Capitalismo global – Viajes desesperados. ¡Sistema enfermo! [Against The Current]

Centroamericanos demandantes de asilo deportados de El Paso a México, marzo de 2021.

Against The Current, editorial, mayo-junio 2023

Traducción de Correspondencia de Prensa, 14-5-2023

Las catástrofes convergentes del capitalismo global se abaten sobre numerosas comunidades, pueblos y naciones, pero en ningún lugar con más fuerza que sobre las poblaciones desplazadas, los refugiados y los demandantes de asilo. Se calcula que ya hay 100 millones de personas en todo el mundo que han debido huir de sus países de origen o se han convertido en desplazados internos debido a la guerra, la represión política o la violencia étnica; por la destrucción medioambiental o la crisis económica; o en muchos casos, por una combinación letal de todas estas plagas modernas.

He aquí, sólo tomando en cuenta incidentes muy recientes, algunas de las horribles historias que han sido mencionadas en los titulares:

Cuarenta y nueve demandantes de asilo de varios países latinoamericanos y asiáticos, detenidos en Ciudad Juárez, México, a causa del cierre de la frontera estadounidense, murieron quemados porque los guardias los dejaron encerrados en sus celdas, aparentemente por orden del gobierno del presidente «progresista» Andrés Manuel López Obrador.

Dos familias con hijos pequeños, al parecer procedentes de India y de Rumania, se ahogaron cuando su embarcación se hundió en el río San Lorenzo cuando intentaban una peligrosa y mortal travesía de Canadá a Estados Unidos. La familia rumana quería llegar a Nueva York para reunirse con sus parientes y evitar una deportación inminente. Esto se produjo después de que unos refugiados murieran congelados cuando intentaban cruzar a EE.UU. en un terreno baldío de la frontera de Manitoba – OTRA VEZ, con la esperanza de encontrarse con unos parientes que vivían en EE.UU.

Mientras tanto, el presidente estadounidense Biden y el primer ministro canadiense Justin Trudeau sellaron su cumbre de amistad con el cierre de un «paso no oficial» hacia Quebec en un lugar llamado Roxham Road, utilizado por cientos de demandantes de asilo cuyos casos tienen pocas o ninguna posibilidad de éxito en el pesadillesco sistema de inmigración estadounidense.

La administración Biden retomó la incalificable práctica de deportar a los haitianos de vuelta a un país en ruinas, prácticamente destruido como resultado de más de un siglo de explotación e intervenciones imperialistas. La notoria insistencia estadounidense en deshacerse del popular presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide (¡no una sino dos veces!) fue lo que contribuyó directamente al caos de los últimos 20 años.

Ni siquiera conocemos cuántos son los que han muerto en el desierto del Tapón del Darién, entre Colombia y Panamá, en su viaje hacia el norte. Sólo en los tres primeros meses de 2023, la asombrosa cifra de 87.000 migrantes desafió la travesía del Tapón del Darién. (AP New, 12-4-2023)

En los últimos años, el desierto mexicano-estadounidense de Sonora se ha vuelto cada vez más peligroso. Según Latino USA (https://www.latinousa.org/2022/12/02/deathbypolicy/): «En las dos últimas décadas, se han recuperado en esta región más de 4.000 restos de personas que se cree que murieron al intentar cruzar la frontera. Y muchas más personas han desaparecido. El año pasado se registraron 225 muertes en este tramo del sur de Arizona. Se desconoce la cifra real de muertos, pero los expertos dicen que es probable que sea mucho mayor de la que se ha informado.»

Detrás del recuento de muertes, es importante tratar de comprender la extrema miseria cotidiana que hace de estas increíbles caminatas, y de los enormes riesgos, un cálculo racional. Es una ventana que permite ver no sólo el cinismo de las políticas gubernamentales, sino el colapso sistémico que las origina.

Estadísticas brutas

Durante la última década, informa el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, la crisis mundial de refugiados se ha más que duplicado. En 2022, el ACNUR anunció que la cifra de desplazados en el mundo había superado la barrera de los 100 millones, lo que significa que más del 1,2% de la población mundial se ha visto obligada a abandonar sus hogares. Esto incluye a unos 70 millones de desplazados internos, una dimensión de la catástrofe que a menudo no se toma en cuenta.

