Memoria. Las huellas de Trotsky: supervivientes directos de un exterminio familiar

En una mañana soleada, Esteban Volkov mira la chatarra amontonada en el patio de su casa y va identificando las piezas que hace años compusieron su laboratorio de reciclaje de residuos químicos. Tuberías de vidrio y de acero. Bombas de vacío. Manómetros. Propelas. ­Válvulas. Agitadores. “Y esta bola…”, dice levantando del suelo una esfera oxidada, “¿qué chingaos será esto?”, y la deja caer. El negocio le funcionó bien durante mucho tiempo, pero al final lo fue descuidando y quebró. “No me interesaba ser un próspero capitalista”, ríe, y aunque el nieto de Trotski perdió de niño su lengua materna, su carcajada suena en ruso...