Memoria – Las mujeres resistentes del gueto de Varsovia, olvidadas de la Historia. [Sarah Benichou]

Tema Sznajderman, Bela Hazan y Lonka Korzybrodska, kashariyot de Freiheit, celebraron la Navidad en las oficinas de la Gestapo en Grodno, donde fue tomada esta foto el 25-12-1941. Bajo el seudónimo de «Bronisława Limanowska», Bela había sido contratada como traductora por el departamento de policía nazi de la ciudad. Foto de Yad Vashem

Informadoras, mensajeras, transportando armas o dinero, alojadoras, abastecedoras y agentes de enlace de la resistencia armada judía, las «kashariyot» están ausentes de los libros de historia y de las conmemoraciones de la resistencia judía a la Shoah, ochenta años después del levantamiento del gueto de Varsovia.

Mediapart, 6-5-2023

Traducción de Correspondencia de Prensa, 8-5-2023

Principios de mayo de 1943. El aire de Varsovia está cargado de ceniza y calor. Decenas de miles de hombres y mujeres judíos siguen viviendo en el gueto, separados del resto de la ciudad y del mundo. El 19 de abril, la ŻOB (Żydowska organizacja bojowa en polaco, la Organización de Combate Judía) desestabilizó la comandancia nazi. Armados con algunas pistolas y explosivos caseros, varios centenares de combatientes, apoyados por el gueto, bloquearon el paso de los batallones alemanes durante varios días. Ante el desafío, el teniente general de las SS, Jürgen Stroop, decidió arrasar el «barrio judío» mediante el fuego.

Renia Kukiełka se suma a los transeúntes que observan la masacre. Esta joven mujer de 18 años memoriza cada detalle: el nerviosismo de los soldados, el olor acre de cabellos quemados, el cielo rojo y los gritos que se elevan desde la hoguera a pesar de la música que truena desde los altavoces del carrusel de la plaza Krasiński.

Detrás de cada explosión, imagina una granada lanzada por un hermano o hermana judío a un SS. Renia no puede creerlo: después de más de una semana de lucha contra el ejército nazi, todavía hay judíos vivos. Tiene que subirse al tren lo antes posible para informar a sus camaradas de la ŻOB en Będzin, en el sur de Polonia.

Los ojos de Feigele Peltel se quedan clavados en las familias que saltan al vacío para escapar de las llamas. La madre de esta varsoviana de 22 años, su hermano y su hermana formaban parte de las 265.000 personas metódicamente hacinadas en vagones de ganado en la plataforma de carga al norte del gueto durante diez semanas del verano anterior, rumbo al centro de exterminio de Treblinka.

Desde el 5 de diciembre, Feigele se llama Vladka (Véase https://encyclopedia.ushmm.org/content/en/oral-history/vladka-fagele-peltel-meed-describes-watching-the-burning-of-the-warsaw-ghetto-from-a-building-outside-the-ghetto) y vive en el «lado ario» de la ciudad. Algunas de las armas y la dinamita que infligen bajas históricas a las tropas de las SS bajo su ventana fueron traídas por ella misma. Querría unirse a los combatientes, pero se está preparando para la llegada de éstos al otro lado del muro.

Como varias decenas de jóvenes judías polacas, Renia y Vladka se desplazaban entre los guetos y algunas de ellas vivían en el «lado ario» de las ciudades, con identidades falsas. Eran al mismo tiempo informadoras, reclutadoras, correos, transportaban armas, niños, cuadros militantes o fondos, alojaban, abastecían y servían de enlace para la resistencia judía. A veces se les llamaba kashariyot (kasharit en singular), del hebreo kesher que significa «conexión».

«Entran en ciudades a las que ningún delegado de las instituciones judías ha conseguido llegar. […] [Ellas] ocuparán un lugar importante en [la historia]», imaginaba el historiador, cronista y archivista del gueto Emanuel Ringelblum en su diario, el 19 de mayo de 1942.

