Estados Unidos – «La reaparición del trabajo infantil es el último signo del declive de Estados Unidos». [Steve Fraser]

«Sofía», una trabajadora del tabaco de 17 años, en un campo de tabaco de Carolina del Norte. © 2015 Benedict Evans for Human Rights Watch

Cuidado: niños trabajando  

«La reaparición del trabajo infantil es el último signo del declive de Estados Unidos» 

A l’encontre, 7-7-2023

Traducción de Correspondencia de Prensa, 11-7-2023

En 1906, un jefe indígena, ya viejo, visitó Nueva York por primera vez. Estaba curioso por la ciudad y la ciudad estaba interesada en él. Un reportero de una revista le preguntó al jefe amerindio qué era lo que más le había sorprendido durante su recorrido por la ciudad. «Los niños pequeños trabajando», respondió el visitante. 

El trabajo infantil escandalizó seguramente a este forastero, pero en aquella época era muy común en la Norteamérica urbana e industrial (y en las granjas, donde era habitual desde hacía mucho tiempo). En los últimos tiempos, sin embargo, es mucho menos frecuente. La ley y la práctica lograron que casi desapareciera, suponemos la mayoría de nosotros. Y nuestra reacción ante su reaparición podría parecerse a la de aquel jefe: conmoción, incredulidad. 

Pero deberíamos acostumbrarnos, ya que el trabajo infantil es una realidad que ha vuelto con fuerza. Una cantidad impresionante de funcionarios electos están haciendo esfuerzos concertados (The New Yorker, «Child Labor is on the Rise», 4-6-2023) para debilitar o derogar las leyes que durante mucho tiempo prohibieron (o al menos frenaron seriamente) la posibilidad de explotar a los niños. 

Consideremos lo siguiente: la cantidad de niños que trabajan en EE.UU. aumentó un 37% entre 2015 y 2022. En los últimos dos años, 14 estados han introducido o promulgado leyes que derogan las normativas que regulaban la cantidad de horas durante las que se podía hacer trabajar a los niños, han reducido las restricciones sobre los trabajos peligrosos y han legalizado los salarios mínimos para los jóvenes. 

El Estado de Iowa permite ahora que los jóvenes de 14 años trabajen en lavanderías industriales. A los 16 años, pueden desempeñar trabajos de techado, construcción, excavación y demolición y pueden manejar maquinaria con motores. Los jóvenes de 14 años pueden incluso trabajar de noche y, a partir de los 15 años, pueden trabajar en cadenas de montaje. Por supuesto, todo esto estaba prohibido no hace mucho tiempo.

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Los representantes electos dan explicaciones absurdas para justificar estas desviaciones de prácticas establecidas desde hace mucho tiempo. El trabajo, según dicen ellos, mantendrá a los niños alejados de sus computadoras, de los videojuegos o de la televisión. E incluso le quitará al gobierno la potestad de dictar lo que los niños pueden o no pueden hacer, dejando a los padres el control, una afirmación que ya carece de sentido dados los esfuerzos desplegados para eliminar la legislación social protectora y para permitir que los niños de 14 años trabajen sin la autorización formal de sus padres. 

En 2014, el Instituto Cato, un grupo de reflexión de derecha, publicó «A Case Against Child Labor Prohibitions» (Un caso contra las prohibiciones del trabajo infantil), argumentando que dichas leyes cercenaban las perspectivas de futuro de los niños pobres, en particular de los niños negros. La Foundation for Government Accountability (Fundación para la Responsabilidad Gubernamental), un grupo de reflexión financiado por una serie de ricos donantes conservadores, entre ellos la familia DeVos [Betsy DeVos, secretaria de Educación bajo la administración Trump], encabezó los esfuerzos para flexibilizar las leyes sobre el trabajo infantil, y la Americans for Prosperity (Estadounidenses por la Prosperidad), la fundación multimillonaria de los hermanos Koch (muy implicados en la inversión petrolera), se unieron a ellos. 

