Historia – Octubre, de China Miéville: un relato brillante y entusiasta de la revolución bolchevique

Historia

Centenario de la Revolución Rusa   

Entrevista a China Miéville, autor de Octubre

Todd Chrétien

International Socialist Review, agosto 2017 https://isreview.org/

Traducción editada por Viento Sur http://www.vientosur.info/

China Miéville ha sido galardonado por muchos libros de ficción y no ficción. Entre sus novelas más recientes están The Last Days of New Paris, y The City and the City, Embassy town, This Census-Taker, Kraken, y Perdido Street Station. Ganó los premios Hugo, World Fantasy y Arthur C. Clarke. Ha escrito para varias publicaciones: New York Times, Guardian, Conjunctions y Granta. Es director fundador de la publicación trimestral, Salvage. Su nuevo libro, October (Verso Books 2017; Octubre, Akal, 2017), es un “relato brillante de la revolución rusa” (The Guardian). El libro ha sido muy bien acogido por la crítica literaria y política. Octubre irradia “el brío y la emoción del entusiasta que quiere que la revolución triunfe”, según Jonathan Steele de The Guardian. Sheila Fitzpatrick, la muy respetada historiadora de Rusia y la Unión Soviética, calificó October como “construido elegantemente y sorpresivamente conmovedor. Lo que trata de hacer, y lo hace de forma admirable, es escribir una historia excitante sobre 1917 para quienes simpatizan con la revolución en general y con la revolución rusa en particular” (London Review of Books). Todd Chretien, militante de la International Socialist Organization (ISO) de Estados Unidos,  redactor de Eyewitnesses to the Russian Revolution (Haymarket Books, 2017) y de la edición anotada de State and Revolution (Haymarket Books, 2016) de Lenin, entrevistó a Miéville sobre October en agosto del 2017. La entrevista fue publicada en International Socialist Review (https://isreview.org/issue/107/novel-retelling-october-revolution) y ha sido traducida del inglés al español por Lance Selfa.

-Todd Chrétien: En esta época ya no hablamos de la Revolución de Octubre como algo que se trasmite de una generación a otra, en las familias, entre militantes obreros…; como una memoria viva. Ninguna sector social encarna ya esa experiencia. Esto plantea la cuestión, literaria e histórica, sobre cómo transmitir el conocimiento de un período a otro. En tu libro Embassy town, examinas la naturaleza de la lengua y los atropellos que se puede hacer al intentar traducir de un idioma a otro. ¿Qué tipo de desafío encontraste cuando escribiste para un público que cinco generaciones después de 1917?

China Miéville: Es una manera muy interesante plantear la cuestión. Porque siempre fui consciente de la necesidad de equilibrar lo específico y lo general. A través del libro, y de las discusiones en torno al mismo, trato de enfatizar que esta es una historia centrada en un espacio particular, Rusia, y en una época concreta: 1917. Hay que definir un camino: la historia no es solo el recuerdo de aquel momento. Al mismo tiempo, trato de evitar un kitsch reduccionista del tipo “como se dio antes, se dará ahora”. Así que, en todo momento, el punto clave era ser consciente de las particularidades del momento sobre el que escribía. En la medida en la que creo que se pueda generalizar, se trata de ir de lo concreto a lo abstracto; en cierto sentido, ¡dar la vuelta a la metodología de Marx! Partir de los hechos específicos para investigarlos, en vez de partir de la búsqueda de las lecciones aplicables. Si haces eso, vas a encontrar lo que buscas, pero es probable que no vayas a hacerlo de forma útil ni sofisticada.

En relación al lenguaje que he utilizado, si este libro ofrece algo útil, interesante o nuevo en algún sentido, pienso que tal vez derive de haber querido, sin remordimientos, haber escrito una historia narrativa. Eso lo acepto. Hay sectores de la izquierda que hacen críticas honestas a ese tipo de escritura histórica narrativa; no son críticas estúpidas. Me las tomo en serio. Pero desde que comencé a concebir el libro, mi editor Sebastian Budgen y yo lo concebimos como una narración. Lo aceptamos como lo que es y no nos avergonzamos del hecho de que la mayoría de mis escritos hayan sido obras de ficción. Esta forma tiene ciertas normas de ritmo, energía, exposición, etcétera. Traté con orgullo de ponerlos en primer plano. Para mí, fue una apuesta, una intuición, confiar en la política y que las consecuencias y el análisis se desarrollasen como un sustrato de ella. Es mejor que forzarla.

