Uruguay – La letrina de la impunidad: enterrar la verdad, traficar la justicia. [Sergio Israel – Jorge Zabalza]

Gonzalo Fernández, José Bayardi y el Gral. Carlos Díaz. /Foto, Pedro Pandolfo

Búsqueda, 3-9-2020

Correspondencia de Prensa, 5-9-2020

Un gran manipulador. Así fue definido el coronel Gilberto Vázquez Bisio, el oficial de Inteligencia de la vieja guardia de los Tenientes de Artigas que saltó a la fama en julio de 2006 después de fugarse del Hospital Militar y ser recapturado pocos días después, vestido con ropa civil, mientras empuñaba una pistola calibre 22 y llevaba puesta una larga peluca negra.

Cuando protagonizó la teatral fuga, Vázquez Bisio, que había sido un capitán operativo subordinado al entonces mayor José Gavazzo en el Servicio de Información de Defensa (SID) en los años más sangrientos de la dictadura, estaba en detención administrativa en vistas a una posible extradición a Argentina, donde la Justicia lo reclamaba, así como a otros represores acusados de participar en torturas y desapariciones en el centro clandestino de detención OT-18, que funcionó durante unos meses en la ex Automotoras Orletti en el segundo semestre de 1976.

La exfiscal Mirta Guianze, que lo trató en las causas penales, considera que Vázquez Bisio, un oficial de Estado Mayor con formación en el exterior, era alguien “expansivo y simpático” que siempre se presentaba como “el más lindo, el más valiente, que quería decir cosas, pero que sus camaradas lo frenaban y le decían buchón”. Entre algunos de sus compañeros de armas es considerado personalista y “bocón”.

El coronel del peluquín, ya confinado en la Cárcel Central en San José y Yi, brindó varias entrevistas en las que declaró que había escapado para llamar la atención de los medios y que tuvo que hacerlo porque una de las condiciones que le habían impuesto en su anterior detención, en la sede de la División de Ejército I, en el Prado, donde gozaba de cierta libertad ambulatoria y recibía el trato de un oficial superior, era el silencio.

El silencio. Justamente el llamado “silencio austero” era la condición impuesta por los mandos a todos los integrantes de las fuerzas en relación con las violaciones a los derechos humanos.

Desde antes de 1985, la organización Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos buscaba romper esa omertà para, al menos, conocer cuál había sido el destino de sus seres queridos y recuperar sus restos.

La Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (bautizada popularmente como “Ley de Impunidad”: NDR) que había sido votada por parte del Parlamento para evitar que los militares y policías tuvieran que responder ante la Justicia, también disponía la búsqueda de los desaparecidos.

Aplicando ese artículo de la norma, que los anteriores gobiernos de Julio Sanguinetti (Partido Colorado) y Luis Alberto Lacalle (Partido Nacional) habían ignorado, primero Jorge Batlle (Partido Colorado) , con la Comisión para la Paz, y luego Tabaré Vázquez, trataron de avanzar en medio de una densa niebla y sin pilotos demasiado expertos.

Negociación y cárcel VIP

Como la mayor parte de los muertos y desaparecidos eran militantes de izquierda, el primer gobierno del Frente Amplio encabezado por Vázquez tenía el gran desafío de responder a esa demanda.

No sin tropiezos, el presidente, con el respaldo del penalista Gonzalo Fernández, que había sido actor de peso en la Comisión para la Paz creada por Batlle, cumplió con la promesa de ingresar a los predios militares y comenzó con las excavaciones.

Al mismo tiempo, la derogación de la Ley de Punto Final en Argentina puso sobre la mesa los pedidos de extradición, entre otros casos por la desaparición de la nuera del poeta vinculado a Montoneros Juan Gelman, cuya nieta Macarena, que había sido entregada a la familia de un policía, recobró su identidad y vivía en Montevideo.

Los oficiales del Organismo Coordinador de Actividades Antisubversivas (OCOA) y del SID mantuvieron esperanzas de negociar su libertad, pero después del fiasco en el Batallón 14, cuando se suponía que la nieta de Gelman iba a hallar los restos de su madre, el cerco se fue estrechando.

A pesar de que a último momento había decidido no concurrir al batallón, el presidente había quedado muy expuesto al anunciar, asesorado por el entonces comandante en jefe del Ejército, Ángel Bertolotti, que en un 99,9% se había encontrado el lugar de enterramiento.

