Milei, primero en las Paso
El puñal
El triunfo de Javier Milei revela cambios sociales que recién estamos empezando a comprender. Una sociedad astillada, golpeada por la crisis económica y la pandemia, que manifiesta su bronca pero que también expresa un deseo de reseteo profundo, una necesidad de shock.
José Natanson
Le Monde diplomatique, 14-8-2023
Correspondencia de Prensa, 15-8-2023
¿Quién había reparado en la nueva clase burguesa antes de que las cabezas de Luis XVI y María Antonieta terminaran guillotinadas? ¿O en los trabajadores excluidos recién llegados del interior antes de que cruzaran los puentes el 17 de octubre de 1945? Las transformaciones sociales son lentas y se tramitan silenciosamente, son corrientes subterráneas que no resulta fácil intuir, hasta que un día irrumpen, y entonces todos dicen: claro, es obvio, tenía que pasar.
Por eso, para empezar a entender los resultados de las PASO de ayer creo que, más que pensar en grandes cambios ideológicos del electorado (“giro conservador”, “derechización”), hay que analizar el estado de la sociedad en su modo más puro, ir a ver lo más abajo posible. Y no hace falta un doctorado en sociología para notar que la sociedad argentina está astillada, partida en mil pedazos luego de una década de estancamiento, de una economía que no funciona, ni resuelve, ni muestra una salida, de una configuración política polarizada que ya no le sirve a nadie, de años de pandemia e inflación. Si no hubo en este tiempo una rebelión que arrasara con todo de un único golpe fulminante, como ocurrió en 1989 y 2001, fue porque las políticas asistenciales cumplen un rol de contención eficaz, porque los movimientos sociales canalizan el descontento y porque la democracia sigue funcionando, como si la sociedad, que hace dos años ya había enviado una señal de alerta batiendo el récord de abstención, esta vez hubiera estado esperando que llegara el momento electoral mientras afilaba pacientemente el puñal, para finalmente hundirlo en el cuerpo del sistema.
Desilusionada pero no violenta, la sociedad argentina se siente protagonista de un enorme fracaso colectivo, lo que quizás explique que valore tanto los pocos éxitos simbólicos que encuentra a mano (el Mundial, la película Argentina, 1985 como el recuerdo de algo que salió bien). No estalla, pero revienta para adentro todos los días. ¿Dónde lo vemos? En el aumento de la violencia intra-familiar, en la multiplicación de pequeños conflictos sin sentido que rápidamente terminan en pelea feroz, en el incremento del consumo de drogas y alcohol y el abuso de psicofármacos (la venta de clonazepam y alprazolam aumentó tres veces, en el primer caso, y cinco, en el segundo, más que la del promedio de los medicamentos en el último año). Las relaciones, con las personas y las instituciones, se rompen: el vínculo escolar de cientos de miles de chicos quedó interrumpido por la pandemia y nunca se recuperó; un informe del Observatorio de Psicología Social Aplicada de la UBA (Universidad de Buenos Aires) registró un deterioro inédito de las relaciones de pareja y un aumento de los conflictos familiares.
La idea de que las elecciones se ganan aumentando las jubilaciones o subiendo el piso del impuesto a las ganancias se demostró falsa.
No sólo la crisis y la pandemia, también la digitalidad está cambiando a la sociedad, sobre todo a las generaciones más jóvenes. Se multiplican los “trabajos” en servicios de reparto y apps de transporte, los empleos a comisión (por ejemplo, en telemarketing), y las oportunidades que ofrece la economía de plataforma para la creación de pequeños emprendimientos comerciales. Los referentes de éxito de esta nueva etapa no son líderes que construyen grandes organizaciones o gestas colectivas, sino individuos: una sociedad de ídolos sueltos, de millonarios gracias a la especulación con criptomonedas, influencers que facturan vía YouTube y referentes del trap y del hip hop que ya no apuestan al trabajo común de la banda (de cumbia, de rock) sino al talento individual de un artista que lo único que necesita para triunfar es un teléfono. Se trata, en todos los casos, de iniciativas individuales –a lo sumo familiares o de grupos muy pequeños– sostenidas en las ideas de libertad, pequeña propiedad, flexibilidad horaria, creatividad y emprendedorismo. El paradigma meritocrático del esfuerzo individual, la autosuperación y el riesgo. Como si la “sociedad del riesgo” de Ulrich Beck se hubiera internalizado en clave positiva: todos ellos arriesgan (su inversión, su salud, su vida pedaleando para una entrega) y miran con desconfianza a quienes consideran que no lo hacen.
