Foto: EFFREY PHELPS
Guy Zurkinden
Traducción de Viento Sur, 4-11-2024
Correspondencia de Prensa, 4-11-2024
Se trata de unas elecciones presidenciales con una dimensión planetaria. El 5 de noviembre, al término de un escrutinio que se prevé muy reñido, Donald Trump, el candidato calificado de fascista por antiguos colaboradores y por la demócrata Kamala Harris, podría ser propulsado de nuevo a la cabeza de la primera potencia económica y militar del mundo. Según Lance Selfa, columnista en Chicago de la revista de izquierdas Jacobin y autor y editor de dos libros sobre política estadounidense, el republicano intentaría entonces instaurar un régimen autoritario al estilo de la Hungría de Viktor Orbán. Esto tendría consecuencias dramáticas para el frágil renacimiento de las luchas sociales y sindicales que se ha producido en el país en los últimos años. En este contexto, Lance Selfa subraya la dificultad de construir un polo político alternativo de izquierdas frente a un sistema bipartidista sometido al lobby capitalista. Ha respondido a las preguntas de Le Courrier.
A pesar de su retórica abiertamente racista y autoritaria, Donald Trump podría ganar el 5 de noviembre. ¿Cómo explica su popularidad?
Lance Selfa: Hay explicaciones tanto económicas como estructurales. En el plano económico, la economía estadounidense ha experimentado la recuperación económica más fuerte de cualquier país industrializado desde la pandemia de Covid-19. Pero el aumento de la inflación, sin precedentes desde hace cuarenta años, ha provocado una caída del nivel de vida de los trabajadores y trabajadoras durante el mandato de Joe Biden. Esto está alimentando el descontento social.
A escala mundial, la mayoría de los gobiernos en el poder durante la pandemia perdieron las elecciones. Fue el caso, por ejemplo, de Gran Bretaña, Nueva Zelanda, Argentina y Holanda. Trump podría beneficiarse de un reflejo similar de expulsar a quienes están en el poder.
¿Cuáles son las razones estructurales del voto a Trump?
L.S. En Estados Unidos existe un bloque conservador consolidado. Este bloque, que representa casi el 47% del electorado, apoyará a Trump pase lo que pase. La mitad de sus miembros son probablemente cristianos conservadores.
El sistema de voto indirecto, en el que la población de cada Estado elige a un colegio de electores que designan al presidente, también juega a favor de Donald Trump. Diseñado a finales del siglo XVIII, este sistema pretendía que la nueva Constitución fuera aceptable para los estados esclavistas del Sur. Otorga un peso desproporcionado a los Estados conservadores y rurales. Como resultado, en las últimas ocho elecciones presidenciales, los republicanos -y en particular Trump en 2016- han ganado la presidencia en dos ocasiones, a pesar de recibir menos votos que los demócratas. Es también por esta razón que toda la campaña presidencial se centra en siete estados indecisos clave, cuyos electorados están estrechamente divididos entre los dos partidos.
¿También influye el legado de esclavitud y racismo en el país?
L.S. Sí, en cierto modo. El actual Partido Republicano nació de la reacción conservadora contra el movimiento por los derechos civiles y otros movimientos progresistas –en particular, a favor de la liberación de la mujer y de los derechos LGBTQ– que surgieron en los años 50 y 60.
La denuncia de las y los inmigrantes que constituye la tarjeta de visita de Trump también tiene raíces profundas. En las décadas de 1840 y 1850 surgió el Native American Party, un partido de masas que se organizó contra los católicos y la inmigración procedente de Irlanda y Alemania. Desde entonces, el país ha sido testigo de numerosos brotes de nativismo (ideología que enfrenta a las personas de origen inmigrante con las nacidas en el país).
Sin duda, Trump es el líder político más racista desde George Wallace, el gobernador de Alabama que defendió la segregación racial en los años sesenta. Pero las medidas que defiende no son ni mucho menos nuevas.
Donald Trump se presenta como el defensor de la clase trabajadora. ¿Hay algo de cierto en esta afirmación?
L.S. Algunas encuestas muestran que el electorado sin diploma universitario apoya mayoritariamente a Donald Trump. Esto es cierto para las y los votantes blancos, y empieza a ser el caso para algunos votantes latinos y negros, aunque la mayoría de ellos votan a los demócratas cuando van a las urnas.
