Palestinos caminan entre los escombros de Shuja’iya, en el norte de Gaza. Febrero del 2024. / Mohammed Hajjar
Tras casi un mes de invasión israelí, este barrio de la ciudad de Gaza está totalmente devastado. Sus vecinos palestinos, aún bajo asedio, arriesgan la vida para hacerse con un paquete de harina
Mahmoud Mushtaha (+972 Magazine), ciudad de Gaza
CTXT, 20-3-2024
Traducción de Cristina Marey Castro
Correspondencia de Prensa, 22-3-2024
Más de cinco meses después de la demanda de Israel de evacuar al sur a todos los palestinos en el norte de la Franja de Gaza, todavía quedan alrededor de 300.000 personas en esa zona. La mayoría vive en el mismo barrio, Shuja’iya.
Situado al este de la ciudad de Gaza, Shuja’iya ha sido refugio tanto para sus residentes como para muchos otros palestinos que huían de los bombardeos aéreos y los ataques terrestres de Israel desde la zona norte. Hasta diciembre, era el único barrio del norte de Gaza que no había sido invadido por las tropas israelíes, pero, durante ese mes, Shuja’iya fue testigo de uno de los ataques más demoledores de la historia en la Franja.
La invasión, que se extendió del 4 al 22 de diciembre, arrasó con el barrio y aniquiló prácticamente todo vestigio de vida. Hoy en día, el paisaje de Shuja’iya es de absoluta destrucción; las casas quedaron reducidas a escombros y las calles están destrozadas. Las infraestructuras básicas –incluidas las tuberías de agua– no funcionan, sumiendo a los residentes en una desesperación aún mayor.
El ejército israelí no se ha retirado por completo de la ciudad de Gaza: quedan vehículos militares circundando el perímetro de la ciudad y detenidos en el puesto de control de Netzarim que divide la Franja de Gaza a lo largo del Wadi Gaza. En definitiva, la ciudad de Gaza continúa básicamente sitiada y aislada del resto de la Franja, mientras que las fuerzas israelíes controlan la entrada de la escasa ayuda humanitaria.
En conversación con +972, Nader Jerada, de 33 años, explicó con notoria frustración: “No tengo palabras para describir lo que estamos viviendo. Estamos agotados por el hambre. Quiero gritar que no tenemos nada para comer. Tengo seis hijos, seis bocas que alimentar. Ayer, mi hija lloraba de hambre. Cuando la escucho llorar, me dan ganas de morir. Antes de la guerra, solía ayudar a todo el mundo, dar de comer a la gente. Míranos ahora: comemos cebada y trigo sin cocinar, incluso alpiste –que, al igual que los otros insumos, ya se está agotando en el mercado–. Un kilo cuesta 35 séqueles (unos 10 dólares)”.
La escasez de harina en el norte y los repetidos ataques de Israel contra las multitudes de palestinos que se agolpan para recibir ayuda humanitaria han obligado a muchos residentes, como Jerada, a sustituir este producto por pienso molido –a menudo plagado de pequeños insectos–. “Sabe fatal y no es apto para el consumo, pero no tenemos alternativa”, dijo. “Mañana partiremos al sur con mis hijos, para no morir en el norte por falta de comida”.
“La guerra nos ha quitado la dignidad”, declaró Said Sweirki, residente de Shuja’iya, de 22 años. “Es como si nos hubiéramos convertido en animales. Nuestras vidas no significan nada. A nadie le importa lo que nos pase en Gaza, nadie nos valora. Gritamos, pasamos hambre y morimos en soledad. ¿Sabe el mundo que estamos comiendo pienso? No tenemos cubiertas las necesidades básicas: vivimos sin luz, sin agua, sin combustible. Pasamos horas recogiendo la leña que encontramos en la calle y entre los cascotes de las casas destruidas. Hemos retrocedido a la Edad de Piedra”.
“Todas las mañanas nos despertamos y tenemos que ir en busca de agua”, añadió Sweirki. Caminamos durante horas con bidones vacíos, buscando dónde llenarlos. Luego, buscamos algún lugar en el que recibir ayuda humanitaria o comprar un paquete de arroz a un precio razonable.
“Lo peor no es la guerra; lamentablemente, ya nos hemos acostumbrado a ella”, prosiguió. “Lo peor son quienes se aprovechan de estas circunstancias para ganar dinero, los comerciantes sin principios. Ayer, fui a ver a un hombre que vende el agua de su pozo privado. Mientras hacía la cola, empezó a vociferar: ‘El agua se ha encarecido. A partir de ahora, el galón costará 5 séqueles (alrededor de 1,50 dólares)’, cuando antes costaba 0,5 séqueles. Lo único que quiero es irme de este país opresor”.