Ochenta años después del levantamiento del gueto de Varsovia, su historia sigue sin escribirse. Ni más ni menos parciales y tendenciosas que las de sus camaradas varones – comúnmente nombrados, traducidos y comentados -, sus testimonios se publicaron ya en 1945 en Palestina o en Estados Unidos, en yidis, polaco, inglés o hebreo, sin que dejaran huella en la memoria colectiva.

Radio-gueto

Para entrar y salir de los «barrios judíos«, establecidos progresivamente por la Alemania nazi a partir del otoño de 1939 en la Polonia ocupada, las jóvenes multiplicaban las artimañas: fundirse con un grupo de obreros destinados a trabajar fuera del gueto, pagar sobornos a los guardias, atravesar las pocas zonas libres de muros o de cercos de púas, como los cementerios, trepar, pasar por una ventana, presentar falsos salvoconductos, llevar o quitarse estratégicamente el brazalete blanco obligatorio con una estrella azul, etc.

Antes de transportar armas y las grandes cantidades de dinero necesarias para su adquisición, estas militantes habían hecho entrar papeles falsos, habían distribuido boletines de la prensa clandestina o habían escoltado a cuadros que viajaban, en los primeros tiempos, entre distintas ciudades para «dirigir seminarios» o participar en «reuniones de coordinación» (incluso en los guetos).

Las kashariyot llevaban, a veces trenzados en el pelo, mensajes personales, además de misivas políticas, mientras que los periódicos, las radios y los teléfonos eran ilegales y el correo estaba prohibido o controlado.

El arraigo militante de antes de la guerra constituía una red nacional que facilitaba los intercambios: al llegar a una ciudad desconocida, la kasharit entraba fácilmente en contacto con los militantes de la sección local de su organización.

Algunas, como Feidele, eran miembros del Bund (Partido socialista revolucionario judío), que antes de la guerra había dirigido muchas huelgas, dirigía la red educativa y cultural yidis, dominaba las elecciones en las grandes ciudades y había creado grupos de autodefensa judíos frente a la violencia antisemita de los años veinte. Otros, como Renia, militaban en pequeños grupos del «movimiento pionero» (sionismo colectivista), como Freiheit («Libertad» en yidis) o Hachomer hatzair (la «Joven Guardia» en hebreo). Otras militaban en el Partido Comunista.

Además de lo que aportaban materialmente, las kashariyot fragilizaban simbólicamente la omnipotencia nazi. En el gueto de Vilna (Lituania), en diciembre de 1941, la futura combatiente Rozka Korczak, de 20 años, escribió sobre Tosia Altman, de 23 años, kasharit del hatzaïr Hachomer de Varsovia:

«Tosia llegó / Fue como un viento de libertad / Sólo con saber que había venido / La noticia se propagó rápidamente entre el pueblo [del gueto] / Era como si no hubiera gueto / Era como si no hubiera muerte alrededor / Como si no estuviéramos en esta terrible guerra / Un rayo de amor / Un haz de luz.»

Utilizar el género para «cruzar» las fronteras

Según la historiadora Lenore Weitzman, las mujeres estaban en mejor posición para «cruzar» las fronteras antisemitas, ya fueran materiales o culturales.

Acusados de propagar el tifus, los judíos descubiertos fuera de los guetos podían ser ejecutados de manera sumaria. Marcados por la circuncisión, los hombres no podían ocultar su judaísmo en caso de arresto, ni siquiera si llevaban papeles falsos.

Rubias, pelirrojas o castañas, de tez y ojos claros: según los criterios antisemitas, Renia, Vladka y Tosia, como todas las demás kashariyot, tenían «rasgos arios».

Había más mujeres que hablaban polaco sin acento yidis. Si sus familias hubieran tenido que elegir, habrían inscrito a sus hijas en la llamada escuela polaca -gratuita- mientras que sus hermanos habrían beneficiado de la escolarización hebrea o yidis, en la que tenían que pagar. Conocían los ritos católicos, las costumbres y las referencias culturales no judías, y podían establecer contactos con los polacos, además de poder pasar desapercibidas.