-T. Ch.: A propósito de eso, no incluiste referencias en tu libro pero sí una bibliografía muy valiosa. ¿Podrías sugerir algunos libros para quienes quieran leer más después de tu libro y otros que encontraste valiosos durante la investigación histórica?

Ch. M.: Tienes razón, no tiene notas a pie de página. No quise crear un libro erudito, a pesar de haber investigado con mucha rigusoridad. Toda la novela… ¡Ups! ¡Ese fue un lapsus interesante! … Todo el libro es como una narración. Sin embargo, durante el proceso de elaboración seguí reglas muy estrictas para no conjurar ninguna anécdota histórica u otras cosas similares. Todo lo que se dice fue investigado con rigurosidad. Quería que los especialistas que lo leyeran dijeran sabe de lo que habla, está bien preparado. Por eso la lista de referencias al final del libro es muy selectiva. Hubo muchas referencias que no incluí porque no quería que la bibliografía fuera muy voluminosa. Solo lamento una cosa: ¡quería dar a conocer lo mucho que leí! Pienso que voy a cargar la bibliografía completa on line y voy a poner el enlace en las próximas ediciones.

¿Cuáles son los libros que yo considero particularmente fecundos para personas que quieran aprender más sobre la revolución? Yo diría que los más destacados son los tres de Alexander Rabinowitch Preludio de la revolución, Los Bolcheviques llegan al poder, y Los Bolcheviques en el poder. Los libros de Rabinowitch son los que propondría como el punto de partida para lectores que no están familiarizados con el tema pero quieran pasar del libro mío a algo más académico. Son indispensables. Otro libro que un tanto diferente, pero que al mismo tiempo lo encontré muy inspirador, fue la obra redactada por Boris Dralyuk 1917. Es una colección de poesía, ensayos y obras de ficción de ese año. Es obvio que su propósito no es describir los acontecimientos, pero hay algo su la forma y tono que lo convierte en una obra muy especial y potente. El último par que recomendaría es Voices from theRussian Revolution: Fighting Words, (Voces de la revolución, palabras de la lucha) compilada por Michael Hickey, y Voices of Revolution: 1917 (Voces de la revolución, 1917) de Mark Steinberg. El segundo contiene, entre otros documentos, las cartas increíblemente conmovedoras escritas por soldados desde el frente. Si pudiera destacar un documento de esta colección, sería la extraordinaria carta que envió el soldado Kuchlavok desde el frente al periódico Izvestia en agosto de 1917. 1/

-T. Ch: Supe por un amigo que alguna vez tú y tu redactor estuvisteis en un piquete de apoyo a una huelga de enfermeras. Eso me trae a la mente la cuestión del papel del artista en la política.

Ch. M.: Volveré a decir lo que te dije sobre la cuestión de navegar entre el arte y la política. Para mí, el punto de partida en la mediación entre ser activista y novelista u otro tipo de artista es, quizás paradójicamente, el no colapsar los dos. Por ejemplo, es común escuchar a escritores o artistas decir que tienen una visión política del mundo pero que no son necesariamente activistas; que dicen cosas como mi arte es mi activismo. Esa declaración siempre me ha hecho sentir incómodo. Creo que es una falacia. Eso no significa que no haya posibilidad de producir arte que tenga un compromiso político maravilloso. Y, por cierto, tampoco sugiero que haya una divisón estricta entre los dos polos. Más bien me parece un error conceptual el tratar de superponer uno al otro.

Por otra parte, a menudo en la izquierda nos flagelamos –diría que por buenas razones– sobre esta relación horrible y reductiva del arte que procede de la izquierda activista, que dice, más o menos, Me gustó esta película porque estoy de acuerdo con su postura política. Si produces arte, poesía, ficción u otra obra artística que tiene como intención producir un panfleto político ligeramente disfrazado que comienza con un había una vez, pues, así no se crea ningún arte interesante. Y, añadiría, tampoco produces política convincente.

