Lance Selfa*
International Socialism Project, 21-9-2024
Traducción de Correspondencia de Prensa, 23-9-2024
El fin de semana del Labor Day en Estados Unidos (fijado el primer lunes de septiembre, este año fue el 2/09; el primero se «celebró» en Nueva York en 1882) se considera tradicionalmente como el final del verano y el comienzo del periodo más importante de las campañas políticas nacionales. Es una época en la que se habla mucho de trabajadores, empleos y mano de obra. 2024 no es una excepción a la regla, y las discusiones abundan por parte de los dos grandes partidos.
En el Partido Demócrata, esta ala del sistema político estadounidense promete medidas para ayudar a los trabajadores «no sólo a sobrevivir, sino a salir adelante». Si bien la vicepresidenta Kamala Harris y la mayoría de los políticos demócratas afirman que hacen campaña por la «clase media», sus portavoces sindicales van más allá. Tras calificar al ex presidente Trump de «rompehuelgas», el presidente de la UAW (United Auto Workers), Shawn Fain, calificó a Kamala Harris de «campeona de la clase trabajadora» durante su discurso en la Convención Nacional Demócrata (DNC) en agosto (19 al 22 de agosto en Chicago].
El GOP (Grand Old Party), el ala conservadora republicana del sistema político estadounidense, tiene una afirmación diferente: el Partido Republicano asegura ser ahora el «partido de la clase obrera». ¿Cómo es posible? Así lo indican las encuestas de opinión y los sondeos a boca de urna del día de las elecciones. Éstas «demuestran» que Trump y los republicanos consiguieron atraer a casi dos tercios de los votantes que no han alcanzado el nivel de licenciatura. Esta es la definición mediática estándar de la «clase obrera» en EEUU.
Desde un punto de vista socialista, es más exacto decir que ninguno de los dos grandes partidos -los dos partidos capitalistas- es un partido de la «clase obrera», aunque la mayoría de las personas que votan a ambos partidos sean, por ocupación, trabajadores no sindicalizados. 1 Pero ninguno de los dos partidos defiende los intereses de la clase obrera, a pesar de que la mayoría de los sindicatos -con algunas excepciones notables- 2 apoyan a los demócratas y tratan de que la gente vote por ellos.
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Pero empecemos donde empiezan la mayor parte de los medios de comunicación y de los comentarios liberales: es decir, con las afirmaciones republicanas según las cuales el apoyo a Trump se basa en una clase trabajadora «excluida» que ve a los demócratas como representantes de una élite «hipster» de la Costa Este que los menosprecia.
Lo primero que hay que señalar es que, desde luego, no estamos hablando de la clase obrera estadounidense en su conjunto. La clase trabajadora estadounidense es multirracial y está compuesta, en una proporción más que considerable, por personas de color. Incluye a hombres y mujeres, a personas de diferentes identidades sexuales, de diferentes religiones (y, cada vez más, sin religión alguna). Está formada por diferentes grupos de edad.
Así que vamos a empezar centrándonos en los miembros blancos de esta clase trabajadora. Pero, inmediatamente, nos encontramos con otros problemas de definición. Para los expertos y los investigadores, la definición más común de la «clase trabajadora blanca» es la de los blancos que no han obtenido un diploma de bachillerato o superior. Aunque el nivel de estudios está ciertamente vinculado a los tipos de empleos ocupados, es mucho más fácil registrar el nivel de estudios que la ocupación en las encuestas. Según esta definición, los «blancos de la clase trabajadora» representan alrededor del 44% de la población estadounidense mayor de 18 años.
Pero el hecho de equiparar el nivel educativo con la clase social plantea muchos problemas. El más obvio es que no llega a lo que un marxista consideraría la línea de base para determinar la clase de alguien: su trabajo y su relación con el capital. Además, como escribió el politólogo de la Universidad de Princeton Larry Bartels en su crítica 3 del libro de Thomas Frank de 2004 What’s the Matter with Kansas?, la población sin estudios universitarios en EE.UU. refleja la distribución de los ingresos de la población.
