Brasil – Nuevo marco fiscal: es «un techo de gasto suavizado». [Gláucia Campregher – Entrevista]

“Fila del hambre” en San Pablo. Entrega de viandas por el Movimiento estadual de población en situación de calle, octubre 2022.

«La filosofía que está detrás de la propuesta del NAF es equivocada», dice la economista.

Patricia Fachin

Revista IHU, 10-5-2023

Traducción de Correspondencia de Prensa, 11-5-2023

El Nuevo Marco Fiscal (NAF, por su sigla en portugués), presentado por el ministro de Hacienda, Fernando Haddad, en contraposición al actual techo de gastos vigente desde el gobierno Temer, ha suscitado numerosos debates entre los economistas, especialmente entre los más heterodoxos. Argumentan que la propuesta «es un techo, aunque sea un techo blando». Este es el razonamiento de la economista Gláucia Campregher. El NAF, explica, «es un techo porque parte del punto de vista de que es necesario tener un objetivo de resultado primario, que estará entre el +0,25 y el -0,25%. Sólo si se cumple este objetivo será posible gastar hasta -y no más de- el 70% del aumento de los ingresos. En otras palabras, el NAF parte del punto de vista de que necesita aumentar primero los ingresos para poder gastar después».

– ¿En qué consiste el marco fiscal propuesto por el gobierno Lula?

Este nuevo marco fiscal está siendo llamado, por muchos economistas, calabozo fiscal, porque tiene una trampa incorporada, que a muchos nos preocupa. Me gustaría explicar el porqué, la esencia detrás de lo que se está presentando.

Hay un gran problema en Brasil, que abarca la mentalidad de los economistas más bien intencionados -desde mis colegas hasta el Ministro de Hacienda- y también incluye el sentido común, la gente que sigue la política brasileña a diario. Este problema consiste en entender que no podemos gastar más de lo que ingresamos. Es decir, pensar que el endeudamiento, que significa contraer una deuda porque se quiere gastar más de lo que se gana, es algo, en sí mismo, indeseable, cuando no irresponsable. Esta es la visión del sentido común en el país, porque hay una máquina trabajando sobre esta idea: cuántas veces oímos en la televisión, en el periódico, en horario de máxima audiencia, que es malo gastar más de lo que uno gana. ¿Cuántas veces se asocia al Estado con la familia, con el padre de familia, con el argumento de que sería absurdamente irresponsable gastar más de lo que uno gana? ¿Qué terrible sería para él dejar una deuda a sus hijos y nietos?

Detrás de la política del nuevo marco fiscal, presentado recientemente por el ministro Fernando Haddad, está la idea de que lo bueno es tener superávit, y hay dos posibilidades: o, para que los ingresos superen a los gastos, se recauda más, es decir, se suben los impuestos (y a eso apuesta Haddad), o se gasta menos. En otras palabras, mientras no se aumentan los impuestos, se controla el gasto y sólo se aumenta el gasto después de aumentar los impuestos. Así que, detrás de esta política, que se está convirtiendo en una propuesta para sustituir el infame techo de gasto del gobierno Temer, estamos viendo una propuesta que es casi tan mala como la otra porque también es un techo de gasto.

Excedente

La sociedad civil ha hecho un gran debate en torno al marco fiscal, pero una de las cuestiones que este debate tiene que llevar al gobierno es la siguiente pregunta: ¿Por qué el superávit es tan fundamental? ¿Quién ha dicho que es fundamental? ¿Quién ha dicho que es la norma? ¿Ha sido así desde que existe el capitalismo? Que yo sepa, no. ¿Es así en los últimos años? ¿Es así en la política estadounidense, que expandió el gasto desde 2008 hasta ahora? ¿Quién dice que el aumento del gasto financiado con deuda es negativo? Si el gasto no se financia con subidas de impuestos, ¿tiene que financiarse con deuda? ¿Quién ha dicho que la deuda pública no se puede refinanciar? ¿Quién ha dicho que los beneficios de la deuda pública no quedan en manos de los sectores privados? Es importante plantearse esta sencilla pregunta, casi infant

¿A qué atribuye esta preocupación con el superávit?

