A l’encontre, 23-9-2024
Traducción de Correspondencia de Prensa, 25-9-2024
Introducción, redacción de A l’Encontre
Gilbert Achcar (profesor en la SOAS -School of Oriental and African Studies- de la Universidad de Londres), en su blog de Mediapart, alertaba, ya en junio de 2024, sobre los «tambores de la guerra que se avecina contra el Líbano» que «ambas partes, Netanyahu y la oposición, creen que no hay una tercera opción en su frente del norte: o bien el Hezbolá acepta retirarse hacia el norte […], o bien librarán una guerra devastadora contra el Hezbolá a un alto costo, que todos consideran necesario para restaurar la capacidad de disuasión de su Estado, considerablemente disminuida en el frente libanés desde el 7 de octubre».
El 18 de septiembre, señaló: «Dado que el Estado sionista no puede lanzar una guerra a gran escala contra el Líbano sin la plena participación de Estados Unidos, sobre todo teniendo en cuenta que la administración Biden ha advertido de que una guerra así se convertiría en una conflagración regional, es difícil que Netanyahu o Yoav Galant (ministro de Defensa) apoyen la iniciativa de lanzar una agresión sorpresa a gran escala contra el Líbano sin la luz verde de Washington. Israel ni siquiera habría podido librar su guerra genocida contra Gaza sin la participación de EE.UU., y Hezbolá es mucho más fuerte que Hamás y sus aliados dentro de la franja de Gaza.»
Considerando esta dimensión, Gilbert Achcar agrega: «Netanyahu actúa actualmente, por lo tanto, con los ojos fijos en las elecciones estadounidenses: si considera que Trump va a ganar, esperará a que esto se confirme, o incluso a que Trump regrese a la Casa Blanca, antes de lanzar una guerra contra el Líbano en connivencia con él y como preludio de un ataque a gran escala contra los reactores nucleares del propio Irán. Si, por el contrario, considera que una victoria de Kamala Harris es el resultado más probable, o si tal victoria se produce en las elecciones del 5 de noviembre, esto lo alentará a aprovechar el tiempo restante de la presencia de Biden en la Casa Blanca para intensificar las cosas hasta llegar a un estado de guerra. Es probable, entonces, que busque asegurarse de que Biden participe en el apoyo a la agresión dándole a Hezbolá un ultimátum con un plazo preciso y breve para que se someta a la presión y se retire.
«Contrariamente a los análisis que se han enfocado únicamente en la política interna israelí, no cabe duda de que la negativa de Netanyahu a concederle a la administración Biden lo que aparecería como un éxito político en medio de la actual campaña electoral estadounidense es un gran favor hecho a Trump, cuyos frutos Netanyahu tratará de recoger si este último gana la presidencia por segunda vez.»
(Ver también el artículo de G. Achcar del 25-9-2024 en Viento Sur, NdT)
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La ofensiva de este lunes 23 de septiembre ilustra, a su manera, lo expuesto anteriormente. El Washington Post de esta tarde (23-09) da una versión eufemística de los «hechos»: «El Ministerio de Sanidad libanés declaró que al menos 274 personas habían muerto y al menos 1.024 habían resultado heridas [492 muertos según el Ministerio de Sanidad a las 10 de la noche y más de 1.600 heridos] en ataques israelíes, convirtiendo el lunes en el día más mortífero del conflicto en Líbano desde que comenzaron los intercambios de disparos entre Israel y Hezbolá en octubre. Israel afirmó que estaba llevando a cabo ataques «amplios y precisos» contra Hezbolá, sobre todo en el sur y en el valle de la Bekaa, al este, y les pidió a los civiles que evacuaran o se alejaran de las zonas donde operaba el grupo armado. El Líbano no estableció distinción entre civiles y combatientes, pero dijo que había niños, mujeres y paramédicos entre los heridos o muertos. El Hezbolá disparó varias decenas de proyectiles a través de la frontera el lunes, cuando los intercambios de disparos amenazaban con convertirse en una verdadera guerra.»
