Daniel Noboa, en la ceremonia de asunción presidencial en Quito, Ecuador, el 15 de Abril. Afp, Rodrigo Buendia
Marcha atrás.Tercera derrota electoral consecutiva del progresismo en Ecuador
Decio Machado desde Quito
Brecha, 16-4-2025
Correspondencia de Prensa, 18-4-2025
Daniel Noboa, joven heredero de uno de los más importantes emporios empresariales de Ecuador, gobernará el país por otros cuatro años, un período en que se propone consolidar la gestión neoliberal que inició en 2023.
Tras la primera parte del ciclo progresista latinoamericano en el presente siglo, esa que se enmarca entre el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela en 1999 y la salida del gobierno de Rafael Correa en 2017, el único país en el que esa sensibilidad política no volvió a recuperar el poder en ningún momento ha sido Ecuador.
El domingo pasado, Luisa González, candidata de Revolución Ciudadana –el partido político liderado desde su exilio en Bélgica por el expresidente Correa–, acabó siendo derrotada en unas elecciones en las que tenía todo a su favor para volver a ser gobierno, y quedó claramente por detrás, según los resultados difundidos por el Consejo Nacional Electoral, del millonario Daniel Noboa.
El caso ecuatoriano es de estudio académico. A diferencia de países como Argentina, Bolivia, Brasil, Chile o Uruguay, Ecuador se enmarca en un derrotero de constantes fracasos electorales del progresismo tras el fin de la década de mandato correísta, entre 2007 y 2017, y la posterior traición política de su sucesor en el cargo, Lenín Moreno, que gobernó entre 2017 y 2021.
A partir de entonces, las candidaturas presidenciales del correísmo, tanto en 2021 con Andrés Arauz al frente como en 2023 y ahora, en 2025, con González como relevo presidencial, consagran su tercera derrota electoral consecutiva en apenas cuatro años.
Especializados en perder
Si algo caracteriza al progresismo ecuatoriano en estos últimos años ha sido su especialización en caer vencido en elecciones a priori consideradas imposibles de perder. En 2021 el joven quinquelingüe y brillante economista Andrés Arauz, quien se perfilaba como el heredero de Correa, se veía inverosímilmente derrotado por el septuagenario banquero Guillermo Lasso, en un país donde la banca ha sido responsable del exilio económico de más de 1 millón de personas apenas una generación atrás.
En 2023, tras la renuncia de Lasso –luego de apenas 30 meses de gobierno– y con todo a su favor para volver al sillón presidencial del Palacio de Carondelet, el progresismo perdía las elecciones de forma sorprendente tras el asesinato de uno de los candidatos presidenciales, hecho exógeno a la disputa electoral que le permitió a Noboa entrar en la segunda vuelta y ganar con apuros el balotaje, por primera vez frente a González.
El domingo 13, tras una campaña electoral en primera vuelta marcada por la brillante estrategia de consultores extranjeros que permitió polarizar entre González y Noboa unas elecciones en las que participaban 16 candidaturas presidenciales, el correísmo se dio de bruces en una segunda vuelta signada por la repetición de errores tácticos y operacionales propios de sus campañas anteriores. Entre estos destaca su incapacidad para desmarcarse del gobierno venezolano de Nicolás Maduro, que motiva escasas simpatías en el país; sus limitaciones a la hora de generar confianza respecto a su programa económico de gobierno, especialmente en todo lo que tiene que ver con el ámbito del sostenimiento de la dolarización, y su torpeza para comunicar un talante dialogante ante una sociedad que recibe un bombardeo mediático a través del cual se acusa al correísmo de corrupción y autoritarismo.
Así las cosas, la ventaja en intención de voto favorable a González tras el pacto entre su formación política y otras izquierdas, así como con el movimiento indígena y otros sectores sociales, concluido tras el arranque de la segunda vuelta, se vio mermada por errores cometidos por la candidata progresista en el debate presidencial televisivo frente a Noboa. Un debate, por cierto, más caracterizado por la limitación dialéctica y la sobreactuación teatral de ambos candidatos que por la visibilización de sus atributos para sacar adelante a un país inmerso en una crisis multidimensional y 10 puntos porcentuales más pobre que una década atrás.