Es significativo que muchos de los artistas que han negociado esta frontera de forma más efectiva e interesante son los que, probablemente de forma contraria al sentido común, insisten en la separación, o, mejor dicho, insisten en la diferencia entre las dos esferas, sin que ello implique la impermeabilidad entre ambas. Por ejemplo, en el ensayo La deshonra de los poetas, Benjamin Perét, el gran poeta surrealista y trotskista, incluye un fragmento maravilloso desaconsejando la poesía política cruda. Refiriéndose al poeta como un revolucionario, insiste de forma maravillosamente complicada y dialéctica en que:

“No significa que él (sic) quiera poner la poesía al servicio de la política, o incluso de la acción revolucionaria. Pero el ser poeta lo ha convertido en un revolucionario que se compromete a luchar en todos los terrenos: en el terreno de la poesía usando métodos apropiados y en el terreno de la lucha social, sin confundir los dos campos de acción so pena de restablecer la confusión que supone disiparse y que le llevaría a perder su vocación de poeta; o sea, de revolucionario».

Establecida esta distinción entre las esferas, yo dejo de preocuparme mucho por lo demás. Tengo la confianza y la intuición de que todo está en mi subconsciente y de que puedo seguir adelante. Todo proviene del mismo lugar –lo artístico y lo político– aunque sea de distintas maneras. He usado una analogía al respecto: servir con dos cucharones distintos porciones de palabras de un mismo puchero. Habiendo establecido que éstas son articulaciones diferentes, dejemos de preocuparnos tanto y continuemos. ¡Deja de flagelarte preocupándote por cómo puedo relacionar mi compromiso político con mi arte. ¡No te preocupes y sigue adelante! No es que no importe –claro que importa– pero es importante dejar de preocuparse, porque este tipo de cuestiones no hace que la acción política o la poesía sean más efectivas.

-T. Ch.: Quisiera considerar algunos eventos clave de 1917 y tu interpretación sobre ellos en el libro. Un debate que viene de lejos trata sobre el papel de Lenin en abril, cuando regresa a Rusia en el famoso tren blindado. Hay una postura, la de Trotsky, que dice que Lenin introdujo una política nueva, las Tesis de abril, que derrocó la postura más conservadora de Kámenev y Stalin de marzo de ese año. Por otro lado, el historiador Lars Lih ha tomado posición en sentido contrario; o sea, que no hubo ningún cambio en la postura de Lenin. ¿Qué opinas sobre las tesis de Lenin y su impacto en los bolcheviques?

Ch. M.: Una advertencia: soy un amateur bien leído, pero no soy experto. Esto es relevante en relación a la documentación histórica escrita en ruso que no puedo leer. Creo que hay un peligro tanto en enfatizar la continuidad como en enfatizar la ruptura. En parte, porque la política y la gente se contradicen. Contienen más que un hilo singular. El peligro es que si lo condensas e identificas un hilo y lo persigues, aunque sea el correcto, puedes subestimar otros hilos o ignorar los que no cuadran. Y eso, por supuesto, no sirve.

Pero claro, hay cuestiones que se apoyan en hechos relativamente verificados. Pienso, por ejemplo, que Lars Lih ha demolido lo que es un mito sobre Las cartas desde lejos de Lenin, conocidas como las tesis previas a las de abril. Hay un argumento, planteado por Trotsky entre otros, en mi opinión de modo tendencioso, de que la gran ruptura de las Tesis de abril fue prefigurada por el gran impacto que sufrieron los bolcheviques al recibir Las cartas desde lejos de Lenin cuando él residía todavía lejos del país en marzo. Creo que el ensayo de Lars Lih (“Letters from a far, Corrections From Up Close”) (“Cartas desde lejos, correcciones desde cerca”) 2/, publicado en 2015, acabó con esta idea. Hay que decir que los bolcheviques no experimentaron un gran impacto cuando recibieron las cartas antes de abril.