Yo diría que la razón para creer en esta fábula, de que el excedente es tan importante, está asociada a dos aspectos. Primero, hay una asociación de que, si el Estado crea deuda y gasta, pondrá demasiado dinero en circulación, el gasto será descuidado, se realizarán malos proyectos, los malos políticos robarán y, con eso, se crea una fantasía negativa en torno al gasto público y al propio Estado. Entonces, la gente empieza a pensar que sería racional secar el dinero, reducir el tamaño de la manta, porque entonces las distintas dimensiones necesarias del gasto público lucharán entre sí y ganará la más racional. Como si la escasez de dinero hiciera que cualquier política fuera más eficiente, bien hecha, eficaz, como si la calidad del gasto viniera de la mano de la menor cantidad de dinero. Este es, para mí, uno de los fundamentos de este tipo de razonamiento.

El segundo aspecto es que si el Estado gasta menos, la iniciativa privada tiene más espacio. Este pensamiento, por increíble que parezca, tiene más sentido. Pero si el Estado tiene cierto espacio en la educación, la sanidad y el propio sistema productivo, ¿cuál es el miedo de la iniciativa privada? ¿Puede la iniciativa privada también ganar dinero si el Estado se hace cargo de esas funciones? Desde mi punto de vista, sí. Es posible tener un sistema sanitario y educativo que cubra el grueso de estas actividades, beneficiando incluso a la población que tiene salarios más bajos, sin imposibilitar que estos mismos servicios se ofrezcan, con mayor calidad, a quienes pueden pagarlos. Pero muchos agentes del sector privado dicen que, si el Estado actúa en estos sectores, absorbe una ganancia que podría ser del sector privado. Estos dos argumentos ponen en jaque a los más poderosos, a los que poseen el capital para poder hacer este tipo de apuestas, y esto crea un prejuicio.

El prejuicio contra la deuda pública, contra el gasto público, y la idea de que el Estado sólo puede gastar lo que ingresa se remonta a décadas, cientos y miles de años. Muchos antropólogos dicen que la deuda está asociada a la idea de culpa, de pecado; no es habitual asociar la deuda a la idea de compromiso con los demás. Yo la asocio a la idea de compromiso con el otro. El crédito, no por casualidad, se asocia a la idea de credere, de creer. Este tipo de idea se asocia a la defensa de un Estado no fiscalmente responsable, sino socialmente responsable. La fiscalidad del Estado – su aspecto fiscal, que tiene que ver con la recaudación y el gasto público – tiene que ser funcional y no responsable; tiene que atender a las necesidades de la población que, por cierto, es la gran promesa del gobierno Lula.

¿Cuáles son las preocupaciones y expectativas en este sentido respecto al nuevo gobierno?

Muchos economistas y movimientos sociales están preocupados con esta situación porque, si no se cumplen las promesas de campaña, tendremos el fascismo al acecho. Lula, hoy, está a la izquierda de su propio gobierno, pero en su primer mandato, cuando había presión para hacer superávit, dijo que el superávit del país no sería del 3% del PIB, sino del 5%. Es decir, además de comprometerse con el superávit, dijo que iba a hacer más. ¿Para qué? ¿Para decir que sería capaz de hacer más que la antigua clase dirigente? ¿Que conseguiría apretar aún más el cinturón de la población?

Desde mi punto de vista, Lula aprendió la lección de que no es así. Espero que no sólo haya aprendido él, sino que toda la izquierda le recuerde a Haddad que no se puede volver a hacer lo mismo. Como dijo Albert Einstein, ésta es la peor forma de entender el uso de la razón: hacer lo mismo y esperar resultados diferentes. Yo no diría que vendrá un golpe si nos enfrentamos a las élites rentistas, pero sí que vendrá un golpe si hacemos lo mismo que hizo Dilma en el gobierno pasado, intentar complacer al mercado en lugar de intentar complacer al grueso de la población, aun a riesgo de que nos llamen populistas y derrochadores.