Frente a esta nueva realidad social, tanto el peronismo como esa sensibilidad difusa que llamamos “progresismo” tienen poco que decir, y entonces fracasan. La idea de que las elecciones se ganan aumentando las jubilaciones o subiendo el piso del impuesto a las ganancias se demostró falsa: hay una parte del drama que no se resuelve con más gasto, que no entra en el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia), la suma fija o el “plan platita”. ¿Qué tiene el peronismo para ofrecerles a estas nuevas realidades? Su clásico discurso protector, su visión del Estado como igualador social y su apelación a la acción colectiva de sindicatos o movimientos sociales tienen poco que ver con las vidas sufridas, atomizadas y entrecortadas de cada vez más personas, para quienes el liberalismo es menos una ideología que una realidad que emerge a partir de la posición que ocupan en la economía; un efecto, como sostiene Pablo Seman, de su lugar en la estructura del capitalismo. Si el clásico discurso popular del peronismo puede sonar pasado de moda, el discurso progresista aparece directamente hueco. O peor aún: como una excusa para encubrir los privilegios.
Insisto entonces con esto: si en algún lugar hay que buscar una explicación acerca de los resultados de ayer el batacazo de Javier Milei, el triunfo de Patricia Bullrich en la interna de Juntos por el Cambio, el tercer lugar d–el peronismo– es a ras del suelo. Es tiempo de sociólogos (o de antropólogos) más que de politólogos. Hay que ir a mirar ahí, a la feria de ropa usada, al maxikiosco 24 horas, al grupito que se reúne en la esquina (“La cantina de los pobres”, como decía célebremente el policía de The Wire). Por eso al final resultaron más exactas las respuestas espontáneas de los laburantes que pasaban por la estación de Constitución y reaccionaban ante el notero de Crónica que las mil encuestas previas.
La sociedad había castigado al kirchnerismo (en 2015), al macrismo (en 2019) y al Frente de todos (en 2021), y esta vez buscó algo completamente nuevo, la marca más rara que se ofrecía en la góndola, el vehículo más bizarro para gritar la ferocidad de su bronca…
Era, hasta cierto punto, lógico: la sociedad había castigado al kirchnerismo (en 2015), al macrismo (en 2019) y al Frente de todos (en 2021), y esta vez buscó algo completamente nuevo, la marca más rara que se ofrecía en la góndola, el vehículo más bizarro para gritar la ferocidad de su bronca, como si buscara más que decir algo: que le crean. Y sin embargo, no es sólo rechazo sordo lo que explica el crecimiento de Milei. Si el macrismo fue en esencia una coalición antiperonista, Milei es eso, pero es más que eso. ¿Hay un voto de esperanza? Digamos que hay una expectativa. Tras una década de empate político, de la esterilidad de la “hegemonía imposible”, Milei dice, claro y fuerte, que él sí puede, que las cosas que promete –dolarización, menos impuestos– son factibles. Las retomó en su discurso de ayer a la medianoche, que puede haber sonado afiebrado y distópico (que lo fue), pero que también fue auténtico (Milei es auténtico), que buscó mostrar un programa y que fue el más ideológico de todos, con referencias a los próceres del liberalismo (Alberto Venegas Lynch, el mismo Alberdi) y una serie de propuestas bastante concretas. El ascenso de Milei expresa una voluntad de impugnación fuerte del sistema y de rechazo al gradualismo, pero también el deseo de un reseteo profundo, de un shock.