Pero ¿qué pienso yo sobre las tesis de abril? Creo que el presentimiento de que hubo una ruptura apocalíptica con la práctica establecida ha sido exagerada, hasta tal punto que es como si las tesis hubieran surgido de la nada; y, por eso, el horror sería la única reacción que los bolcheviques hubieran tenido al respecto. El fundamentoi de cualquier postura política nunca dejar de ser polémico y, por supuesto, depende de cómo la gente interprete las posturas previas y actuales. Había muchos entusiastas con la posición de Lenin. Pero, como deja claro el libro de Sukhanov, el menchevique de izquierdas que asistió al discurso de Lenin cuando volvió a Rusia, sería igualmente tendencioso sugerir que no provocó ningún impacto o que Lenin no hizo bascular su actividad militante. Está claro que [las tesis] impactaron. Como mínimo es necesario decir que si bien Lenin planteaba una posición compatible con la reinante, la misma contiene un énfasis diferente.

Yo valoraría esta situación usando la famosa cita de Victor Serge que rechaza la idea de que las acciones de Lenin dieron paso a la dictadura de Stalin. Dice que “el bolchevismo portaba muchos otros gérmenes, un montón de otros gérmenes”. Lo que trato de sugerir en el libro es que se puede argumentar a favor de que aquellas tesis forman parte de la continuidad del bolchevismo dependiendo de los aspectos en los que pongas énfasis. Al mismo tiempo, a partir las tesis de abril emergió un bolchevismo radicalmente nuevo. Personalmente, creo que no hay duda de que Lenin, por su particular prestigio, empujó al partido en una determinada dirección y que ello reforzó a determinadas corrientes y perspectivas en su seno. Creo que en términos epistemológicos no sirve pensar de forma simple: o emergieron de la nada o eran la continuidad de la política anterior. Pienso que Lenin impulsó un cambio de énfasis, aunque se basó en aspectos concretos del programa bolchevique.

-T. Ch.: Una pregunta más sobre el rol de Lenin. Tras las jornadas de julio, cuando los obreros, marineros y soldados realizaron casi una insurrección, Lenin se vio forzado a pasar a la clandestinidad hasta pocos días antes de la revolución de octubre. Durante este tiempo, él escribe sin descanso a la dirección y a la prensa del partido, pero había una demora entre el momento que escribía y el momento en que se publicaba. En tu libro muestras que, frecuentemente, los consejos de Lenin son correctos, pero coinciden con las estrategias de la dirección del partido que ya estaban en marcha antes de recibir estos consejos. ¿Cómo ves la relación entre Lenin y el partido en su conjunto?

Ch. M.: Un elemento que hay que enfatizar es que el partido contaba con una red de cuadros muy grande y muy eficaz en su estructura media. Cuadros que actuaron como un vector hacia fuera y hacia dentro (del centro a las regiones, desde las bases obreras y populares del partido a la dirección), y que permite la diseminación de la política del partido. En el mejor de los casos, era como un tipo de antena sintonizada a los intereses de la base. Creo que, en parte, es la razón por la que el partido bolchevique tenía una flexibilidad y una capacidad militante que carecían otros partidos, incluso aquellos que disponían de activistas sinceros y brillantes.

-T. Ch.: No difiero de tu opinión sobre Lenin, pero creo que se pueden añadir otros elementos a tu valoración. En primer lugar, Lenin cambiaba de posición rápidamente teniendo en cuenta los acontecimientos (o cómo los entendía él). Eso es una fortaleza obvia. Sin embargo, hay un peligro si estás tomando decisiones cuando estás lejos de la batalla: estar ausente durante dos o tres días significa que, cuando tienes que cambiar de táctica rápidamente, y cuando lo haces decididamente, es posible que puedas cometer un error desastroso. O, como dices, a veces, aunque sus consejos fueran útiles, al estar lejos no podían hacer más que validar lo que ya estaba en marcha.