El exsecretario de la Presidencia Fernández, que no recuerda su participación en el tema del Tribunal de Honor, contó a Búsqueda que cuando llegó la primera consulta de un juzgado para saber si un caso quedaba comprendido dentro de la ley de caducidad le dijo al presidente: “Puedo hacer una interpretación alternativa”. Fernández apeló a resquicios legales como, por ejemplo, la territorialidad, si el caso se había originado en Argentina, o la necesidad de investigar para saber si, en efecto, los autores eran militares o policías.

“Nunca hubo ningún pacto como sale a decir Vázquez Bisio. Me irrita que se diga que hubo un pacto con los militares, solo se negociaron las condiciones de reclusión”, afirmó Fernández.

Una de las explicaciones para la fuga que motivó el Tribunal de Honor es que Vázquez Bisio buscaba, a través de la prensa, convocar a sus camaradas. El coronel esperaba que hubiera “ruido a lata”, algo que, a diferencia de otras veces, no ocurrió.

En realidad el prófugo quedó bastante solo, porque logró apenas el respaldo de algunos camaradas, entre ellos su amigo Lawrie Rodríguez, un capitán procesado en 2020 por otra causa relacionada con la dictadura.

El comandante en jefe del Ejército Carlos Díaz, que había reemplazado a Bertolotti, había explicado a los militares y policías presos, luego de una reunión con el presidente, que la alternativa a la extradición a Buenos Aires, donde estarían alojados en cárceles comunes lejos de su familia, era someterse a la Justicia uruguaya y quizás permanecer alrededor de ocho años en un predio militar, con ciertas comodidades, en una especie de cárcel VIP.

“Nos rompimos el culo”

Al asumir que finalmente sería juzgado e iría preso, Vázquez Bisio decidió romper el silencio, aunque se cuidó de no involucrar a otros militares o policías y tampoco aportar datos demasiado concretos. En la prensa (Búsqueda N° 1.363) y con mayor soltura en el Tribunal de Honor que se formó para juzgar la fuga que afectó al instituto armado, dio su versión de por qué había matado y torturado por orden de los mandos de entonces.

“Estoy contento de estar en un Tribunal de Honor, las cosas son como son, porque siempre andamos con gre, gre: dicen que somos ladrones, asesinos, hijos de puta y nos rompimos el culo, dejamos los camaradas muertos, dejamos las viudas y los muertos tirados ahí y nos callamos la boca”, se lamentó el oficial.

También declaró: “El Ejército no dijo nada y entonces vamos a quedar para la historia y le van a enseñar a mis nietos que yo era un asesino y yo no soy un asesino ni un hijo de puta. Yo era un soldado e hice lo mejor que pude, tuve que matar y maté y no me arrepiento. Tuve que torturar y torturé, con el dolor del alma, y me cuesta muchas veces dormir acordándome de los tipos que cagué a palos, pero no me arrepiento”.

El coronel Vázquez también asumió responsabilidad por el llamado segundo vuelo, reconocido por la Fuerza Aérea en 2005 pero no por el Ejército: “Acá el Ejército me está mandando preso por las cosas que hice. Yo tuve que ver con el caso (Adalberto) Soba, estuve prácticamente dos años trabajando en Argentina, tengo que ver con el segundo vuelo, con el primer vuelo, con casi todas las cosas que pasaron allá, menos la de Gelman, esas porquerías no las hubiera permitido de ninguna manera”, expresó Vázquez en el acta N° 10 del tribunal.

En todas las declaraciones, Vázquez Bisio buscó dejar claro que no estaba arrepentido, que había combatido en una guerra, primero contra los tupamaros y luego contra el comunismo y otros grupos subversivos, que había actuado cumpliendo órdenes y que no había robado, una sospecha que rondaba a todos los que habían estado en Orletti, no solo por el caso Gelman, motivado para llegar al dinero de Montoneros, sino también por el botín de unos seis millones de dólares del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP), obtenido en secuestros realizados en Buenos Aires para financiar la lucha contra la dictadura.

Las “confesiones” de Vázquez Bisio, que debieron ser comunicadas a la Justicia civil porque se trataba de posibles delitos, no lograron conmover a los miembros del tribunal, que se conformaron con que, al fugarse y salir en la televisión con un aspecto desaliñado, se había ganado el pase a situación de reforma, una condición deshonrosa, reservada a personas que no están en su juicio, y a las que, entre otras cosas, no se les permite vestir el uniforme militar.

