Cultura – El mismo asombro. Oliver Sacks, póstumo. [María José Santacreu]

Fue uno de los divulgadores científicos de mayor carisma del siglo XX, con un don para narrar que es la envidia de cualquier novelista. Tuvo una vida rara, que transcurrió entre las aventuras de la mente y las represiones del cuerpo, y sólo sobre el final se permitió contarnos su historia personal completa. Enfrentó la muerte con valentía y dejó un legado en forma de publicaciones póstumas y registros documentales.

Brecha, 19-3-2021

Correspondencia de Prensa, 21-3-2021

Todos sabemos algo del doctor Sacks. Lo más probable es que hayamos conocido sus libros a través de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero o Un antropólogo en Marte. O a lo mejor vimos antes a Robin Williams personificándolo en Despertares y, a partir de entonces, empezamos a prestarle atención a este médico que se preocupó por los pacientes más olvidados de la tierra: ancianos en estado catatónico arrumbados en un hospicio por decenas de años. Otros habrán llegado gracias a Migraña, tal vez porque la padecían y se dieron cuenta de que había un médico que juntaba una documentación asombrosa con especulaciones atrevidas que lo llevaban a preguntarse, por ejemplo, si las visiones de la mística Hildegarda de Bingen no serían menos iluminación divina y más el fruto de un padecimiento terreno, como las jaquecas. Lo cierto es que, muy probablemente, cualquiera haya sido el punto de partida, el viaje seguramente haya sido sin retorno, porque de Sacks difícilmente se vuelve.

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Todo en su sitio. Primeros amores y últimos escritos, de Oliver Sacks. Traducción de Damià Alou. Anagrama, Barcelona, 2020. 303 págs.

Lo cierto es que sus escritos y sus prácticas clínicas se adaptan a un modelo largamente perimido: el del científico de la época victoriana, con su humanismo, su curiosidad, sus minuciosos estudios de campo, su literatura: un modelo descartado por la academia, pero atesorado y ciertamente añorado por los pacientes (y lectores). «Cuando era joven, me debatía entre dos apasionados y conflictivos intereses y ambiciones: el conocimiento científico y la práctica del arte. No pude conciliarlos hasta que me hice médico. Creo que los médicos somos especialmente afortunados porque podemos expresar con total plenitud ambas facetas de nuestra naturaleza y nunca tenemos que renunciar a una en favor de la otra.» Es una cita de Despertares. A continuación, Sacks cita, a su vez, a Charles Darwin, quien se lamenta de haber perdido el gusto por la pintura y la música, que tanto lo habían apasionado en su juventud: «La pérdida de esos gustos, esa curiosa y lamentable pérdida de los gustos estéticos más elevados, es una pérdida de felicidad, y es posible que resulte perjudicial para el intelecto y, con más probabilidad aún, para el carácter moral, ya que debilita la parte emocional de nuestra naturaleza». Para Sacks es esto, justamente, el peligro que acecha a la ciencia y lo que él, como médico, intenta evitar: «Lo que describe Darwin es lo que le espera a una ciencia, o a una medicina científica, que sea demasiado excluyente y no dé la importancia adecuada a “la parte emocional de nuestra naturaleza”. Como médicos, podemos librarnos de este peligro si, y sólo si, sentimos afecto y compasión por nuestros pacientes». Sobre ese afecto y compasión, pero sobre todo, sobre esa felicidad que Darwin sospechaba haber perdido, Sacks levantó su obra y pagó cara su osadía.

Sus primeros libros fueron totalmente ignorados por la comunidad científica. Porque si bien tanto Migraña como Despertares son todavía eminentemente clásicos en cuanto literatura científica –esto es, escritos con una prosa contenida y con un acento grande en la descripción de síntomas y casos–, no pueden evitar deslizarse hacia lo que su maestro A. R. Luria llamó la ciencia romántica. En 1984, Sacks escribió su primer libro marcadamente narrativo y –horror– autobiográfico. Con una sola pierna describe un hilarante y catastrófico encontronazo de Sacks con un toro en una colina. Y puede decirse con propiedad que, a partir de allí, la popularidad y el éxito del escritor se aceleran como si se deslizara a toda velocidad colina abajo.