Pero, con los dos puntos anteriores, hay otros problemas más obvios. El más importante es que la exclusión (en este tipo de encuestas) de las personas con un título de licenciatura o superior excluye a trabajadores como la mayoría de las enfermeras y otros trabajadores sanitarios, así como a la mayoría de los profesores de primaria y secundaria. Los trabajadores de los sectores de la educación y la salud han estado entre los más activos en la acción colectiva en los últimos años. En segundo lugar, si la mano de obra no diplomada refleja la distribución de los ingresos de la población, lo más probable es que los ingresos superiores a la media estén asociados a los propietarios de pequeñas empresas y a los cargos de supervisión de nivel inferior.
La parte de la población sin título universitario también está más representada por personas mayores, que tienden a ser más tradicionales desde el punto de vista cultural. Para un experto en la Beltway (zona delimitada por el anillo de autopistas que rodea Washington), sin embargo, todos los blancos de clase trabajadora -y cada vez más los latinos y afroamericanos sin título- son fácilmente catalogados como formando parte de la «base» conservadora, con todos los estereotipos que esa imagen implica: aficionados a la NASCAR (National Association for Stock Car Auto Racing), misóginos, propietarios de armas y telespectadores de Fox News. Pero si observamos más allá de la caricatura, la realidad es mucho más compleja.
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Incluso entre los votantes blancos, la educación no es una línea divisoria inamovible, sobre todo si se tienen en cuenta los ingresos (un indicador insuficiente, pero algo más directo, de la clase social que una licenciatura). Los votantes con ingresos bajos, cualesquiera que sean sus orígenes étnicos, son aún más propensos a votar a los demócratas, a pesar de la bien documentada preferencia del partido por los habitantes de los suburbios de clase media.
Por esta razón, los políticos siempre han reconocido que las opiniones de la clase trabajadora están divididas. En efecto, el departamento de sondeos de la AFL-CIO (American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations) identifica tres grupos de trabajadores: los reaccionarios/conservadores que podrían considerarse parte de la base de Trump; los liberales/progresistas (a menudo miembros activos de sindicatos) que son simpatizantes del Partido Demócrata, y el resto, cuyas opiniones políticas se sitúan en algún punto intermedio. Casi tres de cada cinco votantes demócratas en las elecciones presidenciales de 2020 no tenían una licenciatura.
Este enfoque en las partes menos educadas y de menores ingresos de la base de Trump también oculta el hecho de que el trumpismo encuentra un fuerte atractivo entre los sectores conservadores de clase media y alta en EE.UU. No sólo los multimillonarios de Wall Street y de la Silicon Valley que han sido noticia con su respaldo a Trump, sino que también está claro que una clase media «gentry» proporciona algunos de sus más fervientes partidarios. El perfil ocupacional de los más de 1.000 detenidos tras el ataque del 6 de enero de 2021 contra el Capitolio de Estados Unidos mostraba un alto porcentaje de fuerzas del orden, ex militares, profesionales y propietarios de pequeñas empresas.
Si bien es cierto que la ecuación «partidarios de Trump = trabajadores» enturbia las cosas más de lo que las explica, ¿eso significa que los demócratas son los campeones de la clase trabajadora? En una palabra, no. A pesar del apoyo de la mayoría de los dirigentes sindicales, incluido el respaldo acrítico del presidente de la UAW, Shawn Fain, a la vicepresidenta Harris en la convención demócrata del mes pasado, el Partido Demócrata sigue siendo un partido corporativo neoliberal cuya política está más cerca de la Democracia Cristiana posterior a la Segunda Guerra Mundial que de la socialdemocracia.
