañero cercano. Ya sabéis lo de los compañeros cercanos… Durante la Revolución Cultural en China, uno de los grandes motivos de gloria de Lin Piao fue ser “el compañero de armas más cercano de Mao Tse Tung”; pocos años después, eso le llevó a la muerte. Así que, mejor desconfiar de los “compañeros de armas cercanos” o de esos motivos de gloria. Daniel Bensaïd no era un compañero de armas cercano; sin embargo, era alguien con quien vivía absolutamente como un camarada. Era, por razones que explicaré, lo que yo llamaría un compañero lejano.
No renegar, continuar
Era un compañero lejano por tres razones esenciales, que juntas producían una especie de rareza. En primer lugar, en relación a las opciones fundamentales, yo diría incluso la opción fundamental, hecha por alguien que, además, era evidentemente un gran intelectual, un pensador, un filósofo. Su opción fue la de no negar, no entrar, en nombre de las circunstancias aparentes, en la lógica de la negación; es decir, mantener un elemento inflexible en la subjetividad política. En realidad, se trata de algo mucho más general. Cuando uno se niega a cambiar de chaqueta, a renegar, a negar, cuando rechaza navegar en circunstancias sucesivas como un perro muerto, evidentemente se compromete con algo más que con determinaciones políticas particulares. Es esta voluntad, este imperativo, el que en L’Ethique dije que era el único imperativo ético verdadero en circunstancias difíciles, un imperativo que dice: continúa. Además, Daniel Bensaïd era un hombre que, de forma muy tranquila, calma, estaba convencido de que las circunstancias podían cambiar, que las fuerzas contrarrevolucionarias podían ser mucho más vigorosas, pero que todo ello no era razón para abdicar.
El segundo punto es que el lugar privilegiado para realizar esta elección era, tanto para él como para mí, el linde entre la filosofía y la política, la articulación de ambas: la filosofía como disciplina del pensamiento en la que nos habíamos comprometido desde hacía tiempo, y la política como figura práctica, organizada y militante. Como sabemos, la concordancia entre estos dos campos no es evidente; es un debate del que hablamos en relación a Platón y del que podemos hablar en relación con la historia de la filosofía en su conjunto. ¿Cuál es la relación exacta entre la filosofía y la política? Es una cuestión interna a ambos y que funciona en ambos. Compartímos la opción por trabajar eficazmente en los dos campos, es decir, tratar de encontrar las razones filosóficas que legitimaran e impulsaran la figura de la continuidad.
El tercer punto era la subjetividad. La subjetividad aparente, tal como la veíamos, que para mí se componía de tres elementos. En primer lugar, una firmeza sólida, naturalmente ligada a los otros dos puntos. Cuando uno se encontraba con Daniel Bensaïd, cuando le leía, cuando se hablaba con él, sabía muy bien que no sería fácil moverle de su posición. En segundo lugar, su sosiego, es decir, la antítesis de un cierto modo de histeria política de la izquierda, que a veces es útil pero que también tiene sus aspectos irritantes. Daniel Bensaïd, en su firmeza, era extremadamente tranquilo. Y, en tercer lugar, tenía un gran sentido del humor. Esa firmeza, esa calma y este humor es algo que valoré mucho, algo en lo que me reconocía profundamente. Todo ello conformó al compañero.
Hubo maoístas y trotskistas, ¡y ahí siguen!
Ahora bien, ¿por qué lejano? Anecdóticamente se podría decir: hubo maoístas y trotskistas, ¡y ahí siguen! Se trata de una vieja historia, la vieja historia de los sesenta. Si decodificamos un poco esta historia, diré que la disputa, el desacuerdo, la contradicción entre nosotros, que obviamente existieron y figura por escrito y está codificada, se refería a dos cosas. La primera fue, ya que acordamos no renunciar a nada y decidimos continuar, la cuestión de saber qué significaba exactamente eso. Básicamente, hubo desacuerdo en este punto. También se trataba de analizar el pasado político, sobre el que naturalmente surgía la cuestión de la continuidad, y de ordenarlo. ¿Qué hay que conservar? ¿Qué es lo que no se puede conservar? ¿En qué se basaba realmente la continuidad; qué es lo que tiene que cambiar? En otras palabras, se trataba de la relación entre continuidad y discontinuidad en el seno de la propia continuidad; es decir, estábamos de acuerdo en continuar, pero, de inmediato se abría un punto de debate que en realidad está en el fondo de casi todos los debates en el espacio de la política revolucionaria de hoy. De acuerdo, no vamos a ceder, no vamos a unirnos al consenso, pero la propia continuidad se construye mediante una dialéctica inmanente de continuidad y no continuidad. Creo que ese fue el primer punto de divergencia: no teníamos la misma dialéctica de continuidad y discontinuidad dentro de la continuidad. Es un primer punto, muy complejo por cierto, que si se mira con atención está lleno de sorpresas y paradojas.