Algo habrá que reconocerle al libertario. Hubo inteligencia estratégica detrás de su triunfo, tal como revelan cinco decisiones que logró sostener a lo largo de la campaña. La primera es construirse como el candidato de la anti-política apelando a la gesta contra la “casta”, un concepto importado de Podemos que supo explotar mejor que nadie. La segunda, que se deriva de la anterior, es no ingresar a Juntos por el Cambio, como sí lo hicieron José Luis Espert y Ricardo López Murphy, cuidándose al mismo tiempo de no atacar ni a Macri ni a Bullrich, y concentrando sus invectivas en Horacio Rodríguez Larreta. La tercera, que apareció en su discurso de ayer, es la reivindicación de Menem y Cavallo como artífices del último plan anti-inflacionario exitoso, una operación simbólica audaz que ubica a Milei en el grupo de líderes de extrema derecha que bucean en el pasado para encontrar su lugar en el presente: el Tea Party como antecedente de Donald Trump, Vox y el franquismo, José Antonio Kast y el pinochetismo, Jair Bolsonaro y la dictadura brasilera. La cuarta, sumar a su neoliberalismo económico los votos de la reacción conservadora, el rechazo que generan los avances en materia de género, diversidad y pluralismo en amplios sectores sociales. Y la quinta, que comenzó en los últimos dos meses, cuando dejó de hablar de la compraventa de órganos para concentrarse en sus dos o tres hits (dolarización, crítica del Estado, impugnación de la política), es trabajar es una desdiabolización de su figura que la haga tolerable, o al menos audible, para amplios sectores sociales, el mismo camino que en su momento siguieron Marine Le Pen, tomando distancia del fascismo de su padre, Georgia Meloni, enviando señales tranquilizadoras a la Unión Europea, y Jair Bolsonaro, buscando el apoyo de la centroderecha tradicional.
Concluyamos. La victoria de Milei, que se extendió por casi todo el país y por casi todos los estratos sociales, se completa con el triunfo de Bullrich en la interna de Juntos por el Cambio. Expresión de la crisis de la centroderecha tradicional que ya se había manifestado en países como Brasil o Chile, Bullrich entendió mejor que su rival hacia dónde soplaba el viento, descartó las construcciones superestructurales (esa impúdica exhibición de dirigentes en la que se había convertido la campaña de Rodríguez Larreta) y ofreció una propuesta nítida: la candidata ultra que juega dentro de un partido tradicional y que resulta, por lo tanto, más confiable. Si Milei es Bolsonaro, Bullrich quiere ser Trump. El cuadro termina de componerse con la derrota del peronismo, la peor de su historia. Como el electorado quedó dividido en tercios (o cuartos, si consideramos el voto en blanco y la abstención), cualquier cosa puede pasar. Por debajo de la política hay una sociedad muy diferente a la que construyeron la crisis del 2001, el kirchnerismo y el gradualismo de Macri, una sociedad nueva que recién estamos empezando a conocer.
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Milei, la cosa y las causas
La victoria de Javier Milei se explica por el fracaso del neoliberalismo de Macri y del estatalismo blando del Frente de Todos. Sin embargo, Milei no escapa a la maldición de la encrucijada argentina, aquella que sentencia que un triunfo electoral no es sinónimo de la capacidad de imponer un proyecto político.
Fernando Rosso
Le Monde diplomatique, 14-8-2023
“Milei no tendrá razón, pero los que lo votan sí”, escribió el periodista Martín Rodríguez y puso el dedo en una llaga que este domingo se transformó en gangrena. De eso se trata: encontrar las razones detrás de la locura del hombre que ama los perros, habla con el más allá y se cree el rey de un mundo perdido. No pensarlo como indescifrable biografía personal, sino como brutal fenómeno político.
Hace tiempo que la Argentina se transformó en un cementerio de ambiciones hegemónicas en el que los distintos bloques sociales (y sus expresiones políticas) tienen la capacidad de vetar el proyecto del otro, pero carecen de recursos para imponer de manera perdurable los propios.
Javier Milei y el libertarianismo triunfante en las primarias emergieron de ese laberinto y son la consecuencia de dos fracasos y un triunfo.