Las actas con las declaraciones del coronel, que según el fiscal especializado Ricardo Perciballe hubieran servido a las causas penales, pero no tienen mayor trascendencia jurídica en 2020, también ponían el foco en otros actores de la represión.

Por ejemplo, el general Héctor Islas, que presidió el primer tribunal en 2006, fue quien reemplazó al entonces capitán Vázquez como jefe del S-2 (Inteligencia) del 4° de Caballería cuando este fue promovido al SID en 1973. Caballería 4 fue una de las unidades que destacó en las operaciones gracias a la tortura a los detenidos. “Creo que también fue cliente suyo”, deslizó Vázquez Bisio en alusión a Islas y al entonces prosecretario de la Presidencia y hermano del presidente, Jorge Vázquez, que estuvo preso por ser integrante de la anarquista Organización Popular Revolucionaria-33.

A su vez, el actual presidente del Supremo Tribunal Militar, general retirado Daniel Castellá, que actuó en el tribunal de alzada pedido por Vázquez Bisio, estuvo al frente de la cuerda que detuvo al médico de San Javier Vladimir Roslik, muerto durante las torturas sufridas en un cuartel de Fray Bentos en 1984.

El martes 1°, Familiares reveló el contenido de la apelación que elevó el coronel, en la que afirma que los mandos de la época lo felicitaron por las ejecuciones que realizó. Pero en las actas, Vázquez Bisio no solo habló de la lucha antisubversiva anterior a 1985. También hizo referencias a operaciones de contrainteligencia en democracia, entre ellas una que tenía como posibles blancos a quien fuera ministro de Defensa Eleuterio Fernández Huidobro, los exdiputados Hugo Cores y León Lev y un cuarto que dijo no recordar el nombre.

Según su declaración, “en el 89, la junta de generales decide que va a haber una respuesta oficial” al acoso que estaba recibiendo el Ejército y es convocado “para que prepare homicidios”.

Vázquez Bisio le habría dicho al general que lo convocó que “si algo sale mal, yo voy en cana por autor material y usted autor intelectual, porque el comandante en jefe esto no lo puede bancar”.

Finalmente, explicó el coronel, llegó la contraorden. Sin embargo, dijo que contó eso para ilustrar la contradicción entre entonces y el año 2006, cuando “me quieren meter para adentro”.

Más allá de que no es fácil probar lo que declaró el coronel, es un hecho que a Cores, que denunció a los represores, le habían volado el auto en la puerta de su casa y que otro día habían disparado contra la vivienda con balas de 9 mm.

“Si algo sale mal, te vas para arriba”, le habría dicho Vázquez Bisio a Fernández Huidobro durante un momento de alta tensión a fines de la década de 1980. En ese momento, los dirigentes tupamaros adoptaron medidas de seguridad especiales, pasaron de forma masiva a la clandestinidad y durante algunas noches no durmieron en sus casas, después de denunciar que se vivía en “una democracia tutelada”.

Unos meses después, en enero de 1991, comenzó una ola de atentados y acciones, con sello militar, pero sin víctimas mortales ni objetivos tupamaros. Un Comando Lavalleja reivindicó la voladura del auto de Cores; la también desconocida Guardia de Artigas, el atentado al estudio de Sanguinetti y Zeinal; secuestraron por unas horas al entonces periodista de El Observador Alfonso Lessa y hubo explosiones en una vía férrea en Minas y en un cuartel de Artillería del Cerrito, donde horas antes había estado reunido el comandante en jefe Juan Rebollo, cerca de una casilla de guardia de la embajada estadounidense y en la casa de veraneo del comandante de la Armada, entre otros.

Nunca quedó del todo claro el motivo de las fuertes tensiones durante el gobierno de Lacalle, porque a las cuestiones de la ley de caducidad se sumaron pujas por el presupuesto, luchas internas en el Ejército y entre las fuerzas. También influyó el caso del bioquímico chileno Eugenio Berríos, desaparecido en Parque del Plata y luego hallado muerto en El Pinar, porque la Armada protegió al oficial que salió en defensa del chileno.

Lev, que hasta 1992 fue dirigente del Partido Comunista, contó a Búsqueda que, durante el gobierno blanco, recurrió al ministro del Interior Juan Andrés Ramírez luego de que dispararan contra su casa con un arma de bajo calibre y pusieran en peligro a sus hijas. También había sido amenazado, igual que la entonces diputada nacionalista Matilde Rodríguez, cuando demandó la aparición de unas actas del caso Berríos. Quien se había presentado por orden de Rebollo en la comisaría de Parque del Plata, de donde se llevaron a Berríos, fue precisamente Vázquez Bisio.