La verdadera fisonomía de los ataques israelíes es descrita con mayor precisión por el Secretario General -Jan Egeland- del Consejo noruego para los refugiados. Afirmó el lunes que «los ataques aéreos israelíes sobre ciudades y pueblos libaneses del lunes fueron los más violentos desde hace 11 meses. Fueron bombardeadas zonas residenciales y barrios densamente poblados, lo que significa que el coste humano será inmenso. Les dijeron a las familias que sólo tenían unas horas para abandonar sus hogares y ahora hay largas colas de coches con familias aterrorizadas que intentan huir hacia Beirut. Varios miles de personas van a ser desplazadas hoy. (Haaretz, 23 de septiembre)
En el artículo de Adam Shatz que publicamos a continuación, señala que el término «terrorismo» no aparece en los informes sobre esta guerra llevada a cabo por Israel; el adjetivo está reservado únicamente a Hezbolá. En una especie de coincidencia cronológica, Ben Samuels, en la página web de Haaretz del 23 de septiembre, escribe: «El ex director de la CIA, Leon Panetta, ha calificado de «terrorismo» la operación de colocación de explosivos en buscapersonas llevada a cabo en el Líbano la semana pasada. Leon Panetta dijo: ‘No creo que haya ninguna duda de que se trata de una forma de terrorismo.
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«¿Una escalada? Quizás sea, precisamente, lo que busca Israel»
Adam Shatz*
Desde el 7 de octubre, la administración Biden le ha dado a Israel prácticamente todo lo que pedía, desde aviones de combate F-15 y bombas de fósforo blanco hasta complicidad diplomática en las Naciones Unidas. Joe Biden y Antony Blinken han apoyado la destrucción de Gaza y la «gazaficación» de Cisjordania, donde las fuerzas israelíes y los colonos han matado a más de 600 personas en el último año, incluido el ciudadano estadounidense de 26 años Ayşenur Ezgi Eygi, que fue asesinado a tiros durante una manifestación pacífica cerca de Nablús [Véase el artículo de Jeffrey St. Clair publicado en A l’encontre el 10-9-2024]. (Los padres de Eygi aún no han recibido -en el momento de redactar este artículo- ni una llamada telefónica de la administración Biden, que afirma estar «recopilando los hechos»). Con la aparente carta blanca de Washington, el gobierno de Netanyahu también ha intensificado su larga guerra en las sombras contra Irán, asesinando a funcionarios iraníes en Damasco y al líder político de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán.
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Sin embargo, los estadounidenses habían establecido una «línea roja», a saber, una guerra israelí contra el Líbano, para la que el gobierno de Netanyahu habría buscado la aprobación en los días que siguieron al 7 de octubre. Netanyahu quería abrir un segundo frente con la esperanza de destruir a la organización chií libanesa Hezbolá 1, aliada de Hamás, pero los estadounidenses se opusieron y los israelíes dejaron sus planes en suspenso. La guerra fronteriza de baja intensidad con el Hezbolá continuó, pero dentro de unos límites ampliamente respetados por ambas partes. Hezbolá disparó cohetes contra ciudades fronterizas del norte de Israel, matando a dos docenas de civiles y obligando a casi cien mil personas a evacuar sus hogares. Israel mató a cientos de personas en el sur del Líbano, entre ellas muchos civiles, mientras que más de cien mil han debido desplazarse. Pero hasta esta semana, Hezbolá e Israel parecían estar calibrando sus respuestas a los ataques del otro para evitar una guerra a gran escala. A medida que se eternizaba el asalto de Israel a Gaza, su entusiasmo por un segundo frente parecía decaer: ¿cómo iba a enfrentarse su ejército a Hezbolá si ni siquiera podía derrotar al Hamás?
El secretario general del Hezbolá, Hassan Nasrallah, también tiene buenas razones para evitar la escalada. No quiere que se repita la guerra de 2006, que provocó la devastación de una parte de Beirut, el sur del Líbano y el valle de la Bekaa, y la muerte de más de mil civiles libaneses; después de aquella guerra, Nasrallah pidió disculpas extraordinarias por haber provocado la ofensiva israelí. También sabe que Irán, su principal mecenas y aliado, no quiere que los misiles de Hezbolá, destinados a servir de escudo contra un ataque israelí al programa nuclear iraní, sean desperdiciados en Gaza: la solidaridad con Palestina tiene sus límites, incluso para el jefe del «eje de la resistencia».