Hace tiempo que la Argentina se transformó en un cementerio de ambiciones hegemónicas. Los fracasos son los que representaron, por un lado, el programa neoliberal duro que sucumbió en la aventura del gobierno de Mauricio Macri y, por el otro, un estatismo blando —cuya última expresión fue la deslucida administración de Alberto Fernández— carente de la capacidad para satisfacer las promesas de su propia narrativa. En este último caso, lo que Pablo Semán bautizó como la “mímica de Estado”: un relato estatalista en el contexto de anquilosadas capacidades estatales que permitan satisfacer (aunque sea de manera parcial) las demandas sociales que emergen de una crisis crónica, profunda y multidimensional.
El triunfo fue la habilidad (esencialmente del peronismo) para contener y mantener en la quietud a las organizaciones sindicales y “sociales” que fueron dadoras voluntarias de orden y gobernabilidad para un gobierno que continuó el ajuste por otros medios. Una hoja de ruta económica que profundizó el malestar y provocó un estado de ánimo colectivo dominado por el enojo, el hartazgo y la fatiga que no encontró los canales para manifestarse como rebeldía.
En La tragedia del movimiento obrero, el sociólogo y periodista estadounidense de origen austriaco Adolf Sturmthal, escribió que era imposible “comprender lo que pasó en Europa sin relacionarlo con la suerte de sus organizaciones obreras”. Se refería a la primera etapa del periodo de entreguerras antes de la irrupción del fascismo y el nazismo. Impactado por la lectura de ese libro, Juan Carlos Portantiero tomó la noción de “empate” para pensar un período de la realidad argentina. Sturmthal sostenía que el gran drama del movimiento obrero europeo en ese período fue su mentalidad de “grupo de presión”: imponer la agenda de sus demandas corporativas sin pensar un proyecto político de conjunto (al margen del debate en torno a cuál debería ser ese proyecto).
La mayoría de las conducciones de las organizaciones sindicales y “sociales” de la Argentina tienen una praxis similar, con una diferencia: su práctica de “grupo de presión” se realiza a través de métodos diplomáticos, de negociaciones de ministerios y de una pax callejera. Esto transforma a las clases trabajadoras (y a sus diferentes estamentos) en una “mayoría silenciosa” dominada por la desesperanza, la rabia o el remordimiento, a tono con la época. En la ausencia de ese actor y esa voz en la escena pública argentina, la ultraderecha encuentra su primera ventaja en el contexto de la crisis.
En términos materiales, esto fortalece y cristaliza la dualización de la clase trabajadora, con un universo que sostiene conquistas o derechos e incluso le da batalla a la inflación, y otro sector, cada vez más extendido, que queda abandonado a su suerte, preso de la “uberización” o la precarización de las condiciones de vida.
Todo un continente de personas que queda condenado a un emprendedorismo marginal del que emergen nuevas subjetividades distanciadas de experiencias colectivas y mucho más proclives a la aceptación de discursos individualistas. En esas grietas emergen lo que los investigadores brasileños Daniel Feldmann y Fabio Luis Barbosa dos Santos (1) —intentando explicar las bases sociales del bolsonarismo— calificaron como una “sociabilidad concurrencial”, de competencia, de unos contra otros: los que trabajan contra los que no trabajan, por ejemplo. Un proceso que tiene lugar a través del vaciamiento de las mediaciones propio del neoliberalismo en su etapa superior. El discurso sobre la “libertad” agitado por los libertarianos durante la pandemia tenía un significado muy diferente para aquellos que conforman este universo de personas que no tenían otra opción que salir a trabajar y no podían darse el lujo de “quedarse en casa”.
Por otro lado, la reacción por derecha que expresa el mileísmo en construcción no es solo ante la “mímica de Estado”; también se combina con el rechazo a lo que la filósofa Nancy Fraser denominó “neoliberalismo progresista”: años de intenso relato estatal progresista combinado con un ajuste económico bastante ortodoxo.