Ch. M.: La mayoría de las veces Lenin hablaba de forma categórica, tajante, lo que a veces suponía (y, sinceramente, no creo que fuera útil) que planteaba las cuestiones de forma tan incisiva que cuando cambiaba de posición, incluso con tacto, desconcertaba a sus camaradas. Y hay que recordar que Lenin se equivocaba de vez en cuando. Por ejemplo, antes del golpe de Estado de Kornilov, Lenin no solo dijo que “No hay ninguna posibilidad de un complot de la derecha,” sino que más o menos dijo: “Aquellos que creen en los rumores del complot de la derecha se están engañando por tonterías para colaborar con los social-revolucionarios y mencheviques, y terminar apoyando el gobierno de Kerensky”. Vituperaba fuertemente cualquier indicio de una conspiración. Pocos días después, lo que tiene su mérito, Lenin se da cuenta de que sí existía un complot y reaccionó ante él. Nunca admitió que estuviera equivocado. ¡Eso es algo que nunca va a hacer! A veces, se podría decir que cuando admite que hubo un “giro increíblemente brusco de los acontecimientos” ¡implicaba que la realidad no concordaba según las expectativas razonables!

No obstante, si bien reconocemos que Lenin cometió errores, su capacidad para «sintonizar» con la realidad era absolutamente extraordinaria. Vale la pena decir que tanto sus camaradas como sus oponentes políticos señalan eso repetidamente, calificando su sensibilidad ante esos cambios del estado de ánimo popular como una habilidad completamente extraordinaria, casi históricamente única. Por esta razón es por lo que encontramos a Lenin en situaciones casi graciosas cuando lo ves tomando una posición que sus camaradas consideran demasiado extrema y tan solo dos semanas después recuperan la misma postura que Lenin ya había propuesto hacía dos semanas. Debido a sus cambios de opinión, y en el contexto del nuevo momento que hace del ayer una reliquia antediluviana, decide que el pasado no tiene que ver con el presente. Cuántos de nosotros, al leer lo que dijimos hace dos semanas diríamos “¡Ésta fue una época distante, no preste atención a mis consejos de entonces!”

Por ejemplo, inmediatamente después de que Kornilov fuera derrocado, Lenin publicó su panfleto “Acerca de los compromisos”, un documento que trata sobre la colaboración con otros partidos socialistas. Me fascina. Y no es porque en ese momento Lenin pueda formular un plan concreto –debido a la complejidad de la situación– sino porque encarna un cambio de posición muy significativa en relación al trabajo de colaboración entre la militancia de distintos partidos.

Creo que todo esto podría ser relevante para nosotros porque a veces nos preocupamos por poner puntos sobra las «i» y tachar cada «t» en relación a nuestras posiciones formales, y luego derivamos hacia posiciones prácticas absolutamente herméticas. El que a veces no estemos muy seguros, que tengamos que salir del paso a base de un esfuerzo voluntarista de análisis e intuición política forma parte de la naturaleza de una realidad fragmentada. Mientras no seas dogmático, y si has acumulado suficientes “antenas”, estarás bien.

-T. Ch.: Has mencionado la flexibilidad y la capacidad militante de los bolcheviques, pero también el hecho de que había revolucionarios que militaban en otros partidos. El grupo preeminente en este sentido es el de los socialistas revolucionarios de izquierda liderados por Maria Spiridonova, un personaje maravilloso de 1917 que, con razón, decides rescatar de la Historia. Si los bolcheviques crecían rápidamente, también lo hacían los SR de izquierda, pero éstos no fueron capaces, como sí lo fueron los bolcheviques, de luchar por el liderazgo. Por este motivo, siempre se les encuentra siguiendo el camino abierto por los bolcheviques. ¿Qué opinas sobre esta dinámica?

Ch. M.: En la izquierda, hay quienes yo denomino cosplayleft (una izquierda de cartón y piedra) que denigra el resto de tradiciones de forma sectaria e históricamente ciega. Tenemos que superar esa actitud.

Hablando en términos generales, los SR de izquierda eran como un espejo de los mencheviques de izquierda. Ambos comparten unas características similares, y también otras bastante opuestas, en relación a los bolcheviques que los deja atrás.

