Marxismo – Ernest Mandel, el legado teórico y militante que persiste. [Dossier]

Centenario del nacimiento de Ernest Mandel

El 5 de abril se cumplieron cien años del nacimiento de Ernest Mandel, militante desde su juventud, activista revolucionario y uno de los principales teóricos marxistas de toda la segunda mitad del siglo XX, dirigente histórico de la IV Internacional  Su obra teórica continúa siendo una referencia ineludible para re-pensar la acción anticapitalista en nuestro tiempo y construir una perspectiva democrática de socialismo revolucionario.

****

Por qué soy marxista

Ernest Mandel

Traducción de Viento Sur, 6-4-2023

Correspondencia de Prensa, 8-4-2023

La versión original de este texto de Ernest Mandel apareció en alemán, en una colección de contribuciones de marxistas de diversas procedencias a los que se pidió que dieran una respuesta personal al título del libro, editado por Fritz J. Raddatz: Warum ich Marxist bin (Por qué soy marxista). El libro fue publicado por primera vez por Kindler Verlag, Munich, 1978 (Mandel, pp. 57-94), y después en una edición de bolsillo por Fischer Taschenbuch Verlag, Frankfurt, 1980 (Mandel, pp. 52-86). La contribución de Mandel se titulaba, en el original alemán, con una cita del joven Marx: «Der Mensch ist das höchste Wesen fur den Menschen» (Para el ser humano, el ser supremo es el ser humano). Esta contribución se publica aquí por primera vez en francés. Hemos traducido sistemáticamente el alemán «Mensch» como «humano», «ser humano» o «humanidad», singular o plural según el contexto, en lugar de como «hombre». (Gilbert Achcar, editor de Le Marxisme d’Ernest Mandel, Actuel Marx/Confrontations, PUF, París 1999)

I.

El gran atractivo intelectual del marxismo reside en que permite una integración racional, completa y coherente de todas las ciencias humanas sin equivalente hasta ahora. Rompe con el absurdo supuesto de que lo humano como estructura anatómica no tiene prácticamente ninguna relación con lo humano como «zoon politikon»; lo humano como productor de bienes materiales sería algo completamente distinto de lo humano como artista, poeta, pensador o fundador de una religión. Sin embargo, éste sigue siendo el supuesto subyacente de todas las ciencias académicas que estudian lo humano.

Mientras que en la antropología física es natural subrayar la estrecha correlación entre la evolución de la constitución física humana y el desarrollo de las capacidades psíquicas (entre otras la capacidad de comunicación elaborada y de conceptualización), y mientras que en el estudio de la prehistoria y la etnología, las culturas primitivas de la humanidad se catalogan rigurosamente (¡a veces de forma demasiado estrictamente mecánica!) según los instrumentos de trabajo utilizados y la actividad económica predominante, la historiografía académica se niega a reconocer en los sucesivos modos de producción la clave para comprender el desarrollo de las civilizaciones y la historia política; y la economía política dominante sostiene la leyenda de un «deseo de propiedad» supuestamente arraigado «en la naturaleza humana», que -independientemente del estado de desarrollo de las fuerzas productivas y de una forma de organización económica fechada históricamente- elevaría la propiedad privada, la producción de mercancías y la competencia a la categoría de instituciones eternas de la vida económica.

El marxismo permite superar estas contradicciones evidentes. Partiendo del hecho establecido por la antropología de que el ser humano, al ser incompleto, sólo puede sobrevivir como ser social [1], el marxismo ve en esta limitación anatómica de nuestra especie la base de sus infinitas posibilidades de adaptación, es decir, el hecho de que la sociedad se haya convertido en la «segunda naturaleza» del ser humano y de que la adaptación a diferentes formas de organización social pueda dar lugar a infinitas variaciones de comportamiento.

El marxismo permite explicar el carácter histórico de las leyes y formas sociales -y esto, por supuesto, no por las cualidades físicas y psicológicas permanentes de la especie, que han podido cambiar muy poco en los últimos diez mil años-, sino a partir de los cambios dictados por la forma que adopta el trabajo como condición absolutamente necesaria para la supervivencia de la humanidad.

Los seres humanos producen su vida material con la ayuda de medios de producción y, en el marco de esta producción, establecen ciertas relaciones entre sí, que se denominan relaciones de producción. Estas relaciones de producción determinan en última instancia la estructura de cualquier orden social como un modo de producción específico. La dialéctica del desarrollo de las fuerzas de producción (que comprenden los medios de producción y el trabajo humano, a los que hay que añadir las capacidades técnicas, científicas e intelectuales de las y los productores), así como el desarrollo de las relaciones de producción (en el que su rigidez relativa, es decir, su carácter estructural, desempeña un papel importante), determinan, en última instancia, el devenir de la historia humana, sus avances y retrocesos, sus catástrofes y revoluciones.

Pero para el marxismo, las actividades sociales no económicas de los seres humanos no tienen en absoluto un carácter secundario, y mucho menos accesorio. Precisamente porque los seres humanos no pueden sobrevivir sin la producción social, la comunicación social es antropológicamente constitutiva en el mismo grado que el trabajo social. Ambas están vinculadas y son inseparables. Una no puede existir sin la otra. Pero esto significa que el ser humano hace todo lo que emprende con la cabeza, es decir, reflexiona sobre esta praxis suya [2]. La producción de bienes materiales va acompañada de la producción de conceptos (a la que la producción del lenguaje -los fonemas- sólo proporciona la materia prima). El marxismo intenta explicar cómo la producción inmaterial (incluida la producción de sistemas conceptuales, es decir, la ideología, la religión, la filosofía y la ciencia) se entrelaza con la producción de la vida material, se separa de ella, reacciona sobre ella y qué determina este movimiento histórico.

En esta explicación tienen un carácter decisivo los siguientes descubrimientos que, como los anteriores, forman parte de la esencia del marxismo. En el nivel de observación más general y abstracto, en cada forma particular de sociedad (modo de producción), la totalidad de la producción material puede dividirse en dos categorías principales: por una parte, el producto necesario, que reproduce la fuerza de trabajo de las y los productores, así como el stock dado de medios de producción, permitiendo el mantenimiento del nivel de civilización material y la expansión demográfica de la sociedad; por otra, el plusproducto social, que permanece después de que el producto necesario se haya sustraído de la producción social global. Si el plusproducto social es insignificante, inestable y puramente accesorio, habrá muy poco crecimiento económico debido a la falta de posibilidades de acumulación, y no podrá haber una división del trabajo significativa. Sólo cuando el producto social excedente alcance un determinado umbral mínimo, en cantidad y duración, podrá utilizarse parte de la producción actual para alimentar a más personas y crear medios de producción adicionales, es decir, podrá iniciarse una verdadera dinámica de crecimiento económico.

Al mismo tiempo, se puede desarrollar la división económica del trabajo: una parte de la sociedad puede liberarse de la coacción de la producción para su propio mantenimiento, y la artesanía, el arte y el comercio, la escritura, la producción ideológica y científica, la actividad administrativa y bélica, pueden convertirse gradualmente en ocupaciones autónomas al separarse de la producción estrictamente para el mantenimiento de los productores. Esto facilita la acumulación y la transmisión de experiencia, conocimientos y recursos económicos acumulados, lo que a su vez conduce a un mayor aumento de la fuerza productiva del trabajo humano y a una mayor expansión del producto social excedente.

A partir de cierto nivel de desarrollo, esta división económica del trabajo conduce también a una división social, es decir, ambas se combinan. Una parte de la sociedad utiliza la división funcional del trabajo (por ejemplo, las funciones de gestión de provisiones, el mando del ejército, la autoridad sobre los prisioneros de guerra, etc.) para hacerse con el control del plusproducto social y obligar a parte o a toda la gente que produce a que le cedan ese plusproducto de forma permanente. Así, la sociedad se divide en clases sociales antagónicas, entre las que se libra una lucha de clases permanente (a veces oculta, a veces abierta, a veces pacífica, a veces violenta) por la distribución de la producción material y -periódicamente, al menos- por la conservación o la superación del orden social existente.

Sobre la base de las relaciones de producción dominantes, se desarrolla una compleja superestructura de formas de pensar, modos de comportarse, normas jurídicas e instituciones coercitivas, sistemas ideológicos, etc., que tienen la función de preservar el orden social existente. La más importante de estas instituciones es el Estado, es decir, un aparato específico, separado del resto de la sociedad y mantenido con el plusproducto social, que obtiene el monopolio del ejercicio de determinadas funciones sociales. Puesto que la clase dominante controla el plusproducto social, controla el Estado. Por la misma razón, la ideología dominante (¡pero no única!) de cada sociedad es también la ideología de la clase dominante.

Este instrumento conceptual, relativamente simple, permite al marxismo comprender y explicar de forma exhaustiva, e integrando cada vez más datos empíricos, no sólo el desarrollo económico y social, sino también la historia de los Estados, las culturas, la ciencia, la religión, la filosofía, la literatura, el arte y la moral, en sus peculiaridades y en sus transformaciones [3]. Este es su mayor activo. El marxismo es la ciencia del desarrollo de la sociedad humana, es decir, en última instancia, la ciencia del ser humano.

II

La mayor contribución teórica de Karl Marx reside en el descubrimiento de las leyes específicas del desarrollo del modo de producción capitalista.

La concepción marxista de la historia y de la sociedad se basa en el principio de que cada modo de producción tiene sus propias leyes de desarrollo, que determinan su origen, crecimiento, pleno desarrollo, declive y desaparición. La mayor contribución teórica de Karl Marx reside en el descubrimiento de las leyes específicas del desarrollo del modo de producción capitalista. Éste es, de hecho, el contenido de su obra principal. El capital existía antes que el modo de producción capitalista. Se desarrolló por primera vez en el contexto de la producción de mercancías a pequeña escala, a través de la autonomización del comercio monetario. Sus formas primitivas son el capital de usura y el capital comercial. Sólo con la penetración del capital en la esfera de la producción nace el capitalismo moderno. Sólo cuando el capital comienza a dominar la esfera de la producción se puede hablar realmente de un modo de producción capitalista definitivamente establecido.

El capital es un valor que genera plusvalía, es dinero en busca de más dinero, la búsqueda del enriquecimiento se convierte en el motivo dominante de la actividad económica. Uno de los mayores descubrimientos de Karl Marx fue establecer que el capital, en sí mismo, no es una cosa. La cría de ganado, una cantidad de medios de trabajo acumulados o incluso un tesoro de oro y plata no son automáticamente capital. Estas cosas sólo se convierten en capital en determinadas condiciones sociales, que permiten a su propietario apropiarse del plusproducto social, en parte o en su cuasi totalidad, en función del peso de este capital en la sociedad. Detrás de la apariencia de las relaciones entre los seres humanos y las cosas, Marx descubrió la sustancia de la relación capitalista como relación social de producción, como relación entre clases sociales.

La esencia del modo de producción capitalista se encuentra en la relación entre trabajo asalariado y capital, en la separación de las y los productores directos de sus medios de trabajo y subsistencia, por un lado, y por otro, en el control fragmentado -debido a la propiedad privada de los medios de producción- de la clase capitalista sobre los medios de producción [4]. De esta doble división de la sociedad surgen las instituciones económicas estructurales. Las y los productores directos tienen la obligación económica de vender su fuerza de trabajo como único medio de subsistencia. La totalidad de las mercancías producidas es confiscada por quienes poseen los medios de producción que se apropian de ellas. Surge entonces una sociedad de producción generalizada de mercancías, porque no sólo están disponibles en el mercado todas las mercancías producidas, sino también todos los medios de producción (incluidos la tierra y el subsuelo), así como la propia fuerza de trabajo.

Para los marxistas, son estas características estructurales las que definen el carácter capitalista de la economía y la sociedad, y no los salarios bajos, las o los productores indigentes, la población asalariada sin poder político o la no intervención del Estado en la economía. Lejos de haberse limitado a «describir la evolución económica del siglo XIX», y de haber sido «superado por la evolución económica del siglo XX», El Capital de Marx es de hecho una brillante anticipación de tendencias evolutivas que sólo se materializaron plenamente mucho después de la muerte del autor. En todos los países capitalistas de la época de Marx, con la excepción de Gran Bretaña, la mayoría de la población trabajadora seguía estando formada por pequeños productores y comerciantes independientes, asistidos por sus familias. Sólo mucho más tarde esta población se descompuso en una gran mayoría de personas asalariadas (ya más del 90% en Gran Bretaña y EE UU, más del 80% en la mayoría de los demás países capitalistas industriales) y una clase de grandes, medianos y pequeños capitalistas, continuamente más reducida, mientras que los pequeños productores independientes, que trabajaban sin asalariados externos, se convirtieron en una minoría en vías de extinción.

Para probar que ya no vivimos en un modo de producción capitalista en el sentido en que lo entendía Marx, para apoyar el cuento de una economía mixta, habría que demostrar que las y los asalariados ya no se ven obligados a vender continuamente su fuerza de trabajo (por ejemplo, porque el Estado podría garantizar a toda la ciudadanía una renta mínima de existencia, o porque los medios de producción serían tan baratos que sería posible para cada trabajador o trabajadora ahorrar lo suficiente con su salario medio para establecerse como independientemente) y que el desarrollo de la economía ya no estaría dominado por la obligación, dictada por la competencia, de maximizar el beneficio y el crecimiento de cada empresa.

Si analizamos el desarrollo económico de los últimos cien, cincuenta y veinticinco años, veremos que no se ha producido ninguno de estos cambios estructurales. El capitalismo, tal y como lo definió Marx, sigue siendo hoy, más que nunca, la característica del orden económico del mundo occidental.

No se trata de una cuestión de definición, es decir, de una disputa semántica. La definición científicamente exacta de la esencia del modo de producción capitalista nos permite descubrir sus leyes de funcionamiento a largo plazo, así como sus contradicciones internas. Aquí encontramos de nuevo una notable superioridad del análisis económico marxista sobre las escuelas neoclásicas de economía, que no tienen nada equivalente que ofrecer [5].

Puesto que el capitalismo se basa en la propiedad privada de los medios de producción -es decir, en el poder, compartido por diferentes empresas y capitalistas, de disponer de los medios de trabajo y de la fuerza de trabajo, así como en la capacidad de decidir sobre las inversiones-, la producción capitalista se sitúa bajo el signo de una competencia despiadada y de la anarquía de la producción que de ella se deriva. Cada capitalista, cada empresa, busca maximizar el beneficio y el crecimiento, sin preocuparse de los efectos de esta tendencia sobre el conjunto de la economía.

Con el fin de mantener o ampliar la posición de mercado de cada competidor, la competencia obliga a reducir los costes de producción. La reducción de los costes de producción exige una ampliación constante de la escala de producción, es decir, la producción de series cada vez mayores, que a su vez requieren máquinas cada vez más eficientes. Por lo tanto, en el capitalismo existe una tendencia hacia un enorme desarrollo del progreso técnico, hacia la utilización permanente de los descubrimientos científicos en la producción material, hacia la extensión ilimitada de la masa de mercancías y del parque de máquinas hasta la semiautomatización anticipada por Marx.

Pero cada vez más máquinas requieren cada vez más capital. Para no ser derrotado por la competencia, cada capitalista (la empresa capitalista) debe tratar de ampliar su capital continuamente. La acumulación de capital es el objetivo esencial y el motor principal de la vida económica y del crecimiento en el capitalismo. Si la acumulación de capital se ralentiza, la actividad económica disminuye y se extienden la escasez y la miseria, a pesar de que se disponga de enormes reservas de bienes y fuerzas productivas. Obligada a acumular capital, la clase capitalista no tiene más remedio que tender a un mayor grado de explotación de la fuerza de trabajo. Porque el capital no es más que plusvalía capitalizada, y la plusvalía no es más que trabajo no remunerado: es la diferencia entre el nuevo valor total producido por el trabajo y los costes de reproducción de la fuerza de trabajo, es decir, la forma monetaria del sobreproducto social. Dado que con el aumento de la productividad del trabajo, una cesta determinada de bienes de consumo (e incluso una cesta con un número creciente de bienes de consumo) puede producirse en un tiempo de trabajo cada vez más corto (es decir, en una fracción decreciente de la jornada laboral normal), es muy posible, en el marco de unas relaciones de poder socioeconómicas determinadas -sobre todo si el ejército industrial de reserva (el desempleo) se reduce y disminuye a largo plazo- que los salarios reales de los trabajadores aumenten, mientras que al mismo tiempo aumenta el grado de explotación y obtienen una parte menor del nuevo valor que han producido.

Dado que sólo la fuerza de trabajo viva produce nuevo valor y plusvalía, y que aumenta la parte del capital que se gasta en la compra de medios de producción muertos (edificios, máquinas, materias primas, energía), existe una tendencia a medio y largo plazo a que disminuya la tasa media de beneficio, es decir, la relación entre la plusvalía social total y el capital social total.