Pero esto no convierte a Trump en el candidato de las y los obreros. En primer lugar, porque la clase trabajadora es multirracial y está compuesta más que proporcionalmente por personas de color. En segundo lugar, porque una gran parte de esta clase tiene estudios superiores. Es el caso, por ejemplo, de los profesores y las enfermeras, que se encuentran entre los sectores más combativos del movimiento sindical.
Por último, el núcleo de la base social de Trump también está formado por millones de propietarios de pequeñas empresas, supervisores, miembros de la policía, así como miembros de las clases media y media alta. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, es un destacado partidario de Trump.
¿La radicalización del discurso de Trump indica la posibilidad de una deriva fascista?
L.S. Está claro que en el círculo íntimo de Trump hay gente de extrema derecha y personas atraídas por el fascismo. Su candidato para la vicepresidencia, J. D. Vance, por ejemplo, ha promocionado un libro con alabanza al dictador Francisco Franco.
Hay muchas pistas sobre el gobierno que planean Trump y sus secuaces. El republicano asegura que quiere deportar a entre 11 y 12 millones de personas inmigrantes indocumentadas. Poner en práctica este plan implicaría un nivel de movilización militar y una suspensión de derechos propios de una dictadura.
El Proyecto 2025, un plan elaborado por el think tank ultraconservador Heritage Foundation para allanar el camino a un segundo mandato de Trump, prevé un ejecutivo todopoderoso apoyado por leales nombrados en puestos clave para forzar la adopción de políticas reaccionarias.
¿Podemos establecer paralelismos con los regímenes fascistas de los años treinta?
L.S. No lo creo. Pero eso no resta importancia al peligro de un segundo mandato de Trump, que podría parecerse a las políticas aplicadas por Viktor Orbán en Hungría. La izquierda debe estar preparada para asumir la lucha contra esta transición hacia un régimen autoritario de este tipo. De hecho, no creo que se pueda contar con instituciones como el poder judicial o la función pública para oponerse a ello.
¿Cuáles son las principales diferencias entre Kamala Harris y Donald Trump?
L.S.Un gobierno de Harris representaría la continuidad de un programa neoliberal bastante clásico: apoyo a las grandes empresas, al Ejército y al imperio estadounidense en el extranjero, con algunas políticas socioliberales añadidas.
El programa de Trump es más regresivo. Además de apoyar el imperio estadounidense y el Ejército, incluye recortes fiscales para los ricos y las corporaciones y el desmantelamiento de las normas de protección medioambientales y laborales. Por no hablar de una política social revanchista, una de cuyas prioridades será ilegalizar el aborto en todo el país. La principal diferencia entre Kamala Harris y Donald Trump es el apoyo de la candidata al derecho al aborto (cuestionado en 2022 por una sentencia del Tribunal Supremo, nota de la redacción).
¿Tienen algo en común los dos partidos?
L.S. Demócratas y republicanos no son idénticos. Sin embargo, son dos partidos capitalistas que dirigen alternativamente el Estado estadounidense y tienen similitudes en cuestiones clave: una política migratoria represiva, una política exterior centrada en la confrontación con China, un presupuesto militar gigantesco, controles a la importación para estimular la producción nacional y una política energética que ha dado lugar a una producción récord de combustibles fósiles bajo la presidencia de Biden.
La guerra contra Gaza es una ilustración elocuente de esta convergencia. Aunque ocasionalmente expresa empatía por los civiles palestinos, Kamala Harris apoya a Israel tanto como Joe Biden. Por su parte, Donald Trump aprueba el genocidio sin siquiera recoger la retórica atenuante de su oponente. Una nueva administración Trump supondría un desastre para Oriente Próximo. Pero Biden y Harris ya han contribuido a crear ese desastre…
¿Cuál es la posición de los lobbies empresariales en estas elecciones?
L.S. Un estudio reciente revela un giro a la izquierda entre líderes empresariales y miembros de los consejos de administración. En el pasado, estos círculos apoyaban fielmente a los republicanos. Hoy, se inclinan cada vez más hacia los demócratas. En los tres meses siguientes a la nominación de Kamala Harris, los demócratas recaudaron la asombrosa cifra de mil millones de dólares.