La característica compartida es la falta de voluntad de romper con el partido más grande. De forma comprensible, la gente se burla de nosotros, la izquierda, por las interminables luchas internas y divisiones entre socialistas; pero en ocasiones, y esa fue una de ellas, lo menos malo que se podía hacer era escindirse. En 1917 hubo una situación interesante: tanto los mencheviques de izquierda como los socialistas revolucionarios de izquierda formaban parte de partidos más grandes, con gente cuya política se diferenciaba de la del partido al que pertenecían, y que estaban profundamente imbricados en las mismas estructuras que la de estos revolucionarios –honrada, sincera y correctamente– comprometidos a derrocar el sistema. Entonces, en el mejor de los casos, tenías una ambigüedad estructural dentro de estos partidos. En el peor de los casos estaban paralizados. Los SR de izquierda, por ejemplo, mantuvieron una posición de insinceridad forzada: mentían a los líderes de su propio partido. Estaban obligados a hacerlo, porque, en lo fundamental, actuaban contra ellos. La aversión a la ruptura fue algo que impidió que los dos partidos avanzaran.

Por otra parte, si bien los mencheviques de izquierda partían de análisis sociales a menudo brillantes, y luego trataban –por decirlo crudamente– de integrar la realidad en sus fórmulas bastante abstractas (en lugar de basar sus análisis en las compleja realidad concretas del mundo que los rodeaba). Ceo que los SR de izquierda hicieron lo opuesto. Su tradición no priorizó suficientemente el análisis. Había intelectuales impresionantes entre ellos, pero incluso sus propios partidarios y simpatizantes comentaban que los SR de izquierda carecían de las grandes figuras intelectuales que existían entre los mencheviques de izquierda (¡y de derecha!). Por tanto, no tenían una base sólida para luchar por la hegemonía intelectual en la batalla de las ideas, aún cuando fueran unos militantes fantásticos.

-T. Ch.: Con respecto al concepto de la hegemonía, en el libro señalas que al tomar la decisión de liderar la insurrección para tomar el poder cometen “errores cómicos”. Recoges una descripción maravillosa del camarada Blogonravov, responsable de levantar una linterna roja para dar la señal al navío de guerra Aurora para abrir fuego contra el Palacio de Invierno, donde seguía estando lo que quedaba del gobierno burgués de Kerensky. Para empezar, no logran encontrar una linterna, luego no puede encenderla y, por último, no puede enarbolarla. Es una escena muy cómica pero, al mismo tiempo, nos informa sobre las dificultades entre la resistencia y el poder. ¿Qué piensas que permitió a la clase trabajadora rusa dar el salto final de la resistencia al poder?

Ch. M.: Hay una cita anterior a la revolución de febrero (de hecho, venía de la época inmediatamente después de la fracasada revolución de 1905) sobre la consciencia dividida del obrero insurgente, del conflicto entre su compromiso total a luchar por el cambio y su falta de confianza en poder vencer a la clase dominante enemiga. El militante Shapovalov dice que es “como si hubiera dos hombres viviendo dentro de mí”, uno dispuesto para luchar y encarar la cárcel y el exilio, y otro “que no se había liberado del sentido de la dependencia y el temor”. Él odiaba al segundo, por supuesto. Estos militantes despreciaban su miedo, pero no podían negarlo. Por tanto, vivían en un desgarro interior permanente para superar su papel como objeto de la historia en el que les había convertido el sistema y convertirse en protagonistas de la misma. Cuando llega octubre, esa sensación de miedo, esa sensación de ser negados por la historia, se había superado en gran medida. A partir de febrero, hubo momentos increíblemente emocionantes cuando la gente afirmaba: “Soy un ser humano. Soy dueño de mi propia dignidad. Tengo derecho a exigir esto”. No obstante, lo que hacía falta a nivel popular, aunque estaba creciendo, era la disposición a aceptar tomar decisiones y tomar el poder de forma concreta en las calles y en las instituciones. Una cosa que ves en octubre, distinta a febrero, es algo bastante gracioso, y a veces ridículo, que va más allá del mero hecho de reivindicar el derecho a la dignidad (que se radicalizó enormemente en febrero); es el derecho a tomar decisiones reales, a tomar el poder en sus propias manos.