Los cambios en la tasa de ganancia rigen el desarrollo económico en el capitalismo. Una disminución de la tasa de ganancia determina una disminución de la acumulación de capital, así como una disminución de la inversión, del empleo, de la producción, de la renta real y una mala situación económica. Un aumento de la tasa de ganancia determina una tendencia al crecimiento de la acumulación de capital, un aumento de la inversión y de la producción, y también determina, a largo plazo, un crecimiento del empleo y de la renta real, es decir, una buena situación económica, aunque tanto en los periodos buenos como en los malos, todas estas tendencias no se desarrollan simultáneamente ni en paralelo. También a largo plazo, en el capitalismo hay ondas de crecimiento económico rápido (1848-73, 1893-1913, 1948-1966) y ondas de crecimiento más lento (1823-1847, 1874-93, 1914-39, 1967-…). Estas ondas están condicionadas por las curvas de la tasa media de ganancia y la posibilidad (o dificultad) relacionada de lograr revoluciones tecnológicas fundamentales.

Este movimiento en forma de ondas de la tasa de ganancia determina la marcha cíclica de la producción capitalista inherente al sistema, es decir, la sucesión regular de fases de sobreproducción periódica (recesión) y de recuperación (hasta fases periódicas de expansión). La marcha cíclica de la producción capitalista existirá mientras exista la producción capitalista, y ningún «sofisticado conjunto de medidas anticíclicas de política estatal» podrá impedir de forma sostenible el retorno a las crisis periódicas de sobreproducción. Las crisis de sobreproducción se explican por la competencia, es decir, por una parte, por la anarquía capitalista de la producción, que conduce necesariamente a un movimiento ondulatorio de sobreinversión e infrainversión y, por otra parte, por una tendencia, también inherente al sistema, a desarrollar la producción (y la capacidad de producción) más allá de los límites a los que el consumo solvente de la gran mayoría de la población permanece confinado por las relaciones capitalistas de distribución.

Ciertamente, cada una de las veinte crisis económicas generales [6] que han tenido lugar hasta ahora en la historia del mercado capitalista mundial tiene sus propias características que están ligadas a aspectos específicos del desarrollo del mercado mundial (por ejemplo, el papel del auge de los precios de las materias primas y del petróleo en el desencadenamiento de la recesión de 1974-75). Pero es poco científico y poco serio explicar un acontecimiento que se ha producido 20 veces en 150 años exclusiva o principalmente sobre la base de factores que a lo sumo pueden explicar sólo esta o aquella crisis en particular, y negarse a explicar las causas generales de las crisis económicas capitalistas inherentes al sistema.

Es igualmente injustificado ver en el retorno constante del crecimiento económico después de la crisis una prueba de los errores del análisis marxista. Marx nunca predijo un colapso automático de la economía capitalista en el curso de la gran crisis económica. En su análisis, la crisis tiene precisamente la función objetiva de reactivar la valorización y la acumulación del capital, mediante la devaluación masiva del capital y el aumento masivo del grado de explotación de la fuerza de trabajo (posibilitado por el desempleo masivo). Su conclusión fue que un sistema que sólo puede lograr el crecimiento económico a costa de la destrucción violenta periódica de las fuerzas productivas y de la producción periódica de miseria generalizada, es un sistema irracional e inhumano que debe ser sustituido por otro mejor.

Una acumulación de capital en continuo crecimiento conduce, a través de la competencia impuesta por el sistema, a una creciente concentración y centralización del capital. Los peces grandes se comen a los pequeños. En cada vez más sectores industriales, un puñado de trust concentra dos tercios o más de la producción. La concentración y la centralización del capital conducen a la dominación del mercado para un gran número de productos.

El capitalismo monopolista sustituye al capitalismo liberal, en el que los precios estaban sujetos a la libre competencia. Ni los monopolios ni la creciente intervención del Estado en la economía pueden, a largo plazo, contrarrestar los efectos de la ley del valor y controlar y garantizar los precios, los mercados, la producción y el crecimiento económico. La supresión de la competencia y la anarquía a un nivel las reproduce con mayor vigor a un nivel superior. De todas estas leyes generales de funcionamiento del modo de producción capitalista se derivan una serie de contradicciones fundamentales y crecientes del sistema.

El crecimiento económico capitalista es siempre un crecimiento desigual, provocado por la búsqueda de beneficios excedentarios. El desarrollo y el subdesarrollo se condicionan mutuamente y conducen a una polarización extrema del poder económico, tanto a escala nacional como internacional. En los principales países capitalistas industrializados, el 1-2% más rico de la población posee más del 50% de la riqueza privada y, a menudo, más del 75% del valor de las acciones de todas las sociedades anónimas [7]. Menos de 800 trust multinacionales controlan ya entre una cuarta y una tercera parte de la producción capitalista industrial mundial. Una docena de grandes empresas especializadas en el comercio de soja, trigo y maíz, y unos cientos de empresas agroalimentarias controlan la mayor parte del comercio mundial de alimentos. El 70% de la población mundial (los países subdesarrollados, más China) recibe sólo el 15% de la renta mundial y representa menos del 10% del consumo mundial de energía.

El modo de producción capitalista genera cada vez más la alienación del trabajo y la autoalienación de todos los seres humanos. Si el trabajo se considera únicamente como un medio para ganar dinero, pierde gran parte de su dimensión creativa y formadora de la personalidad. La tensión física, la monotonía o el estrés permanente provocados por la obligación de rendir y el miedo al fracaso convierten el trabajo en una carga y una calamidad. El ser humano ya no es el objetivo, sino el medio del sistema económico; se degrada hasta el punto de ser un pequeño engranaje de la máquina, por así decirlo.

La extrema racionalidad y la sofisticada planificación del cálculo de los costes y las inversiones, de la organización de la investigación y la producción dentro de la empresa, están ligadas a la creciente irracionalidad del sistema en su conjunto. Esta irracionalidad se expresa no sólo en las crisis de sobreproducción que se repiten regularmente, sino también en las enormes pérdidas debidas al hecho de que, por un lado, las capacidades de producción no se utilizan plena y permanentemente y, por otro, se produce un enorme despilfarro de fuerzas productivas en una producción irracional y nociva que pone en peligro la salud, la naturaleza y la vida misma.

Las contradicciones crecientes del sistema se descargan periódicamente en una sucesión explosiva de crisis económicas, sociales y político-militares extremadamente destructivas.

Todas estas contradicciones pueden reducirse a una contradicción central: la contradicción entre la creciente socialización objetiva de la producción y su apropiación privada. El trabajo como actividad privada para el consumo inmediato de productores individuales o pequeñas comunidades hace tiempo que se ha convertido en algo marginal. Ahora, una dependencia, cada vez más estrecha, vincula a cientos de millones de productores en un trabajo que objetivamente no puede prescindir de la cooperación. Pero la organización, la dirección y la finalidad de este enorme mecanismo no están en sus manos. Está en manos del gran capital. El beneficio privado (el beneficio de cada empresa individual) sigue siendo el alfa y omega de la organización económica capitalista. La tendencia desenfrenada al enriquecimiento impide que las enormes capacidades productivas se pongan al servicio de la satisfacción de las necesidades humanas y de la emancipación de sus productores. Cada vez más, el valor de cambio, que se ha vuelto autónomo, transforma estas fuerzas productivas en fuerzas destructivas, que nos conducen a catástrofes espantosas. Las contradicciones crecientes del sistema se descargan periódicamente en una sucesión explosiva de crisis económicas, sociales y político-militares extremadamente destructivas. La aniquilación de la cultura material y de la civilización humana básica, el retorno a la barbarie, se ha convertido en una posibilidad real y tangible.

III

La dimensión activa y consciente del marxismo es parte constitutiva de su concepción de la historia. Es también un desafío cotidiano para cualquiera que se defina como marxista. Si la sociedad burguesa aparece, superficialmente, como el campo de una lucha universal de una persona contra otra, el marxismo ve estos enfrentamientos estructurados como lucha de clases. La lucha de clases entre el trabajo asalariado y el capital domina el desarrollo social en este modo de producción. En última instancia, sólo el conflicto social expresa las leyes del movimiento económico y las contradicciones internas de este modo de producción.

Todas las personas asalariadas y propietarias están objetivamente insertas en esta lucha de clases, les guste o no. Los empresarios capitalistas se ven obligados por la competencia a maximizar su beneficio, es decir, a maximizar la explotación de sus asalariados, quienes, por su parte, no tienen más remedio que luchar por salarios más altos y jornadas laborales más cortas si quieren mantener o mejorar su posición en la sociedad burguesa.

La experiencia práctica demuestra cómo en el enfrentamiento individual entre la gente asalariada y el empresario capitalista, la primera es sistemáticamente derrotada debido a su impotencia financiera y económica. Debe vender continuamente su fuerza de trabajo, mientras que el capitalista dispone de reservas suficientes para poder esperar un precio que le convenga. Así, la presión material empuja a las personas asalariadas a reagruparse, a organizarse colectivamente, a crear fondos de huelga, sindicatos, cooperativas y, finalmente, partidos políticos obreros.

Pero esta obligación objetiva no es experimentada mecánicamente de la misma manera por todos los trabajadores y trabajadoras. Tampoco reaccionan inmediatamente de la misma manera y de forma continua ante esta obligación. Hay personas más rápidas que otras para darse cuenta de la necesidad de una coalición y de las condiciones en las que puede tener éxito. Algunas sacarán constantemente conclusiones prácticas de esta toma de conciencia, otras no tanto o no lo harán en absoluto. Las personas de otras clases sociales también pueden unirse a la lucha de clases proletaria, bien por convicción científica, bien por identificación moral con las y los explotados, o por ambas razones (para alguna gente, esto puede explicarse incluso por la aspiración a una carrera individual en las organizaciones de masas).

El hecho de que la lucha de clases proletaria sólo pueda entenderse como el resultado de una dialéctica de factores históricos objetivos y subjetivos no implica, en modo alguno, que el marxismo reintroduzca el puro azar y la indeterminación por la ventana, por así decirlo, en su concepción de la historia, después de haberlas echado primero por la puerta en nombre de las leyes del proceso histórico reveladas por el materialismo histórico [8]. Esto sólo significa que el proceso histórico no sigue una línea perfectamente recta y unilateral, que cada crisis histórica no tiende hacia un único resultado posible, sino que puede conducir tanto a un progreso histórico (una revolución social exitosa) como a una regresión histórica (una decadencia del nivel material y la cultura alcanzado por la civilización).

Sin embargo, el marco de estas posibles variaciones sigue estando predeterminado por las condiciones materiales y sociales. El fin de un orden social es inevitable tras un cierto grado de agudización de sus contradicciones internas. Nada pudo salvar a la decadente sociedad esclavista del siglo III a.C. en adelante, ni a la decadente sociedad feudal tardía del siglo XVII en adelante. Lo único que no estaba determinado era la forma concreta de su superación; es decir, dependía del desarrollo de las relaciones de fuerzas entre las clases sociales que luchaban por el poder (relaciones de fuerzas que incluyen la iniciativa política, así como los elementos ideológicos de la lucha de clases).

Del mismo modo, la posibilidad de encontrar la salida a una crisis social está predeterminada materialmente. Dado el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en las distintas épocas, la crisis de la antigüedad, al igual que la del feudalismo, no podía conducir a una sociedad comunista, a pesar de toda la convicción y determinación de los esenios y los primeros cristianos, los husitas y los anabaptistas. En la fase actual de desarrollo de las fuerzas productivas, cualquier intento de volver a la simple producción de mercancías y a la producción privada a pequeña escala sería pura utopía.

Dado que la concepción marxista de la historia otorga un peso decisivo a la lucha de clases en la determinación del curso concreto de los acontecimientos, el marxismo tiende a restablecer la unidad de la teoría y la práctica, destruida durante tanto tiempo por la división social del trabajo y la división en clases de la sociedad. Se esfuerza por conseguirlo en tres niveles: en primer lugar, en el nivel epistemológico general, reconociendo la verificación por la práctica como la forma última de confirmación de cualquier hipótesis científica -incluida la suya propia [9]-; en segundo lugar, definiendo la posibilidad de una transformación socialista de la sociedad, de un resultado positivo de la lucha de clases proletaria, es decir, de la solución al dilema de cómo los seres humanos, cuya motivación individual está condicionada en gran medida por una sociedad de clases alienante, podrían construir una sociedad sin clases. El marxismo responde a esta objeción materialista vulgar diciendo que si los seres humanos son efectivamente el producto de las condiciones en las que viven, estas condiciones son también el producto de la acción humana [10].

La transformación revolucionaria de las condiciones de existencia y la autoeducación revolucionaria de los seres humanos para una transformación consciente de su ser social son, pues, dos procesos inseparablemente entrelazados, cuya base material se produce por las contradicciones internas del modo de producción capitalista, por el alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas y por la lógica interna de la extensión de la lucha de clases proletaria. En el proletariado educado en el marxismo, la teoría científica y la praxis de la transformación social se unen también, cada vez más, en la práctica.

Por último, el marxismo también tiende al restablecimiento de la unidad de la teoría científica y la praxis política revolucionaria para cada marxista individual. Un marxismo de salón puramente contemplativo sería un pseudo-marxismo, castrado, alienado y cosificado, no sólo en la práctica, sino también en la teoría porque tendría que tender hacia un determinismo económico fatalista.

¿Este vínculo necesario entre la teoría marxista y la praxis socialista-revolucionaria implica para la o el teórico marxista una tendencia a perder el distanciamiento científico y la objetividad, una limitación de esa capacidad de explicar los fenómenos sociales en su globalidad, que es precisamente el atractivo intelectual del marxismo? En absoluto. La negación de la objetividad científica es el subjetivismo (el prejuicio y la arbitrariedad en el uso de los datos empíricos), no la toma de partido. El subjetivismo conduce o bien a ignorar las cuestiones planteadas o bien a negar los datos que no se ajustan a algún concepto dogmático. Nada es más ajeno al marxismo -cuyo fundador eligió como lema: de omnibus dubitandum est– que un enfoque tan poco científico del análisis de los fenómenos sociales.

La verificación estricta de las fuentes y los hechos; la disposición a volver a comprobar cada hipótesis de trabajo, en cuanto empiecen a aparecer o aparezcan realmente tendencias contradictorias; un despliegue ilimitado de la más amplia libertad de crítica, y, por tanto, la necesidad del pluralismo científico e ideológico: éstos no son sólo componentes del método marxista, son, por así decirlo, las condiciones previas necesarias para que el propio marxismo alcance todo su potencial. Sin estas condiciones, se marchita hasta convertirse en un talmudismo incruento o -peor aún- en una estéril religión de Estado.

Precisamente, porque el marxismo no es la ciencia por la ciencia, porque es partidista en el sentido más noble de la palabra, es decir, se fija como objetivo no sólo interpretar el mundo, sino también transformarlo en dirección a la emancipación de las clases trabajadoras, es por esta razón por la que no puede desviarse en modo alguno de una estricta objetividad científica en el análisis de la sociedad. Sólo una teoría con base científica que refleje la realidad puede ser un arma eficaz en la lucha por la transformación socialista de la sociedad. La objetividad científica no puede violarse por razones partidistas, porque sería como mojar la pólvora antes de disparar. Y aún no se ha ganado ninguna batalla con pólvora mojada.

Una ciencia social que fuera imparcial, axiológicamente neutra, que se posicionara neutralmente en la lucha de clases, no puede existir en una sociedad dividida en clases, sean cuales sean las aspiraciones subjetivas de las y los investigadores científicos, que a menudo tienden a ir en esta dirección. Un ejemplo sorprendente lo ofrece la evolución de la economía académica y oficial en los últimos cinco años. Cuando, cada vez que se trata de evaluar la solvencia de los Estados que solicitan préstamos, instituciones como el Fondo Monetario Internacional imponen a los gobiernos solicitantes una reducción del gasto social; cuando, en el caso de un pueblo tan pobre como el egipcio, exigen sin el menor escrúpulo que se reduzcan radicalmente, o incluso se supriman, las subvenciones a los alimentos básicos (lo que, literalmente, condena al hambre a una parte de esta población), se trata claramente de un intento a escala mundial de aumentar la tasa de ganancia mediante la reducción del coste de la mercancía «fuerza de trabajo».

Que esto pueda justificarse desde un punto de vista puramente técnico (en referencia a la inflación, el déficit de la balanza de pagos, el déficit presupuestario, etc.), sólo prueba que la economía política oficial, al aceptar tácitamente situarse exclusivamente en el marco del orden económico existente, está igualmente obligada tácitamente a subordinarse a las leyes de la acumulación de capital, es decir, a las necesidades de la lucha de clases del capital.