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El programa económico de Kamala Harris, un vago llamado a construir una «economía de oportunidades», incluye hasta ahora una serie de políticas (sin duda analizadas previamente por las encuestas): ayuda a la compra de vivienda para quienes compran por primera vez, créditos fiscales para las familias con hijos y una deducción fiscal de 50.000 dólares para la creación de pequeñas empresas. Significativamente, la más generosa de estas medidas está dirigida a los propietarios de pequeñas empresas. 4, en Portsmouth, Nuevo Hampshire, ella [Kamala Harris] reafirmó su promesa de construir una “economía de oportunidades”, y explicó cómo esto beneficiará a los pequeños empresarios. El objetivo es lograr la creación de 25 millones de empresas durante su mandato si resulta elegida, incluso más que los 19 millones de Joe Biden. La candidata demócrata prometió multiplicar por diez, hasta 50.000 dólares, la deducción fiscal por gastos de creación de empresas y reducir la burocracia para los empresarios. Sobre todo, anunció un aumento del impuesto sobre las plusvalías mucho menor que el prometido por Joe Biden antes de abandonar la carrera presidencial».] Durante su debate con Donald Trump el 10 de septiembre, Kamala Harris apenas mencionó la salud, limitándose a prometer que protegería la Ley sobre la Atención sanitaria asequible (también conocida como Obamacare). Y si bien la defensa del derecho al aborto es sin duda una cuestión de la clase trabajadora, también lo es el apoyo a los derechos de los inmigrantes, que constituyen una parte vital de la clase trabajadora estadounidense. Pero Joe Biden y Kamala Harris han sacrificado esencialmente la cuestión de la inmigración (así como la de la delincuencia) a la derecha trumpista. 5 Todo esto no constituye un programa sólido para la clase obrera.
Como siempre, los demócratas esperan que el miedo a Trump y el «Proyecto 2025» (de la conservadora Heritage Foundation) basten para mantener a raya a sus partidarios. Pero el hecho de que Trump siga ocupando el primer puesto entre quienes afirman que la economía es su principal preocupación, y de que las preocupaciones por la inflación (incluidos los precios de los alimentos, la energía y la vivienda) -que golpea con más dureza a las familias de bajos ingresos- sigan siendo relevantes, juega en contra de la vicepresidenta y candidata.
Es probable que Trump haya captado el segmento de racistas de clase media y trabajadora. Pero a los millones de personas que no están ideológicamente comprometidas y que esperan que el establishment político aborde los problemas reales de sus vidas, Kamala Harris sólo les ha servido una infusión muy liviana. No es sorprendente pues que el «partido de los no votantes» siga estando compuesto en su inmensa mayoría por miembros de la clase trabajadora y que, a pesar del programa antiobrero de Trump, el voto sea todavía demasiado reñido.
*Lance Selfa es autor de The Democrats: A Critical History (Haymarket, 2012) y editor de U.S. Politics in an Age of Uncertainty: Essays on a New Reality (Haymarket, 2017).
–Traducido a partir de la versión en francés publicada por A l’encontre, 22-9-2024.
Notas de A l’encontre
- En 2020, el 10,8% de los asalariados estaban afiliados a un sindicato; en 2023, la tasa de sindicalización era del 10%, o sea, la mitad que a principios de los años ochenta. En el sector privado, la tasa es del 6%, es decir, unos 7,4 millones de asalariados, aunque el número de sindicalistas ha aumentado en unos 200.000. El sector público representa casi la mitad de todos los afiliados a sindicatos (unos 12,5 millones en total), y su número se ha estancado o ha descendido en 50.000 según algunas investigaciones. No obstante, las encuestas muestran que en los últimos cuatro años el porcentaje de empleados dispuestos a afiliarse a un sindicato ha aumentado considerablemente, del 48% al 70%. La patronal, con sus conexiones políticas y judiciales, multiplica los obstáculos a la sindicalización. ↩
- El 18 de septiembre, los Teamsters (International Brotherhood of Teamsters), que organizan entre otros a los camioneros, anunciaron que no apoyaban a ninguno de los dos candidatos. Con esta decisión se rompía una «tradición» que remontaba al año 2000: desde entonces habían apoyado al candidato demócrata. Es cierto que en 1984 la dirección apoyó a Ronald Reagan y en 1988 a George H.W. Bush. Según dos encuestas, las bases del sindicato parecían inclinarse por Trump. ↩
- «What’s the Matter with What’s the Matter with Kansas», en Quarterly Journal of Political Science, 2006. ↩
- El periódico francés Les Echos del 5 de septiembre escribe: «El martes [3 de septiembre ↩
- Sobre este tema, véanse los estudios en francés de Loïc Wacquant y Didier Fassin. ↩