Estos ataques no se limitan a los estados rojos (republicanos) como Iowa o los del Sur. En los estados de California, Maine, Michigan, Minnesota y Nuevo Hampshire, así como Georgia y Ohio, ha habido también este tipo de intervenciones. Durante los años de la pandemia, incluso el estado de Nueva Jersey aprobó una ley que aumentaba transitoriamente las horas de trabajo autorizadas para los jóvenes de 16 a 18 años.

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La cruda realidad es que el trabajo infantil es rentable y se está haciendo increíblemente omnipresente. Es un secreto a voces que las cadenas de comida rápida llevan años empleando a menores y simplemente consideran la multa ocasional como parte del costo de funcionamiento. En Kentucky, niños de tan sólo 10 años de edad trabajan en estos centros de preparación de comida, y los mayores ya han superado los límites horarios prescritos por la ley. En Florida y Tennessee, los techadores pueden, a partir de ahora, trabajar aunque tengan solamente 12 años. 

Recientemente, el Departamento de Trabajo descubrió a más de 100 niños de entre 13 y 17 años trabajando en plantas de envasado de carne y mataderos de Minnesota y Nebraska. Y no se trataba de operaciones clandestinas. Empresas como Tyson Foods y Packer Sanitation Services -propiedad del fondo de inversión BlackRock, la mayor empresa de gestión de activos del mundo [véase el artículo sobre estos fondos publicado en A l’encontre el 6-7-2023] figuraban también en la lista.

Actualmente, casi toda la economía está considerablemente abierta al trabajo infantil. Las fábricas de ropa y los fabricantes de piezas de automóviles (proveedores de Ford y de General Motors) emplean a niños inmigrantes, a veces en turnos de 12 horas. Muchos de ellos se ven obligados a abandonar la escuela para no ser sancionados por sus empleadores. Asimismo, las cadenas de suministro de Hyundai y Kia dependen de los niños que trabajan en Alabama. 

Como informó el New York Times el pasado mes de febrero («Alone and Exploited, Migrant Children Work Brutal Jobs Across the U.S.», Hannah Dreier, 25-2-2023) -en un aporte a la divulgación del nuevo mercado de trabajo infantil- los niños menores de edad, en particular los inmigrantes, trabajan en plantas de empaquetado de cereales y en fábricas de procesamiento de alimentos. En Vermont, los «ilegales» (porque son demasiado jóvenes para trabajar) manejan máquinas ordeñadoras. Algunos niños ayudan a confeccionar camisas de J. Crew (una gran marca de ropa) en Los Ángeles, trabajan en las panaderías de Walmart o en la producción de calcetines de Fruit of the Loom (una empresa muy conocida). El peligro acecha. Estados Unidos es un lugar de trabajo muy peligroso y la tasa de accidentes entre los niños trabajadores es muy elevada, con una aterradora serie de espinas dorsales rotas, amputaciones, envenenamientos y quemaduras desfigurantes. 

La periodista Hannah Dreier se ha referido a una «nueva economía de la explotación», sobre todo cuando se trata de niños inmigrantes. Una maestra de escuela de Grand Rapids, en Michigan, al observar la misma situación, comentó: «Toman a niños de otro país y los someten prácticamente a una servidumbre industrial».

Hace mucho tiempo, hoy 

Hoy en día, podemos sorprendernos como se sorprendió aquel jefe de amerindios a principios del siglo XX ante este espectáculo deplorable. Nuestros antepasados no se habrían sorprendido. Para ellos, el trabajo infantil era algo normal.

Además, los miembros de las clases altas británicas que no estaban obligados a trabajar duro consideraron durante mucho tiempo el trabajo como un tónico espiritual capaz de frenar los impulsos indisciplinados de las clases inferiores. Una ley isabelina de 1575 preveía ya la asignación de fondos públicos al empleo de niños como «profilaxis contra los vagabundos y mendigos». 