IV

La lucha de clases proletaria, en su forma elemental, no es todavía una lucha de clases socialista. Es cierto que está evolucionando, por el hecho mismo de su extensión, de una lucha estrictamente económica a una lucha objetivamente política, en la medida en que ya no opone sólo personas asalariadas aisladas a capitalistas aislados, sino las amplias masas de quienes reciben un salario o un sueldo al conjunto de los poseedores [11]. Pero una lucha de clases tan objetiva y políticamente elemental, por sus efectos subjetivos sobre la conciencia de clase del proletariado, sólo puede añadir a los enfrentamientos entre asalariados y capital la posibilidad periódica de la lucha por la conquista del poder político con el objetivo de un derrocamiento radical de la sociedad burguesa, es decir, una dimensión anticapitalista consciente.

Estos enfrentamientos son tan inevitables e inscritos en la naturaleza del sistema capitalist como la decadencia y la descomposición de dicho sistema. Pero ni la victoria del socialismo ni el desarrollo de la conciencia de clase proletaria hasta su nivel más elevado son inevitables. Así pues, volvemos a encontrar aquí el factor subjetivo de la historia -es decir, la intervención consciente y orientada hacia un objetivo en el proceso histórico objetivo- como componente decisivo del marxismo. De este hecho pueden extraerse varias conclusiones importantes.

La estratificación socioeconómica del proletariado, la desigual apropiación del conocimiento científico (o, como cara negativa del mismo fenómeno, la desigual influencia de la ideología burguesa y pequeñoburguesa), la desigual disponibilidad para la implicación personal continua en un sindicato o en una organización política, conducen a una inevitable diferenciación de la conciencia de clase proletaria. Sólo la organización de la vanguardia socialmente consciente en un partido revolucionario de vanguardia permite asegurar la continuidad de esta conciencia, así como su refuerzo constante gracias a las experiencias de cada nueva fase de la lucha de clases.

Pero sólo un partido que consiga transmitir a la mayoría de los trabajadores y trabajadoras el nivel de conciencia de clase necesario para la victoria de la revolución socialista, es verdadera y objetivamente la vanguardia de la clase. Esta transmisión sólo puede darse mediante una intervención eficaz en la lucha de clases real. La necesaria unidad dialéctica de la vanguardia y la clase, de la organización y la espontaneidad, está inscrita tanto en la naturaleza del proletariado como en la naturaleza de la revolución proletaria y del orden socialista de los consejos [12].

La dialéctica de medios y fines obtiene así un marco objetivamente definible. Precisamente porque el objetivo socialista no puede alcanzarse sin aumentar la confianza de los trabajadores en sus propias fuerzas, su sentimiento de pertenencia a un todo y su solidaridad de clase, sólo son útiles y aplicables -en la medida en que conducen al objetivo socialista- aquellos medios, tácticas y compromisos que elevan la conciencia de clase en su conjunto, en lugar de restringirla o degradarla [13]. Cualquier táctica que tenga el efecto contrario en la conciencia de clase de los trabajadores, por muy eficaz que pueda parecer inmediatamente desde un punto de vista puramente práctico, a la larga alejará del objetivo socialista, en lugar de conducir hacia él.

Así pues, los componentes críticos y autocríticos del marxismo se ponen especialmente de relieve. El marxismo no sólo es abierto y, por ello, alejado del dogmatismo, porque se refiere a un proceso histórico en constante movimiento, que aumenta y transforma constantemente la materia prima de las ciencias sociales (en relación con el presente, pero también en relación con el pasado); no sólo es abierto porque su referencia a la praxis significa que mira constantemente al futuro, un futuro que nunca puede conocerse completamente de antemano, ya que una intervención deliberada podría cambiar el resultado de un proceso histórico. El marxismo también es abierto porque el factor decisivo en la transición del capitalismo al socialismo sigue siendo el aumento de la conciencia de clase del proletariado, así como el grado de independencia, autoorganización e iniciativa en la lucha de los trabajadores.

En la lucha de clases, cada intervención organizada, ya sea en una huelga, en las elecciones o en la construcción del socialismo, cada discurso en una asamblea obrera y cada panfleto que leerán los trabajadores y trabajadoras, debe considerarse desde el siguiente punto de vista: ¿cuáles serán los efectos de esta intervención sobre la conciencia de clase? Sin embargo, el juicio sobre estos efectos sigue siendo necesariamente hipotético durante la propia acción. Sólo la experiencia práctica posterior puede establecer si fue correcta o incorrecta. Esto explica la gran importancia que el marxismo concede a la historia de las luchas de clase proletarias, porque es el único laboratorio que nos permite evaluar las tácticas y los métodos de lucha sobre la base de la experiencia pasada.

De ello se deduce que sin una reflexión objetiva y crítica, incluida la de uno mismo, no son concebibles ni una lucha de clases socialista consciente, ni un auténtico partido revolucionario, ni un auténtico marxismo. Un pseudomarxismo que sacrifica la autocrítica pública despiadada, la expresión pública de la verdad, aunque sea muy cruel, a quién sabe qué exigencias prácticas, es indigno no sólo de la dimensión científica del marxismo, sino también de su dimensión liberadora. También es, a largo plazo, totalmente ineficaz.

Pero una lucha de clases política debe interesarse por todos los fenómenos sociales, los que conciernen a algo más que a algunos individuos aislados. Por tanto, va necesariamente más allá de la lucha de clases elemental por el reparto de la renta nacional entre salarios y beneficios (plusvalía). Esta lucha de clases elemental, por sí misma, es incapaz de plantear el problema de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, la cuestión de la expropiación de los expropiadores.

La cuestión del Estado, la cuestión de la libertad política y de la actividad autónoma de las y los trabajadores, la cuestión del paso de la democracia representativa a la democracia directa desempeñan aquí un papel absolutamente decisivo. La comprensión clara de todas estas cuestiones exige una educación progresiva (autoeducación) del proletariado, interesándose por todos los problemas políticos y sociales que conciernen a todas las clases de la sociedad burguesa. [14]

El hecho de que esta exigencia esté inscrita en la concepción marxista de la historia y de la acción no debe nada a la casualidad, ni a consideraciones puramente tácticas. Corresponde a la esencia misma de la lucha de clases proletaria, que sólo se concibe a sí misma como un medio para alcanzar el objetivo de una sociedad sin clases, una sociedad en la que, con la desaparición de la explotación del hombre por el hombre, deben desaparecer todas las formas de opresión y violencia ejercidas por los seres humanos contra otros seres humanos. La indiferencia o la tolerancia ante tales formas de opresión, o peor aún, su resurgimiento, no pueden conducir al objetivo socialista.

Por lo tanto, también hay un componente ético en el marxismo que tiene un fundamento materialista objetivo. Cuando los marxistas consecuentes dicen que lo consideran todo desde el punto de vista de la lucha de clases proletaria, dan a entender que este punto de vista se basa en el siguiente teorema: sólo lo que eleva la conciencia de clase proletaria, y en particular lo que permite a los trabajadores y trabajadoras adquirir una comprensión más profunda de las diferencias fundamentales entre la sociedad burguesa y la sociedad sin clases, promueve la lucha de clases proletaria a largo plazo. Esto, a su vez, incluye la comprensión de la necesidad de una lucha práctica contra todas las formas de explotación y opresión -ya estén dirigidas contra las mujeres o contra razas, nacionalidades, pueblos, grupos de edad, etc.- como componente necesario de la lucha mundial por una sociedad socialista. El marxismo parte «de la enseñanza de que para el ser humano, el ser supremo es el ser humano, y por tanto del imperativo categórico de derrocar todas las relaciones que hacen del ser humano un ser humillado, esclavizado, abandonado, despreciable» [15].

Sin duda, esta comprensión se deriva de una necesidad psicológica individual de protestar y rebelarse contra cualquier forma de negación de derechos, de injusticia y de desigualdad. Pero también procede de una necesidad histórica objetiva.

Las contradicciones crecientes del sistema se descargan periódicamente en una sucesión explosiva de crisis económicas, sociales y político-militares extremadamente destructivas.

Sólo un control global consciente de las fuerzas productivas materiales por parte de la humanidad puede evitar que se transformen progresivamente en fuerzas destructivas de la naturaleza y la cultura. Pero el control consciente presupone una capacidad de juicio, tanto individual como colectiva. La autoeducación del proletariado hacia la emancipación efectiva y el verdadero internacionalismo que promueve el marxismo es, en última instancia, una autoeducación de la capacidad de juicio y decisión del proletario individual en el marco colectivo. Sin ello, la autogestión socialista y la economía planificada socialista no serían más que una fórmula hueca, cuando no cínica.

La socialización de la economía sólo puede dar el salto de un proceso puramente objetivo a un proceso bajo control subjetivo cuando la colectivización de las relaciones de propiedad y la gestión de las fuerzas productivas se acompañan y combinan dialécticamente con una individualización progresiva de la capacidad de decisión [16]. Extender la realización de todas las potencialidades de la personalidad humana a todos los productores y a todas las personas no sólo es el gran objetivo del socialismo, sino también, cada vez más, un medio indispensable para lograr este objetivo.

V

La teoría marxista distingue entre las condiciones más propicias para el derrocamiento del capitalismo y las necesarias para la construcción de una sociedad socialista plenamente desarrollada. Las primeras se refieren sobre todo a la relación de fuerzas sociopolítica. No sólo a la fuerza relativa del proletariado y de su partido revolucionario de vanguardia, sino también a la debilidad relativa de la burguesía y, por ejemplo, a la posibilidad de unir a la revolución proletaria a la mayoría de una población trabajadora aún en gran parte no proletarizada -el campesinado-, precisamente porque la burguesía de los países capitalistas subdesarrollados es incapaz, en la era imperialista, de superar radicalmente las relaciones precapitalistas en el campo. Las segundas condiciones dependen de un alto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y de una madurez político-cultural del proletariado, que permitan un grado máximo de democracia directa de los consejos, de autogestión, de crecimiento económico armonioso, de desmantelamiento sistemático de las relaciones mercantiles y monetarias mediante la generalización rápida de la saturación en el consumo de bienes y servicios indispensables (es decir, una transición progresiva hacia la distribución según el criterio de satisfacción de las necesidades).

Es evidente que el subdesarrollo relativo del capitalismo en algunos países de la era imperialista facilita la conquista del poder político por el proletariado, por las mismas razones que hacen considerablemente más difícil o incluso imposible la construcción de una sociedad sin clases en estos países mientras la revolución permanezca aislada. La teoría de la revolución permanente de Trotsky -que, junto con la teoría de la organización de Lenin, es el desarrollo más importante del marxismo después de Marx y Engels- le permitió, ya en 1905-1906, predecir correctamente estos dos aspectos contradictorios de la revolución en el siglo XX [17].

La conclusión que extrajo de su percepción del carácter dialéctico de la revolución socialista en los países relativamente subdesarrollados no fue la de repudiar estas revoluciones como prematuras sobre la base de que condenarían al partido y a la clase revolucionarios a la ruina [18]. Se trataba, por el contrario, de comprender la inevitabilidad de tales revoluciones prematuras en la era imperialista -¡la única otra posibilidad era permanecer hundidos en un subdesarrollo bárbaro! – y la necesidad de verlas como puntos de partida hacia la revolución socialista mundial, que puede extenderse gradual e incrementalmente a las naciones industriales más importantes del mundo. La tragedia del socialismo desde 1917 no es que los marxistas hayan intentado contribuir a su victoria en los países subdesarrollados. Eso es más bien su mérito desde el punto de vista de la historia mundial. Su tragedia es que ha permanecido aislado en estos países, es decir, que aún no ha triunfado en los países industrializados de Occidente, a pesar de las numerosas ocasiones históricas favorables (Alemania en 1918-19, 1920, 1923; Francia en 1936, 1944-47, 1968; Italia en 1919-20, 1945-48, 1969-70; Gran Bretaña en 1926, 1945-48; España en 1936-37, etc.) [19].

Así nació un nuevo fenómeno histórico, primero en la Unión Soviética, luego en Europa del Este, China, Cuba y Vietnam. En estos países encontramos una sociedad que ya no es capitalista, en la que no funciona ninguna de las leyes del capitalismo descritas anteriormente, pero que al mismo tiempo está aún lejos de construir una sociedad socialista en el sentido en que Marx y Engels definieron la primera fase de la sociedad sin clases [20]. Es una sociedad que el retraso de la revolución proletaria mundial ha bloqueado y paralizado en la fase de transición del capitalismo al socialismo.

Las condiciones concretas históricamente particulares en las que se produjo esta paralización condujeron a la degeneración burocrática de estas sociedades de transición. Un estrato social -la burocracia del Estado, la economía, el partido y el ejército- se apropia de importantes privilegios en la esfera del consumo. Dado que sus privilegios se limitan a esta esfera y no desempeñan ningún papel indispensable en la esfera de la producción, no se trata de una nueva clase dominante. Sin parasitismo, la acumulación productiva socialmente necesaria no disminuiría, sino que, por el contrario, aumentaría; el crecimiento económico no experimentaría un desarrollo negativo, sino que, por el contrario, se aceleraría. Pero precisamente porque es una capa parasitaria, la burocracia sólo puede establecer sus privilegios sobre la base de un control ilimitado del excedente social, es decir, mediante un control absoluto del Estado, de la economía y de las armas, mediante la ausencia de derechos políticos, mediante la atomización y la pasividad de las amplias masas trabajadoras [21]. Como demostraron los acontecimientos en Hungría y Polonia en 1956, en Checoslovaquia en 1968 (y en parte en China en 1966-67), cualquier nuevo auge de la actividad política de las masas en estas sociedades conduce a una tendencia casi automática hacia un orden social verdaderamente consejista y al derrumbe casi automático de la dictadura de la burocracia.

Al etiquetar esta dictadura como socialismo real o realizado, los apologistas, tanto del Este como del Oeste, han prestado a la burguesía mundial el mayor servicio ideológico y político imaginable, un servicio sin el cual el capitalismo probablemente no existiría en absoluto, al menos en Europa Occidental. La identificación del socialismo con las condiciones de opresión política y falta de libertad individual en el Este es actualmente la principal razón por la que las y los asalariados de varios países occidentales importantes se acomodan relativamente a la sociedad burguesa, aunque ésta sea cada vez más propensa a las crisis.

Esta identificación sólo podrá romperse definitivamente cuando la revolución proletaria triunfe en uno o varios países occidentales muy desarrollados y presente al proletariado mundial un modelo de socialismo (o, más exactamente, el modelo de un socialismo en construcción y aún inacabado) realizado en la práctica y fundamentalmente diferente del de la URSS. No estamos en condiciones de hacer una descripción detallada de cómo será realmente ese modelo. Pero sus rasgos principales pueden deducirse, aproximadamente, tanto de los elementos de la nueva sociedad que ya han surgido dentro de la antigua, como de la asimilación crítica de todas las experiencias (tanto positivas como negativas) de las pasadas revoluciones proletarias del siglo XX.

La característica principal de este modelo de socialismo será, en el plano político, la democracia de los consejos, es decir, el ejercicio directo del poder político por la clase obrera y sus representantes libremente elegidos. El partido revolucionario ejercerá su papel de liderazgo en el sistema de consejos gracias a su capacidad para convencer política e ideológicamente a la mayoría de los trabajadores y trabajadoras, y no mediante la coacción y la represión de sus oponentes políticos. Esto presupone un sistema multipartidista, plena libertad para organizar reuniones, manifestaciones y prensa, la independencia de los sindicatos, el derecho a la huelga y el pleno respeto del pluralismo ideológico, científico, artístico y filosófico. A diferencia de la democracia parlamentaria burguesa, estos derechos democráticos fundamentales serán tanto más amplios cuanto que ya no serán puramente formales, sino que podrán adquirir un contenido real, en la medida en que se aseguren a la población las condiciones materiales y el tiempo indispensables para su ejercicio efectivo. Esto significa, también, un desplazamiento cada vez mayor hacia la democracia directa, hacia el ejercicio inmediato del poder del Estado por los propios trabajadores y trabajadoras, hacia la autogestión de los ciudadanos y las comunidades en un número importante de sectores de la sociedad, es decir, una dinámica que conduzca al declive progresivo del Estado.

Desde el punto de vista económico, este modelo se caracterizará por una autogestión planificada y democráticamente centralizada de la economía, en la que las y los propios productores asociados decidirán sobre todas las prioridades que determinan el desarrollo económico, y siempre al nivel en el que estas decisiones puedan tomarse realmente: en los congresos nacionales de todos los consejos y en los congresos de las ramas industriales, para las decisiones importantes en materia de inversión; a nivel de la empresa o del sector industrial (o de las empresas federadas según el modo cooperativo), para lo que concierne a la organización del trabajo; a nivel comunal y regional, para las inversiones sociales; en las conferencias de productores y consumidores con recurso a la televisión, a los referendos escritos y a las encuestas, para decidir sobre la gama de productos; en los congresos internacionales de los consejos, para un número creciente de decisiones relativas a las grandes inversiones o relativas a la protección del medio ambiente, etc.