Pero además de las raíces sociales y las narraciones de Estado, Milei y el libertarianismo tuvieron promotores desde arriba. Cierto establishment trabajó para instalarlos como “agenda” y desplazar el debate público a la derecha. Aunque no sea esencialmente un artefacto de diseño, sin los anabólicos inyectados desde los aparatos mediáticos el “fenómeno Milei” no sería lo que es. En su libro El loco. La vida desconocida de Javier Milei y su irrupción en la política argentina (2), el periodista Juan Luis González revela los esfuerzos concretos y materiales de empresarios como Eduardo Eurnekián para posicionarlo en escena mediática.
Por otro lado, la reacción por derecha que expresa el mileísmo en construcción no es solo ante la “mímica de Estado”; también se combina con el rechazo a lo que la filósofa Nancy Fraser denominó “neoliberalismo progresista”.
Finalmente, no hay que olvidar el cálculo de pequeña política del panperonismo que apostó al crecimiento de Milei con la ilusión de que le saque votos a Juntos por el Cambio. Cualquiera podría argumentar que es un recurso habitual y hasta legítimo de la disputa política, pero el problema se agiganta cuando la estrategia se reduce sólo a la lotería de dividir los votos del otro porque todos los días se pierde una porción de los propios. El resultado “no deseado” fue un motor más para el impulso del experimento libertariano.
Sin embargo, ante la “depresión pos-PASO” que seguramente invadirá a las almas espantadas del progresismo, corresponde afirmar que Milei no escapa a la “maldición” de la encrucijada argentina. Aquella que sentencia que triunfo electoral no es sinónimo de conquista de una relación de fuerzas para imponer un proyecto político. El ganador de la jornada también corre el riesgo de tomar la parte por el todo y todavía está por medirse el tamaño de su esperanza.
Notas
1. Brasil autofágico. Aceleración y contención entre Bolsonaro y Lula, Daniel Feldmann y Fabio Luis Barbosa dos Santos, Tinta Limón, 2022.
2. El loco. La vida desconocida de Javier Milei y su irrupción en la política argentina, Juan Luis González, Planeta, 2023que resulta, por lo tanto, más confiable. Si Milei es Bolsonaro, Bullrich quiere ser Trump. El cuadro termina de componerse con la derrota del peronismo, la peor de su historia. Como el electorado quedó dividido en tercios (o cuartos, si consideramos el voto en blanco y la abstención), cualquier cosa puede pasar. Por debajo de la política hay una sociedad muy diferente a la que construyeron la crisis del 2001, el kirchnerismo y el gradualismo de Macri, una sociedad nueva que recién estamos empezando a conocer.
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Milei, el candidato más votado en las Paso
Ruge la leonera
Con el 30.04 por ciento de los votos, Javier Milei fue el candidato a presidente más votado en las PASO y se consolida como uno de los favoritos para octubre. Recuperando el síntoma “que se vayan todos” logró contener el descontento y la desconfianza en el Estado y se impuso en 16 de los 24 distritos. Los resultados del domingo no se reducen a una “derechización de la sociedad”, dice Lucas Reydó. Una inflación del 115 por ciento, la creciente precarización laboral y una coalición oficialista hundida en peleas internas explican mejor la efectividad del rugido del León.
Lucas Reydó *
Revista Anfibia, 14-8-2014
Javier Milei está emocionado. Sube a la tarima para dar su discurso post PASO con la convicción de quien se sabe favorito y encuentra el tono: el punto justo entre el rugido y una moderación (que como siempre, al final no es tal) a la que no nos tiene acostumbrados.
—Estamos ante el fin del modelo de la casta, basado en esa atrocidad de que ‘donde hay una necesidad nace un derecho’, pero se olvidan de que alguien lo tiene que pagar, cuya máxima aberración es la justicia social.
Pareciera que, por primera vez, tanto él como su espacio consideran realmente la posibilidad de que sea el próximo presidente de la Argentina.