En el siglo XVII, el filósofo John Locke [1632-1704, autor del Ensayo sobre el entendimiento humano, uno de los principales actores de la Royal African Company, pilar del comercio de esclavos], entonces famoso «defensor de la libertad», proponía que se incluyera a los niños de tres años en la fuerza de trabajo. Daniel Defoe, autor de Robinson Crusoe, estaba encantado de que «todos los niños de cuatro o cinco años pudieran ganarse el pan». Más tarde, Jeremy Bentham [1748-1832, precursor del liberalismo], padre del utilitarismo, optó por los cuatro años, ya que de lo contrario la sociedad sufriría la pérdida de «¡preciosos años durante los cuales no se hace nada! ¡Nada para la industria! ¡Nada para la mejora, moral o intelectual!». 

El informe sobre la industria manufacturera publicado en 1791 por el «padre fundador» estadounidense Alexander Hamilton [1757-1804, Secretario del Tesoro de 1789 a 1795] señalaba que los niños «que de otro modo estarían ociosos» podían convertirse en cambio en una fuente de mano de obra barata. La afirmación de que el trabajo a una edad temprana prevenía de los peligros sociales de «la ociosidad y de la degeneración» siguió siendo una constante en la ideología de las élites hasta la era moderna. Y es evidente que sigue siendo así en la actualidad.

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Cuando comenzó efectivamente la industrialización en la primera mitad del siglo XIX, los observadores señalaron que el trabajo en las nuevas fábricas (sobre todo en las textiles) «lo hacían mejor las niñas de 6 a 12 años». En 1820, los niños representaban el 40% de los trabajadores de las fábricas en tres estados de Nueva Inglaterra. Ese mismo año, los niños menores de 15 años representaban el 23% de la mano de obra manufacturera y hasta el 50% de la producción textil de algodón («Child Labor in the United States», Robert Whaples, Wake Forest University). 

Y estas cifras siguieron aumentando después de la Guerra de Secesión estadounidense [1861-1865]. En realidad, los hijos de los antiguos esclavos volvieron a ser esclavizados mediante acuerdos de aprendizaje altamente restrictivos. Mientras tanto, en Nueva York y en otros centros urbanos, los padroni italianos aceleraban la explotación de los niños inmigrantes infligiéndoles tratamientos brutales. Hasta el New York Times se ofendió: «El mundo ha renunciado a robar hombres de las costas de África para secuestrar niños en Italia». 

Entre 1890 y 1910, el 18% de los niños de entre 10 y 15 años, unos dos millones de jóvenes, trabajaban, a menudo 12 horas al día, seis días por semana. Trabajaban en toda la fachada marítima bajo la supervisión de los padroni, miles de niños abrían ostras y recogían gambas. También eran voceadores callejeros y vendedores de periódicos.

Trabajaban en oficinas y fábricas, bancos y burdeles. Manejaban martillos y macetas y eran «abridores de las puertas de madera que dejaban pasar el aire» en las minas de carbón mal ventiladas, trabajos especialmente peligrosos e insalubres. En 1900, de los 100.000 trabajadores de las fábricas textiles del Sur, 20.000 de ellos tenían menos de 12 años.

Los huérfanos urbanos eran enviados a trabajar en las fábricas de vidrio del Medio Oeste. Miles de niños se quedaban en sus casas y ayudaban a sus familias a confeccionar ropa para los talleres clandestinos. Otros empaquetan flores en carpas mal ventiladas. Un niño de siete años explicó: «Prefiero ir a la escuela. No me gusta estar en casa. Hay demasiadas flores.» En las granjas, la situación era igualmente sombría: niños de apenas tres años trabajaban pelando frutas y recogiendo bayas. 

En la familia  

No cabe duda de que, hasta el siglo XX, el capitalismo industrial dependía de la explotación de los niños, cuyo trabajo resultaba más barato, tenían menos capacidad de resistencia y, hasta la llegada de tecnologías más sofisticadas, se adaptaban bien a las máquinas relativamente sencillas de la época. 