El segundo punto, filosófico en tanto que el primero era histórico y político, lo expondré de forma sencilla: era la divergencia sobre en qué consiste el materialismo hoy en día. ¿Qué significa ser materialista en filosofía? Sabemos que un revolucionario de hoy es necesariamente un materialista, pero ¿qué significa eso en concreto? Probablemente no teníamos la misma concepción del materialismo. Daniel Bensaïd me acusó más de una vez de ser un religioso camuflado, lo que significa que a sus ojos yo no era muy materialista. Por mi parte, eventualmente le habría acusado de ser un determinista arcaico. Así, entre el determinista casi mecanicista, por un lado, y el religioso, por otro, había una tensión alegórica bastante importante, cuyo centro de gravedad era básicamente: ¿qué es el materialismo contemporáneo? De acuerdo con una intuición de Althusser, se trataba en última instancia del lugar del azar y, por tanto, de la función del azar (para mí bajo el nombre de acontecimiento) dentro del reconocimiento del carácter materialista del campo, de la acción o de la existencia. En realidad, Daniel reconocía la necesidad de dar cabida al azar, hay textos explícitos al respecto, pero pensaba que yo le daba demasiado espacio, que no me apoyaba lo suficiente en el análisis detallado y materialista de la situación o la coyuntura. Por todas estas razones, Daniel Bensaïd fue un compañero lejano para mí.
Sin embargo, me gustaría decir que cuando emerge el apoyo fraternal de un compañero lejano, es algo muy fuerte, muy conmovedor. De hecho, el apoyo de un compañero cercano es casi evidente; ciertamente hay algunas aventuras en esto, pero están en la propia naturaleza de la cercanía. El apoyo amistoso, sin segundas intenciones, de un compañero lejano es algo raro. Y siempre recordaré que cuando comenzó la campaña contra mí sobre el tema de que yo era antisemita, una campaña subjetivamente muy desagradable, él fue realmente uno de los primeros en entrar en la contienda públicamente y en defenderme, de forma extremadamente bien argumentada, con el talento que le era propio, a la vez que documentado y absolutamente firme, de forma sosegada y lleno de humor vengativo. Y ese fue realmente el compañero lejano más inmediato y amistoso. Por supuesto, la otra cara de la emoción que sientes cuando el compañero lejano interviene cerca de ti es que su desaparición es terrible. No voy a decir, sería absurdo, que la desaparición del compañero lejano es más difícil de soportar que la del compañero cercano, pero hay algo que te golpea especialmente, porque como compañero lejano, no has podido acompañar, de forma subjetiva, cercana y cotidiana, la larga secuencia de su desaparición. Es algo que llega así, de golpe. Y esta desaparición del compañero lejano, que estoy experimentando esta noche, incluso delante de ustedes, es una prueba.
Creo que una de las razones es que, al fin y al cabo, lo lejano es una medida de nuestro propio lugar, una medida particular. En cierto sentido, lo cercano es el propio lugar. El compañero cercano es el que te acompaña y ocupa el mismo lugar en el que piensas y actúas. Pero el compañero lejano no está en ese lugar, y como es un compañero fuera del lugar, es también una medida del lugar. En cierto sentido, cada lugar necesita su propio compañero lejano para consolidarse, para existir. En política, se trata de la complicada e importante cuestión de las alianzas con personas que se sitúan lejos. Y la incuestionable alianza que existía en todo tipo de puntos con Daniel hace que su desaparición sea también algo que afecta al lugar por derecho propio, el que le da su distancia.