La Libertad Avanza (LLA) ya no es el mismo partido que se fundó en 2021, alentado por su impulso de rebeldía contra las medidas de aislamiento durante la pandemia y un viento de cola mediático que supo aprovechar para las elecciones legislativas de ese año. El cierre de campaña en el Movistar Arena la semana pasada demostró un nivel de organización y aparato militante mucho más sólido frente a aquél improvisado acto de cierre en el Parque Lezama en 2021, que a la vez fuerza consolidaciones ideológicas doctrinarias y contradicciones inherentes a un partido político que reniega constantemente de la política.
Los resultados de las PASO del domingo demostraron un claro éxito en su apuesta a la polarización contra Juntos por el Cambio, que lo posiciona en un lugar mucho más relevante de cara a las generales y a un eventual ballotage. ¿Cuál será la estrategia de Javier Milei si quiere, a la vez, mantener el voto “bronca” y el de la más reciente adoptada racionalidad política?
La libertad desde abajo
El cierre de campaña comenzó con la proyección de un cortometraje de dos minutos en el que aparece la figura de una persona tocando un shofar (un instrumento ceremonial de la colectividad judía). Luego toma un giro abrupto hacia la representación visual de varios edificios siendo demolidos. Lo que probablemente pudo resultar confuso para la militancia libertaria fue tanto un intento de consolidar la mística espiritual del líder como de alejarse de las acusaciones de antisemitismo resultantes del voto negativo de los diputados de La Libertad Avanza a la iniciativa que ingresó al Congreso de la Nación para declarar al 18 de julio (fecha del atentado a la AMIA) como día de duelo nacional. Así como Josué hizo sonar el shofar como un llamamiento de guerra para capturar Jericó, Javier Milei hace lo propio para con las instituciones de la Casta, su indeterminada y, según las circunstancias, moldeable construcción de su adversario político.
A la ya clásica entrada con la reversión de Panic Show, de La Renga, Milei sumó el nuevo cántico del que se vayan todos, un intento por recuperar ecos de la crisis de representación política del 2001. A la figura del “candidato del descontento”, explícitamente abrazada por los representantes de la Libertad Avanza y a ella buscan homologar la doctrina liberal como una obviedad resultante de ese descontento. En ese sentido, LLA se encuentra en una posición incómoda en la que debe mantener a la vez el discurso de sublevación y la consolidación de su partido en el sistema político tradicional.
La narrativa del underdog resulta clave para mantener en pie esta tensión. El documental Javier Milei: La Revolución Liberal, dirigido por el cineasta Santiago Oría y estrenado el 10 de julio en el Teatro Gran Rivadavia en Floresta, enfatiza la idea de un candidato que se construye particularmente desde abajo y sólo es llevado al camino de la política y el liderazgo a fuerza de las circunstancias. Hijo de una familia de clase media baja, con un padre colectivero, el temple de Milei se formó ya desde su juventud como arquero en las inferiores de Chacarita Juniors. Los arqueros, explica su hermana Karina (a la que el mismo Javier Milei se refiere como “El Jefe, ese ser maravilloso”), se enfrentan en el campo de juego a un clima mucho más hostil que el del resto de los jugadores; de su actuación depende la mayor parte del resultado del partido. Es esta hostilidad la que lo prepara para enfrentar los embates mediáticos que luego denunciará: que decían que sólo era un personaje entretenido y que nunca conseguiría votos, luego que nunca conseguiría superar las PASO y, más tarde, que no lograría obtener una banca en diputados. A partir de esa épica del 17% de los votos obtenidos en CABA en 2021 Milei reconstruyó la autonomía partidaria de La Libertad Avanza: hoy ya cuenta con estructura, fiscales y está “lista para representar a los argentinos de bien”.
Rebobinando la historia
A la hora de consolidar su doctrina partidaria, La Libertad Avanza reconstruye la historia Argentina en una clave distinta a la de la tradición cambiemita. En ese sentido, LLA no es un partido “gorila”, o al menos no lo es en términos tradicionales. Mientras que el macrismo sostuvo su irrupción política bajo la idea de terminar con “70 años de peronismo”, Javier Milei sitúa la era de oro de la nación bastante más atrás en la historia, en relación a la élite gobernante de la Generación del 80.