La autogestión obrera realizada (y no sólo proclamada demagógicamente) requiere una reducción radical de la jornada laboral, un aumento continuo del nivel técnico y cultural de las y los productores directos, una reducción radical de las desigualdades salariales y una eliminación gradual de las normas de distribución burguesas (relaciones monetarias y mercantiles). El control público radical y la democracia política más amplia posible de los consejos son las únicas garantías contra el parasitismo, la corrupción y el despilfarro, es decir, contra el retroceso de las relaciones de producción provocado por la supervivencia de las relaciones monetarias y mercantiles en la distribución de los bienes de consumo.

Este modelo, tanto político como económico, está estrechamente vinculado a un cambio gradual en la motivación y la conciencia del trabajo, que a su vez están ligadas a un cambio creciente en la tecnología, la organización del trabajo y el contenido del proceso de trabajo (eliminación de todos los procesos mecánicos y monótonos, que sólo se soportan pasivamente como un servicio a la comunidad), así como a la superación de la separación entre trabajo manual e intelectual, entre producción y administración, y a cambios en las costumbres y hábitos. Todos estos cambios actúan unos sobre otros y se condicionan mutuamente en la autoeducación de las y los productores asociados y el autodesarrollo de la humanidad socialista. Requieren una progresión cualitativa inmediata de la solidaridad internacional, es decir, una redistribución significativa de los valores de uso producidos en todo el mundo, ya que un mundo socialista, en el que la abundancia y mucho tiempo libre coexistieran en el hemisferio norte con el hambre o el subdesarrollo en el hemisferio sur, sería una monstruosidad que no tendría nada que ver con el verdadero socialismo.

Los ideólogos burgueses responsabilizan al marxismo de [haber producido] Stalin y todo lo que ha ido mal, y sigue yendo mal, en la URSS, Europa del Este y China. También podríamos condenar la medicina y pedir la vuelta a la charlatanería institucionalizada, porque muchos enfermos no se han curado gracias a una atención médica ineficaz en los últimos sesenta años. Incluso podemos dar la vuelta al argumento. Una confirmación más de la superioridad del marxismo como ciencia social reside en el hecho de que fue capaz de descubrir las causas, los secretos y las leyes de funcionamiento de ese fenómeno histórico imprevisto, la sociedad burocratizada de transición del capitalismo al socialismo, y de desenmascarar por completo la mistificación del pseudomarxismo aplicado. En comparación, los intentos de análisis teórico de la sovietología académica son obras de aficionados, mientras que las leyes que pretende haber descubierto se reducen a lugares comunes, cuando no son rápidamente superadas por la evolución objetiva.

VI

Cuando el marxismo eleva a nivel de un imperativo categórico la lucha contra todas las formas de explotación y opresión y somete su supuesta realización en la Unión Soviética y en otros lugares a la crítica más severa [22], no cae en absoluto en un tipo de idealismo histórico que opondría un modelo utópico ideal a la superación real de las condiciones existentes. Sólo eleva la comprensión materialista de la historia a un nivel superior, en el que la unidad de la teoría y la práctica adquiere de nuevo una dimensión adicional.

En efecto, en toda la historia de la humanidad existen dos constantes paralelas, aunque contradictorias. Por un lado, las guerras, las sucesivas formas de sociedades de clases y la lucha de clases atestiguan, hasta ahora, la incapacidad de los seres humanos de extender los principios de colaboración voluntaria, cooperación y asociación solidaria a toda la humanidad. La aplicación práctica de estos principios durante un largo periodo de tiempo sigue limitada a fragmentos más o menos grandes de la raza humana: comunidades tribales o aldeanas, ciertas formas de familias amplias, clases sociales que luchan por objetivos comunes. Ya conocemos las causas materiales de esta tendencia que empuja constantemente a la sociedad a desgarrarse, y sabemos cómo, el nivel que ha alcanzado ahora la ciencia y la tecnología, pone cada vez más en peligro la existencia de la civilización, e incluso la mera supervivencia física de la humanidad.

Por otro lado, la aspiración a una sociedad de productores y productoras libres, iguales y asociadas sigue estando tan profundamente arraigada en la historia de la humanidad como la propia división de clases, la desigualdad social, la injusticia y la violencia ejercida sobre los humanos por otros humanos que acompañan a esta división. A pesar de toda la influencia ideológica de las clases dominantes, que tratan constantemente de convencernos de que siempre ha habido ricos y pobres, poderosos y desvalidos, dominantes y dominados, y siempre los habrá, y de que, por tanto, es inútil luchar por una sociedad de iguales, la historia está, sin embargo, marcada por una sucesión continua de levantamientos, rebeliones, revueltas y revoluciones contra la explotación de los pobres y la opresión de los desvalidos. Estos intentos de autoemancipación de la humanidad fracasan repetidamente. Pero se renuevan una y otra vez y -considerados históricamente, en cada sociedad materialmente más avanzada- con una visión más clara del futuro, objetivos más audaces y posibilidades cada vez mayores de alcanzar realmente la meta.

Los marxistas de la era de la lucha de clases entre el capital y el trabajo asalariado somos sólo los representantes más recientes de esta corriente milenaria, cuyos inicios se remontan a la primera huelga en el Egipto faraónico [23], y que, pasando por innumerables levantamientos de esclavos en la antigüedad y las revueltas campesinas en la antigua China y Japón, desemboca en la gran continuidad de la tradición revolucionaria de los tiempos modernos y el presente.

Esta continuidad es el resultado de la chispa insaciable de insubordinación ante la desigualdad, la explotación, la injusticia y la opresión, que siempre brota de nuevo en el seno de la humanidad. En ella reside la certeza de nuestra victoria. Porque ningún César o Poncio Pilatos, ningún emperador de derecho divino o de la inquisición, ningún Hitler o Stalin, ningún terror o sociedad de consumo ha logrado apagar definitivamente esta chispa. Corresponde demasiado a nuestras predisposiciones antropológicas -al hecho de que el ser humano es un ser social, que no puede sobrevivir sin una socialización creciente y sin caminar erguido- para que no se manifieste sin cesar [24], a veces en este país o continente y a veces en otro, a veces en esta clase social y a veces en otra, a veces sólo entre poetas, filósofos y eruditos, a veces entre amplias masas populares, según los avatares de la historia, así como los intereses materiales y las luchas de clases políticas e ideológicas que las rigen.

Algunos neurofisiólogos, psicólogos y científicos del comportamiento pretenden relacionar esta dualidad de la historia humana con la estructuración binaria de nuestro sistema nervioso central, a la que correspondería la combinación de acciones reflexivas e instintivas en el individuo. Lo único que esta tesis puede demostrar es la posibilidad de la agresividad humana y de la acción destructiva, el hecho de que se mantengan potencialidades destructivas profundamente arraigadas en el ser humano, cuyo origen se remonta a épocas anteriores a la especie humana o al comienzo mismo de ésta. Pero cuáles son las razones por las que estas potencialidades están más o menos pronunciadas en una época determinada; por qué ha habido épocas, culturas y sociedades más pacíficas o agresivas que otras; por qué no puede existir un orden social que frene de forma radical y definitiva (o al menos a muy largo plazo) estas fuerzas destructivas potenciales, o las canalice por vías inofensivas para el ser humano… son preguntas a las que estas tesis no dan respuesta. Este es el tema principal y el objetivo principal del marxismo como ciencia de la humanidad en su conjunto.

Sin embargo, creemos que es más apropiado recordar lo siguiente: la raza humana, con toda su debilidad, habitada desde hace cientos de miles de años por el miedo a las abrumadoras fuerzas naturales, y habiendo desarrollado formas elementales de cooperación social en su lucha contra ellas, sólo ha podido obtener un dominio progresivo sobre estas fuerzas a costa de una creciente degradación de la solidaridad social. Este dominio exigía una acumulación cada vez mayor de cuotas del producto social en lugar de su consumo inmediato, una especialización cada vez mayor de una parte de la sociedad en actividades administrativas y trabajo intelectual en lugar del ejercicio de tareas administrativas, por turno, por todos los miembros de la sociedad. Mientras el producto social fue demasiado pequeño, esta limitación impuso un conflicto permanente: la acumulación sólo podía aumentar mediante el trabajo forzado de las y los productores directos, y la gran masa de los mismos debía permanecer separada del trabajo intelectual.

A medida que aumentaba el control de los humanos sobre la naturaleza, perdían la solidaridad social y el control sobre su existencia social. Su existencia pasó a estar sujeta a leyes objetivas y ciegas que actuaban a sus espaldas. Esta contradicción encuentra su máxima y más aguda expresión en el capitalismo.

Sin embargo, con el tremendo desarrollo de las fuerzas productivas que ha hecho posible el modo de producción capitalista, el precio que los seres humanos tienen que pagar por dominar la naturaleza no sólo se ha vuelto demasiado alto y directamente mortal, sino que cada vez resulta más absurdo. Por primera vez en la historia, se está formando la base material realista de una sociedad mundial sin clases de productores asociados. Con el trabajo asalariado el capitalismo ha generado al mismo tiempo una fuerza social que manifiesta, al menos periódicamente, una tendencia instintiva a luchar en la práctica por una sociedad así; la clase más capaz de organizarse colectivamente y de la acción de masas que ninguna otra en la historia. De la Comuna de París a la revolución rusa, de la Cataluña de 1936-37 al mayo francés de 1968, la historia de las luchas de clase revolucionarias del proletariado es una combinación de tales intentos, cada vez más audaces y amplios, a pesar de todas las dramáticas derrotas y trágicas victorias parciales.

No dudamos ni por un momento de que esta historia está sólo en su infancia y que su clímax está por delante, no detrás de nosotros. No se trata de una creencia mística, sino de una certeza basada en un análisis científico de las leyes del desarrollo de la sociedad burguesa y de las luchas de clases en el siglo XX. Precisamente, el gran mérito histórico del marxismo es que da un fundamento y una orientación racional y científica a un sueño muy antiguo de la humanidad, que hace posible una unión superior del pensamiento crítico, las aspiraciones morales y humanistas con la lucha y la acción emancipadora.

En definitiva, soy marxista porque sólo el marxismo nos permite mantener la fe en la humanidad y en su futuro sin engañarnos, a pesar de todas las terribles experiencias del siglo XX, a pesar de Auschwitz e Hiroshima, a pesar del hambre en el Tercer Mundo y de la amenaza de destrucción nuclear. El marxismo nos enseña a aceptar la vida y a los humanos, a amarlos, sin adornos, sin ilusiones, con plena conciencia de las infinitas dificultades y de los inevitables reveses en los millones de años de progresión de nuestra especie desde un estado próximo al de un simio hasta el de explorador del universo y conquistador del cielo. Para esta especie, hacerse con el control consciente de su propia existencia social se ha convertido ahora en una cuestión de vida o muerte. Finalmente logrará realizar la aspiración más noble de todas: la construcción de un socialismo mundial humano, sin clases y sin violencia.

Notas

1] Véanse las obras clásicas de Adolf Portmann (Zoologie und das neue Bild des Menschen, Rowohit Veriag, Reinbek, 1956) y Arnold Gehien (Der Mensch. Seine Natur und seine Stellung in der Welt, 7ª ed., Athenàum Veriag, Fráncfort y Bonn, 1962), y Gerhard Heberer (Der Ursprung des Menschen. Unser gegenwàrtiger Wissensstand, Gustav Fischer Veriag, Stuttgart, 1969), Trân duc Thao (Recherches sur l’origine du langage et de la conscience. Ed. sociales, París, 1973) y el libro editado por V. P. Yakimov (U istokov tshelowetshestva. Osnoviye problemi antropogenesa [Los orígenes de la humanidad: problemas fundamentales de la antropogénesis], Isdatelstvo Moskovskogo Universiteta, Moscú, 1964).

2] «Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor, y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera. Al consumarse el proceso de trabajo surge un resultado que antes del comienzo de aquel ya existía en la imaginación del obrero, o sea, /idealmente” (Karl Marx, El Capital, T 1, V. 1. Madrid: Siglo XXI, p. 216).

3] Se pueden encontrar ejemplos convincentes de la utilización de este método marxista, por ejemplo, en obras tan notables de historia y crítica literarias como Die Lessing-Legende (Dietz-Verlag, Berlín, 1963) de Franz Mehring, La Théorie du roman (Gonthier, París, 1963) y Le Roman historique (Payot, París, 1965) de Georg Lukacs, y Le Dieu caché (Gallimard, París, 1955) de Lucien Goldmann.

4] «Por importantes que sean estas contribuciones técnicas al progreso de la teoría económica en la valoración actual de las aportaciones marxistas, quedan eclipsadas por su brillante análisis de las tendencias a largo plazo del sistema capitalista. El resultado es realmente impresionante […]» (Wassily Leontief, «The Significance of Marxian Economies for Present-Day Economics Theory», en David Horowitz, ed,, Marx and Modem Economies, MacGibbon & Kee, Londres, 1968, p. 94).

5] Esta comprensión nos permitió, ya a finales de los sesenta y principios de los setenta, predecir con bastante exactitud la recesión general de la economía capitalista internacional en 1974-75, incluso en términos de su punto de partida en el tiempo.

6] Las crisis económicas que afectaron a los países más importantes del mercado mundial se produjeron aproximadamente en los años 1825, 1836, 1847, 1857, 1866, 1873, 1882, 1891, 1900, 1907, 1919, 1921, 1929, 1937, 1949, 1953, 1957, 1960, 1970 y 1974.

7] Esto sin tener en cuenta los ahorros de los pequeños ahorradores o los fondos de pensiones, ya que evidentemente no se trata de activos, sino sólo de ingresos diferidos que más tarde se consumirán en su totalidad. Si, además, se resta de la riqueza nacional la vivienda ocupada por sus propietarios (que es más un bien de consumo duradero que un activo), estos porcentajes serían aún más elevados.

8] “en la historia de la sociedad, los agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines; aquí, nada acaece sin una intención consciente, sin un fin deseado. pero esta distinción, por muy importante que ella sea para la investigación histórica, sobre todo la de épocas y acontecimientos aislados, no altera para nada el hecho de que el curso de la historia se rige por leyes generales de carácter interno. También aquí reina, en la superficie y en conjunto, pese a los fines conscientemente deseados de los individuos, un aparente azar; rara vez acaece lo que se desea, y en la mayoría de los casos los muchos fines perseguidos se entrecruzan unos con otros y se contradicen, cuando no son de suyo irrealizables o insuficientes los medios de que se dispone para llevarlos a cabo. (…) los acontecimientos históricos también parecen estar presididos por el azar. pero allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de descubrir estas leyes”. Karl Marx y Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana , disponible en Fundación Federico Engels.

9] V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos. Obras, vol. 42, ed. Progreso, Moscú, 1971.

10] Véase la tercera de las Tesis sobre Feuerbach de Marx Estas tesis son, en cierto sentido, la partida de nacimiento del marxismo.

11] Marx/Engels, Manifiesto del Partido comunista.

12] Sobre esta problemática, véanse mis estudios: Teoría leninista de la organización y Sobre la burocracia.

13] Lenin, La enfermedad infantil del comunismo

14] Lenin ¿Qué hacer?

15 ]Marx, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, disponible en https://archivo.juventudes.org/textos/Karl%20Marx/Critica%20de%20la%20Filosofia%20del%20Derecho%20de%20Hegel.pdf

16] «Más allá de estos tres aspectos -la subjetividad individual, la intersubjetividad y la relación objetiva-, el enfoque constitutivo primario del pensamiento marxiano sobre la praxis es la primacía práctica de su síntesis, determinada por el enfoque de la riqueza objetiva, la actividad autónoma personal y multidimensional, y la reciprocidad social universal, la cooperación igualitaria; […]» (Helmut Dahmer y Helmut Fleischer, «Karl Marx», en Dirk Kasler, ed., Karl Marx, Klassiker des soziologischen Denkens, vol. 1, Veriag C. H. Beck, Munich, 1976, p. 151).

17] León Trotsky 1905 Balance y Perspectivas, disponible en: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/ryp/index.htm

18/ Engels: » Lo peor que puede suceder al jefe de un partido extremo es ser forzado a encargarse del gobierno en un momento en el que el movimiento no ha madurado lo suficiente para que la clase que representa pueda asumir el mando y para que se puedan aplicar las medidas necesarias a la dominación de esta clase”, F. Engels La guerra de los campesinos en Alemania, p. 112, disponible en: https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/la-guerra-de-los-campesinos-en-alemania.pdf

19] La explicación de esta tragedia debe incluir un análisis concreto de la estrategia y la táctica del movimiento obrero en el siglo XX. Entre las contribuciones más importantes sobre este tema se encuentran ¿Reforma o revolución? de Rosa Luxemburg y sus escritos sobre el debate de la huelga de masas. La enfermedad infantil del comunismo de Lenin y los escritos de Trotsky sobre Alemania, Francia y España.