Gláucia Campregher. (Foto: Reproducción / YouTube)

¿Cuáles son sus preocupaciones con el NAF?

Soy pesimista y estoy preocupada, pero al mismo tiempo estoy contenta con las movilizaciones de los movimientos sociales y de los economistas en general. Estoy preocupada porque el NAF es un techo, aunque sea un techo blando. Es un techo porque parte del punto de vista de que es necesario tener un objetivo de resultado primario, que estará entre el +0,25 y el -0,25%. Sólo si se cumple este objetivo será posible gastar hasta -y no más de- el 70% del aumento de los ingresos. En otras palabras, el NAF parte del punto de vista de que primero necesita aumentar los ingresos para poder gastar después. No todos los economistas creen esto.

No todos entienden lo que significa la propia lógica del crédito; crédito no significa aumentar los ingresos para gastar después. Crédito significa que la institución recibe un crédito, porque apuesta por lo que está haciendo, es decir, anticipa el recurso y, por eso, una vez hecho el negocio, hay un aumento de ingresos y después se devuelve el crédito. La idea de que, en primer lugar, hay que tener ingresos no se aplica a la empresa privada, y mucho menos al Estado, que es el creador de dinero. Cuando digo eso, no quiero decir que el Estado tenga que ser irresponsable, que pueda emitir dinero sin límite; no es cierto. Pero el estímulo a la economía tiene que estar muy presente en épocas de recesión económica, disminuido en épocas de auge.

Haddad no tiene que preocuparse por subir los impuestos ahora. Puede subirlos en el momento en que la economía esté en auge. Los impuestos son importantes, pero no para financiar el gasto público; son importantes para hacer frente a los problemas de desigualdad, de concentración de la renta. Haddad apuesta mucho por subir los impuestos ahora porque todo el razonamiento es erróneo: primero se aumenta la recaudación para luego gastar.

¿Cuáles son los otros problemas del NAF?

El NAF tiene una regla según la cual, si la economía decrece mucho, habrá un techo a la baja del 0,6%, pero si la economía mejora, habrá un techo al alza del 2,5%. En otras palabras, están vinculando la recuperación al cumplimiento de una cifra mágica que ni siquiera sabemos exactamente de dónde ha salido. Las primeras simulaciones que está haciendo el grupo de investigación Laura Carvalho, economista y profesora de la USP (Universidad de San Pablo), muestran que, si se cumplen esos números, habrá una reducción del papel del Estado y las propias políticas del período del PT se volverán inviables. Aquel sobrecrecimiento del gasto en los gobiernos Lula I y Lula II ya no existiría. Las mismas proyecciones hechas para el futuro muestran una disminución del gasto público. Esas reglas, como la Regla de Oro y la Ley de Responsabilidad Fiscal, implantadas en el país poco antes de los gobiernos petistas, forman parte de un trabajo ideológico de que el gasto público, para la población, no puede crecer tanto.

Todo el mundo reconoce la deuda social y la ministra Simone Tebet, antes de ser ministra, parecía muy comprensiva con estas cuestiones, pero, después de asumir la cartera, dijo que, para gastar aquí, hay que ahorrar allí. Se trata de la idea de que no podemos tener un aumento del gasto público para la población porque hay un compromiso con los que compran los bonos de la deuda pública. No es verdad que sea dinero del presupuesto, pero es verdad que esta parte de la población, que compra los bonos, presiona y hace un terrorismo exactamente para que puedan hacer un dinero fácil, prestando al gobierno. Es bueno recordar que esta gente tiene el poder de presionar sobre los tipos de interés. Este es el problema. Estas son las mismas personas que están representadas en el Consejo Monetario Internacional. Pero el Banco Central, cuando escucha al sector privado, escucha a media docena de representantes de este mercado, que son exactamente los que presionan para que suban los tipos de interés, porque van a beneficiarse. Esto también crea otra fábula: primero, el Estado tiene que mostrar responsabilidad, recortar gastos y apretarse el cinturón, y luego los tipos de interés bajarán. Esto es lo que (el presidente del Banco Central) Roberto Campos Neto, dice sin parar.