“Operación verdad”

El Frente Amplio tuvo seis ministros de Defensa: Azucena Berrutti, José Bayardi, Gonzalo Fernández, Luis Rosadilla, Eleuterio Fernández Huidobro y Jorge Menéndez.

De Berrutti y Menéndez, Familiares recibió el mejor trato, mientras que con el resto el vínculo fue más o menos áspero.

El martes 1º, cuando un periodista preguntó a los representantes de Familiares sobre la afirmación de Bayardi de que la aparición de las actas en un gobierno de la coalición multicolor era “una operación”, Nilo Patiño respondió: “Si Bayardi hubiera entregado las actas en mayo de 2019 cuando se las pedimos, no hubiera habido operación”.

En efecto, el 2 de mayo de ese año Familiares mantuvo una entrevista con Bayardi y una semana después realizó el pedido por nota firmada por Elena Zafaroni, Ignacio Errandonea y Graciela Montes de Oca.

Durante un debate en Canal 4 entre Bayardi y el presidente del directorio blanco Pablo Iturralde (Partido Nacional) , el exministro insistió en que se trataba de una operación. “Sí, es una operación, verdad”, respondió el dirigente nacionalista.

Familiares no fue la única organización que pidió las actas. También las solicitó, sin éxito alguno, el periodista de Radio Sarandí Mauro Bettega y Fabiana Larrobla, la coordinadora del grupo de historiadores de Presidencia, se había dirigido por carta el 11 de abril del año pasado solicitando los tribunales no solo de Vázquez Bisio, sino de Gavazzo, los capitanes Alex Lebel y Juan Carlos Larcebeau y de los coroneles José Araujo Umpiérrez, Enrique Ribero, Luis Maurente y Jorge Silveira.

Aunque Bayardi trató de responsabilizar a los militares y explicó que hasta 2008 las actas eran secretas, la principal responsable de que estas no hubieran llegado a la Justicia en 2006 es la doctora Berrutti (ministra de Defensa en el primer gobierno de Tabaré Vázquez: NDR). Ella, el secretario general del ministerio José Wainer y el asesor de Inteligencia Augusto Gregori debieron haberlas pedido e insistido hasta encontrarlas.

En especial Gregori, que debía saber el papel jugado por Vázquez Bisio no solo en la dictadura sino como jefe del Departamento II (Inteligencia) del Ejército durante el gobierno de Lacalle Herrera, tenía motivos para estar interesado en esas actas.

Sin embargo, Berrutti, una abogada que fue defensora de presos políticos cuando pocos se animaban, tiene una trayectoria que la deja lejos de toda sospecha de connivencia.

El “general con polleras”, como le decían en voz baja sus subalternos, mantuvo, a diferencia de Bayardi y Fernández Huidobro, una relación estricta con los militares. Por ejemplo, poco después de la fuga del coronel Vázquez destituyó al comandante en jefe luego de que Búsqueda informara que se había reunido con el expresidente Sanguinetti sin su permiso y, a diferencia del resto de los ministros frenteamplistas, tuvo la sensibilidad de consultar a Familiares cada vez que se discutía un ascenso a oficial superior, para depurar, al menos a la cúspide de las fuerzas, de los acusados de violaciones a los derechos humanos.

“Te puedo asegurar que esas actas (de las declaraciones) no llegaron al ministerio”, dijo a la diaria Gregori, que fue asesor de Berrutti y luego coordinador de Inteligencia entre 2010 y 2013.

“Con Azucena allanamos el cuartel en busca de los archivos, por mucho menos de eso allanamos un cuartel. Te das cuenta de que, si hubiéramos visto una cosa de esas, hubiéramos actuado”, comentó en referencia a que al año de asumir encontraron en el ex Centro General de Instrucción de Oficiales de Reserva 1.144 rollos microfilmados con información de inteligencia militar que se conoce como Archivo Berrutti.

Las actas de los tribunales de honor siempre fueron un asunto delicado que los militares buscaron mantener dentro de la corporación. Un día que se rompió un ascensor del ministerio, los colaboradores de Berrutti encontraron en la fosa las actuaciones del que se le formó a Gavazzo para juzgar un caso de falsificación de billetes.