Por otra parte, la autoridad ejercida por el patrón respondía a los principios patriarcales de la época, ya fuera en el seno de la familia o incluso en las nuevas empresas industriales de mayor tamaño de entonces, que en su inmensa mayoría eran propiedad de familias, como la siderúrgica de Andrew Carnegie. Este capitalismo familiar dio lugar a una alianza perversa entre patronos y subcontratistas que hizo de los niños unos asalariados en miniatura.

En esa época, las familias de clase trabajadora eran tan explotadas que necesitaban desesperadamente los ingresos que generaban sus hijos. Así pues, en Filadelfia a principios de siglo, el trabajo infantil representaba entre el 28% y el 33% de los ingresos de las familias biparentales nacidas en el país (Monthly Labor Review, «History of child labor in the United States-part 1: little children working», enero de 2017). En el caso de los inmigrantes irlandeses y alemanes, las cifras eran del 46% y el 35% respectivamente. No es sorprendente que los padres de clase trabajadora se opusieran a menudo a las leyes propuestas sobre el trabajo infantil. Como señaló Karl Marx, el trabajador, siendo incapaz de mantenerse a sí mismo, «ahora vende a su mujer y a su hijo, se convierte en un traficante de esclavos». 

Empleados de Packers Sanitation Services en una planta de Nebraska, U.S. Department of Labor

No obstante, la resistencia empezó a organizarse. El sociólogo y fotógrafo Lewis Hine conmocionó al país con fotografías desgarradoras de niños trabajando en fábricas y minas (Pudo acceder a esos lugares de trabajo haciéndose pasar por vendedor de biblias). Mother Jones [1837-1930], la militante sindical, llevó adelante una «cruzada de los niños» en 1903 en nombre de los 46.000 trabajadores textiles en huelga en Filadelfia. Doscientos delegados de los niños trabajadores se presentaron en la residencia del presidente Teddy Roosevelt [1901-1909] en Oyster Bay, Long Island, para protestar, pero el presidente se desentendió del problema argumentando que el trabajo infantil era competencia de los estados, no del gobierno federal.

De vez en cuando, algunos niños trataban de escaparse. Los propietarios de las fábricas respondieron a estos intentos instalando alambre de púas alrededor de las mismas o haciendo trabajar a los niños por la noche, ya que el miedo a la oscuridad era un freno a los intentos de fuga. Algunas de las 146 mujeres que murieron en el infame incendio de la Triangle Shirtwaist Factory en 1911 en el Greenwich Village de Manhattan -los propietarios de esta fábrica de ropa habían cerrado las puertas con llave, obligando a las trabajadoras atrapadas a saltar hacia la muerte desde las ventanas de los pisos superiores- tenían tan sólo 15 años. Esta tragedia reforzó la creciente indignación contra el trabajo infantil. 

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En 1904 fue creado un comité nacional sobre el trabajo infantil. Durante años, presionó a los estados para que prohibieran, o al menos limitaran, el trabajo de los niños. Sin embargo, las victorias fueron a menudo pírricas, ya que las leyes promulgadas eran siempre poco contundentes, con decenas de excepciones y además eran mal aplicadas. Finalmente, en 1916, fue aprobada una ley federal que prohibía el trabajo infantil en todas partes. Pero, en 1918, el Tribunal Supremo la declaró inconstitucional. 

De hecho, recién en la década de 1930, después de la Gran Depresión, las condiciones comenzaron a mejorar. Dada la devastación económica, se podría suponer que la mano de obra infantil barata habría sido muy apreciada. Sin embargo, ante la escasez de puestos de trabajo, los adultos, y los hombres en particular, ocuparon su lugar realizando tareas antes reservadas a los niños. En los mismos años, el trabajo industrial empezó a incorporar maquinaria cada vez más compleja que resultaba demasiado difícil para los niños pequeños. Simultáneamente, la edad de escolarización obligatoria siguió aumentando, lo que limitó aún más el número de niños trabajadores disponibles.