Desmontar este tipo de comprensión es fundamental para que entendamos lo que estoy diciendo: el NAF es un techo, aunque tenga algunas salvedades. Los movimientos sociales están presionando para que todos los gastos en las áreas de salud y educación queden fuera del techo. Quizá sea esto lo que nos quede. Quizás toda nuestra militancia a partir de ahora sea para intentar dejar más cosas fuera del techo, como una ciencia de la política y la tecnología para recuperar la industria, una política para recuperar el salario mínimo.

¿Qué hay que aclarar en relación a la forma de concebir el NFA?

Desde mi punto de vista, es importante entender que la filosofía que está detrás de la propuesta del NAF es equivocada. Otra cosa que está equivocada en la filosofía de esta propuesta es la idea de que es necesario racionalizar el gasto. Haddad se imagina que este conjunto de detalles, de vínculos, hará que todo sea más racional. Yo le pregunto: ¿no sería racional vincular el crecimiento del gasto al crecimiento de la población, a la mejora de la vida de la población? Si la concentración de la renta mejora, entonces el gasto puede bajar. Eso es. ¿No podemos hacer una racionalización de otra naturaleza? ¿Por qué la racionalización necesita tener, detrás, la filosofía de que, por encima de todo, el presupuesto para la población debe mantenerse dentro de la recaudación de ingresos? ¿Por qué? Esta pregunta merece una respuesta porque no es así como ocurre en todo el mundo ni ha sido así desde el inicio del capitalismo. No habría capitalismo si Inglaterra hubiera actuado así cuando se convirtió en potencia hegemónica y desarrolló una industria en el pasado. No se podría financiar ninguna guerra en el mundo. La lucha contra epidemias y pandemias, como el Covid-19, no sería posible de ser así. Salir de las crisis no sería posible.

– ¿Cuáles son las proyecciones y expectativas si el NAF se aprueba tal como está?

Según las simulaciones que han hecho los economistas, este tipo de política nos llevará a una situación peor que la actual. En una de las proyecciones para 2030, la tendencia, si se aplican las medidas propuestas en el nuevo régimen fiscal, es a reducir los gastos corrientes en relación al PIB. Incluso las proyecciones que consideran el crecimiento del PIB y de la recaudación tributaria, sin cambiar las reglas de los impuestos, dada la limitación del gasto hasta el 70%, indican que habrá, en la sartén, una caída del gasto público.

Aunque se atiendan las necesidades acuciantes de la población, ¿no sería hora de ampliar nuevos gastos para afrontar el próximo momento de la industria, donde la mano de obra es cada vez más irrelevante? ¿Quién dijo que este tipo de demanda, de recalificación del trabajo, no es altamente estratégica y fundamental para tener de nuevo en boga un proyecto de nación?

Quiero llamar la atención de todos nosotros -académicos y no académicos, trabajadores, militantes- de que es en interés de la población brasileña en su conjunto que empecemos a desconfiar de cosas que nos parecen obvias. Si no hacemos un cambio de mentalidad, compraremos ideas que están establecidas desde hace mucho tiempo, que tal vez ya están establecidas erróneamente y que, en este momento, harán inviables no sólo las promesas de campaña del gobierno de Lula, sino también la reanudación de un proyecto nacional. Esas ideas pueden colocarnos, una vez más, ante la amenaza del fascismo, que crece y ha crecido en todo el mundo cada vez que hay pobreza y desesperanza.

Tengo mucho miedo, deseo de verdad que el gobierno de Lula acierte y que el presidente haya comprendido la necesidad de invertir en gasto público, hoy, para poder hacer todo lo que es necesario. Por cierto, Lula dijo en la campaña: nos toca a nosotros presionar -y no sólo a Faria Lima- (centro del poder financiero en San Pablo: ndt) para que el gobierno dé un giro en su propuesta. Como mínimo, tendremos que desenterrar este techo antes de que nazca.

* Gláucia Campregher es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Federal de Viçosa – UFV, máster y doctora en Ciencias Económicas por la Universidad Estatal de Campinas – Unicamp. Es profesora en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul – UFRGS.

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