Desde el ascenso de Trump al poder en el Partido Republicano, una gran parte de la América corporativa ha visto a los demócratas como más fiables para mantener el statu quo capitalista.
Por supuesto, también hay líderes empresariales que apoyan a Trump. En los últimos meses, ha recibido casi 250 millones de dólares de sólo tres multimillonarios: Elon Musk; Miriam Adelson, una israelí-estadounidense que dirige un imperio de casinos; y Richard Uihlein, un magnate de los materiales de embalaje.
El resurgir de las luchas obreras, ¿está teniendo efecto en la batalla electoral?
L.S. Entre 2018 y ahora, el país ha visto el nivel más alto de huelgas y movilizaciones sindicales desde la década de 1980, en términos de número de trabajadores y trabajadoras involucrados. Y el apoyo público a los sindicatos nunca ha sido tan alto.
El sindicato United Autoworkers (UAW), por ejemplo, ha obtenido una gran victoria frente a los grandes fabricantes de automóviles: al ir a la huelga, los trabajadores y trabajadoras han conseguido recuperar la pérdida de ingresos y beneficios sufrida en décadas anteriores. El presidente de la UAW, Shawn Fain, apoya la candidatura de Kamala Harris. Este es el caso de la mayoría de los líderes sindicales, con la excepción de Sean O’Brien, presidente de los Teamsters, que mantiene relaciones cordiales con Trump y ha anunciado una posición neutral en la elección presidencial.
Sin embargo, el repunte de las luchas desde 2018 no se ha traducido en un cambio fundamental dentro del movimiento sindical. Solo uno de cada diez personas empleadas está afiliada a un sindicato en Estados Unidos, un porcentaje inferior a la mitad del que había a principios de los años ochenta. En estas condiciones, la militancia de las masas trabajadoras sigue siendo insuficiente para tener un efecto real en la dinámica política.
¿Qué impacto tendría la elección de Donald Trump en el desarrollo de estas luchas sociales?
L.S. Una victoria republicana sería un golpe terrible no sólo para los sindicatos, sino también para los movimientos de solidaridad con Palestina y para los movimientos sociales en su conjunto. Así pues, estos movimientos se enfrentarían a un gran desafío. Ya no se contentarían con actuar como ONG en busca del apoyo de los políticos demócratas, sino que tendrían que volver a sus raíces: los movimientos de masas que lucharon denodadamente por conquistar el derecho a afiliarse a los sindicatos en los años treinta y pusieron fin a la segregación en el Sur hacia 1960.
¿Cuál es la situación actual de la solidaridad con el pueblo palestino, en particular en los campus universitarios?
L.S. La clase dirigente ha conseguido marginar el movimiento de solidaridad con Palestina. Las universidades han adoptado numerosas restricciones al derecho de manifestación. Las y los activistas están en el punto de mira y muchos de ellos, entre los que se encuentran conocidos profesores, han sido sancionados o despedidos por su activismo. Además, el circo electoral tiende a reducir todas las cuestiones políticas a una elección binaria entre Harris y Trump.
A pesar de todo, este movimiento ha tenido un gran impacto en la opinión pública estadounidense. Probablemente es mucho más crítica con Israel y más solidaria con los palestinos de lo que nunca lo ha sido. Por ejemplo, una encuesta reveló que el alto el fuego en Gaza era la segunda cuestión más importante para estas elecciones entre la población latina, sobre todo entre la gente menor de 30 años. Hay que recordar que la organización Voz Judía por la Paz y llas y os estudiantes judíos movilizados en los campus han desempeñado un papel crucial en las movilizaciones propalestinas, lo que desmiente las acusaciones de antisemitismo que se les hacen.
¿Podría este movimiento influir en las elecciones presidenciales?
L.S. El movimiento de los Uncommitted (No Comprometidos) podría tener un impacto muy concreto en las elecciones. Si las elecciones son tan reñidas como se espera, unos pocos miles de votos podrían bastar para inclinar un estado hacia el otro lado. Más de 300.000 estadounidenses de origen árabe viven en el estado indeciso de Michigan. Si un número suficiente de ellos no vota a Harris, ella podría perder el estado.
Sin embargo, la campaña demócrata no ha hecho ningún compromiso significativo con ese electorado. Más bien al contrario. Intenta compensar su pérdida buscando el apoyo de otros votantes, incluidos los republicanos. Si Harris pierde Michigan por su postura sobre Gaza, será por su culpa.