Documento de identidad falso utilizado por Feidele Peltel-Miedzyrzecki-Vladka Meed del «lado ario» de Varsovia © Archivos del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos, cortesía de Benjamin (Miedzyrzecki) Meed

El hecho de que un hombre tenía que trabajar para alimentar a su hogar era algo aceptado, por lo que no se esperaba de él que visitara a sus parientes en la otra punta del país, que buscara alojamiento «para un amigo«, que fuera a una cita en pleno día, que deambulara por la ciudad en pleno día con un canasto de compras, un bebé en brazos o un montón de niños a su alrededor. Las mujeres podían hacerlo.

«Si hay que coquetear con el responsable alemán de un tren para salir del Gobierno general, lo hacen con la misma naturalidad que una muchacha que ejerce ese trabajo«, señalaba Emanuel Ringelblum el 19 de mayo de 1942. Además de darles un aspecto agradable -y por lo tanto inofensivo-, el maquillaje y los accesorios permitían ocultar los estigmas del gueto, como el hambre o la sarna. Dinero, documentos e incluso armas podían introducirse en la ropa interior, que no era examinada, a menos que se llevara a cabo un registro minucioso.

En fin, discreta, su manera de actuar parecía banal, mientras que, franca y decidida, encarnaba una confianza que las alejaba de su condición de judías. Jóvenes, efectuando una misión al servicio del interés colectivo e impulsadas por un profundo deseo de venganza, muchas utilizaron este subterfugio como garantía para la seguridad.

Agentes de la unión

A través de los trabajos forzados, los nazis habían inculcado a los judíos la idea de que si les eran útiles, se salvarían. Las kashariyot tuvieron un papel clave en el desmoronamiento de esa ilusión y en la puesta en marcha de la agrupación de las organizaciones judías en torno a una estrategia de lucha armada a principios de 1942.

Además de la información que les fue confiada, las militantes narraban las masacres antisemitas -omnipresentes- que conocieron en su camino, antes incluso de haber comprendido que eran el sello de un mecanismo genocida. A través de la acumulación de sus historias, hicieron mucho para transformar rumores -o hechos que parecían aislados o increíbles- en informaciones.

El grupo Hachomer hatzair del gueto de Vilna, alertado por una adolescente que había escapado milagrosamente de las masacres de Ponariai (un bosque situado a 10 km al sur de Vilna) en el otoño, hizo un llamamiento a la resistencia en un discurso dirigido a los demás guetos el 31 de diciembre de 1941: «Todo aquel que sea obligado a atravesar las puertas del gueto no regresará jamás. Todos los caminos del gueto conducen a Ponariai [y] no es un campo de trabajo. Todos serán fusilados. Hitler se propone acabar con todos los judíos de Europa. […] ¡Es cierto que somos débiles e indefensos, pero la única respuesta al asesinato es la revuelta!»

Fue Tosia Altman, el «rayo de amor», la que llevó estas palabras a Varsovia en enero de 1942. Bela Hazan, un kasharit del movimiento Freiheit, las difundió en el gueto de Kovno (Lituania). En el mismo momento, un hombre describe a Emanuel Ringelblum la organización industrial de las masacres en el centro de exterminio de Chelmno (Polonia): él había logrado escapar de un dispositivo de gaseamiento en camiones.

Ya en enero de 1942, en Vilna, la juventud fundó la FPO («Fareynikte Partizaner Organizatsye» en yidis, es decir, la «Organización partisana unificada«), que sirvió de inspiración para la creación de la ŻOB, en julio de 1942 en Varsovia, cuando comenzó la «liquidación» del gueto.