El más mortífero de todos los viajes desesperados de los refugiados son las travesías por el Mediterráneo desde el norte de África hacia Europa (https://www.hrw.org/news/2022/09/13/endless-tragedies-mediterranean-sea), donde se estima que han muerto 25.000 personas durante la última década, según Human Rights Watch. ¿Cuál es la respuesta? El gobierno de Italia criminaliza a los barcos de rescate que sacan a los sobrevivientes del agua o de las balsas que se hunden.

Los Estados europeos subvencionan a los gobiernos de Marruecos y Libia para que acepten a los refugiados obligados a regresar. Los que llegan a las costas europeas son a menudo internados indefinidamente en islas o campos de detención. La política de Australia hacia los refugiados es igualmente brutal.

Aun con la crueldad de las políticas gubernamentales de inmigración en los países más ricos, las políticas racistas y las reacciones de la derecha siguen en aumento como respuesta a la afluencia de poblaciones de refugiados. Incluso cuando los refugiados son blancos y europeos, como en el caso de millones de ucranianos que huyeron a principios de la invasión rusa, las cálidas bienvenidas iniciales se van desvaneciendo en los países vecinos de Europa del Este -por no hablar de los abusos racistas de los que son objeto en toda Europa los refugiados de Medio Oriente y África por ser personas menos «deseables».

Como en Estados Unidos, los partidos conservadores y de extrema derecha explotan el miedo a los inmigrantes para promover sus programas racistas. Esto contribuyó significativamente al movimiento Brexit, al crecimiento del partido «Rassemblement National» de Le Pen en Francia y de Alternativ fur Deutschland en Alemania, al ascenso de la autodenominada «democracia iliberal» de Viktor Orban (nacionalismo cristiano supremacista blanco) en Hungría, a que el gobierno polaco aclame a los refugiados ucranianos por ser «gente como nosotros» mientras que los de África son claramente mal recibidos, a las prohibiciones en Suiza de construir minaretes en las mezquitas, y a otras expresiones de xenofobia.

Pero Europa o Estados Unidos no tienen el monopolio de los prejuicios reaccionarios. En el caso de Túnez, The Legal Agenda (https://english.legal-agenda.com/the-racist-campaign-in-tunisia-strategies-of-sowing-confusion-and-panic) señala el crecimiento de una teoría de la conspiración del «gran reemplazo», dirigida contra lo que el presidente tunecino llama «hordas de inmigrantes irregulares» procedentes del África subsahariana, que cometen supuestos delitos y «prácticas inaceptables».

No sólo los extranjeros negros, sino también los tunecinos negros (10 a 15% de la población) han sido sometidos a actos de «violencia, detenciones arbitrarias basadas en el color de la piel, humillaciones, vandalismo, despidos en el lugar de trabajo, desalojos e incitación a la violencia… en un clima que recuerda la paranoia colonial del hombre blanco respecto a los negros».

La crisis es internacional, y sistémica, y sólo mejora marginalmente en aquellos países que tienen políticas relativamente liberales, o menos descaradamente crueles y sádicas. Para comprender las profundas raíces de un dilema global, resulta útil observar un conjunto de circunstancias: las más cercanas en el hemisferio occidental.

Un estudio de caso en Norteamérica

Pongamos por ejemplo un pueblo agrícola del centro de México, donde los jóvenes y los no tan jóvenes piensan en su futuro. ¿Sueñan con llegar a EE.UU. y encontrar trabajo, digamos, en una planta empaquetadora de carne, porque han oído decir que los inviernos del medio oeste son en realidad mejores?

Probablemente no. Lo más probable es que el pueblo ya se esté vaciando porque su agricultura autóctona ha sido masacrada por las exportaciones agroindustriales estadounidenses fuertemente subvencionadas, facilitadas por los acuerdos de «libre comercio» norteamericanos desde la década de 1990.

El impacto en la agricultura mexicana no es accidental ni involuntario. Fue planeado, bajo la doctrina del libre mercado de las «ventajas comparativas», según la cual la agricultura en México se orientaría hacia productos especializados para el mercado estadounidense, y su mano de obra se trasladaría en gran medida a las maquiladoras para obtener la producción que se realizaba en los cinturones industriales de Estados Unidos, provocando una reducción de los salarios y de los derechos laborales en todo el país.

Ese proyecto no funcionó en realidad, ya que el capital estadounidense utilizó con toda lógica el «libre comercio» mundial para encontrar sitios con salarios aún más bajos en el Sur Global.