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Y lo que es más importante, la mentalidad cambió. El movimiento obrero insurreccional de los años 30 detestaba la idea misma del trabajo infantil. Las fábricas sindicadas y las industrias enteras se convirtieron en zonas prohibidas para los capitalistas que pretendían explotar a los niños. En 1938, con el apoyo de los sindicatos, la administración del New Deal del presidente Franklin Roosevelt aprobó finalmente la Fair Labor Standards Act que, al menos en teoría, suponía el fin del trabajo infantil (aunque eximía al sector agrícola en el que este tipo de trabajo seguía siendo frecuente). 

El New Deal de Roosevelt transformó también las mentalidades en todo el país. Un sentimiento de igualitarismo económico, un nuevo respeto por la clase trabajadora y una desconfianza sin límites hacia la casta empresarial hicieron que el trabajo infantil resultara particularmente repugnante. Además, el New Deal inauguró una larga era de prosperidad, que incluyó la mejora del nivel de vida de millones de hombres y mujeres trabajadores que ya no necesitaban el trabajo de sus hijos para llegar a fin de mes. 

Volver al pasado

Resulta aún más chocante descubrir que una lacra que creíamos desterrada esté apareciendo nuevamente. El capitalismo estadounidense es un sistema internacionalizado y sus redes se extienden prácticamente por todas partes. Se calcula que en la actualidad hay 152 millones de niños trabajadores en el mundo. Por supuesto, no todos ellos son empleados directa o incluso indirectamente por empresas estadounidenses. Pero esos millones deberían sin duda recordarnos hasta qué punto el capitalismo ha vuelto a ser profundamente retrógrado, tanto aquí (en Estados Unidos) como en el resto del planeta. 

Los alardes sobre el poder y la riqueza de la economía estadounidense forman parte del sistema de creencias y de la retórica de las élites. Sin embargo, la esperanza de vida en EEUU, una medida fundamental de la regresión social, viene bajando desde hace años. La atención sanitaria no sólo es inasequible para millones de personas, sino que su calidad se ha vuelto mediocre en el mejor de los casos para quienes no pertenecen al 1% más rico. Del mismo modo, el declive de las infraestructuras del país sigue su curso, debido a su vetustez y a décadas de negligencia. 

Por lo tanto, Estados Unidos debe considerarse como un país «desarrollado» en vías de subdesarrollo y, en este contexto, el retorno del trabajo infantil es profundamente sintomático. Incluso antes de la gran recesión que siguió a la crisis financiera de 2008, el nivel de vida había bajado, sobre todo para millones de trabajadores golpeados por un tsunami de desindustrialización que duró varias décadas. Esta recesión, que duró oficialmente hasta 2011, no hizo sino empeorar la situación, ejerciendo una mayor presión sobre los costos laborales, y haciendo que el trabajo fuera cada vez más precario, sin prestaciones sociales y no sindicado. Así que, ¿por qué no recurrir a otra fuente de mano de obra barata: los niños?

Los más vulnerables de ellos vienen del extranjero, inmigrantes del Sur, que huyen de economías en crisis a menudo debidas a la explotación y la dominación económicas estadounidenses. Si este país vive actualmente una crisis fronteriza -que es real- los orígenes de la misma se encuentran de este lado de la frontera [y, sobre todo, no en América Central o en México]. 

La pandemia de Covid-19 de 2020-2022 creó una escasez de mano de obra de corta duración utilizada como pretexto para volver a poner a los niños a trabajar (aunque, en realidad, la reaparición del trabajo infantil es anterior a la pandemia). Debemos considerar el trabajo infantil en el siglo XXI como un signo inequívoco de la patología social existente. Estados Unidos puede aún seguir tiranizando ciertas partes del mundo y hacer permanentemente alardes de su poderío militar. Pero dentro de casa, está enfermo.   

* Steve Fraser es el autor, entre otros ensayos, de Mongrel Firebugs and Men of Property: Capitalism and Class Conflict in American History, Ed. Verso, 2019.  Entre sus obras anteriores se incluyen Class Matters: The Stange Career of an American Delusion, Yale University Press, 2018, The Age of Acquiescence: The Life and Death of American Resistance to Organized Wealth and Power, Little, Brown and Company, 2015. 

(Artículo publicado en TomDispatch, 6-7-2023)