Armas para los guetos

Este cambio de estrategia modificó y multiplicó las misiones de las kashariyot. En Białystok, Grodno, Cracovia o Varsovia, Bela Hazan o Feigele Peltel (Vladka) -y otras- están instaladas en el «lado ario» bajo identidades falsas. Encontrar armas y escondites se convierte en la prioridad absoluta.

En Cracovia, la pequeñez del gueto obliga a actuar en el exterior. El 22 de diciembre de 1942, unos militantes colocan una bomba en la cervecería Cyganeria, en la que se celebraba una fiesta nazi: murieron entre 7 y 13 soldados. La noticia del atentado circuló y llevó algo de alegría a los guetos. Gusta Davidson Draenger, de 25 años, militante del movimiento sionista religioso Akiva, recientemente implantado en el «lado ario» de Cracovia, se había puesto en contacto con una militante comunista judía, Gola Mire, que suministró los explosivos.

En Varsovia, metiendo paquetes por las ventanas y escondiendo armas en bolsas de papas o debajo de los abrigos largos, las kashariyot introdujeron las primeras armas y granadas en el gueto en el verano de 1942. Pero también planos y «recetas» para fabricar granadas y cócteles Molotov.

Más que nunca, el dinero es el sostén de la guerra: el chantaje es moneda corriente, el mercado negro es esencial para conseguir alimentos y el precio del złoty, la moneda polaca, cae en picada. Gracias a los fondos enviados por las estructuras filantrópicas de emigrantes judíos y judías (sobre todo en Estados Unidos), las kashariyot compran armas a precio de oro. También las adquieren, a veces, mediante el trueque de alianzas o relojes que recogen dentro del gueto.

Miembros de la resistencia del gueto de Cracovia frente al cuartel general del movimiento Akiva en 1940. De izq. a der.: Gusta Davidson-Draenger, Shimshon Draenger, Hana (Hanka) Szpricer, Hana Dreiblatt, Minka Liebeskind, Sabina Vulkan, Rivka Szpiner-Liebeskind, Ze’ev Mintcheles, Aharon (Dolek) Liebeskind © Archivos del «Musée de la maison des combattants du ghetto»

También abastecen de alimentos a los que han escondido y pagan -a menudo muy caro- a los polacos que los alojan o acogen a niños. Buscan constantemente nuevos escondites para trasladar a aquellos cuya presencia o identidad ha sido «descubierta» y se preparan para recibir a nuevos fugitivos. Trabajan para salvar a judíos y judías.

Como en los guetos, ahora militan unidas: «Un grupo extraordinariamente activo de kashariyot formó el núcleo de un grupo antifascista unido en la zona de Białystok, surgido de tres movimientos diferentes: Hasia Bornstein, Haika Grosman y Rivka Madajska de Hachomer Hatzair, Bronka Klibansky de [Freiheit], y Liza Hapnik y Anya Rod de las Juventudes Comunistas«, informa Lenore Weitzman.

A veces, facilitaban documentos, gracias a los cuales los talleres clandestinos fabricaban papeles falsos para militantes escondidos en el «lado ario» o iban a otros guetos para entrenarse, o ser entrenadas, en la guerra de guerrillas urbana.

Las militantes corrían el peligro de ser «descubiertas«, sin poder beneficiar de los recursos del grupo: podían ser controladas y registradas en cualquier momento, tenían que evitar los puestos fronterizos sin la apariencia de fugitivas, siempre debían tener una historia creíble que contar, participar en conversaciones antisemitas para asegurar su cobertura, o permanecer despiertas en casa de la persona que las alojaba, o en los trenes, por miedo a hablar en yiddish mientras dormían. Muchas mencionaron la inmensa tensión psicológica que suponía mantener su coartada a diario.

Ir más allá de los héroes

Muchas kashariyot pagaron con su vida las misiones sin dejar huella. Según Lenore Weitzman, en la región bielorrusa de Grodno, dieciocho de las veintitrés mujeres agentes de enlace desaparecieron.