20] “En el seno de una sociedad colectivista, basada en la propiedad común de los medios de producción, los productores no cambian sus productos; el trabajo invertido en los productos no se presenta aquí, tampoco, como valor de estos productos como una cualidad material, poseída por ellos, pues aquí, por oposición a lo que sucede en la sociedad capitalista, los trabajos individuales no forman ya parte integrante del trabajo común mediante un rodeo, sino directamente. La expresión “el fruto del trabajo”, ya hoy recusable por su ambigüedad, pierde así todo sentido. De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (Marx/Engels, Crítica al progra ma de Gotha.Disponible en marxists.org; véase también F. Engels AntiDurhing:

«La producción social inmediata, así como la distribución directa, excluyen todo intercambio de mercancías y, por tanto, también la transformación de los productos en mercancías (al menos dentro de la comuna) y, en consecuencia, su transformación en valores. En cuanto la sociedad entra en posesión de los medios de producción y los emplea para una producción inmediatamente socializada, el trabajo de cada individuo, por diferente que sea su carácter específico de utilidad, se convierte inmediata y directamente en trabajo social. […] No puede, por tanto, ocurrírsele [a la sociedad] seguir expresando los cuantos de trabajo que se depositan en los productos y que ella conoce de manera directa y absoluta, en un patrón que sólo es relativo, flotante, inadecuado, y antes inevitable como expediente, en un tercer producto, en lugar de en su patrón natural, adecuado y absoluto, el tiempo. […] Por lo tanto, en las condiciones asumidas anteriormente, la sociedad tampoco asigna valores a los productos», Anti-Dühring.

21]Se puede encontrar análisis en profundidad de la sociedad burocratizada en la transición del capitalismo al socialismo en León Trotsky, La revolución traicionada; Isaac Deutscher, La revolución inacabada; Jurgen Arz y Otmar Sauer, Zur Entwicklung der sowjetischen Ubergangsgeselischaft 1917-29,; Jakob Moneta, Aufstieg und Niedergang des Stalinismus.

22] Karl Marx había anticipado, ya en 1852, esta tendencia de la revolución proletaria a la autocrítica despiadada, en su prólogo al 18 Brumario de Louis Bonaparte.

23] Hacia finales de la dinastía XX, bajo el faraón Ramsés III, es decir, hace unos 3.500 años, los trabajadores de la necrópolis real organizaron la primera huelga -o el primer levantamiento obrero- conocido en la historia. Un papiro de la época, conservado en Turín, da cuenta detallada de ello (véase François Daumas, La Civilisation de l’Egypte pharaonique, Arthaud, París, 1965.

24] «Y la ética, como experiencia, no debe permanecer sin límites, ni ser una exigencia puramente formal para el comportamiento del individuo, sino que debe sacar su luz de la lucha de clases de los que están doblegados bajo los dolores y las cargas, de los que están rebajados y humillados. Sólo así los postulados éticos perdurables se harán inextinguibles e indestructibles, a pesar de su transgresión en la realidad. Esto significa que el verdadero rostro de la humanidad, por imprecisos que sean sus contornos, y a pesar de la banalidad y verborrea de sus determinaciones sobregeneralizadas […] se encuentra al menos en su autoconciencia». (Ernst Bloch, Experimentum Mundi. Frage, Kategorien des Herausbringens, Praxis, Suhrkamp Veriag, Frankfurt).

****

Hagamos renacer la esperanza

Ernest Mandel

“Hagamos renacer la esperanza”, es el nombre que se le dio a la intervención de Ernest Mandel en el III Encuentro del Foro de Sao Paulo (Nicaragua, julio 1992). En aquella ocasión, el Nuevo Diario (Managua, 19-7-92) comentaba: “Mandel, ante los representantes de los diversos partidos políticos latinoamericanos y de Europa, exhibió recursos que al parecer no estaban en la agenda. Ello motivó a sentarse a reflexionar sobre las cuestiones que planteaba” y “desamarrar los nudos políticos que atascan las ideas”. En tal sentido, “el testimonio de uno de los más destacados marxistas revolucionaros del siglo XX” contribuyó -según el diario sandinista- para “descorrer un poco las cortinas de la incertidumbre para que el sol entrara, quizás por primera vez, en la izquierda latinoamericana”. (Redacción Correspondencia de Prensa)

Restaurar la credibilidad del Socialismo

A los ojos de la gran mayoría de las masas a escala mundial, las dos experiencias históricas principales para construir una sociedad sin clases, la estalinista-postestalinista-maoísta y la socialdemócrata, han fracasado.

Seguro que las masas entienden muy bien que ese fracaso es el de un objetivo social radical de conjunto, lo que no implica una balance negativo con respecto a cambios importantes en la realidad social a favor de los explotados. En ese sentido, el balance de más de ciento cincuenta años de actividad del movimiento obrero internacional, y de todas las tendencias comprometidas, sigue siendo muy positivo.

Pero eso, es algo diferente a la convicción de millones de trabajadores en el sentido de que todas las luchas inmediatas desemboquen, cada vez más, en la lucha por el derrocamiento del capitalismo y el advenimiento de una sociedad sin explotados, sin injusticia o violencia masiva. En ausencia de tal convicción, las luchas inmediatas son fragmentadas y discontinuas, sin objetivos políticos de conjunto.

La iniciativa política está en manos del imperialismo, de la burguesía y de sus agencias. Eso se confirmó en Europa Oriental, donde la caída de las dictaduras burocráticas condujo no a una iniciativa política en dirección al socialismo, sino a iniciativas de fuerzas favorables a la restauración capitalista. Lo mismo comienza a repetirse en la ex Unión Soviética.

Las masas en Europa Oriental y en la ex URSS, para no hablar de países como Camboya, identifican la dictadura estalinista y postestalinista con el comunismo, el marxismo, el socialismo y rechazan todo eso. Se equivocan. Stalin mató a un millón de comunistas y reprimió a millones de obreros y campesinos, y esto no fue producto del marxismo, del socialismo, de la revolución. Fueron producto de una contrarrevolución sangrienta. Pero el hecho que las masas vean todavía las cosas de modo diferente, es un hecho objetivo que pesa sobre la realidad política y social a escala mundial.

Esa crisis de credibilidad del socialismo, explica la contradicción principal de la situación mundial: las masas siguen luchando en muchos países a escalas más amplias que nunca en el pasado. El imperialismo, la burguesía internacional, no son capaces de aplastar al movimiento obrero como lo han hecho en los años treinta y al inicio de los cuarenta en Europa, en Japón, en las grandes ciudades y en muchos otros países. Pero las masas trabajadoras no están todavía dispuestas a luchar por una solución global anticapitalista, socialista, por esa razón hemos entrado en un largo período de crisis mundial, de desorden mundial en el cual ni una ni otra de las dos principales clases sociales están cercanas a obtener su victoria histórica.

La tarea principal de los socialistas-comunistas, es la de restaurar la credibilidad del socialismo en la conciencia y en la sensibilidad de millones de hombres y mujeres. Esto será irrealizable si no tiene como punto de partida las principales preocupaciones de esas masas. Todo modelo alternativo de política económica, debe incluir esas propuestas, deben ser aquellas que ayuden en el modo más concreto y más eficaz a las masas a luchar de manera exitosa por sus necesidades.

Podemos formularlas de un modo casi bíblico; eliminar el hambre, vestir a los desnudos, dar vivienda digna a todos, salvar la vida de los que mueren por falta de protección médica posible, generalizar el acceso gratuito a la cultura por la eliminación del analfabetismo, universalizar las libertades democráticas, los derechos humanos, eliminar la violencia represiva en todas sus formas.

Impulsar sin restricciones, luchas amplias de masas

Esto no tiene nada de dogmático ni utópico. Las masas aunque no están todavía dispuestas a luchar por la revolución socialista, pueden, perfectamente, aceptar esos desafíos si son formulados del modo más concreto posible. Pueden desencadenar amplias luchas en las formas más diversas y combinadas, por ello repito que debemos intentar ser lo más concretos posibles en las propuestas: ¿qué tipo de producción alimentaria es posible? ¿con qué técnica agroquímica? ¿en qué lugares? ¿qué material de construcción se puede construir? ¿en qué lugar, nacionalmente, condicionadamente a escala internacional más amplia, etc.?

Cuando examinamos las condiciones para realizar estos objetivos, se llega a la conclusión que eso implica una redistribución radical en los recursos existentes. Implica también una revisión radical del modo en el cual es decidida la utilización de esos recursos, un cambio radical de las fuerzas sociales que tienen el poder de decisión sobra esa utilización. Debemos de estar convencidos que las masas que luchan por esos objetivos no van abandonar esa lucha cuando la realidad demuestra esas implicaciones.

Ese es uno de los retos históricos del movimiento socialista: ser capaz de impulsar sin restricciones, luchas de masas amplísimas para alcanzar los objetivos más sentidos de la humanidad hoy.

¿Es políticamente realizable ese modelo alternativo en el mundo y la sociedad de hoy, sin un objetivo de toma o de participación del poder realizable a corto o mediano plazo? Creo que formular la pregunta de esa forma es una trampa. Claro que no se debe de ninguna manera relativizar el poder político. Pero la forma concreta de lucha por el poder, y aún más, las formas concretas del poder estatal, no deben ser decididas de antemano. Y, especialmente, no se debe subordinar la formulación de los objetivos concretos y de las formas concretas de lucha para lograrlo, a cualquier consideración seudo-realista de lo que es o de lo que no es realizable en el terreno político a corto plazo.

Al contrario, se deben determinar los objetivos y las formas de lucha sin prejuicios políticos ni izquierdistas, ni oportunistas de cualquier naturaleza. La fórmula deber aquella del gran táctico que fue Napoleón Bonaparte y que Lenin repitió muchas veces: “Nos comprometemos y después veremos”.

Es de esta manera que el movimiento obrero internacional, en el período de su expresión masiva universal más impresionante, condujo sus campañas por dos objetivos centrales: la jornada de ocho horas de trabajo y el sufragio universal.

¿Puede el imperialismo hoy en día, o mejor dicho, el imperialismo aliado al gran capital, impedir la realización de estos objetivos en los países de América Latina? ¿Puede bloquear todos los ingresos de capital y la transferencia de tecnologías, además de las presiones del FMI y del Banco Mundial?

De nuevo creo que la formulación misma de la pregunta nos hace caer en una trampa. La verdad es que nadie puede responder de antemano a esa pregunta. Depende en última instancia de las relaciones de fuerza. Pero esas relaciones de fuerza no están pre-establecidas, cambian continuamente. Y las luchas por objetivos precisos accesibles a amplias masas es precisamente una forma de modificar las relaciones de fuerzas, a favor de los trabajadores y demás capas explotadas y oprimidas (…)

En esas condiciones hay muchas variables posibles de respuestas dignas a una lucha exitosa por la anulación inmediata del pago del servicio de la deuda externa. Es muy poco probable que el conjunto de los gobiernos de América Latina y aún más, del Tercer Mundo, actúen en ese sentido, pero si un país como Brasil en el caso de una victoria electoral del PT actuara así, no se puede predeterminar de antemano la reacción del imperialismo. Puede haber un bloqueo económico, pero es objetivamente más difícil un bloqueo a Brasil, el país más desarrollado de América Latina, que el bloqueo a Cuba, por no decir Nicaragua. Y Brasil tendría la posibilidad de responder con una ofensiva política, con un Brest-Litovsk político-económico, dirigiéndose a los gobiernos de muchos países y a las masas de todos los países diciendo: ¿está ustedes de acuerdo que se castigue a nuestro pueblo porque está intentando eliminar el hambre, las enfermedades, las violaciones a los derechos humanos?

La respuesta de las masas trabajadoras del mundo no esta pre-establecida, puede ser insuficiente, puede ser positiva. Pero es una gran batalla que puede modificar toda la situación política mundial. Permitiría algo más que la modificación de las relaciones de fuerzas, permitiría la recuperación de la esperanza de un mundo mejor.

Concretar iniciativas comunes, nacionales e internacionales

Hay que enfocar esta problemática alrededor de un enfoque metodológico fundamental de Marx: la lucha por el socialismo no es la imposición dogmática y sectaria de antemano de cualquier objetivo pre-establecido al movimiento real de las masas. No es otra cosa que la expresión conciente de ese movimiento que no hace más que desarrollar los elementos constitutivos de la nueva sociedad que se desarrolla ya en el seno de la vieja sociedad.

Ilustremos esa forma de enfocar la problemática en relación a los problemas centrales del mundo de hoy.

Las compañías transnacionales dominan sectores cada vez más amplios del mercado mundial, representan una forma cualitativamente superior de centralización internacional del capital. Eso conduce a una internacionalización cada vez más amplia de la lucha de clases.

Desafortunadamente, la burguesía internacional tiene en ese sentido mucho más preparación y una actuación mucho mas cohesionada que la clase trabajadora. Fundamentalmente para la clase obrera y el movimiento obrero no hay más que dos respuestas posibles a las actuaciones de las transnacionales: o un repliegue hacia el proteccionismo y la defensa de la llamada “competitividad nacional”, es decir, la colaboración de clases con la patronal de cada país y el gobierno de cada país, contra “los japoneses”, “los alemanes”, “los mexicanos”, es decir por explotadores y explotados todos juntos; o la solidaridad con los obreros de todos los países contra todos los explotadores internacionales e nacionales.

En el primer caso, se abre una espiral inevitable de reducción de los salarios, de la protección social, de las condiciones de trabajo en todo los países, porque las transnacionales pueden siempre explotar un país con salarios mas bajos, transferir la producción de una fabrica allá o chantajear al movimiento obrero para hacer concesiones de antemano.

En el segundo caso, hay al menos la posibilidad de una espiral ascendente que progresivamente aumente los salarios y la protección social de los países menos desarrollados, reduciendo las diferencias de bienestar de un modo positivo.

Esta segunda forma de reaccionar no se opone de ninguna manera al desarrollo o a la creación de empleos en los países del Tercer Mundo. Implica si, otro modelo de de desarrollo, no orientado hacia las exportaciones de bajos salarios, sino orientado hacia la ampliación del mercado nacional, hacia la satisfacción de las necesidades elementales del pueblo.

La lucha por esta respuesta internacionalista a la ofensiva de las compañías transnacionales, necesita desde hoy concretar iniciativas comunes a nivel sindical, especialmente a nivel de delegados combativos, críticos, independientes, de base, en todas las fábricas del mundo trabajando para la misma transnacional o en la misma rama industrial. Eso ya se inició de manera todavía muy limitada pero real; el proyecto del Mercado Común Norteamericano, la tentativa de transformar a México en una vasta zona maquiladora, abre el camino a esta respuesta y esto puede extenderse al conjunto de América Latina como respuesta a la llamada “Iniciativa de las Américas”.

De otro lado, los llamados nuevos movimientos sociales no hacen más que traducir la angustia de amplias capas sociales abandonadas por la dinámica del capitalismo tardío. Esta dinámica implica el peligro que esas capas se despoliticen cada vez más y puedan constituir una base social para ataques derechistas, incluidos neofascistas contra las libertades democráticas. Toda política de “contrato social”, de consenso seudo-realista con la burguesía produce la impresión que no hay opciones políticas fundamentales y fortalece ese peligro. Por eso es vital que el movimiento obrero establezca una alianza estructural con los marginados, organizándolos, facilitando su auto-organización, defendiéndolos, instándolos a conquistar la dignidad y la esperanza.

En todos estos terrenos hay que operar de forma no dogmática, actuando sin la visión de poseer la verdad absoluta, la respuesta definitiva. La construcción del socialismo es un inmenso laboratorio de experiencias nuevas todavía indefinidas. Se debe aprender de la práctica, en primer lugar de la práctica de las mismas masas. Por esa razón, debemos estar abiertos al diálogo y a la discusión fraternal en el seno de toda la izquierda, defendiendo con firmeza lo que son los principios de cada corriente, de cada organización.

En un sentido mas amplio debemos darnos cuenta que lo que está en juego hoy en el mundo es dramático: es literalmente la supervivencia física de la Humanidad. El hambre, las epidemias de miseria, las centrales nucleares, el deterioro del ambiente natural, todo es la realidad del viejo y del nuevo desorden capitalista mundial.

Cada año en el Tercer Mundo 16 millones de niños mueren de hambre o de enfermedades perfectamente controlables. Eso es igual al 25 por ciento de todos los muertos de la Segunda Guerra Mundial., incluido Auschwitz e Hiroshima. Cada cuatro años se vive una guerra mundial contra los niños, esa es la realidad del imperialismo y el capitalismo hoy.

Esta realidad inhumana produce efectos ideológicos y políticos inhumanos. En el Nordeste de Brasil, la falta de vitaminas en la comida de los pobres ha producido una nueva capa de pigmeos, de hombres enanos que tienen una altura física reducida en treinta centímetros en promedio de los habitantes del país. Son ya millones, y la clase dominante y sus agentes llama “hombres-ratas” a esos desgraciados, con todo lo que implica esa deshumanización ideológica, semejante a aquella que desarrollaron los nazis.