No se oye hablar mucho de las candidaturas independientes, en particular de la de la verde Jill Stein, que hace campaña sobre temas progresistas y denuncia el genocidio que se está cometiendo en Gaza.
L.S. En el actual sistema bipartidista de Estados Unidos, los grupos alternativos como el Partido Verde de Jill Stein, que obtuvo el 1,1% de los votos en las elecciones presidenciales de 2016, tienen poco peso. En algunos estados, estos candidatos ni siquiera figuran en las papeletas. Sin embargo, las encuestas muestran que una gran parte del electorado estadounidense se identifica con candidatos independientes y que la confianza en las instituciones políticas es baja. Por tanto, se podría pensar que, potencialmente, se dan las condiciones objetivas para la aparición de un partido alternativo de izquierdas. Pero para que esto se haga realidad, los sindicatos y las organizaciones del movimiento social tendrán que romper con la lógica del mal menor que justifica su apoyo a los demócratas. Este ha sido uno de los principales retos a los que se ha enfrentado la izquierda durante generaciones.
¿Ve alguna posibilidad de avanzar en esta dirección?
L.S. No soy optimista a corto plazo. Una victoria de Donald Trump pondría a toda la izquierda a la defensiva, lo que aumentaría el apoyo al partido demócrata según la lógica del mal menor. Esto es en gran medida lo que ocurrió durante el primer mandato de Trump. Muchos movimientos de resistencia -por la justicia climática, la defensa de las y los inmigrantes, la justicia racial, los derechos de las mujeres- se unieron en enormes manifestaciones. Pero acto seguido priorizaron el proceso electoral sobre la calle, con el objetivo de elegir al Partido Demócrata. Incluso el auge del ala izquierda del Partido Demócrata y el apoyo a la candidatura de Bernie Sanders se canalizaron hacia el apoyo al Partido Demócrata.
Si Kamala Harris gana, sus partidarios interpretarán su victoria como una reivindicación de su estrategia dirigida al centro y a los votantes republicanos desafectos. Su mandato será, en el mejor de los casos, una repetición del de Barack Obama: proempresarial y hostil a la izquierda militante. Los demócratas seguirán presentándose como la única alternativa a una extrema derecha resurgente, y muchos y muchas activistas se unirán a ellos. Esto ya está ocurriendo: las y los activistas medioambientales y por los derechos de las personas inmigrantes están horrorizados por el apoyo de Kamala Harris a la fracturación hidráulica y a la política migratoria represiva. Sin embargo, están haciendo campaña por la demócrata por miedo a una victoria de Donald Trump.
¿Tiene el ala izquierda del Partido Demócrata, representada por los Socialistas Demócratas de América (DSA), alguna influencia en la campaña de Kamala Harris?
L.S. En absoluto. Cuando Kamala Harris eligió al gobernador de Minnesota, Tim Walz, como compañero de fórmula, el DSA -que cuenta con casi 50.000 miembros- afirmó que esta elección era una muestra de su fuerza.
Esta idea es una ilusión. Los activistas de la DSA, por ejemplo, desempeñan un papel importante en el movimiento Uncommitted, que reúne a demócratas solidarios con Palestina. Durante las primarias del partido, los Uncommitted alentaron un voto de protesta contra Biden para denunciar su apoyo al genocidio de Gaza. Luego, en agosto, en la Convención Nacional Demócrata, un puñado de delegados Uncommitted pidió que se permitiera tomar la palabra a un orador palestino. Este mínimo gesto fue rechazado por Kamala Harris y su partido.
En cuanto a las principales figuras de la izquierda del Partido Demócrata, el senador Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez (AOC), elegida para la Cámara de Representantes, están haciendo una gran campaña a favor de Harris. Al mismo tiempo, estos políticos socialdemócratas afirman que la administración de Biden ha sido la más favorable a los trabajadores y trabajadoras en generaciones.
Si Harris pierde, probablemente criticarán que ha pasado demasiado tiempo cortejando a los republicanos y que ha silenciado las demandas progresistas. Eso es evidente. Sin embargo, Bernie Sanders y AOC se cuidan de hacer estas críticas hoy.
-Publicado en A l’encontre, 2-11-2024