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¿Por qué, entonces, Hezbolá intensificó sus ataques con cohetes contra el norte de Israel desde el 7 de octubre? Los comentaristas israelíes afirman que Hezbolá es responsable de este conflicto porque no se ha retirado al río Litani (que atraviesa el sur de Líbano y desemboca en el Mediterráneo) y porque Gaza no es, a priori, una guerra que en la que tenga algo que ver. Pero Nasrallah insiste en que respeta la parte de la alianza que le corresponde a Hezbolá con Hamás, Irán y los hutíes (la llamada estrategia de «unidad de teatros de operaciones») y que proporciona un mínimo de apoyo a la población sitiada de Gaza, prácticamente abandonada por los demás regímenes árabes. También dijo que los cohetes cesarían en cuanto hubiese un acuerdo de alto el fuego en Gaza. Como señaló el corresponsal militar de Haaretz, Amos Harel, Nasrallah se mostró muy mesurado ante las repetidas provocaciones israelíes, incluido el asesinato [el 30 de julio de 2024] de Fouad Chokr, uno de los principales dirigentes de Hezbolá, en Beirut [en el distrito de Haret Hreik, en los suburbios del sur de la capital].
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Es difícil prever cómo la cautela de Nasralá sobrevivirá a los atentados de esta semana con buscapersonas (pagers) y walkie-talkies, que mataron al menos a 37 personas, entre ellas a cuatro niños, e hirieron a miles más. Con esta operación -proyectada desde 2022, según el New York Times, es decir, mucho antes del 7 de octubre- Israel consiguió, como mínimo, llevar a cabo uno de los ataques simultáneos más espectaculares de la historia reciente. Israel golpeó dos veces, en días consecutivos; no perdió a ninguno de sus hombres; y obligó a sus enemigos a renunciar a lo que nadie en el mundo moderno quiere renunciar: sus dispositivos electrónicos. (En el Líbano, vimos que la gente destrozaba sus propios teléfonos). El choque psicológico a corto plazo es incalculable.
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Supongamos que una organización militante como Hezbolá hubiera llevado a cabo un atentado similar en Israel, haciendo estallar los teléfonos de soldados y reservistas y asesinando a niños israelíes. Los estadounidenses no habrían esperado a «reunir los hechos» antes de condenar el atentado. También fue sorprendente la reacción de gran parte de la prensa occidental, llena de fascinación por el ingenio del Mossad. Lo que no veremos en estos informes es la palabra «terrorismo», una palabra tan tabú como la palabra «genocidio» cuando el autor de los crímenes es Israel.
El terrorismo, o sea, el uso de la violencia contra no combatientes para la consecución de objetivos políticos, es una forma de propaganda, un mensaje dirigido tanto al enemigo como a los propios electores. Entonces, ¿cuál es el mensaje de los atentados con buscapersonas y walkie-talkie? Para el público judío israelí, aún traumatizado por el 7 de octubre, y en particular para los israelíes que han tenido que huir de sus hogares en el norte, el mensaje es que Israel está restableciendo la «disuasión», el tercer pilar de la ideología en el poder (los otros dos pilares son la memoria instrumentalizada del Holocausto 2 y la consolidación de los asentamientos). Para Hezbolá y el pueblo libanés, el mensaje es que Israel puede atacar en cualquier lugar, en cualquier momento, y que le importan poco las víctimas civiles (este mensaje es redundante, puesto que Israel ya es conocido en el Líbano por su indiferencia ante la vida de los libaneses).
Al principio, algunos ciudadanos libaneses hostiles a Hezbolá se alegraron indirectamente de estos atentados. El Hezbolá controla una gran parte del Líbano, incluido el aeropuerto de Beirut, y su influencia es con frecuencia mal vista. Pero una vez que quedó claro que se trataba de un ataque contra el Líbano y que podía ser el preludio de una invasión israelí -como la destrucción de la fuerza aérea egipcia el 5 de junio de 1967, que precedió a la Guerra de los Seis Días- la gente dejó de burlarse a costa de Hezbolá. Todavía sacudido por el derrumbe de sus finanzas y la explosión del puerto en 2020, el Líbano tiene menos posibilidades de sobrevivir a una invasión israelí que el Hezbolá.
Nasrallah está en un aprieto. El sistema de comunicaciones del Hezbolá ha sido gravemente dañado y podría haber fisuras en la organización. La reconstrucción de este sistema y la erradicación de los «soplones» van a ser sus prioridades. Pero no puede responder con la paciencia de los iraníes, cuyo estilo consiste en prometer represalias y esperar años antes de aplicarlas, porque el Hezbolá está en primera línea en la batalla contra Israel. Si Nassrallah no reacciona, su moderación será vista como cobardía, que no es el mensaje que quiere enviar a sus partidarios. Pero si calcula mal o reacciona de manera que dé a los israelíes un pretexto para invadir el país, podría encontrarse con una guerra entre sus manos que superaría con creces la catástrofe de 2006 y pondría en peligro la posición de Hezbolá en el Líbano.