Quizás más preocupado por otros asuntos y sin valorar correctamente el contenido, con el respaldo de un informe de jurídica firmado por la abogada Sylvia Usher, de notoria filiación blanca, y realizado por su colega Nelly Méndez Curutchet, el presidente Vázquez homologó el fallo, que pasaba al coronel a reforma.

“Si el presidente firmó sin saber o sabía y firmó igual sin enviar las declaraciones a la Justicia, las dos cosas están mal”, dijo a Búsqueda un exjerarca del Frente Amplio que pidió mantener su nombre en reserva.

El fantasma de Manini

Para el secretariado del Frente Amplio y para el exministro Bayardi, la aparición ahora de las actas es una operación para justificar que no se le vote el levantamiento de los fueros al líder de Cabildo Abierto Guido Manini Ríos.

En lugar de reconocer el error, el presidente del Frente Amplio, Javier Miranda, y el secretario político, Rafael Michelini, optaron por elevar la voz y desafiar al gobierno.

“Cuando el Poder Ejecutivo de la época tomó la decisión que tomó, lo hizo en conocimiento de todas las actuaciones, como se hace siempre, como lo marca la norma y porque sería imposible que fuera de otra forma”, declaró el ministro de Defensa, Javier García, y agregó que “toda la información del Tribunal de Honor estaba en las oficinas del Ministerio de Defensa Nacional”.

El Directorio del Partido Nacional, a su vez, emitió una declaración en la que expresa “total apoyo ante lo actuado por el gobierno nacional por medio de su ministro de Defensa, Javier García, y la vicepresidenta de la República, Beatriz Argimón,” y reafirma su “compromiso con la transparencia y la verdad, rechazando toda opacidad en estos temas”.

Mientras algunos frenteamplistas como Bayardi apuntan a una operación política para el desafuero de Manini, otros dirigentes que dialogaron con el expresidente Vázquez, indicaron que este confirmó que el fallo fue homologado sin conocer las actas, pero que responsabilizan del ocultamiento al general Díaz y que si bien su relevo se produjo por la reunión con los dirigentes colorados, el vínculo ya estaba dañado desde antes. “La lealtad no paga” fue la enigmática frase que dijo el excomandante cuando fue relevado. Catorce años después, aún no queda claro si estaba dirigida al gobierno que lo había cesado o a los que habían informado a Búsqueda de la cena que mantuvo con Sanguinetti en Toledo.

En todo caso, la “operación verdad” con la declaración del coronel que está en prisión domiciliaria en Rivera, puede ser leído también como un juego político más elevado que el desafuero: buscaría frenar el avance de Cabildo Abierto dentro del gobierno en medio de la batalla presupuestal, porque las actas dejan muy mal al Ejército y a los que quieren volver a la época de la ley de caducidad y, por otra parte, le disputa al Frente un asunto en el que hasta ahora, si bien no tenía el monopolio, lleva el estandarte.

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Energúmenos

Jorge Zabalza *

Semanario Voces, 2-9-2020

Correspondencia de Prensa, 5-9-2020

Al declarar ante sus cómplices, Gilberto Vázquez aprovechó la oportunidad y les recordó que estaba encarcelado por crímenes cometidos por todos. Mientras los generales disfrutaban su buen pasar, el asesino la pasaba mal en Domingo Arena: “deben protegerme o los mando en cana”. Quisieron que se callara la boca, pero el muy energúmeno continuó con la lista de las aberraciones, recordándoles a los del tribunal de honor que la política de exterminio y el plan cóndor no eran inspiración de unos pocos. “Todos somos asesinos”, parecía sentenciar, parafraseando el título de la inolvidable película de André Cayatte.

No le busquen más vueltas, a Gilberto no le interesaba que se supiera la Verdad, lanzaba sus dardos contra los mandos porque los quería chantajear. Alguna tajada habrá sacado, pero, para saber su monto, habrá que esperar que se descubran nuevas verdades ocultas. Parece mentira, pero la Verdad quedó comprobada gracias a una vulgar rencilla carcelaria entre delincuentes.

GILBERTO VÁZQUEZ
El coronel Gilberto Vázquez al ser detenido luego de su fuga. /Foto, Brecha.

Escribir sobre este escándalo no es nada fácil. Revuelve las entrañas, pero, no de horror, sino de bronca e impotencia. El acta con las declaraciones del energúmeno reconfirma que los crímenes aberrantes obedecieron a una política sistemática de las fuerzas armadas, cuyos mandos ocultaron y ocultan toda la información al respecto. ¿Cómo hacer para que revelen la Verdad y se haga Justicia?

