Joel Mokyr, Philippe Aghion (centro) y Peter Howitt, ganadores del Nobel de economía 2025.
Cédric Durand*
A l’encontre, 17-10-2025
Traducción de Correspondencia de Prensa, 18-10-2025
¿Cuáles son los vínculos reales entre la innovación y el crecimiento? El economista Cédric Durand aborda los callejones sin salida intelectuales de los trabajos sobre el tema de Philippe Aghion, galardonado recientemente por el Banco de Suecia.
El enfoque neuschumpeteriano de Philippe Aghion ha inspirado en gran medida las políticas económicas en Europa desde principios de la década de 2000. Y, en particular, la de Emmanuel Macron, del que fue un estrecho asesor durante su primer mandato. La entrega del Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel —junto con su coautor, Peter Howitt, y el historiador económico Joel Mokyr— tiene, por lo tanto, un especial significado en Francia.
Mientras el país atraviesa una grave crisis política cuyas causas se remontan a las profundas oposiciones que suscitan las políticas aplicadas en los últimos años, la distinción otorgada por el comité del premio del Banco de Suecia representa una oportunidad para esclarecer una teoría económica que ha influido considerablemente en los gobiernos desde principios de siglo.
Una de las grandes cualidades de Philippe Aghion es la de presentar con gran claridad las ideas formalizadas en sus modelos, lo que posibilita un amplio debate. Su tesis central se inspira en los trabajos de Joseph Schumpeter, quien a su vez retoma un tema presente en la obra de Marx y Rosa Luxemburg: la innovación es el motor del capitalismo; la fuente del crecimiento es la destrucción creativa. «Lo nuevo sustituye a lo antiguo», como dice Philippe Aghion.
Su originalidad radica en haber intentado, junto con sus coautores, modelizar y medir este fenómeno. Con dos parámetros clave.
Se necesita flexibilidad: los mercados liberalizados deben permitir que el trabajo y el capital se redesplieguen en la economía para que las innovaciones conduzcan a una reorganización efectiva del tejido productivo que conlleve un aumento de la actividad económica.
Pero no debe haber demasiada competencia, ya que, de lo contrario, los innovadores dejarían de innovar. Hay que estimular a los empresarios en sus proyectos productivos. Por lo tanto, una fiscalidad baja sobre el capital y una fuerte protección de la propiedad intelectual son esenciales para apoyar el crecimiento. Y si eso crea desigualdades, es un mal menor. «Lo acepto», nos dice Philippe Aghion.
Declive del crecimiento
Sin embargo, el razonamiento del economista tropieza con un problema. Es cierto que cada vez hay más patentes, su indicador preferido para medir la innovación, pero el crecimiento no ha dejado de disminuir desde la década de 1960.
Entonces se pregunta: ¿por qué la aceleración de la innovación no se refleja en la evolución del crecimiento y la productividad? De hecho, nos dice, el crecimiento es en realidad más elevado. La teoría queda a salvo, es un problema de termómetro. Michel Husson denunció este intento de maquillaje estadístico. Y finalmente, el propio Aghion tuvo que rendirse a la evidencia. Cambiar la metodología no sirve de nada: el crecimiento podría situarse en un nivel más alto, pero la tendencia sigue siendo a la baja. La teoría tambalea.
Desde entonces, Philippe Aghion ha multiplicado las explicaciones ad hoc. En primer lugar, supone que la subestimación de la productividad conduce a exagerar la inflación. Como resultado, los tipos de interés son demasiado altos y las inversiones públicas son insuficientes. ¿O tal vez sea al revés? «La desaceleración del crecimiento de la productividad en la mayoría de los países desarrollados desde la década de 1970 podría estar relacionada, en parte, con una disminución de las exigencias financieras, a través de los efectos de la reasignación», señala. En pocas palabras, unos tipos de interés demasiado bajos serían los responsables de una mala asignación del capital.
Más adelante, es la política de competencia la que resulta inadecuada en la era de los algoritmos. La influencia de las Big Tech es tal que dificulta la entrada de empresas innovadoras (véase el capítulo 6 de El poder de la destrucción creativa).
Impasse intelectual
En definitiva, si leemos atentamente a Philippe Aghion, se trata de un poco de todo eso, con (casi) una vuelta al punto de partida: reformas estructurales insuficientes, liberalización insuficiente de los mercados de productos, del trabajo y de las finanzas, exceso de monopolios en el sector tecnológico… Elementos que frenarían la energía creativa de los empresarios.
Por lo tanto, es necesario acelerar el cambio de las instituciones para reforzar la dinámica del mercado y aprovechar la dinámica tecnológica. Sin embargo, tenemos muchas razones para pensar que la liberalización, la innovación y el crecimiento no necesariamente van de la mano.
Si la idea general de que el tipo de desarrollo económico depende de la relación entre tecnología e instituciones es correcta, se pueden encontrar conclusiones mucho más enriquecedoras en los sistemas nacionales de innovación desarrollados por autores evolucionistas, a veces en diálogo con los trabajos de la escuela de la Regulación, el enfoque en términos de paradigmas tecnoeconómicos impulsado por Carlota Pérez y continuado por Mariana Mazzucato, o incluso el enfoque en términos de ondas largas de Ernest Mandel.
Munido de su premio, Philippe Aghion se siente hoy sin duda reafirmado en su sensación de haber suplantado a Schumpeter. Pero, a diferencia de su mentor austriaco, que tenía una inteligencia trágica de la historia económica, el profesor del Collège de France no propone ninguna teoría del capitalismo. A pesar de la sofisticación de sus modelos, su confrontación con los datos empíricos le lleva a un impasse intelectual.
Ante los sobresaltos de un sistema que le cuesta descifrar, multiplica los ajustes para alimentar mejor la quimera de un capitalismo ilusorio en el que las desigualdades se derivarían únicamente de los méritos de los innovadores. Si el mundo del trabajo y de la naturaleza son ignorados, se debe a un fetichismo del crecimiento que convierte la tecnología moldeada por el capital en el horizonte último de nuestra humanidad. Una agradable melodía para los oídos de los poderosos.
*Cédric Durand, profesor invitado en la Universidad de Ginebra.
-Publicado en Alternatives économiques, 16-10-2025.