Con la restauración gradual del capitalismo en Europa Oriental y en la ex URSS, toda esa barbarie, todo ese retroceso social comienza a reproducirse. La privatización de las grandes empresas en la ex URSS puede producir entre 35 y 40 millones de desocupados y una baja de los ingresos de los trabajadores del 40 por ciento.

El carácter emancipador del socialismo

El socialismo puede recuperar vigencia y credibilidad si está dispuesto a identificarse totalmente con la lucha en contra de esas amenazas. Eso supone tres condiciones:

La primera, es que bajo ninguna condición se subordine el apoyo a las luchas sociales de las masas a cualquier proyecto político, debemos de estar incondicionalmente al lado de las masas en todas sus luchas.

La segunda condición, es la propaganda y la educación entre las masas del objetivo global, de un modelo de socialismo que integra las principales experiencias y formas de conciencia nueva de las últimas décadas.

Debemos defender un modelo de socialismo que sea totalmente emancipador en todos los terrenos de la vida. Ese socialismo debe ser autogestionario, feminista, ecologista, radical-pacifista, pluralista, extendiendo cualitativamente la democracia, internacionalista, pluripartidista. Pero es decisivo que sea emancipatorio para los productores directos.

Esto es irrealizable sin la desaparición progresiva del trabajo asalariado, sin la desaparición progresiva de la división social del trabajo entre aquellos y aquellas que producen y aquellos que administran y acumulan. Los productores deben tener el poder real de decidir como se produce, qué se produce, y como se utiliza una parte mayor del producto social. Ese poder debe ser conducido de manera plenamente democrática, es decir, debe expresar las convicciones reales de las masas. Eso es irrealizable sin pluralidad de partidos, sin posibilidad de las masas de escoger entre diversas variantes concretas de los objetivos centrales del plan económico y, además, esto es irrealizable sin la reducción radical de la jornada y la semana de trabajo.

Hay prácticamente un consenso sobre el peso cada vez más amplio de la corrupción y de la criminalización en la sociedad burguesa y en las sociedades postcapitalistas en desaparición. Pero se debe entender que ello está estructuralmente ligado al peso del dinero en la sociedad. Es utópico, es irrealista, esperar la moralización de la llamada sociedad civil y del Estado, sin la reducción radical del peso del dinero y de las economías de mercado.

No se puede defender una visión coherente del socialismo, sin oponerse de manera sistemática al egoísmo y a la búsqueda de ganancias individuales a pesar de todas las consecuencias para la sociedad en su conjunto, la prioridad debe ser la solidaridad y la cooperación. Y eso presupone, precisamente, una reducción decisiva del peso del dinero en la sociedad.

La tercera condición, es el rechazo total de parte de los socialistas-comunistas a toda práctica sustituista, paternalista, verticalista. Nosotros debemos reflejar y transmitir la principal contribución de Marx a la política: la liberación de los trabajadores no puede ser más que la obra de los trabajadores mismos. No puede ser obra de Estados, gobiernos, partidos, dirigentes supuestamente infalibles, o de expertos de cualquier tipo.

Todos estos órganos son útiles, incluso indispensables en el camino de la emancipación, pero no pueden hacer más que ayudar a las masas a liberarse, no sustituirlas. No es solamente inmoral, es impracticable intentar asegurar la felicidad de la gente contra sus propias convicciones. Esa es una de las principales lecciones que se puede sacar del derrumbe de las dictaduras burocráticas en Europa Oriental en la ex URSS.

La práctica de los socialistas y comunistas debe ser totalmente conforme a sus principios. No debemos justificar ninguna práctica alienadora u opresiva. Debemos en la práctica realizar lo que Marx llamaba imperativo categórico de luchar por derrotar las condiciones en las cuales los seres humanos son enajenados y humillados. Si nuestra práctica es conforme a ese imperativo, el socialismo recuperará una formidable fuerza y legitimidad política que lo hará invencible.

****

La economía de Ernest Mandel, ayer y hoy

Michel Husson

A l´encontre, 13-7-2020

Correspondencia de Prensa, 15-7-2020

Traducción de Ruben Navarro

Un cuarto de siglo después de la muerte de Ernest Mandel (el 20 de julio de 1995), este artículo no pretende ser un homenaje. En el espíritu del marxismo vivo, como fue el suyo, nos limitaremos preferentemente a mostrar cómo sus escritos económicos siguen siendo actuales y esbozaremos las interrogantes, anteriores o actuales, que los mismos plantean. (1)

La difusión del marxismo

Mandel desempeñó un papel clave en la difusión de un marxismo liberado de los oropeles estalinistas, preocupado siempre por establecer un vínculo entre el análisis económico y la acción militante. Su primera contribución importante fue el Tratado de Economía Marxista, publicado en 1962. Esta síntesis tuvo una amplia difusión internacional y contribuyó a la renovación de un marxismo vivo, ansioso de integrar los últimos acontecimientos. El capítulo XI sobre las crisis periódicas es un claro ejemplo de ello: Mandel ya esboza una síntesis entre las teorías basadas en el sub consumo y la desproporcionalidad, refiriéndose a las contribuciones de economistas como Harrod, Kuznets, Samuelson, Goodwin, Kalecki y Joan Robinson. Aunque las encuentra “demasiado simplificadas”, estima que “siguen constituyendo un material importante”.

En 1963, Mandel dio una serie de conferencias durante un fin de semana de formación organizado por la Federación parisina del PSU (Parti Socialiste Unifié – Partido Socialista Unificado). Esas conferencias dieron lugar a un folleto, “Iniciación a la teoría económica marxista”, que luego será reeditado varias veces. Aunque obviamente merecería ser actualizado, se trata de un texto notable, extremadamente pedagógico e ilustrativo de la constante preocupación de Mandel por tender puentes entre la teoría más exigente y la formación de los militantes.

En 1967, Mandel publicó “La formación del pensamiento económico de Karl Marx”. Uno de los principales propósitos de este libro era el de dar a conocer una de las obras fundamentales de Marx -los Grundrisse- antes incluso de que la primera traducción francesa, la de Roger Dangeville, fuera publicada. Hay que leer, en particular, el capítulo sobre la “dialéctica del tiempo de trabajo y del tiempo libre”, que es una introducción perfecta al tema de la reducción del tiempo de trabajo.

Queda así claro que Mandel buscaba difundir el pensamiento económico de Marx, con el objetivo constante de proponer una versión no dogmática del mismo. Por lo tanto, no es casual que se le haya pedido la redacción del prefacio de la edición inglesa del Capital (Penguin), lo que permite medir la notoriedad de Mandel en el mundo anglosajón. Lamentablemente, esas introducciones a los tres libros de El Capital no fueron publicadas en francés, aunque han sido traducidas al español y reunidas en un libro titulado “El Capital. Cien Años de Controversias En Torno a la Obra de Karl Marx” que constituye una introducción excelente a la obra cumbre de Marx.

El problema de la “transformación”

Podemos, por ejemplo, citar un pasaje dedicado al problema de la transformación de los valores en precios. Este problema teórico tiene su importancia porque abrió las puertas a una crítica de la teoría del valor de Marx: habría una contradicción insuperable entre el Libro I del Capital (los valores son proporcionales al gasto del trabajo) y el Libro III (los precios son proporcionales al capital adelantado).

La respuesta de Mandel consiste en rebatir la hipótesis fundamental de los críticos de Marx, según la cual los precios de producción de los insumos (inputs, lo que entra en producción) son idénticos a los precios de producción (outputs, lo que se produce): “los insumos de los ciclos de producción actuales son datos conocidos al principio del ciclo, y que no tienen un efecto retroactivo en la perecuación de la tasa de ganancia entre las diferentes actividades industriales durante ese ciclo”. Basta con considerar que también se calculan en precios de producción y no en valores, pero que estos precios de producción son el resultado de la perecuación de las tasas de ganancia durante el ciclo anterior, y que desaparecen todas las incoherencias (…) Los precios de producción de las materias primas, como los de todos los insumos utilizados en la producción (…) son el resultado de la perecuación de las tasas de ganancia que tuvo lugar en el período anterior” (véase el fragmento “El problema de la transformación”, traducido por el autor de este artículo). En pocas palabras, fue presentada la solución. Pero, curiosamente, Mandel no insistió en ello: en la obra colectiva “Ricardo, Marx, Sraffa”, sólo trata el problema de la transformación desde el punto de vista del papel que juegan el oro y el dinero.

La trayectoria del capitalismo

Los resultados del capitalismo de posguerra (bajo desempleo, crecimiento del poder adquisitivo) iban en contra de las tesis sobre el declive inevitable o sobre la pauperización del proletariado defendidas por los economistas estalinistas. Para analizar esta nueva configuración, Mandel habló de neocapitalismo (un término que luego rechazaría) y comenzó a utilizar la idea de onda larga.

Ya en 1963 -en su ya mencionada “Iniciación a la Teoría Económica Marxista”- Mandel se refiere a Kondratieff y luego subraya que “la onda larga que comenzó con la Segunda Guerra Mundial y en la que todavía estamos -digamos la ola de 1940-1965 o 1940-1970- se ha caracterizado, por el contrario, por la expansión”. Ésta permite “un aumento tendencial del nivel de vida de los trabajadores”. Existe, pues, una previsión clara del cambio de rumbo que se va a producir, la que será explicitada en un notable artículo publicado en 1964 en Les Temps Modernes, llamado “El apogeo del neocapitalismo y su porvenir” (“L’apogée du néo-capitalisme et ses lendemains”), en el que Mandel predecía el próximo fin de la expansión de posguerra, la que todavía no había recibido el nombre de los “Treinta gloriosos”.

Con la teoría de las ondas largas, Mandel retoma las elaboraciones de principios del siglo XX, sobre todo las de Parvus y Trotsky. Reproducimos a continuación la curva original del artículo (2) de Trotsky de 1923 y su transcripción en francés. Ahí ya se esboza la idea clave de la teoría de las ondas largas, a saber, que el capitalismo atraviesa períodos históricos: “20 años de desarrollo capitalista muy gradual (A-B); 40 años de ascenso firme (B-C); 30 años de crisis prolongada y de declive (C-D)” y Trotsky señala que no se trata de ciclos, como piensa erróneamente Kondratieff, porque “su carácter y duración no están determinados por el juego interno de las fuerzas capitalistas, sino por las condiciones externas que constituyen la base de su desarrollo”.

La tasa de ganancia

Mandel se refirió siempre a la formulación clásica de la ley de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, lo que puede verse, por ejemplo, en su texto “Variables parcialmente independientes y lógica interna en el análisis marxista clásico”: “el aumento de la composición orgánica del capital conduce a una tendencia a la disminución de la tasa media de ganancia (…) A largo plazo, la tasa de plusvalía no puede aumentar en proporción a la tasa de aumento de la composición orgánica del capital, y la mayor parte de las contratendencias tienden, al menos periódicamente (y también a muy largo plazo), a ser suplantadas a su vez”.

Esta formulación tradicional es, sin embargo, discutible, porque el aumento incuestionable de la composición física del capital (el número de “máquinas” por trabajador) no conduce necesariamente a un aumento de la composición orgánica (en términos de valor), porque entre ambos se encuentra la productividad del trabajo. Como quiera que sea, el proceso de desarrollo de las ondas largas tiene algo que ver con la tasa de ganancia. Pero esto no significa que la fase expansiva se inicie automáticamente en el momento en que la tasa de ganancia alcanza un cierto punto. Es una condición necesaria pero no suficiente. La forma en que se recobra la tasa de ganancia debe dar, al mismo tiempo, una respuesta adecuada a otras cuestiones, como la relativa a la realización del producto.

La tasa de ganancia es, sin embargo, un buen indicador sintético de la doble temporalidad del capitalismo, como insistía Mandel. El establecimiento de un orden productivo coherente significa mantenerlo a un nivel alto y más o menos “garantizado”. Al cabo de cierto tiempo, la interacción de las contradicciones fundamentales del sistema degrada esta situación y la crisis aparece siempre y en todas partes marcada por una baja significativa de la tasa de ganancia. Ésta refleja la doble incapacidad del capitalismo para reproducir el grado de explotación de los trabajadores y para asegurar la realización de las mercancías, más que una tendencia al alza en la composición orgánica del capital. Es así entonces que nos parece útil reformular la ley de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia: la tasa de ganancia no disminuye de manera continua, pero los mecanismos que la impulsan hacia abajo terminan siempre prevaleciendo sobre lo que Marx llamaba las contratendencias. El giro es endógeno, por lo que la exigencia de una reestructuración del orden productivo reaparece periódicamente.

En todo caso, Mandel nunca hizo de esta ley el alfa y omega de la explicación de las crisis. En el capítulo de su libro “La crisis: 1974-1982”, dedicado a esta cuestión, Mandel enumera las causas invocadas por varias escuelas marxistas: “¿La sobreacumulación de capital? Sin duda alguna (…) ¿El subconsumo de las masas? Sin duda alguna (…) ¿La anarquía de la producción y la desproporción entre las diferentes ramas? Sin duda alguna (…) ¿La caída de la tasa de ganancia? Sin duda alguna”. En cuanto a este último enfoque, aclara: “pero no en el sentido mecanicista del término, que sugiere una cadena causal rectilínea”. Mandel rechaza pues claramente cualquier explicación mono causal de la crisis y en particular, la tendencia a la baja de la tasa de ganancia que, para algunos marxistas, es una garantía de ortodoxia.

¿En qué onda nos situamos?

Es lógico que nos planteemos la pregunta de dónde estamos. Nuestra respuesta es que todavía estamos en la onda larga recesiva iniciada con la recesión generalizada de 1974-75 y luego con la recesión de 1981-82. Esto requiere varias precisiones.

La primera es que la teoría de Mandel nunca postuló que cada onda larga debía durar entre 25 y 30 años. Por supuesto, así fue más o menos en el pasado, pero esto no significa que ésa deba ser la regla, simplemente porque las ondas largas no son ciclos. Es absolutamente necesario rechazar esa asimilación errónea, que aparece por ejemplo, en los escritos de Robert Boyer, uno de los fundadores de la llamada escuela de regulación: “no podemos conformarnos con la interpretación más bien mecánica propuesta por N.D. Kondratief, recientemente retomada por E. Mandel, que representa la historia del capitalismo como la sucesión de olas de fuerte acumulación y luego de débil acumulación que duran aproximadamente un cuarto de siglo (…) Ningún principio teleológico permite garantizar ni la sucesión mecánica de fases ascendentes y luego descendentes, ni el paso automático de un régimen de acumulación principalmente extensivo a un régimen de acumulación principalmente intensivo”. (3)

Se trata de un grave error de lectura que debe compararse con lo que Mandel explicó en la primera versión de su libro sobre las ondas largas en 1980: “La aparición de una nueva onda larga expansiva no puede, por lo tanto, considerarse como un producto endógeno -más o menos espontáneo, mecánico, autónomo- de la onda larga depresiva precedente, cualquiera que sea la duración y gravedad de esta última. No son las leyes de desarrollo del capitalismo, sino los resultados de la lucha de clases durante todo un período histórico los que determinan ese vuelco decisivo. En otras palabras, nuestra tesis es la siguiente: el desarrollo histórico pasa por una dialéctica de factores objetivos y subjetivos, en la que los factores subjetivos se caracterizan por una relativa autonomía. No están directa e inevitablemente predeterminados por lo que ha sucedido anteriormente en cuanto a las tendencias fundamentales de la acumulación del capital, las tendencias del cambio tecnológico, o el impacto de estas tendencias en el proceso de organización del trabajo en sí mismo”.

O para resumir: “las ondas largas son más que simples movimientos de alza o de baja en la tasa de crecimiento de las economías capitalistas. Son, en el profundo sentido de la palabra, períodos históricos específicos”.

Desde este punto de vista debemos analizar la trayectoria del capitalismo desde el giro de los años 1980. Es cierto que la tasa de ganancia se recuperó, en todo caso hasta la crisis de 2008, pero eso no es suficiente. En efecto, nada es más ajeno a la teoría que el hecho de postular que basta con alcanzar cierto punto de rentabilidad para iniciar una nueva fase expansiva. La novedad es que esta recuperación de la tasa de ganancia (con la que discrepan algunos autores marxistas) no fue acompañada de una reanudación de la acumulación, del crecimiento o del aumento de la productividad. Este último punto es, en nuestra opinión, de suma importancia: la desaceleración o incluso el agotamiento de las mejoras en la productividad es el indicador más significativo de una pérdida de dinamismo del capital.

