Foto: Movilización de repartidores en São Paulo. (Roberto Parizotti/Fotos Publicas)
Sobre el 13 de mayo y las actuales condiciones insalubres de la explotación laboral
Caíque Belchior*
Revista Movimento, 13-5-2025
Traducción de Correspondencia de Prensa, 13-5-2025
El 13 de mayo marca la fecha en que la princesa Isabel firmó la Ley Áurea, que puso fin a la esclavitud en Brasil. Sin embargo, para los movimientos negros, el 13 de mayo nos recuerda que la esclavitud aún no ha terminado. En vísperas del 18, día de la lucha contra los manicomios, estamos llamados a reflexionar también sobre el impacto del racismo en la salud mental de la población negra. Ante un sistema económico que actualiza constantemente las formas de explotación para obtener beneficios sobre nuestros cuerpos, ¿qué podemos decir de los mecanismos de segregación y violencia que utilizan el sufrimiento mental como arma contra las personas negras?
La abolición de la esclavitud en Brasil se produjo en un período en el que los propios países europeos ya habían reconocido la obsolescencia de esta forma de explotación. Para evitar la revuelta de la población negra por sus condiciones de trabajo inhumanas, la realeza brasileña no tuvo otra alternativa que liberar a los trabajadores que aún estaban sometidos a la esclavitud. De esta manera, sin ningún tipo de apoyo del gobierno, la población negra recién liberada fue empujada a las regiones marginadas y a los trabajos más precarios, reactivando así la forma de explotación sin perder de vista el carácter análogo a la esclavitud que perdura hasta nuestros días.
Esa es la realidad de los trabajos que funcionan bajo el régimen de escala 6×1 (6 días de trabajo y uno de descanso): la lucha contra este régimen cobró un carácter generalizado tras la revuelta de los trabajadores contra su naturaleza inhumana, que los explota hasta la extenuación y les paga salarios irrisorios para generar beneficios a los empresarios y a las grandes empresas. No en vano, esta modalidad de trabajo es más significativa en los centros comerciales, máxima expresión de la artificialidad capitalista y de la ideología de la felicidad a través del consumo.
Una de las principales denuncias de los trabajadores que trabajan en régimen 6×1 se refiere al robo de su tiempo de vida. Al final del día, la venta de la fuerza de trabajo de esta clase precaria significa también un robo de su propio tiempo en beneficio de la vida del patrón. Este tiempo secuestrado les roba a los trabajadores la oportunidad de cuidar su propia salud y es responsable del deterioro físico y mental de gran parte de esta población. Es importante destacar que esta es una realidad no sólo de la escala 6×1, sino una tendencia del modo de trabajo en el capitalismo, que necesita robarles el tiempo a los trabajadores para subsistir, con el fin de crear una reserva de mano de obra precaria y, por lo tanto, más fácil de explotar.
Si entendemos que la mayoría de las personas que ocupan los puestos de trabajo más precarios son personas negras, comprendemos que la lucha por mejores condiciones laborales y por el fin de la escala 6×1 es también una lucha antirracista. Este esquema se perfila igualmente cuando comprendemos la lucha contra los manicomios y su reivindicación por la atención en libertad.
Históricamente, los hospitales psiquiátricos han sido instituciones marcadas por la violencia contra los cuerpos considerados disidentes de la norma social. Los pobres, los negros, las prostitutas, los LGBT, las personas con discapacidad y cualquiera que se atreviera a cuestionar la normatividad eran internados y excluidos de la convivencia social, donde sufrían torturas y la negación de sus derechos básicos. Aquí en Brasil, el horror de la violencia manicomial fue tan expresivo que el hospital psiquiátrico de Barbacena, en Minas Gerais, fue considerado similar a los campos de concentración nazis, en lo que se conoció como el holocausto brasileño. 1
La lucha por el tratamiento en libertad fue, por lo tanto, la base de la reforma psiquiátrica brasileña que, a través de conferencias sobre salud celebradas desde el final de la dictadura militar, inauguró una compleja red de salud mental, de la que forman parte los Centros de Atención Psicosocial (CAPS). Sin embargo, actualmente asistimos a una desmoralización de este servicio en las redes sociales, que asocian el trabajo de los CAPS con los antiguos hospitales psiquiátricos, volviendo al estigma de la locura contra los usuarios de sus servicios.
Esta narrativa, por lo tanto, sirve a la lógica neoliberal de desmoralización de los servicios públicos de salud y de todo el SUS (Sistema Único de Salud, ndt), invisibilizando años de contribución de los movimientos sociales a la lucha contra las desigualdades y la violencia de la patologización de la vida.
A pesar de ello, también es importante señalar que gran parte de las críticas a este servicio provienen de los jóvenes, que, en cierta medida, se reconocen en esta locura. De hecho, considerar que la única posibilidad en la vida es un trabajo precario y agotador no es menos enloquecedor. El entierro del sujeto en una lógica discursiva neoliberal de emprendimiento, meritocracia e individualización nos separa de la convivencia social y de la vida en comunidad, elementos tan importantes para la promoción de la salud mental.
No es una simple coincidencia, por lo tanto, que gran parte de la juventud reciba diagnósticos tan prematuros de ansiedad, depresión y otros trastornos relacionados con el sufrimiento mental. La fragmentación de las relaciones sociales refuerza el sentimiento de soledad y la incapacidad de vernos como sujetos, en la medida en que sólo somos reconocidos por lo que producimos para el capital, en la medida en que demostramos ser útiles para el modo de producción.
La lucha por recuperar nuestro tiempo de vida es, por lo tanto, una lucha por la inutilidad. Para tener tiempo de no ser útiles al capitalismo, sino de vivir para nosotros mismos. Es decir, reivindicamos nuestra autonomía. Reivindicar el derecho sobre el tiempo propio e intentar recuperar lo que nos ha sido robado significa, en última instancia, la posibilidad de decir en nuestro propio nombre aquello que nos concierne.
Al igual que el fin de la esclavitud, nos sitúa en posición de rechazar a un amo que nos impone el trabajo y nos roba nuestro tiempo, la lucha por la salud mental es una lucha por la autonomía. Para cultivar nuestro propio tiempo de manera que nos humanice.
Y no hay nada más peligroso para quienes están en el poder que reconocer que podemos reclamar lo que es nuestro por derecho.
*Caíque Belchior es psicólogo y psicoanalista, miembro del colectivo Ocupação Psicanalítica de Minas Gerais y educador popular de la Red Emancipa.
Nota de Correspondencia de Prensa
- En Baracena, los pacientes eran separados por sexo, edad y características físicas. Como la Colonia no solo atendía a personas de la ciudad, muchos venían de fuera, llegando en tren. En 1933, el escritor Guimarães Rosa, que trabajó un tiempo allí como médico, los llamó «trenes de locos». Se estima que el 70 % de los internos no tenían antecedentes de enfermedad mental. Eran homosexuales, alcohólicos, militantes políticos, madres solteras, mendigos, negros, pobres, indígenas, personas sin documentos, etc. La situación comenzó a cambiar con una revolución en el sistema de salud mental propuesta por el psiquiatra italiano Franco Basaglia en la década de 1960 y con el Movimiento Antimanicomio, creado en Brasil en 1987… El hospital podía admitir hasta 200 personas, pero llegó a tener 5000. Se estima que unas 60 000 personas perdieron la vida en la Colonia hasta el fin de los métodos inhumanos en los años 80. En 1996, uno de los pabellones se transformó en museo para mantener vivo este lamentable recuerdo de la historia. ↩