Hay un póster muy conmovedor que consiste en dos imágenes. En la parte superior está la imagen de un obrero trabajando, creo, en las ruedas del tren. Se lee “En el pasado, era engrasador. Lubricaba la rueda.” En la parte inferior, interviene ante un público diciendo “En este momento, me integro al soviet y tomo decisiones”. El movimiento de la primera imagen a la segunda representa un cambio profundo e histórico.

-T. Ch.: Hablando de trenes, al final de tu libro hay un epílogo sobre el importante papel de los trenes en la revolución, similar a lo que pasa en la Revolución mexicana. Exploras la relación entre, como diría Marx, el trabajo vivo y el trabajo muerto y el carácter físico de la revolución en el siglo XX. Muy bien hecho. En tu libro has imaginado, quizá eres el único entre quienes han escrito sobre la revolución rusa, un futuro o tiempos y lugares alternativos. Y me pregunto qué opinas sobre esta cuestión del carácter físico de la revolución en el siglo XXI. Si las revoluciones del siglo XX se centraron en la clase obrera industrial, las grandes fábricas del metal y textil de San Petersburgo, ¿será lo mismo hoy en día que vivimos en una constelación de capital muy diferente?

Ch. M.: Es una pregunta realmente interesante. No quiero ser superficial, y no tengo ideas acabadas pero, como dices, tenemos que ir más allá de un sentido nostálgico o kitsch de lo que se entiende como “la clase trabajadora”. Estamos hablando de una clase que está geográfica e industrialmente dispersa en todas partes y sectores. De hecho, muchas de esas industrias tendrían un gran poder en una situación de revolución, pero quizá la mayoría de las veces de forma más sutil y menos obvia que hace cien años cuando, por ejemplo, la diseminación de información estaba tan directamente relacionada, en la mayoría de los casos, con redes de comunicación físicas y visibles. Hoy es diferente.

Un corolario de este cambio es que, en relación a lo que hablábamos antes sobre el retraso de información de tres días que Lenin afrontaba cuando estaba en la clandestinidad, es difícil imaginar ese tipo de situación en esta época. El retraso es generalmente infinitesimal. La censura y el control de la información, incluso en línea, es demasiado real: sin embargo, sospecho, que si llegamos a una situación como esa, el tipo de censura con la que sueñan los poderes despóticos sería imposible.

Bueno, ahora sobre los trenes. Efectivamente, en Rusia y en su imperio en 1917 eran, literalmente, redes físicas. Pero en el libro también son una metáfora organizativa. Me interesa el poder de las metáforas políticas porque, para mí, los humanos somos intrínsecamente pensadores metafóricos. No hay nada inevitable al respecto, pero creo que a veces se puede pensar mejor –con más matices, más agilidad– con mecanismos metafóricos que sin ellos. No se trata solo de que las metáforas sean una especie de filigrana, una cobertura literaria que flota sobre una investigación científica más rigurosa, un hablar bonito que en realidad no dice nada.

Creo que una de las lecciones del modernismo literario (entre otras tendencias) es que un cierto tipo de escritura, ficción y no-ficción, puede desplegar metáforas. Esta forma de pensar no se puede reducir a un pensamiento técnico más belleza. Se puede tener un sentido más rico de la realidad que cuando uno se limita, como ya sabes, a Sólo los hechos, señora.

Las metáforas son algo que crear, no algo que existe ahí fuera; algo que tienes que atrapar, como Pokémon, para decodificarlas. Como tal, sus términos son eminentemente reversibles. Por ejemplo, mi punto de vista sobre la metáfora del tren no es que ésta sea la mejor o la única metáfora que dé acceso a la realidad de la revolución. Estuve discutiendo en el Museo Tate de Londres con Esther Leslie, la gran académica marxista, sobre estos temas, y ella me dijo que encuentra un gran atractivo a la metáfora de Walter Benjamin que ve la revolución como un freno, echar del freno de la emergencia, exactamente lo contrario de lo que pensamos a menudo, y la imagen que yo tengo. Creo que ambos pueden ser correctos.