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Israel no ha asumido oficialmente la responsabilidad de los atentados, pero se enorgullece. El éxito a corto plazo es indiscutible. Los ataques con buscapersonas han puesto al Hezbolá y a Irán a la defensiva. Han conseguido desviar la atención de los horrores que Israel sigue infligiendo en Gaza y en Cisjordania, de la obscenidad de Sde Teiman, un centro de tortura, incluida la violación [véase el diario L’Orient-Le-Jour del 24 de agosto de 2024, artículo de Mouin Rabbani] en el Negev, donde han sido asesinados decenas de prisioneros de Gaza, y del calvario de los rehenes, la mayor amenaza para la posición de Netanyahu como primer ministro. Pero, ¿ahora qué? ¿La apuesta de Netanyahu es que Hezbolá reaccione de forma exagerada? ¿Está intentando abrir un segundo frente y arrastrar a los iraníes -y a los estadounidenses- a la guerra? ¿Estos ataques forman parte de sus esfuerzos para que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca, o simplemente intenta mantenerse en el poder haciendo una demostración de fuerza militar? La guerra en Gaza lo ha hecho más popular que nunca, a pesar de las manifestaciones masivas a favor de un alto el fuego [por los rehenes civiles de Hamás].
Cualesquiera que sean sus motivos, Benyamin Netanyahu ha hecho que la guerra sea mucho más probable, y sería una guerra mucho más dura que la de Gaza para las ya exhaustas y desmoralizadas tropas israelíes. Hezbolá, que surgió tras la invasión israelí del Líbano en 1982, es un antagonista formidable, probablemente la fuerza de combate árabe más eficaz a la que se ha enfrentado el Estado judío desde su creación. Sus aproximadamente 45.000 combatientes pueden ser menos numerosos y estar peor armados que los israelíes, pero a diferencia de éstos, tienen la ventaja de luchar en su propio territorio. Los soldados israelíes pasaron dos décadas bajo el fuego en el sur del Líbano antes de que el Hezbolá los obligara a retirarse unilateralmente en 2000. El ataque con buscapersonas, un éxito táctico desde todo punto de vista, resulta a primera vista una escalada temeraria sin horizonte estratégico.
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Pero la línea divisoria entre táctica y estrategia quizá no sea tan útil en el caso de Israel, un Estado que ha estado en guerra desde su creación. La identidad de los enemigos cambia -ejércitos árabes, Nasser, la OLP, Iraq, Irán, Hezbolá, Hamás- pero la guerra nunca se detiene, porque toda la existencia de Israel, su búsqueda de lo que ahora llama descaradamente «espacio vital», se basa en una guerra perpetua con los palestinos, y con todos los que apoyan la resistencia palestina. La escalada es quizás precisamente lo que busca Israel, o lo que está dispuesto a arriesgar, ya que considera la guerra como su destino, de hecho su razón de ser. Randolph Bourne [1886-1918] señaló en una ocasión que «la guerra es la salud del Estado» 3, y ésta es sin duda la opinión de los dirigentes israelíes. Pero son los civiles, ya sean árabes o judíos, los que acaban pagando el precio de la adicción del Estado a la fuerza. La región seguirá inflamándose mientras la inteligencia y la creatividad de Israel se dediquen a la búsqueda de la guerra y no de la paz.
-Artículo publicado el 19-9-2024 en el blog de la London Review of Books.
*Adam Shatz es editor para Estados Unidos de la London Review of Books y colaborador habitual de la New York Review of Books, el New Yorker y el New York Times Magazine. También es profesor invitado en el Bard College y en la Universidad de Nueva York. Es autor de una biografía de Frantz Fanon titulada Frantz Fanon. Une vie en révolutions, publicada en francés por Editions La Découverte en marzo de 2024.
Notas de A l’encontre
- Sobre el Hezbolá, véase el libro de Joseph Daher, Le Hezbollah, Ed. Syllepse, 2019. ↩
- Véase la contribución de Enzo Traverso titulada «De l’usage politique de la mémoire» (vídeo) en el artículo del 19 de abril de 2024, en la página web alencontre.org. ↩
- Su obra más conocida, que quedó inacabada en el momento de su muerte, se titula La santé de l’Etat, c’est la guerre. Versión francesa publicada por Editions Le passager clandestin, marzo de 2012. ↩