La última vez hablamos del lugar y me gustaría aprovechar esta oportunidad para volver a hablar de ello. Como sabéis, podemos llamar lugar a la materialidad localizada de un procedimiento político. Y esta materialidad tiene tal consistencia que se opone a la idea bastante extendida de que podemos sustituir el encuentro de los cuerpos por la conexión inmaterial, a través de Internet, por ejemplo. No digo que esta nueva operación sea inútil, pero no puede sustituir la construcción colectiva del lugar como presencia conjunta de los cuerpos. Nada sustituirá, seguro, sobre todo, en el procedimiento político, este efecto colectivo de la coexistencia de los cuerpos. En cuanto los cuerpos están ausentes, en cuanto la inmaterialidad se instala, la comunicación o la conexión pueden ser rápidas e inequívocas, pero la decisión es precaria.
La reunión es el núcleo activo de la política
Les pondré un ejemplo que algunos de los presentes conocen. Durante las últimas vacaciones, diversas delegaciones internacionales decidieron reunirse en Gaza, simbólicamente, para mostrar el apoyo internacional al pueblo gazatí, víctima de una especie de cerco, de una política que es, y que a largo plazo pretende ser, se diga lo que se diga, una política de aniquilación. Ahora bien, una diferencia fundamental entre la delegación francesa y el resto de delegaciones fue que antes la reunión física la delegación francesa se había reunido antes, mientras que los estadounidenses, por ejemplo, se habían conectado a través de Internet y concertaron una cita en Egipto, en El Cairo. Así que llegaron a El Cairo en orden disperso. Y en El Cairo se enteraron de que no se podía ir a Gaza. Como resultado, se encontraron completamente fragmentados. Por su parte, la delegación francesa, que había decidido ir a Gaza se habían reunido de antemano y había tomado una decisión que, en cierto sentido, sólo podía darse en una verdadera reunión, a saber: que, pasara lo que pasara en El Cairo, la delegación permanecería junta hasta el final de la expedición. Como resultado, construyeron un lugar. Llegaron a El Cairo en grupos y ocuparon un gran bulevar de la ciudad. Evidentemente, la policía egipcia empezó a enseñar los dientes, hubo negociaciones -les ahorraré los vericuetos-, pero al final ocuparon una acera de El Cairo durante cinco días, con pancartas, y se encontraron con un gran apoyo de la población.
Esto demuestra que sigue siendo absolutamente cierto que la reunión es el núcleo activo de la política, porque es la instancia de su lugar. Esto es realmente algo que toca lo que podríamos llamar democracia real. Podríamos llamar democracia real al conjunto de procedimientos que hacen posible la construcción de un nuevo lugar político. Incluso creo que esta es la definición más precisa que se puede dar en la actualidad. Y aquí pudimos ver muy claramente que, en contra de lo que se dice, la reunión de las personas sigue siendo una condición sine qua non para la toma de decisiones políticas y que, desde este punto de vista, no es cierto que Internet pueda acceder a la democracia real como tal. Puede ser un operador de la misma, pero no es un constituyente de la misma.
Una gran pérdida para todo el mundo
Ahora vuelvo a Daniel. Hasta ayer, antes de ayer, contábamos con la presencia de Daniel Bensaïd, la presencia de su cuerpo demacrado y largo, su cuerpo afilado del que emergía la voz del sur, el acento de Toulouse, lo que era una fraternidad más con él, ya que venimos de la misma ciudad. En este sentido, concluyo con esto, el cuerpo de Daniel, con su acento tolosano, era un lugar en sí mismo. Un pequeño lugar, donde la filosofía y la política estaban conectadas en un cuerpo y en una voz. Y realmente, cuando lo veía ahí, con ese cuerpo singular y esa agudeza que llevaba su humor y su voz, la proximidad y la distancia se fundían en él. Y por eso quería deciros a todos que la muerte de Daniel Bensaïd, que tenía 63 años, es una gran pérdida para todo el mundo. Y en las condiciones actuales, ¡es una muerte prematura! Nos perderemos al menos veinte años de Daniel Bensaïd, así es. Pero en cualquier caso es sin duda una razón de más para apoyar las razones por las que fue algo más que un compañero. Al fin y al cabo, es lo único que podía pedirnos, y que nos pidió.
* Intervención de Alain Badiou durante su seminario sobre Platón, el 13 de enero de 2010, y publicado con el título : Pour aujourd’hui : ¡Platon! 2007 – 2010, por Fayard, 2019, y reproducido con su amable permiso. Les Inrockuptibles.