“No me queda nada que perder”
El 2 de noviembre, el ejército israelí ya había asediado toda la ciudad de Gaza; esto marcó el inicio de su arrolladora invasión. Durante los siguientes dos meses, sus fuerzas, con continuas redadas, fueron puerta por puerta y detuvieron a cientos de hombres, cometieron masacres contra civiles y destruyeron todo a su paso. Dispararon a palestinos simplemente por salir de la casa, incluso mientras intentaban huir de la ciudad. Con todo, los tanques no llegaron a Shuja’iya hasta un mes más tarde.
El 4 de diciembre, cuando las tropas israelíes invadieron el barrio, Abu Khalil Habeib se encontraba en su hogar junto a la mayor parte de su extensa familia, a cubierto de los bombardeos de artillería pesada. Entre los más de 90 parientes que se resguardaban con él, estaba la familia de su hermano, Hamdan, que había huido del barrio de Al-Sha’af.
“Evacuamos la casa, pero, después de recorrer unos metros, Hamdan se detuvo y me dijo: ‘Tengo que volver a por leche para mi hija, porque en las tiendas no hay’”, relató Habeib. Por desgracia, la decisión fue fatídica: “Regresó a la casa y no lo volvimos a ver”.
El resto de la familia continuó el trayecto en medio del caos ocasionado por la invasión de Shuja’iya del ejército israelí. “Seguimos caminando hasta llegar a los refugios de Al-Rimal [otro vecindario cercano]. Lo esperamos durante horas, pero [Hamdan] no vino. Tratamos de contactarlo, pero no teníamos cobertura. Imaginamos que le había pasado algo malo”, concluyó.
La familia vivió dos meses con el doloroso vacío de su ausencia y no volvieron a la casa hasta que el ejército se retiró de esa zona. A su regreso, descubrieron algo desgarrador. “Encontramos el cuerpo de Hamdan en medio de la calle, como aplastado”, recordó Habeib, con lágrimas en los ojos. “Un tanque israelí le había pasado por encima; le arrancó los huesos de la carne”.
Habeib, aún en proceso de duelo, teme tener que volver a huir de Shuja’iya, puesto que las fuerzas israelíes siguen operando en Zeitoun, el barrio colindante. “Ayer no pudimos conciliar el sueño por el ruido de los bombardeos y los disparos del ejército israelí, que ya está a menos de un kilómetro. Estamos preparando nuestras pertenencias para evacuar; tenemos miedo de que se aproxime el ejército israelí y nos asedie con tanques. No queremos correr la suerte de Hamdan”.
El caos de la incursión de Israel en Shuja’iya también atrapó a la familia de Heba Salim Al-Shurfa, de 44 años, que ya había tenido que huir del barrio de Sheikh Radwan en otro momento de la guerra. “El 4 de diciembre, vi la muerte con mis propios ojos. No sé cómo he logrado sobrevivir hasta ahora”, dijo a +972. “Estaba amaneciendo cuando, de repente, empezaron los bombardeos y los tiroteos. No cesaban ni un segundo. Sobre nosotros, los cristales de las ventanas se hacían añicos y la casa se sacudía con virulencia. Creíamos que esos serían los últimos instantes de nuestra vida”.
“Con la luz del día, el vecindario se llenó de gente desplazada que huía de sus hogares, pero nadie sabía a dónde ir”, agregó. “El panorama era aterrador; la gente gritaba: ‘Hay tanques en el cruce. Si no os marcháis ya mismo, os cercarán y os matarán o capturarán’”.
Según cuenta Al-Shurfa, al escuchar esto, todo el mundo huyó de la casa en la que se albergaba sin dudarlo ni un segundo y sin siquiera tener el tiempo de averiguar el paradero de sus allegados. Tras caminar unos metros calle abajo, Al-Shurfa se dio cuenta de que su marido no estaba y de que ese día no lo había visto. “Mi marido sigue desaparecido. No tengo ni idea de lo que le pasó. Ojalá lo hubieran arrestado o asesinado. Al menos podría darle debida sepultura, para honrarlo y tener un lugar al que nuestra familia pueda ir a recordarlo”.