Según los libertarios, la Argentina de fines del siglo XIX era la “envidia y el país más rico del mundo” hasta que “la clase política decidió que la riqueza no debía estar en manos de los argentinos”. Esta decisión -según este relato- tiene fechas y culpables específicos: el país abandonó el modelo constitucional de la libertad de Alberdi en 1916 con el radicalismo de Hipólito Yrigoyen y su modelo “colectivista”, con una selectiva omisión al hecho de que se trató del primer presidente elegido por medio del voto secreto y obligatorio universal (masculino). A partir de este momento la Argentina abrazó el “modelo socialista que sólo beneficia a los políticos ladrones y vuelve a los bolsillos de los honestos cada vez más chicos, que para trabajar y comer tienen que pedirle permiso a un burócrata”. Esta caracterización política no distingue partidos y según Milei se repite tanto durante gobiernos peronistas (a los que nunca se hace una alusión directa) como en los radicales y en las dictaduras.
El único momento en el que la Argentina pareció abrirse momentáneamente a su verdadero destino capitalista fue durante el menemismo: según el candidato más votado en las Paso devolvió al país a una senda de crecimiento sin inflación en el que el crédito hipotecario era una realidad posible al alcance de cualquier argentino. Aquel momento, sin embargo, fue interrumpido por “la casta” en 2001, cuando descubrió que el modelo de la Convertibilidad no servía para sus negocios. Ahí llegó el estallido de diciembre.
La reconstrucción de los ‘90 como promesa perdida y el 2001 como el momento de traición de la Casta ayuda a LLA a consolidarse como el verdadero partido outsider, al que le importa más diferenciarse de la derecha tradicional argentina que de los modelos desarrollistas y redistribucionistas del kirchnerismo. Es particularmente curioso cómo tanto en el film de Oría como en el discurso del último lunes las figuras de Alberto y Cristina son más bien omitidas y dejadas en un segundo plano frente a la de Horacio Rodríguez Larreta, el “siniestro” enemigo en el que Javier Milei centra la mayoría de sus ataques. Después de todo, esta disputa cobra sentido en la medida en la que el candidato libertario no busca apropiarse de conceptos como el de “justicia social” (concepto que desprecia abiertamente, a diferencia de su ex armador político, Carlos Maslatón), sino más bien disputarle el verdadero liberalismo a los candidatos del macrismo. La relativamente mala elección de Juntos por el Cambio parece haberle dado frutos a esa disputa.
Para Milei, Juntos por el Cambio representa hoy a los candidatos responsables de la estafa del 2001, y la promesa del por entonces outsider Mauricio Macri en el 2015 se reveló más bien como un “kirchnerismo de buenos modales” frente a la de su propuesta.
Yo ya gané
Incluso habiendo terminado en el primer lugar en las PASO, el mileiísmo ya tiene preparada de antemano una narrativa de consuelo: independientemente de los resultados electorales, los libertarios ganaron la Batalla Cultural y lograron, como dice Alberto Benegas Lynch hijo (el “Gran Profesor” de Javier Milei), instalar las ideas de la Escuela de Economía Austríaca en la esfera pública. Hay un momento de verdad en este consuelo: el discurso político cambiemita debió volcarse hacia ideas no exploradas en la experiencia gobernante del 2015. Hoy, la privatización de empresas públicas, la dolarización de la economía y la flexibilización laboral no son propuestas que requieran de eufemismos para ser presentadas en el debate público y los miembros de La Libertad Avanza son conscientes de su rol en ese cambio.
La batalla cultural libertaria tiene la ventaja de ser realmente sincera frente al discurso macrista. Mientras que estos últimos parecieran reconstruir su discurso a partir de resultados obtenidos en grupos focales, la retórica de Milei es congruente con una escuela de pensamiento que reniega de cualquier figura relacionada a lo colectivo, a lo social o al pueblo. Si bien esta lealtad al libertarianismo y confianza en la inherente armonía del mercado le ha costado al candidato chocar contra los límites morales de su discurso (encontrándose a sí mismo defendiendo la libertad de morirse de hambre y la venta de órganos y bebés), la reivindicación del individuo frente al poder del Estado hace ecos que resuenan con suficiente ambigüedad en el discurso público para amoldarse a las incomodidades generadas por un contexto de presión fiscal regresiva y servicios públicos como salud y educación en visible deterioro.