Es mi vida

Si bien Oliver Sacks fue un escritor célebre cuya vida se entremezclaba frecuentemente en sus escritos, no fue hasta la publicación de En movimiento. Una vida que sus lectores tuvieron, por así decirlo, el cuadro completo. En ese libro Sacks habla abiertamente sobre su relación con las drogas, con su cuerpo y con el cuerpo de los otros. Cuenta la relación con su familia, confiesa el terror que le provocaba su hermano esquizofrénico, relata el rechazo de su madre a raíz de su homosexualidad –«eres una abominación, ojalá no hubieras nacido»–, su exilio, sus viajes solitarios en motocicleta y sus largos años de celibato. Es también allí donde cuenta, además, cómo conoció el amor en su vejez cuando, en 2008, a los 77 años, conoció a Bill Hayes.

Cultura2103 IIILo cierto es que, cuando en 2015 se publicó esa autobiografía con final feliz, el doctor Sacks se estaba muriendo. Un melanoma ocular diagnosticado nueve años antes había hecho metástasis en su hígado y le quedaban seis meses de vida. Todavía le quedaba tiempo, sin embargo, para publicar otro libro autobiográfico titulado Gratitud, escrito a partir de su diagnóstico final. Pero para un hombre como Sacks es difícil despedirse. En 2019, su autobiografía fue la base para el documental de Ric Burns, Oliver Sacks. My Own Life. El documental es realmente el intento de poner en imágenes y sonido lo que Sacks relata en su libro y de poder verlo en acción, porque si hay algo que es difícil de imaginar en toda su dimensión es la intensidad, la pasión y la vitalidad que animaron su existencia. Allí también está su despedida: el emotivo momento en que les cuenta a sus amigos que está muriendo y comienza a decirles adiós. «La mayor parte de mi vida la pasé tratando de imaginarme cómo era ser otra persona», dice en cierto momento y resume, a la vez, su vida y sus libros.

Ahora Anagrama ha publicado un nuevo libro póstumo. Dos semanas antes de morir, Sacks había dejado pronto para la imprenta su primer libro póstumo, publicado en 2019 y titulado El río de la conciencia, una recopilación de diez ensayos que giran en torno a qué es lo que nos hace humanos. El nuevo volumen, titulado Todo en su sitio. Primeros amores y últimos escritos sigue en esa línea: son 33 artículos breves, muchos de ellos aparecidos en la prensa, otros inéditos. Los ensayos se agrupan en tres secciones: «Primeros amores» –con textos de corte autobiográficos sobre sus primeras pasiones, como los museos, la química, las bibliotecas–, «Historias clínicas» –del estilo al que Sacks nos tiene acostumbrados, muchas veces, de casos curiosos o anómalos, otras, de casos que permiten sacar alguna conclusión general no inmediatamente evidente– y «La vida sigue» –una miscelánea de escritos de observación, salpicados de recuerdos–. Probablemente este sea el último libro que tuvo cierta supervisión del autor. Luego vendrán, seguramente, materiales olvidados y documentos. Sacks era un grafómano y todavía quedan las miles de páginas que albergan sus diarios y cartas.

Abrir Todo en su sitio es como reencontrarse con un viejo amigo que no vemos hace rato. Está allí como era y, aunque se repite un poco, agradecemos escuchar de nuevo la voz querida. Tal vez lo más importante del libro sea lo que adiciona a esa figura a la vez antigua y curiosa que fue Sacks. A la figura del científico que abreva en el siglo XIX y mira con asombro –y, extrañamente en él, con ciertos reproches– el siglo XXI. No por nada el último ensayo del libro empieza de esta manera: «Mi tía Len era mi favorita y cuando ya había cumplido los 80 me contó que no le había costado demasiado adaptarse a todas las novedades que fueron apareciendo durante su vida –los aviones a reacción, los viajes espaciales, los plásticos, etcétera–, pero a lo que no se podía acostumbrar era a la desaparición de lo antiguo. “¿Dónde han ido a parar todos los caballos?”, me decía a veces».