Al-Shurfa escapó con el resto de su familia al barrio de Al-Rimal, aunque la ofensiva de Israel sobre esa zona la obligó a regresar a Shuja’iya más adelante. Ahora jura que no volverá a huir, sean cuales sean las circunstancias: “Aunque ocupen Shuja’iya [otra vez], no me voy a ir. No me queda nada que perder ni por lo que llorar”.
“Sentimos que estamos perdidos en el medio de una jungla”
A pesar de que las hostilidades en Shuja’iya han desescalado desde finales de diciembre, el ejército israelí sigue entrando al barrio a menudo, lo que obliga a los residentes a moverse continuamente de un lado a otro. Por ahora, se desconoce el número exacto de víctimas y personas desaparecidas que ha causado la invasión de Israel: como las fuerzas israelíes siguen asediando el vecindario, los equipos médicos no han podido entrar para evacuar a los heridos ni recuperar los cadáveres. No obstante, tras la retirada de las tropas israelíes a finales de diciembre, lo que tienen claro los residentes que sobrevivieron es la magnitud de la destrucción.
Naser Bitar, un vecino de 31 años, perdió su casa y su carpintería en Shuja’iya por los ataques de Israel. “Arrasaron con toda la manzana”, contó a +972. “Mi casa, mi carpintería, otras doce casas y una mezquita. Todo reducido a escombros. Cuando regresamos después de que el ejército se retirase, no podía reconocer ni dónde vivíamos antes”.
Bitar abrió su carpintería un año antes de que empezase la guerra y estaba muy ilusionado con la idea de embarcarse en grandes proyectos. “Ojalá solo hubiera perdido la casa. Al menos podría trabajar en la carpintería cuando termine la guerra y construir una nueva”.
“Hace cinco meses que no gano ni un séquel”, aseguró. “El trabajo se detuvo en seco y gasté todos mis ahorros en los primeros meses de la guerra. No sé qué hacer ni cómo decirles a mis criaturas que no tengo dinero ni comida. Los precios están por las nubes y la mercancía escasea. Algunas organizaciones internacionales dicen que están trabajando en el norte para ayudarnos. Pero lo cierto es que yo no he recibido ayuda en ningún momento desde que estalló la guerra. No entiendo por qué no la están repartiendo bien”.
En las últimas semanas, los palestinos sitiados en el norte de Gaza recibieron ayuda humanitaria con cuentagotas, que llegó tanto a través de lanzamientos aéreos como de convoyes. Los residentes aguardan toda la noche en el punto en el que está previsto el suministro con la esperanza de llevarle algo a sus familias. El problema es que estas aglomeraciones pueden resultar muy peligrosas: las fuerzas israelíes han abierto fuego contra las masas en varias ocasiones y las bandas locales empiezan a interferir en la distribución.
Amjad Bassam, de 19 años, fue uno de los afortunados: a finales de febrero consiguió llevarse dos paquetes de harina de un convoy de ayuda que había llegado al norte. “El escenario es indescriptible. Hay miles de personas esperando harina. En Gaza todo el mundo tiene hambre. Por mucho que los tanques israelíes estén cerca, la gente se abalanza sobre los convoyes de ayuda y coge lo que puede”. Bassam sostiene que conseguir harina para su familia fue “el mejor momento de mi vida durante la guerra”.
Bashir Ishteiwi, de 60 años, no tuvo suerte. “Esperé horas bajo el sol en la calle Salah al-Din; soporté noches heladas en la calle Rashid, pero no conseguí ni un paquete de harina”, relata afligido. Este anciano perdió a dos hijos en la guerra, ambos asesinados por ataques aéreos israelíes; como consecuencia, carga con la responsabilidad de cuidar a sus nietos. Pero entre la multitud de miles de personas desesperadas y hambrientas, tiene muy pocas posibilidades de llevarse algo.
“El fuerte se come al débil”, reconoció Ishteiwi. “Los que están armados controlan la harina. Las bandas manipulan el reparto de la ayuda, sin un sistema organizado ni nada que se le parezca. Una vez conseguí un paquete de harina con mi nieto. Caminé unos metros y un grupo de delincuentes me paró. Desenfundaron un cuchillo y me exigieron que les diese la harina. Se la entregué: soy una persona mayor, no tengo fuerza para enfrentarme a nadie”.
“Disparos de los tanques israelíes, bandas que empuñan armas, el frío, el miedo. Resistimos todo eso por un simple paquete de harina”, recalcó el nieto de Ishteiwi. “Nuestra situación en Gaza está llegando a un punto en el que sentimos que estamos perdidos en el medio de una jungla”.