Nadie ignora la responsabilidad de la institución armada, pero, hay genios de las maniobras “políticamente correctas” que apostaron a que el pasaje del tiempo trajera el olvido de unos y el perdón de los otros. Querían convencer a sus fieles de que la cuestión se resolvería por sí sola al morir los verdugos y las víctimas. 1 Sin embargo, aunque de coronel para arriba ya murieron casi todos los culpables, estas actas confirman que la paz solamente llegará cuando se sepa toda la Verdad. El asunto no se resuelve sólo entre verdugos y verdugueados, porque la barbarie intentó esclavizar el pueblo entero. Los efectos del terrorismo no están solo en los costurones que uno lleva en la piel y en el corazón.

Asumir el ministerio de defensa el 1° de marzo de 2005 no era sencillo, más aun, siendo civiles, frenteamplistas y comprometidos con la Verdad y la Justicia. Cayeron, como peludo de regalo, a una institución en manos del terrorismo de Estado, donde predominaba su modo de interpretar la realidad y la historia reciente. El universo dividido en amigos y enemigos, los militares eran más leales a la doctrina de seguridad nacional que a las autoridades civiles. Fue el legado que dejó el general Medina, desacatos y amenazas al por mayor.

Un imperativo ético obligaba a los intrusos civiles, debían horadar muralla de impunidad que protegía a los criminales. Afectase a quien afectare. Provocase la reacción que fuera. Con ese impulso moral, la compañera Azucena logró descubrir, en el año 2007 los más de 14.000 documentos del titulado “archivo Berruti”, que estaban escondidos en el ex CGIOR, ex Escuela de Inteligencia del Ejército. Abrirlos al conocimiento público era el modo más directo de quebrar la cultura de la impunidad dentro y fuera del ministerio, de demostrar que la Verdad no era un mito sino realidad oculta. Sin embargo, después que Azucena renunció al ministerio debieron pasar más de 10 años para que el contenido de los archivos quedara librado al conocimiento del público. ¿Fue una especie de frenazo, un anticipo de la voltereta que dio Fernández Huidobro como ministro? Es inexplicable que un gobierno progresista haya mantenido en carácter de reservados documentos tan esclarecedores de la Verdad. Los periodistas debieron reemplazar a los gobernantes omisos en el deber de informar a la población.

Tampoco convencen esas explicaciones de “no tengo conocimiento, porque los militares debían informarme y no lo hicieron”. Denota mucha pasividad. El hecho evidente es que los militares, hipotéticamente subordinados del poder civil, les pasaron por el moño las actas con las confesiones de Gilberto. ¿Dónde está la responsabilidad individual del militante? ¿no se debería haber estado mucho más alerta cuando se trataba de tamaño energúmeno? ¿no debían haber leído y releído hasta descifrar el significado de cada punto y coma? ¿o, simplemente, se conformaron con homologar los expedientes que los coroneles pusieron para la firma?

En el segundo gobierno del Frente, Luis Rosadilla y Eleuterio Fernández rindieron sin condiciones el imperativo ético. Culminación bizarra de la derrota de la Verdad, se convirtieron en un engranaje más de la maquinaria burocrática de impunidad, abogados honorarios y voceros de los criminales con los que bebían whisky. Se pasaron los principios por allá abajo. Para que esta historia Nunca Más se repita debe ser la madre de todas autocríticas: ¿qué apoyos fueron necesarios para defraudar la confianza de los que marchan cada 20 de mayo?

Por cierto, si se elude la reflexión sobre las condiciones en que la impunidad se va imponiendo, se seguirán alimentando aves de rapiña y, el día menos pensado, los cuervos nos comerán los ojos. Las cosas deben quedar en blanco y negro, como la tropilla de la muerte.

* Tupamaro histórico, preso político de la dictadura, exconcejal municipal por la Corriente de Izquierda, escritor. Rompió con el Movimiento de Liberación Nacional (MLN-Tupamaros) a mediados de los años de 1990. (Redacción Correspondencia de Prensa)

Nota

  1. Alude a la conocida posición de José Mujica: “Esto se va a terminar cuando nos muéramos (sic) todos”, refiriéndose  a los crímenes del terrorismo de Estado y al procesamiento de militares.