Volver a poner en escena el “que se vayan todos” del 2001 supone a la vez instalar el concepto de que la crisis actual es directamente homologable a aquella, por lo que volver a barajar los roles y límites del Estado vuelve a ser posible. El régimen de alta inflación actual facilita la construcción de la casta como chivo expiatorio de la crisis, y entrega a la posibilidad de retomar sentidos comunes que no necesariamente se corresponden a realidades estadísticas: “la mitad vive del Estado y la otra la sostiene en el sector privado”, “nuestros hijos tienen que irse del país o terminar en la delincuencia o en la droga”, “los delincuentes se ven como víctimas y a las víctimas como delincuentes” son solo algunos de los textuales de Javier Milei en el cierre de campaña.
¿Se contiene el estallido?
El final del discurso de cierre del candidato libertario pretende ser a la vez catastrófico y esperanzador. A pesar de aquel grito heroico del que se vayan todos, la casta política ha logrado mantenerse en el poder, y de no cambiar el rumbo de inmediato, el único destino posible es el de “convertirnos en tierra arrasada y la villa miseria más grande del mundo”. Si la experiencia menemista fue un halo de luz entre la “historia socialista” de la Argentina del siglo XX y la experiencia macrista un fallido experimento, Javier Milei dice que “la tercera puede ser la vencida”.
Los 30.04 puntos de La Libertad Avanza en las primarias desmienten el supuesto “desinfle” de Milei en los últimos meses y confirman que la narrativa de operación mediática y autocaracterización de outsider de la política fue claramente exitosa frente a las alternativas oficialistas y cambiemitas. Su termómetro social también parece acertado: recuperando el síntoma “que se vayan todos” logró contener el descontento y desconfianza en el Estado bajo una doctrina económica que la supone como mantra. Sería una pobre lectura acusar los resultados del domingo a una “derechización de la sociedad”, en particular cuando el discurso mileiísta ha opacado en los últimos meses sus retóricas más punitivistas (reduciéndose al pequeño y suficientemente ambiguo slogan de “el que las hace las paga”), negacionistas y anti-derechos civiles (mantenidas particularmente por la candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel). Antes que una derechización podría hablarse más bien de un fracaso de cierta retórica progresista que quiso leer de manera demasiado lineal el fenómeno Milei como evidentemente masculinizado y conservador. También hay, por ejemplo, mujeres que sintonizan a la vez con las conquistas de derechos reproductivos y con la retórica incendiaria del candidato libertario.
Por otro lado, un rápido vistazo podría sugerir que La Libertad Avanza absorbe más votos de Juntos por el Cambio que de Unión por la Patria: tanto halcones como palomas no fueron capaces de articular un relato que se diferencie de la experiencia de gobierno macrista del 2015-2019 y que vaya más allá de mayores o menores antagonismos con respecto al kirchnerismo, mientras que los libertarios lograron volver a traer programas de gobierno y una batería conceptual que al menos resuena como más novedosa ante el electorado. Después de todo, la explicación más simple quizás sea la más acertada: una inflación interanual de 115 puntos porcentuales, un creciente proceso de precarización laboral, una inefectividad en términos de seguridad (que se evidenció en relación al crimen de Morena unos días antes de las elecciones) y una falta de relato de una coalición oficialista más interesada en dirimir sus internas e intrigas palaciegas a cielo abierto se vieron fácilmente desplazadas por la efectividad representativa del rugido del León que resultó lo suficientemente racional como para lograr resonancia en el discurso público.
* Licenciado en Sociología, maestrando en Comunicación y Cultura (IDAES-UNSAM) y becario doctoral CONICET. Investigador asistente en el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA). Trabaja como docente de media en escuelas públicas y privadas de la Ciudad de Buenos Aires.