Lance Selfa*
International Socialism Project, 27-8-2025
Traducción de Correspondencia de Prensa, 28-8-2025
Dos acontecimientos que tuvieron lugar con pocos días de intervalo a principios de agosto reflejan la situación de la oposición ante los ataques del presidente Trump contra los trabajadores y la democracia.
El 1º de agosto, el Tribunal de Apelaciones del Noveno Circuito (supuestamente el más liberal de Estados Unidos) confirmó la orden ejecutiva de Trump de marzo que, utilizando el pretexto de la «seguridad nacional», anulaba los convenios colectivos de muchas agencias del Gobierno federal.
En pocos días, las agencias del gobierno federal -sobre todo el Departamento de Asuntos de los Veteranos– anularon los convenios colectivos.
El segundo acontecimiento destacable se produjo pocos días después de la sentencia judicial contraria a los sindicatos. Todos los demócratas de la legislatura de Texas abandonaron el estado para que el gobernador de Texas, Greg Abbott, y sus secuaces republicanos en la legislatura no obtuvieran el quórum legislativo necesario para aplicar una manipulación electoral que reduciría el número de congresistas demócratas de los 13 actuales a ocho. Esta medida dejaría a la delegación de Texas en el Congreso con casi un 80 % de republicanos en un estado en el que Trump obtuvo el 56 % de los votos en 2024.
La mayoría de los liberales y demócratas vieron con indiferencia la represión sindical sancionada por los tribunales, si es que se percataron de ella. Pero la amenaza de perder escaños en el Congreso hizo que los demócratas se pusieran en pie de guerra.
El gobernador de California, Gavin Newsom, se comprometió a pedirles a los votantes de California que votaran en un referéndum para otorgar a la legislatura de California el poder de modificar los límites de los distritos electorales y obtener así al menos cinco, y hasta nueve, nuevos distritos favorables a los demócratas. Newsom provocó el entusiasmo de los partidarios demócratas, que lo veían como un político demócrata poco común que le haría frente a Trump. Incluso el siempre cauteloso expresidente Barack Obama respaldó el plan de Newsom.
Aparte de los detalles de las batallas por la redistribución de distritos que podrían tener lugar en varios estados antes de las elecciones de medio mandato de 2026, deberíamos preguntarnos por qué los demócratas y muchos de sus seguidores liberales están tan preocupados por la cuestión del reparto de distritos electorales, pero se muestran pasivos ante la mayoría de las demás depredaciones del régimen de Trump.
Quizás no sea ninguna sorpresa que los políticos estén más preocupados por sus propios puestos que por los puestos de trabajo y los derechos de sus electores y su base votante. Pero también es un indicio del grado en que la lógica de lo que Karl Marx denominó «cretinismo parlamentario» ha atrapado a gran parte de la oposición a Trump.
La oposición liberal a Trump solo concibe derrotarlo a él y al trumpismo en las urnas. Por lo tanto, cualquier cosa que pueda impedirlo es una cuestión existencial para ellos.
Volviendo al ejemplo de los sindicatos, está claro que, aparte de los heroicos esfuerzos de un grupo aún reducido de militantes de la central sindical Federal Union Network, el movimiento sindical apenas ha respondido a la ofensiva antisindical de Trump. Las demandas presentadas y apoyadas por los dirigentes sindicales han frenado, pero no detenido, la determinación de Trump de desmantelar la organización sindical de los trabajadores a nivel federal.
En un movimiento sindical que aún cuenta con entre 14 y 16 millones de afiliados, incluyendo más de un millón que trabajan para el gobierno federal, hay un potencial para llevar adelante acciones de protesta masivas, incluyendo huelgas, trabajo a reglamento, ocupaciones, organización de los no organizados, días de acción y otras movilizaciones, para galvanizar una oposición real a Trump. Pero para la mayoría de los dirigentes sindicales, esto ni siquiera forma parte de su esquema de pensamiento.
Como dijo el veterano militante sindical y socialista Chris Townsend en una entrevista reciente: «Hemos entrado en una etapa de nuestro movimiento sindical en la que el declive, la decadencia, el estancamiento y el liderazgo tímido han adquirido carácter oficial». El «liderazgo» actual en muchos sindicatos es, en el mejor de los casos, una instancia administrativa: funcionarios que se ocupan cuidadosamente del declive, que mantienen el funcionamiento mientras nos empujan hacia el olvido. Hay ejemplos que contradicen esto, pero no muchos, según mi experiencia».
La atrofia de la organización de los movimientos sociales y la lealtad refleja hacia los demócratas entre la mayoría de los líderes de las organizaciones no gubernamentales nos han llevado a esta situación. A finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, el temor a que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos revocara la legalización del aborto provocó protestas de cientos de miles de personas en Washington. Esta movilización frenó la mano del Tribunal Supremo, entonces, como ahora, con una mayoría nombrada por los republicanos.