Y, a la inversa, cuando un fascista despliega la metáfora del tren de la historia, o del freno, para sus propios fines, para representar su día del juicio final. . . ¡están equivocados! No hay contradicción en eso. Porque creo que las metáforas funcionan en relación a las cosas que haces.

-T. Ch.: Además de las metáforas, también usas el humor. ¿Cuál era el apodo de Kámenev y Zinóviev? ¿Los gemelos etéreos?

Ch. M.: ¡Los gemelos celestiales!

-T.. Ch.: Claro. Hay una línea en el libro donde describes su oposición a la insurrección, y dices: “La vacilación para derrocar a la burguesía fue tan Kámenev.” Me parece que es la línea más divertida del libro. Si hay una línea escrita para hablar a los socialistas de la generación milenio, ¡esa es la línea! ¿Cómo usar el humor cuando escribes para una nueva generación sobre una revolución muy antigua?

Ch. M.: Me alegra que te dieras cuenta. Sí, de verdad, ¡quería que fuera gracioso!

Creo que la izquierda a veces no tiene la capacidad de usar el humor. A menudo es demasiado pesada o, como mínimo, este ha sido el caso con la izquierda anglófona. Tiene una tradición bastante funesta de tomárselo excesivamente en serio, de no estar dispuesta a burlarse o ser un hazmerreír. Las burlas pueden ser destructivas, por supuesto, pero no siempre. Esa defensa frágil es un síntoma de falta de confianza. No debemos temer al humor, y no todas las generaciones pasadas lo temían.

La escritora Nadezhda Lokhvitskaya, conocida como “Teffi”, cercana a los bolcheviques, bromeó una vez sobre que “si Lenin hablara de una reunión en la que él, Zinóviev, Kámenev y cinco caballos estuvieran presentes, diría: ‘Estuvimos ocho’”. Ahora, si eres izquierdista, es probable que hayas asistido a una reunión decepcionante, que los organizadores trataban de ensalzar frenéticamente. Entonces, si no te ríes de ella abiertamente, si finges que no la entiendes, y mucho menos te quejas de que no es graciosa, entonces te estás engañando a ti mismo, pero a nadie más. Sería bueno si pudiéramos ser más amables y más relajados sobre ese tipo de cosas…, es gracioso.

Hay otro punto sobre la línea «tan Kámenev». A veces, Lenin y otros revolucionarios eran, como ellos mismos reconocieron, brutales en sus humillaciones personales, de manera que, francamente, es difícil no considerarlos como contraproducentes e injustificados. Pero lo contrario de eso también es importante. Es decir, suponiendo que no se hubiera cometido una perfidia concreta, si se trata de tener una posición política diferente, una vez que se decida la línea política, no hay razón para no poder continuar teniendo un humor perfectamente civilizado y una relación personal cariñosa. Entonces tienes un argumento brutal en el que la cautela de Kámenev está sujeta a un ataque execrable. Ahora bien, después de haber ganado el debate en su contra, sus camaradas podrían relajarse y burlarse de él. Ya sabes, algo así como: «¡Siempre eres el último en firmar el derrocamiento histórico del orden capitalista!». En el terreno de los sarcasmos personales siempre hay algo bastante inquietante sobre la crítica dura y pura -de las que, repito, sin duda, aun hoy tenemos experiencia dentro de la izquierda-, y también algo bastante conmovedor y dulce sobre la rapidez con la que se pueden invertir u olvidar.

Esto se puede ver, aunque de manera aún más exagerada, en octubre. Kámenev y Zinóviev llevaron a cabo un verdadero acto de violación de la disciplina por escribir en contra de los planes del partido en la prensa no partidista, un acto que perjudicó mucho la línea acordada por los bolcheviques. Sin embargo, incluso después de eso, una vez que la política había avanzado hasta el punto en que parecía que el proyecto en cuestión iba bien, que la batalla se ganaría, pocos días después de su transgresión, Lenin se estaba burlando de ello. Incluso durante la noche de la insurrección. Ahora, estoy seguro de que había algo de vinagre en sus burlas, pero aun así, de la misma forma que estas cosas pueden dar la vuelta de forma brutalmente rápida, también pueden ser desarmadas de nuevo. Y el humor puede ser clave en eso.

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