Ahora bien, esos aumentos de productividad son posibles gracias a la introducción de considerables innovaciones tecnológicas. En la teoría de las ondas largas, existe un vínculo orgánico entre la sucesión de las ondas largas y la de las revoluciones científicas y técnicas, pero esta relación no puede reducirse a una visión inspirada en la de Schumpeter, en la que la innovación sería en sí misma la clave para la apertura de una nueva onda larga. Desde este punto de vista, los cambios vinculados a las nuevas tecnologías constituyen sin duda un nuevo “paradigma técnico-económico”, pero esto no basta para fundar una nueva fase expansiva. Ese es precisamente el debate sobre el estancamiento secular, que se basa en la observación de que las innovaciones significativas en todos los ámbitos no generan aumentos de la productividad.

La automatización

Hay quienes se imaginan que las nuevas tecnologías implican un potencial de aumento de la productividad, lo que también implicaría una gran reducción del empleo. Suponiendo que este pronóstico fuera cierto, habría que interrogarse sobre el modelo social asociado a estas transformaciones. Sobre ese punto, conviene referirse a un texto clave de Mandel, escrito en 1986: “Marx, la crisis actual y el futuro del trabajo humano”. Mandel presenta un cuadro muy pesimista -pero bastante premonitorio- de los efectos de la automatización capitalista, evocando la perspectiva de una “sociedad dual que dividiría al proletariado actual en dos grupos antagónicos: los que siguen participando en el proceso de producción de la plusvalía, es decir, en el proceso de producción capitalista (con tendencia a la reducción de los salarios); los que son excluidos de este proceso, y que sobreviven por todos los otros medios que no sean la venta de su fuerza de trabajo a los capitalistas o al Estado burgués: asistencia social, aumento de las actividades ‘independientes’, campesinos dispersos o artesanos, retorno al trabajo doméstico, comunidades lúdicas’, etc. , y que compran mercancías capitalistas sin producirlas. Una forma transitoria de marginalización del proceso productivo ‘normal’ se encuentra en el trabajo precario, el trabajo a tiempo parcial, el trabajo no declarado, formas que afectan particularmente a las mujeres, los jóvenes, los inmigrantes, etc.”

Mandel y el coronavirus

Este anacronismo es deliberado: con él pretendemos subrayar el hecho de que el interés de los trabajos económicos de Mandel no sólo radica en los análisis que aportan, sino también en las herramientas metodológicas que nos brindan. Por eso su lectura, o relectura, sigue siendo útil un cuarto de siglo después de la desaparición de Mandel. La teoría de las ondas largas se basa en gran medida en la distinción entre factores endógenos (que se refieren al funcionamiento “normal” del sistema y a sus contradicciones internas) y factores exógenos (que en cierto modo son externos al sistema). Mandel dedicó gran parte de sus reflexiones a esta distinción, y nos referimos aquí al texto de Francisco Louçã, “Ernest Mandel y el pulso de la historia” (“Ernest Mandel et la pulsation de l’histoire”).(4) Pero esta discusión sigue siendo de actualidad: ¿Debemos considerar la crisis del coronavirus como una crisis exógena o no? En un reciente artículo (5), Philippe Légé responde positivamente a esta pregunta.

Todos los impactos exógenos infligidos al capitalismo no le brindan, sin embargo, la posibilidad de alcanzar una nueva fase expansiva. Desde luego, el capitalismo tendrá que reaccionar para volver a los negocios como de costumbre (“business as usual”). Su objetivo, obviamente, será el de restablecer la tasa de ganancia, ya que ése es su único barómetro. Salarios y gastos sociales congelados o recortados, automatización acelerada, reducción de los efectivos: vemos claramente hacia dónde se dirige la recuperación. Pero estas reacciones, que son en cierta medida reflejos propios al capitalismo, no atenuarán en modo alguno las contradicciones que ya existían antes de que estallara la crisis.

Tenemos, una vez más, que recurrir a la contribución de Mandel: para que se genere una ola expansiva, no basta con la recuperación de la tasa de ganancia o con que aparezcan innovaciones tecnológicas. Se debe establecer un orden productivo que asegure las condiciones para la reproducción del sistema. Sin embargo, estas condiciones no se dan ahora por una razón que es esencial desde nuestro punto de vista, a saber, el agotamiento de las mejoras de la productividad. Sin poder recobrar la que es su fuerza propulsora y fuente de una relativa legitimidad, el capitalismo está condenado a una reproducción inestable y fundamentalmente antisocial. Esto era cierto antes del coronavirus, es aún más cierto después.

Notas

(1) Las referencias a los textos de Mandel con (en la mayoría de los casos) los links respectivos, pueden consultarse en la página siguiente: Hussonet, Ernest Mandel. Textos en francés, en inglés y en castellano.

(2) Léon Trotsky, «La courbe du développement capitaliste», 1923 ; Critiques de l’économie politique, n° 20, abril-junio, 1975.

(3) Robert Boyer, «La crise actuelle: une mise en perspective historique», Critiques de l’Economie Politique, nouvelle série n°7-8, 1979.

(4) Publicado en “El marxismo de Ernest Mandel” (Actuel Marx-PUF, París, febrero de 1999), con textos de varios autores y dirigida por Gilbert Achcar. (Redacción Correspondencia de Prensa)

(5) Philippe Légé, «Une crise mixte aux conséquences décisives», junio de 2020.

****

Ernest Mandel: la misión del enlace

Miguel Romero

Viento Sur, octubre 2005

¿Está viva la obra de Mandel en este primer curso del siglo XXI, tan diferente del futuro que orientó sus luchas y sus sueños? ¿Qué pueden encontrar en ella quienes, coincidiendo o no con la corriente política en la que Mandel militó, buscan ahora respuestas a los desafíos de la emancipación humana, de la revolución socialista, que constituyeron la energía y el horizonte de su vida y su obra?

Cuando se cumplen diez años de la muerte de Ernest Mandel, el homenaje, por justificado que sea, debe ceder el lugar al debate y leer a Mandel es la condición para un debate serio sobre sus ideas. La reedición en este libro de dos de sus últimos textos [este escrito es el prólogo al libro Ernest Mandel. El lugar del marxismo en la historia y otros textos, de inmediata publicación en Los libros de la Catarata] es una buena noticia para quienes creemos que, efectivamente, Ernest Mandel es un pensador revolucionario vivo. Estas notas quieren ser una invitación a su lectura.

No existe afortunadamente un “mandelismo” canónico, mérito que hay que atribuir en primer lugar al propio Mandel, que detestaba el patético caudillismo de tantas organizaciones de izquierda. Hay pues motivaciones y razones muy distintas entre quienes pensamos que Mandel sigue siendo una imprescindible referencia intelectual y militante.

Yo lo veo como un enlace entre dos siglos, la persona que pasó el testigo en el más difícil relevo de la trayectoria de una de las corrientes revolucionarias de nuestra época, a la que Daniel Bensaid, que formó parte del “equipo” de Ernest Mandel, ha llamado, con pudor autobiográfico, “un cierto trotskismo”: “El hundimiento del `socialismo realmente existente´ ha liberado a la nueva generación de los antimodelos que envenenaban el imaginario y comprometían la propia idea del comunismo. Pero la alternativa a la barbarie del Capital no se diseñará sin un balance profundo del siglo terrible que ha terminado. Al menos en este sentido, un cierto trotskismo, o un cierto espíritu de los trotskismos no está superado. Su herencia, sin normas de uso, es sin duda insuficiente, pero no menos necesaria para deshacer la amalgama entre estalinismo y comunismo, liberar a los vivos del peso de los muertos y pasar la página de las desilusiones” [1]. Para este camino, “al menos”, Mandel es una buena compañía.

Mandel fue un hombre muy valeroso, en la acción, como muestra su biografía en la entrevista con Tariq Alí incluida en este libro, pero también en el pensamiento. Arriesgaba mucho, hasta la temeridad en los análisis, en los pronósticos y hasta en la elección de sus temas de trabajo: así pudo escribir una “teoría marxista de la burocracia” -su penúltimo libro, El poder y el dinero [2]- en medio de la crisis terminal de la antigua URSS, y sin esperar siquiera a la conclusión del régimen del Gorbachov.

Era, por encima de todo, un militante. Pensaba, hablaba, escribía … para intervenir sobre la realidad, para ayudar a sus camaradas a comprenderla y a actuar sobre ella. Por eso trabajaba en caliente, un paso, y a veces más de uno, por delante del presente, en un territorio peligroso.

Éste es el riesgo de la misión del enlace, sometido a las tensiones de las dos épocas que definen su trayectoria, entre la necesidad de transmitir una herencia y la necesidad de mantenerla viva en relación con la nueva etapa, cuyos perfiles apenas ve esbozados.

_____________

“De omnibus dubitandum”, “dudar de todo”: a Mandel le gustaba recordar este lema de Marx. Y lo aplicó más sistemáticamente de lo habitual en un dirigente político.

Mandel no fue un doctrinario. Pero fue un hombre de “respuestas”. Consideraba que una organización política revolucionaria, especialmente en una época de desconcierto y desesperanza, tenía que basarse en “respuestas”, sometidas al debate, a la crítica y a la rectificación, pero con categoría de puntos de referencia estables. Y quienes buscan y dan respuestas son quienes cometen errores; las preguntas siempre tienen, o pueden reclamar, la inocencia.

Hay, por supuesto, errores de diversa naturaleza la obra de Mandel; cada lector o lectora destacará unos u otros, según sus propias ideas. Es absurdo hacer una lectura talmúdica de Mandel. Necesita la metodología de “apropiación crítica” que él consideraba constitutiva del marxismo, como puede leerse en “El lugar del marxismo en la historia”, y que a su vez aplicó al estudio de sus maestros, como puede verificarse en el balance crítico de la política bolchevique en “Octubre de 1917: Golpe de Estado o revolución social”.

_____________

“La gran fuerza de atracción intelectual del marxismo reside en que permite una integración racional, completa y coherente de todas las ciencias humanas, sin equivalente conocido (…) El marxismo es la ciencia del desarrollo de la sociedad humana, es decir, a fin de cuentas, la ciencia de lo humano, punto” [3]. He aquí una “respuesta” típica de Mandel. No particularmente atractiva en estos tiempos, hay que reconocerlo. Pero sobre todo, tomada literalmente, una respuesta que cerraría el debate, la investigación y la autocrítica. Nada de esto se corresponde con su trayectoria intelectual y política. Intentaré una interpretación del significado de esta sentencia.

Mandel estaba convencido de que: “Sólo una teoría basada científicamente y capaz de comprender la realidad puede ser un arma eficaz en el combate por la transformación socialista de la sociedad”. Pero esta tesis no le conducía a una visión apologética del marxismo, sino a una extraordinaria autoexigencia: “Un control severo de las fuentes y de los hechos; la disposición a verificar de nuevo cada hipótesis de trabajo, desde el momento en que tendencias contradictorias parecen aparecer o aparecen realmente; un despliegue ilimitado de la libertad de crítica más amplia y, por ello mismo, la necesidad de pluralismo científico e ideológico: éstas no son solamente componentes del método marxista, son por decirlo así condiciones previas necesarias para que el marxismo puede alcanzar su pleno desarrollo (…) Un seudomarxismo que sacrifica la autocrítica pública despiadada, la expresión pública de la verdad, incluso muy cruel, a no se sabe qué `exigencias prácticas´ es indigno, no solamente de la dimensión científica del marxismo, sino también de su dimensión liberadora. Es también, a largo plazo, totalmente ineficaz”.[4]

Este enfoque, que es incompatible con una idea cerrada y autosuficiente de la teoría, caracteriza el trabajo intelectual de Mandel, especialmente, sus dos obras maestras como científico social: El capitalismo tardío [5] y Las ondas largas del desarrollo capitalista [6]. Su objetivo en ellas no era, simplemente, actualizar el conocimiento de las leyes de desarrollo del modo de producción capitalista en las condiciones generales del último tercio del siglo XX. Para Mandel se trataba, como dice Francisco Louça [7], de “incorporación de la historia a la vida económica real, es decir, a la economía política (o la economía como “ciencia moral”) en sentido clásico”, en definitiva, la continuación del propio programa de El Capital. Louça añade: “De lo que trata es de procesos y no de equilibrios, cambios en vez de continuidad, dialécticas y no causalidad circular, determinación en vez de determinismo”. Éste es el sentido, y el contenido fundamental, creo yo, de la “integración coherente” que buscaba Mandel, necesaria para intentar comprender el movimiento real de la vida económica, una comprensión sin la cual la transformación del mundo es imposible.

La “apropiación” de los estudios de Mandel, particulamente de esas obras excepcionales, debe ser crítica. Hay en ellas muchas ideas que hoy resultan perfectamente válidas, e incluso aparecen como anticipaciones (por ejemplo, lo fundamental de su análisis de “la naturaleza específica de la tercera revolución tecnológica”, que entre otros aspectos, establece la dinámica de la dualización de la sociedad como un elemento estructural, consecuencia de la incapacidad del capitalismo para impulsar una nueva fase expansiva).

Otras ideas me parecen más discutibles (por ejemplo, alguna de las consideraciones sobre cómo el Estado en el capitalismo tardío responde a las crecientes dificultades para la valorización del capital: “(…) una tendencia en el capitalismo tardío hacia el aumento no sólo de la planificación económica del Estado, sino también de la socialización estatal de los costos (riesgos) y pérdidas en un número cada vez mayor de procesos productivos. Hay por lo tanto una tendencia inherente bajo el capitalismo tardío a que el Estado incorpore un número cada vez mayor de sectores productivos y reproductivos dentro de las condiciones generales de producción que el mismo Estado financia. Sin esta socialización de los costos, estos sectores no serían ni remotamente capaces de responder a las necesidades del proceso de trabajo capitalista” [8]. La “socialización de costos” ha ido fundamentalmente por otros caminos (gigantescas subvenciones a los procesos de reconversión, de producción y de inversión y comercio exterior; privatizaciones con alta rentabilidad garantizada…) que entran con dificultad en este diagnóstico.

_____________

Se ha calificado a Mandel, justamente creo yo, como un “marxista clásico”, aludiendo a la profundidad de sus raíces en la obra fundacional de Marx y Engels, pero también a su cultura militante, a su concepción de la revolución y de la vida. Tiene razón Gilbert Achcar cuando dice: “… si el `retorno a Marx´ debe ser considerado como el rasgo característico del marxismo moderno, Ernest Mandel es el más actual de los marxistas de la última época. La parte principal de su obra se basa, en efecto, sobre una reapropiación y una actualización directas del marxismo original” [9].

En este sentido, me parece especialmente significativo recordar lo que Mandel consideraba el “anclaje materialista” del viejo proyecto socialista, la “principal contribución” de Marx a la causa de la emancipación humana: “… los movimientos radicales de emancipación sólo pueden tener éxito si se vinculan no sólo con intereses específicos de clase, sino también con una situación específica de clase que permita a la clase llevar a cabo la transformación radical de la sociedad. Que se lo permita en el sentido económico de la palabra, es decir, que disponga del poder necesario para ello. Que se lo permita en el sentido político-sociológico de la palabra, en la medida en que muestre, al menos periódicamente, la inclinación a ello” [10].

Mandel consideraba que esta tesis tenía carácter científico, en el sentido más fuerte de la palabra. Su validez debía demostrarse empíricamente en dos sentidos: la existencia de una fuerza social cuyos intereses materiales coinciden con el proyecto socialista y la acción social efectiva de esta clase, movida por esos intereses, en esa orientación.

Llevaba muchos años trabajando en lo que llamaba “los grandes ciclos de la lucha de clases” desde mediados del siglo XIX y sus relaciones con las ondas largas del capitalismo. Su punto de partida, como en las ondas largas, era un material empírico que admitía un interpretación cíclica: época de ascenso hasta 1848; caída posterior hasta la derrota de la Comuna en 1871; segundo ciclo ascendente desde 1890 hasta la época de la victoria de la revolución rusa en 1917; nuevo declive hasta la ofensiva del nazismo en la II Guerra Mundial; nuevo ascenso en la inmediata posguerra hasta la victoria de la revolución en Yugoeslavia, pero con una estabilización del capitalismo en Europa, Japón y EE UU; posteriormente, estancamiento de «las luchas en el hemisferio occidental y desarrollo de movimientos de liberación nacional en países del Sur; en fin, nuevo ascenso en 1968, con la particularidad de que no puede apoyarse en ninguna victoria revolucionaria.

Mandel rechazaba todo determinismo objetivista en sus estudios sobre las ondas largas del capitalismo y, con más razones aún, en estos estudios sobre los ciclos de las luchas sociales. Lo que intentaba comprender es lo que llamaba la “dialéctica del factor objetivo y del factor subjetivo de la historia”, entre “la tendencia a la rutina cotidiana de la vida proletaria y las rupturas periódicas hacia grandes enfrentamientos de clase”. No está nada claro en qué puede consistir tal “dialéctica”. Pero queda por ver qué hay sobre estos temas en los archivos de textos no publicados de Mandel, probablemente enormes. En todo caso, nos hemos perdido un debate apasionante entre Mandel y, por ejemplo, Sidney Tarrow [11]. (La mayoría de los debates públicos de Mandel han tenido un carácter excesivamente “defensivo”: con Krasso, con Nove, con Bahro. En cambio hay debates que se echan en falta en su abundante producción polémica: con Bloch, al que sólo hace breves referencias; con Polanyi, a quien no sé si llegó a conocer personalmente; y, en especial, con dos de sus contemporáneos, Manuel Sacristán y Jean Marie Vincent, también marxistas abiertos, lúcidos e innovadores, cuyas aportaciones van en sentidos distintos, y a veces contradictorios con las de Mandel [12]).