Detenidas en posesión de armas, dólares o documentos falsos, las que no fueron ejecutadas sumariamente pasaron largos meses en prisión antes de morir por sus heridas, ser finalmente ejecutadas o fusiladas mientras escapaban.

Algunas consiguieron mantener en secreto su condición de judías y sobrevivir a la tortura. Enviadas a campos como «resistentes polacas», escaparon de la cámara de gas, pero no siempre de la muerte. Detenida en junio de 1942 cuando se dirigía a Varsovia con una pistola en cada bolsillo, Bela sobrevivió a la prisión, a la tortura y a Auschwitz. No así su amiga Korzybrodska, kasharit de Freiheit, que murió de tifus en sus brazos en la enfermería de Auschwitz.

Fotografías de identificación de Bela Hazan, bajo el seudónimo de Bronisława Limanowska, a su llegada a Auschwitz Birkenau en noviembre de 1942 como «prisionera política polaca». Archivos del Museo Nacional de Auschwitz-Birkenau en Oświęcim

En 2007, la canadiense Judy Batalion, historiadora del arte y nieta de una sobreviviente del Holocausto, descubrió una colección publicada en Nueva York en 1946 titulada Mujeres en los guetos, en yidis, que recoge unos diez testimonios de mujeres resistentes. «Las mujeres no sólo habían hecho cosas extraordinarias, sino que habían dado testimonio de ellas y nosotros las habíamos olvidado o ignorado. Me quedé asombrada y estupefacta», recuerda la autora de Les Résistantes (Les Arènes, 2022). En la intersección del enfoque histórico, el ensayo y la no ficción, su singular relato coral es la primera versión de estos testimonios en francés, enriquecida por decenas de otros.

Steven Spielberg compró los derechos del libro para realizar un relato de ficción. Las kashariyot, que fueron cruciales para la existencia misma de la resistencia armada en los guetos, siguen sin formar parte del relato histórico de la resistencia judía en la Shoah, ni de los guetos. Sus figuras están ausentes de las conmemoraciones del levantamiento del gueto de Varsovia, un símbolo de la resistencia armada judía.

Esta obliteración nos recuerda los límites de escribir la historia a través de sus «héroes» y resuena con las palabras de la erudita estadounidense Susannah Heschel: «Mirar el Holocausto a través del prisma del género no debería consistir simplemente en situar a las mujeres en la narración histórica, sino también en cambiar la naturaleza de la narración.»

Referencias utilizadas para este artículo:

– Renia Kukiełka, Adina Blady-Szwajger, Gusta Davidson Draenger, Haika Grosman y Feigele Peltel (Vladka Meed) publicaron sus relatos y, algunas de ellas, dieron testimonio en actos públicos entre 1945 y 1950..

– El Mémorial de la Shoah recibió a Judy Batalion para une presentación de su trabajo el 23-4-2023.

– Batalion, Judy, Les Résistantes. L’histoire inédite des femmes dans les ghettos, Les Arènes, 2022.

– Brenner, Farrell, « The Aryan-and-Polish-Passing Women and Girl Couriers of the Jewish Resistance Movements in Nazi-Occupied Poland », 2017, Syracuse University Honors Program Capstone Projects.

– Heschel, Susannah, « Beyond Heroism and Victimhood : Gender and Holocaust Scholarship », in Jews and Gender : The Challenge to Hierarchy, Oxford University Press, 2010, p. 294-304.

– Meed, Vladka, On Both Sides Of The Wall : Memoirs from the Warsaw Ghetto, Holocaust Library, New York, 1979.

– Ochayon, Sheryl, The Female Couriers During the Holocaust, Yad Vashem.

– Weitzman, Lenore, « Women of Courage : The Kashariyot (Couriers) in the Jewish Resistance during the Holocaust », in Lessons and Legacies, vol. 6, New Currents in Holocaust Research, Northwestern University Press, 2004. Se puede consultar en https://jwa.org/encyclopedia/article/kashariyot-couriers-in-jewish-resistance-during-holocaust#biblio

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