Pero cuando la Corte Suprema revocó el dictamen Roe vs. Wade en 2022, ningún grupo importante a favor del derecho al aborto convocó una manifestación nacional, y las protestas quedaron en manos de grupos de activistas abnegados y con pocos recursos en diferentes localidades. El mensaje implícito (y a menudo explícito) de los grupos nacionales era que los defensores del derecho al aborto confiaran en el proceso electoral de los referendos estatales y en la elección de demócratas para el Congreso y la Casa Blanca. Esto ocurrió en una época en la que incluso los demócratas proabortistas tenían dificultades para articular promesas simples de aprobar una ley nacional sobre el derecho al aborto, especialmente si ello requería (como era casi seguro que ocurriría) eliminar el obstruccionismo del Senado.
La respuesta del presidente nacional de la Federación Estadounidense de Empleados Gubernamentales (AFGE, por sus siglas en inglés), Everett Kelley, a la decisión judicial antisindical demostró cómo los líderes sindicales también son rehenes de las prácticas liberales del Partido Demócrata:
«Sin duda, vamos a luchar por nuestra existencia. Es muy inquietante y perturbador que el Noveno Circuito haya emitido el fallo que ha emitido. Creo que ningún presidente debería tener una autoridad ilimitada, que no esté sujeta a control», declaró Kelley a The Hill. «Esa es una de las razones por las que existen los sindicatos, para garantizar que haya controles y contrapesos dentro de las agencias».
Inconscientemente, Kelley se hace eco de la retórica de demócratas como el líder de la minoría del Senado Chuck Shumer (D-NY), quien apela regularmente al Congreso y a los tribunales para que respeten el antiguo sistema constitucional de «controles y contrapesos» contra el autócrata de la Casa Blanca.
En un ensayo titulado «The Dead End of Checks and Balances» (El callejón sin salida de los controles y contrapesos), la politóloga Lisa L. Miller señala hasta qué punto la toma de poder autoritaria de Trump sigue el modelo de la Constitución estadounidense, que empodera a una minoría rica a expensas de las necesidades de la amplia mayoría de la clase trabajadora. Miller sostiene que los «controles y contrapesos» que citan figuras como Schumer -el federalismo, los tribunales, la división del Congreso en dos cámaras- han servido históricamente a los capitalistas y a los ricos para vetar iniciativas populares como el seguro médico nacional, en lugar de ayudar a la gente común.
Los períodos de reformas populares sólo son posibles cuando los movimientos de masas obligan al sistema político a romper las cadenas del «equilibrio de poderes».
Algunas de las secciones más militantes de los sindicatos lo entienden así. Un artículo escrito conjuntamente por tres líderes de los sindicatos de docentes de Chicago y Los Ángeles defiende la reactivación de la huelga general como parte de la estrategia sindical para derrotar el autoritarismo trumpista. Hasta aquí todo bien. Pero está claro que ven el activismo sindical como una forma de resucitar al Partido Demócrata a tiempo para las elecciones de 2026 y 2028. Como señala el artículo, «las huelgas y el trabajo electoral se refuerzan mutuamente».
Esto convierte su llamamiento a la militancia no en una ruptura audaz con el actual liderazgo sindical, sino en una reformulación de la estrategia estándar «desde dentro y desde fuera» para reformar el Partido Demócrata. Es decir, organizarse «fuera» del Partido Demócrata para presionar a favor de la reforma «desde dentro».
La larga historia de estos esfuerzos por reformar el Partido Demócrata ha servido principalmente para que los radicales y los militantes se adapten al statu quo de los demócratas, más que para empujar al partido hacia la izquierda. Lo vimos el año pasado cuando la representante Alexandria Ocasio Cortez y el senador Bernie Sanders, que se autodenominan socialistas democráticos, apostaron por Kamala Harris, pese a la política favorable a las grandes empresas de Harris y de su apoyo a la guerra genocida de Israel en Gaza. (Por cierto, hay que destacar que el artículo de los tres dirigentes sindicales de la enseñanza y un profesor de estudios laborales, todos ellos autodenominados radicales y socialistas, no menciona Gaza).
Es innegable que la izquierda y los movimientos sociales y sindicales se encuentran hoy en una situación muy precaria, y los debates sobre cómo luchar contra el autoritarismo trumpista serán cruciales. Pero las elecciones y los tribunales no los salvarán, como lo señaló Townsend:
«Las elecciones de Nueva Jersey y Virginia del próximo mes de noviembre pueden representar un impulso para el Partido Demócrata, pero a Trump no le importa lo más mínimo. Es obvio que tiene la intención de ampliar su guerra unilateral contra los trabajadores, y los tribunales se lo van a permitir. Este tipo gobierna como cualquier patrón loco con el que se topan los sindicatos diariamente. Jefes que ignoran los convenios y actúan de forma ilegal. Porque saben que es poco probable que te rebeles. Saben que el tiempo está de su lado, no del nuestro. Controlan la mayoría de los aspectos de la situación. Así que, del mismo modo que ocurre en el contexto sindical, tenemos que reconsiderar todas nuestras posiciones, nuestras respuestas, nuestras tácticas. Necesitamos dirigentes sindicales que planteen respuestas audaces, respuestas militantes, tácticas que desafíen el sentido común.»
*Lance Selfa, autor de The Democrats: A Critical History (Haymarket, 2012) y editor de U.S. Politics in an Age of Uncertainty: Essays on a New Reality (Haymarket, 2017).