Desde entonces, 23 de marzo, y hasta el propio domingo, el correísmo perdió la iniciativa política, inmerso en la ceguera de la mayoría de sus involucrados en la disputa electoral. Por si lo anterior fuera poco, el uso de la Fiscalía General del Estado como herramienta política electoral por parte del gobierno de Noboa permitió hacer públicos los chats y las grabaciones de audio contenidas en los dispositivos tecnológicos incautados a una de las autoridades alineadas con el correísmo en el Consejo de Participación Ciudadana, entidad responsable de la designación de autoridades en organismos de control en el país. Esa operación transparentó los intestinos de una organización política en la que sus integrantes se descalifican entre sí de forma grotesca y permanente.
Pocos días antes de la jornada del balotaje y en medio de un clima de espiral triunfalista por parte del correísmo, algunas de las investigaciones cualitativas indicaban mayor resistencia a González que a Noboa en numerosos electores que aún mostraban incertidumbre en su intención de voto. No importó, todo fue ignorado por la formación progresista, y una vez más los trofeos de guerra del correísmo eran despilfarrados en medio de una prematura celebración.
Todo ello desembocó en una tragedia, no solo para el correísmo, sino para el pueblo ecuatoriano.
Quince meses de gobierno sin un solo logro condujeron, sin embargo, al candidato oficialista a la victoria en los comicios, más por rechazo al adversario que por méritos propios. Noboa acabó imponiéndose con 55,6 por ciento de los votos válidos frente a menos del 44 de González, una diferencia mucho mayor a la prevista por los sondeos –que pronosticaban un empate técnico, aunque con leve ventaja para el conservador– y a la conseguida por Noboa en primera vuelta, de apenas 20 mil votos.
Pero, como dice la sabiduría popular, «no hay dos sin tres». La misma noche del domingo 13, la dirigencia correísta cometería su último error al no reconocer los resultados y acusar de fraude al Consejo Nacional Electoral. Si bien es cierto que entre las bases correístas esa actitud caló en primera instancia, al cierre de esta nota seguían sin presentarse indicios que acreditaran la sospecha de fraude, y en el propio partido del expresidente estallaban diferencias.
Nubarrones en el horizonte
Dos izquierdas políticas de importancia existen en Ecuador: una político-institucional, Revolución Ciudadana, y otra político-social, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie). Una con presencia y en disputa permanente en las instituciones y otra con músculo movilizador. Ambas han quedado muy tocadas tras los resultados del domingo.
Cómo sorteará Revolución Ciudadana la indudable crisis interna que le ha de llegar tras su tercera derrota electoral consecutiva, en esta ocasión por goleada y luego de haber sido la fuerza hegemónica en el país durante muchos años, es una pregunta aún sin respuesta. Unos hablan de una posible implosión interna, otros, de la necesaria renovación de sus cuadros dirigentes, e incluso hay quienes indican posibles rupturas en territorios determinados antes de las elecciones seccionales que tendrán lugar dentro de dos años. En estos momentos todo es incertidumbre en el progresismo ecuatoriano.
Algo similar sucede en el movimiento indígena, donde su actual dirigencia, comprometida en la lucha contra las políticas neoliberales, apoyó contra viento y marea la candidatura de González en la segunda vuelta. En el segundo semestre del año deberá tener lugar el Congreso de la Conaie para la designación de nuevas autoridades, momento en el que Leonidas Iza –actual presidente de la organización– deberá hacer frente a los sectores indígenas más conservadores, que, financiados por el gobierno de Noboa, se oponían al pacto con Revolución Ciudadana. El triunfo de los opositores a la actual dirección de la Conaie supondría la entrega bajo prebendas al gobierno de la única organización social ecuatoriana con capacidad de resistir los envites neoliberales que se prevé lleguen durante el próximo período de mandato del magnate.
La posibilidad de una crisis interna que debilite aún más al maltrecho correísmo o incluso provoque su implosión y una derrota de los sectores comprometidos con la lucha popular al frente del movimiento indígena parece despuntar en el horizonte. Si ello llegara a ocurrir, la izquierda política y social quedará hecha un erial por un largo período. Por el contrario, quedará abonado el camino para que Noboa concrete su anunciado proyecto de convocar a una nueva asamblea constituyente para acabar con las conquistas sociales plasmadas en la Constitución posneoliberal ecuatoriana, vigente desde 2008.