La cuenca del río Acre perdió 40.399 hectáreas de bosques en seis décadas, lo que equivale a un 26% de su cobertura boscosa, solo en el lado boliviano, según datos de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN). En el lado brasileño la afectación es mayor.
Los datos no son suficientes ni están actualizados; mucho menos hacen referencia al factor del clima. Los sindicatos tampoco llevan números. Ni el asesor de la Comisión de Salud Laboral del PIT-CNT ni el dirigente de la Unión Nacional de Asalariados, Trabajadores Rurales y Afines (Unatra) conocen cifras exactas.
La COP27 comenzó esta semana con las recientes inundaciones en Pakistán como telón de fondo. La conferencia aborda, entre otros puntos, cómo los principales países responsables de la catástrofe climática compensarán a los Estados que más sufren sus consecuencias.
Inflación galopante. De dos cifras. Guerra. Problemas energéticos cada vez más graves. Olas de calor más potentes y tempranas. Detenciones de científicos. Matanzas en las fronteras. Retroceso en los derechos de la mujer en la –supuesta– cima del Imperio, que nos lleva 50 años atrás… Justo 50 años. ¿Tiene todo esto alguna relación?
La peor sequía en 40 años se une a la subida sin precedentes de los precios de los alimentos por el conflicto de Ucrania.
Mientras la pandemia hace estragos como Grendel en la sala de hidromiel de Hrothgar, rey de los daneses, EE UU parece carecer de un héroe capaz de matar al monstruo vírico que ha aterrorizado al país, apilando hasta la fecha casi medio millón de cadáveres en el carro de la peste.