_____________

Se ha criticado frecuentemente a Mandel por “obrerismo”. Creo que estas críticas tienen fundamento en cuanto a la sobrevaloración, hasta la mitificación, del papel político que atribuyó a la clase obrera industrial, al “obrero de la gran fábrica” (“…los trabajadores productivos de la industria (son) la vanguardia (del proletariado) (aunque) sólo en el sentido más amplio” [13].

Estamos ante un problema más político que teórico: los conceptos que utiliza Mandel de relaciones de producción (“todas las relaciones fundamentales entre hombres y mujeres en la producción de su vida material”), clase obrera (“la característica estructural que define al proletariado en el análisis marxiano del capitalismo es la obligación socioeconómica de vender su propia fuerza de trabajo” [14], “…de un modo más o menos continuo” [15], división social del trabajo en el capitalismo (“la división entre productores de plusvalía y todos aquellos que amplían o aseguran el proceso de expansión del capital”), no son “obreristas”, en absoluto.

Pero ese problema político tiene considerable importancia, porque creo que está en el origen de las dificultades de Mandel para comprender a los llamados “nuevos movimientos sociales”, especialmente, el ecologismo y el feminismo.

Hay que decir, muy en primer lugar, que sobre la necesidad de participar y apoyar las luchas de estos movimientos, Mandel no tuvo dudas, especialmente, cuando entraban en conflicto con las burocracias obreras (“La burocratización de las grandes organizaciones obreras ha aplastado el entendimiento de los intereses de clase en el sentido más amplio de la palabra y por eso los intereses de grupo, los intereses gremiales, es decir, la defensa del puesto de trabajo directo (…) pasan a un primer plano. La primera reacción del obrero de una gran empresa dedicada a producir máquinas para centrales nucleares es en estas condiciones frecuentemente no una reacción de clase, es decir configurada a partir de los intereses generales de la clase mayoritaria de esta sociedad (…) sino que su reacción es una reacción gremial en tanto que trabajadores de un determinado sector de producción cuyos puestos de trabajo se verían amenazados por una moratoria en la construcción de nuevas centrales nucleares” [16].

Pero sobre el papel político autónomo de estos movimientos, Mandel era, al menos, muy reticente. Por una parte, porque consideraba posible, e imprescindible, que el movimiento obrero asumiera los objetivos emancipadores de todos los movimientos sociales para poder expresar el “interés general” de la mayoría social frente al capitalismo; desde este punto de vista, consideraba que esa “autonomía” era innecesaria. Por otra parte, porque esa autonomía podía alejar a los movimientos del conflicto social fundamental sobre la propiedad de los medios de producción; en ese sentido, la consideraba potencialmente negativa.

A partir de las grandes luchas de los “nuevos movimientos” de la primera mitad de los años 80, y de la influencia que tuvieron en algunas de las organizaciones de la IV Internacional, Mandel fue considerando con creciente interés sus aportaciones. ¿Le faltó tiempo para aproximarse más a estos movimientos, especialmente “nuevos” para una persona de su generación? Así lo creo. Por ejemplo, en el plano teórico, los conceptos de “intereses específicos de clase” y “situación específica de clase” requieren una revisión marxista en esta época y un debate entre diversas corrientes de pensamiento crítico: Mandel debe ser una de las referencias para esa tarea.

_____________

Aunque hay una evolución notable del pensamiento de Mandel, no fueron nada frecuentes en él los cambios importantes y explícitos de opinión en cuestiones teóricas de fondo. Por eso, son especialmente recomendables los trabajos de Catherine Samary en los que realiza un balance minucioso y muy crítico de las ideas de Mandel sobre los problemas de la transición al socialismo, a la luz de la restauración capitalistas en la URSS [17].

Samary “descubre” un importante cambio de opinión de Mandel sobre el papel del mercado en las sociedades de transición, entre los puntos de vista que defendió en su conocida polémica con Alec Nove en la New Left Review entre 1986 y 1988 (en la cual definió a la democracia directa como sustitución del mercado en el sector socializado de la economía, en el cual no existirían ni moneda, ni precios, sino intercambio directo de valores de uso o de trabajo concreto), y los que escribiría dos años después, en un artículo con un título extraño tratándose de Mandel, “Plan o mercado: la tercera vía”: “De hecho la vía más eficaz y mas humana para construir una sociedad sin clases es un tema de experimentación y debe progresar por aproximaciones sucesivas. No hay buenos libros de `recetas´ para eso, ni la `planificación total´, ni el `socialismo de mercado” [18]. Los elementos que debían ser utilizados en esta experimentación son los que definió Trotsky: el plan, el mercado, la democracia, a los que Mandel añadío un cuarto elemento, muy querido por él: la reduccion radical del tiempo de trabajo, que debe suministrar el tiempo necesario para ejercer la democracia

_____________

“Un leninista con ligeras desviaciones luxemburguistas” [19]. A Mandel le gustaba, presumía puede decirse, definirse así. Sus ideas sobre la organización partidaria se corresponden bastante bien con esta definición. En cambio, sus ideas sobre el papel político de los movimientos de masas y su capacidad para descubrir y para crear, imprescindible para la acción política revolucionaria, y sobre las instituciones coherentes con la emancipación humana, le definirían mejor mejor intercambiando los términos: “un luxemburguista con ligeras desviaciones leninistas”. Pienso que fue en este área, especialmente en sus trabajos sobre la autoorganización y la autogestión, donde Mandel hizo las aportaciones políticas más importantes, más vivas y, ojalá, más duraderas.

Mandel publicó Control obrero, consejos obreros, autogestión [20] en 1970. En el clima vanguardista posterior al 68, donde el “partido” era la preocupación central de la izquierda revolucionaria, había que tener lucidez y coraje para proponer como eje de la estrategia emancipadora, precisamente, la autoemancipación de la clase obrera, y como sus medios fundamentales, las manifestaciones concretas de autoorganización: las múltiples variantes de “consejos”.

Con los años y con la durísima experiencia de los “Estados revolucionarios” que nos ha tocado vivir, Ernest fue haciéndose, en este sentido, más “luxemburguista”. Sus propuesta iban orientadas cada vez más a que la fuerza política estuviera donde está la fuerza social emancipatoria.

Esa es la base de la radicalidad democrática, que consideró un imperativo de la organización del poder político post-revolucionario,: “El ejercicio del poder político por las masas trabajadoras en el marco de la democracia consejista y del pluralismo de partidos políticos son precondiciones adicionales absolutas para la superación de la indiferencia, la apatía y la atomización política. Las masas trabajadoras han de obtener mediante la experiencia práctica la prueba de que son ellas realmente las que adoptan por sí mismas todas las decisiones importantes (…) la inmediata abolición de la división del trabajo entre productores y administradores, es decir, el inmediato ejercicio del poder administrativo y estatal, del `trabajo general´ por la masa de los trabajadores es la condición material objetiva previa para el desarrollo de la `conciencia general (…)” [21].

Ese es también el origen del papel fundamental que atribuyó a la reducción radical de la jornada de trabajo: “El verdadero dilema, que es la opción histórica fundamental a que está confrontada hoy la humanidad es el siguiente: o bien una reducción radical del tiempo de trabajo para todos –empezando por la media jornada o media semana de trabajo- o bien la perpetuación de la división de la sociedad entre los que producen y los que gestionan. La reducción radical del tiempo de trabajo para todos –que era la gran visión emancipadora de Marx- es indispensable, a la vez para adquirir por todos el saber y la ciencia, y para la autogestión generalizada (dicho de otro modo, un régimen de productores asociados). Sin esta reducción, esos dos objetivos son utópicos” [22].

Y esa es, en fin, la razón última del impulso libertario de su crítica al Estado: “Las víctimas humanas causadas por el terror estatal en el siglo XX son incomparablemente más numerosas que las causadas por el terror individual o la anarquía o los accidentes o no importa qué. En una sociedad escindida por intereses materiales antagónicos, toda tendencia a reforzar el Estado entraña la tendencia a reforzar el terror estatal, la violencia estatal y la arbitrariedad estatal (…). Sólo si el Estado se debilita y órganos de control social que no sean órganos estatales adquieren cualitativamente más poder que el que hoy tienen, sólo entonces podrán limitarse efectivamente los peligros de esta evolución arbitraria y basada en la violencia” [23].

Palabras que parecen dichas ahora mismo y que deben decirse ahora mismo.

_____________

En su testamento, Mandel llamó a la IV Internacional, “el sentido de mi vida”. No podía haberlo expresado mejor. Dedicó la mayor parte de sus muy considerables energías a construir la Internacional. En este esfuerzo no se permitió, y no permitía, ni la menor duda. La convicción sobre la necesidad de la tarea le permitió resistir a un muy modesto balance de resultados en términos de fuerzas e influencia política, a la terrible decepción por el curso de los acontecimientos en el Este, a la falta de perspectivas para las luchas y movimientos anticapitalistas en todo el mundo… Mandel llamaba “programa” a esta convicción. Otros preferimos llamarla de otra manera: compromiso militante, por ejemplo. En la práctica, viene a ser lo mismo.

Mandel ha desempeñado un papel determinante en la historia de la IV Internacional durante casi medio siglo. En esta larga etapa ha habido momentos de euforia y de amargura, de acuerdo y de conflicto, y orientaciones políticas diversas. No creo que tenga sentido intentar codificar una política “mandelista”. No sólo por los giros y rectificaciones inevitables en un período tan extenso y tan complejo. También porque Mandel no ejerció nunca de “gurú”, y aún con toda la autoridad moral que tenía, respetaba muchísimo las opiniones mayoritarias y no siempre coincidió con las políticas concretas de la Internacional.

Cualquier interpretación en este tema es puramente subjetiva. En la “forma de hacer política” de Mandel, yo valoro especialmente, en primer lugar, la radicalidad democrática también en la organización militante, tan distinta de los cuentos al uso sobre el “pluralismo”. Asimismo, la atención siempre despierta y esperanzada hacia el surgimiento de nuevos procesos de radicalización y la voluntad de convergencia con las organizaciones y corrientes que los encarnaban, desde el guevarismo al sandinismo, pasando por el PT brasileño: aqui especialmente, Mandel no admitía ningún apriori ideológico, sólo contaba la lucha real; en mi opinión, las decepciones y los errores acumulados no cambian la vigencia de este punto de vista. Finalmente, en el orden, no en la importancia, la construcción de la Internacional, de organizaciones políticas militantes internacionalistas, volcadas hacia la movilización social tan amplia y unitaria como sea posible, comprometidas por entero con el proyecto de la revolución socialista.

_____________

Se suele atribuir un optimismo desmedido a Mandel. No lo veo yo así. Especialmente desde comienzos de los años 80, había en él una preocupación enorme por el curso de los acontecimientos y por los problemas de la

Internacional. Pero donde la razón le metía en una encrucijada, salía de ella no con optimismo, sino con esperanza.

Esa esperanza, que forma parte de lo más valioso de su legado, estaba construida con dos materiales muy resistentes y, esta vez, nada “científicos”.

El primero es el compromiso con sus camaradas del pasado, no los “trotskistas”, sino todas las personas insumisas, rebeldes, revolucionarias de todas las épocas, las “generaciones vencidas” de Walter Benjamin.

El segundo es mucho más modesto, solamente una chispa: “Nosotros marxistas de la época de la lucha de clases entre el capital y el trabajo asalariado, sólo somos los representantes más recientes de esa corriente milenaria, cuyos orígenes se remontan a la primera huelga en el Egipto faraónico, y que, pasando por las innumerables sublevaciones de los esclavos en la Antigüedad y las revueltas campesinas en los viejos China y Japón, conducen a la gran continuidad de tradición revolucionaria de los tiempos modernos y del presente.

Esta continuidad resulta de la chispa inextinguible de la insubordinación a la desigualdad, a la explotación, a la injusticia y a la opresión, que se renueva siempre en la historia de la humanidad. En ella reside la certidumbre de nuestra victoria. Porque ningún César, ningún Poncio Pilatos, ningún emperador de derecho divino, ni ninguna inquisición, ningún Hitler, ni ningún Stalin, ningún terror, no ninguna sociedad de consumo han conseguido sofocar duraderamente esa chispa” [24].

Que así sea.

Madrid, 24 de julio de 2005

-Post-data: Quienes mantenemos un gran respeto por la hoja, o la pantalla de ordenador, en blanco, necesitamos a veces una presión externa para decidirnos a escribir, especialmente sobre temas que nos afectan personalmente. Así que puede decirse que he escrito este artículo gracias a la presión de mis amigos, colegas de la redacción y camaradas Josep Maria Antentas, Andreu Coll y Carlos Sevilla. Espero que este reconocimiento no sea una borrón en sus curriculum y sirva en cambio como una especie de dedicatoria.

Notas

1] D. Bensaid. Les trotskysmes. PUF. París, 2002

2] E. Mandel. El poder y el dinero. Siglo XXI México, 1994. El libro fue reseñado por Mikel de la Fuente en el nº 23 de VIENTO SUR. El último libro de Mandel, Trotsky as alternative fue publicado en inglés en 1995. Creo que no hay versión en castellano.

3] E. Mandel. “Pourquoi je suis marxiste”, en G. Achcar (ed.) Le marxisme d´Ernest Mandel. PUF. París, 1999. p. 205-208.

4] E. Mandel. “Pourquoi…”, p. 218

5] E. Mandel. El capitalismo tardío. Era, México, 1972. En 1997 se publicó en francès la versión definitiva de la obra, con el título La troisième âge du capitalisme, Éd. de la Passion, París, con textos inéditos de Mandel, más un prefacio de Daniel Bensaid y un postfacio de Jesús Albarracín y Pedro Montes. Lamentablemente, no hay versión en castellano.

6] E. Mandel. Las ondas largas del desarrollo capitalista. Siglo XXI, Madrid, 1980. En 1995 se publicó un segunda edición actualizada en inglés, Long Waves of Capitalist Development, Verso, Londres, de la cual tampoco hay versión en castellano.

7] F. Louça. “Ernest Mandel y el pulso de la historia” en VIENTO SUR nº 28. Octubre 1996

8] E. Mandel. El capitalismo tardío. p. 478, subrayado en el original.

9] Gilbert Achcar. La actualidad de Ernest Mandel. www.vientosur.info

10] E. Mandel. Marxismo abierto. Crítica, Barcelona, 1982. p. 88-89.

11] Sidney Tarrow. El poder en movimiento. Alianza Universidad, Madrid, 1997. Puestos a dar cuenta de las equivocaciones, y aunque el asunto no tenga mayor importancia, quede aqui constancia de una de las mías. En el artículo que escribí en VIENTO SUR (nº 23. 0ctubre 1995. “Un hombre de respuestas en un tiempo de preguntas”) tras la muerte de Mandel, que me ha servido de referencia para éste, trato el interés de este proyecto de Mandel con mucho escepticismo. He cambiado de opinión, hacia una posición de “expectativa”.

12] Por ejemplo, el estudio crítico que Vincent dedicó a su memoria: “Ernest Mandel et le marxisme revolutionnaire”, Editions Page deux, Lausanne, 2001, constituye un serio desafío a las ideas de Mandel sobre la clase obrera como sujeto revolucionario

13] E. Mandel. El Capital. Cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx. Siglo XXI, México, 1985 p. 128.

14] Ibidem. Ver también el capítulo de este mismo libro: “¿Los trabajadores improductivos son parte del proletariado?”.

15] E. Mandel. Introducción al marxismo. Akal, Madrid, 1977

16] E. Mandel. Marxismo abierto, p. 83

17] C. Samary. “Mandel et les problèmes de la transition au socialisme”, en G. Achcar (ed.) Le marxisme d´Ernest Mandel. PUF. París, 1999.

18] Mandel, “Plan ou marché: la troisième voie”, Critique Communiste, nº 106-107, abril mayo 1991.

19] E. Mandel. Marxismo abierto, p. 83

20] E. Mandel. Control obrero, consejos obreros, autogestión. Era, México, 1970

21] E. Mandel. Marxismo abierto. p. 139

22] Citado por Michel Husson “Après l´âge d´or: sur Le troisieme âge du capitalisme” en Gilbert Achcar (ed.) “Le marxisme d´Ernest Mandel”. PUF, París, 1999.

23] E. Mandel. Marxismo abierto. pp. 28-29.

24] E.Mandel. “Pourquoi…”. p. 230.