Pero los desastres perpetrados por las políticas imperialistas van más allá de los estragos del mercado. A través de las guerras contrarrevolucionarias genocidas emprendidas por los regímenes aliados de Estados Unidos en Centroamérica, las sociedades de Guatemala, El Salvador y Honduras fueron desgarradas, con un mayor impacto en las comunidades indígenas y campesinas.

Mientras cientos de miles huían de los escuadrones de la muerte militares, la «guerra contra las drogas» estadounidense, verdaderamente demencial desde los años ochenta, provocó una devastación aún peor. El resultado totalmente predecible es que la producción de drogas -cada vez más potentes y mortales, precisamente porque no están reguladas- y la circulación y el contrabando en el mercado estadounidense a escala industrial están en manos de grupos criminales.

Las guerras entre estos grupos, el reclutamiento forzoso de jóvenes, las medidas policiales violentas y arbitrarias, el hacinamiento en las cárceles, los motines y los asesinatos, han hecho que algunas zonas de México, El Salvador y otros países sean tan mortíferas que la huida se convierte en la estrategia más sensata. Es en gran parte la razón por la que los padres envían a sus hijos al norte, no acompañados -una opción que puede parecer incomprensible.

El «golpe cuádruple» se completa con los estragos del cambio climático, que destruye, por ejemplo, la producción de café en algunas partes de América Central y contribuye a que los huracanes, las inundaciones y las sequías sean cada vez más letales. Todos estos factores de la economía del «libre comercio», la represión patrocinada por Estados Unidos, la política de guerra contra las drogas y las catástrofes naturales interactúan para producir una crisis irresoluble de desplazamiento de la población en el continente.

Podemos señalar la crueldad y el oportunismo, de las políticas de inmigración de todas las administraciones estadounidenses -«quédense en México», Title 42, separación de familias, detenciones masivas y todo el resto- más abiertamente racistas y sádicas bajo Donald Trump, algo menos y mejor disimuladas bajo Biden o el «deportador en jefe» Obama. Se trata de diferencias significativas pero secundarias. Bajo Biden, muchos niños que fueron arrebatados a sus familias bajo Trump siguen separados o desaparecidos.

Las agresiones diarias a inmigrantes y demandantes de asilo en la frontera estadounidense, y el terror que sufren los indocumentados y sus familias que viven en las ciudades estadounidenses, bajo el temor constante a ser deportados, son crímenes contra la humanidad. Las atrocidades de la policía, sin embargo, son en realidad síntomas de un sistema mundial disfuncional y destructivo. Es desesperadamente necesaria una reforma humanitaria e integral de la inmigración, pero hasta eso está muy lejos de ser una solución de fondo.

Desorden global destructivo

Esta sinopsis de lo que ocurre en el continente norteamericano abre una ventana sobre las crisis más amplias de desplazamiento en todo el mundo. A veces olvidamos, lamentablemente, que existen catástrofes de guerras y económicas a una escala igual a los horrores a los que tiene que hacer frente Ucrania.

Tales calamidades en Medio Oriente y África del Norte han provocado que cientos de miles de personas traten de llegar a un refugio seguro en Europa, ya sea desde Siria a Turquía a las islas griegas, desde la costa libia hacia Italia, desde Marruecos hacia España. Los países de los que huyen las personas se extienden desde Afganistán y Birmania hasta Somalía, desde Sudán del Sur y Etiopía hasta Malí.

En tan sólo un año, la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) dio el siguiente informe: » Alrededor de 40,5 millones de personas se convirtieron en desplazados internos debido a conflictos y catástrofes en todo el mundo a lo largo de 2020. De estas personas, 30,7 millones fueron desplazadas por la violencia y los conflictos, y 9,8 millones por catástrofes naturales.» Son datos de dos años antes de que Rusia invadiera Ucrania, lo que desencadenó una nueva sacudida en el abastecimiento mundial de alimentos y fertilizantes.

Mientras persista un sistema mundial que empuja a decenas de millones de personas a embarcarse en viajes desesperados (https://www.iom.int/news/missing-migrants-caribbean-reached-record-high-2022) con todos los riesgos mortales que esto conlleva, los movimientos progresistas deben exigir el derecho de las personas a circular a través de las fronteras para salvar sus vidas. La exigencia inmediata debe ser: ¡Déjenlas entrar!

Pero un mundo sin fronteras, sin políticas de inmigración crueles y sin manipulación cínica por parte de políticos racistas de todo pelaje (incluidos los centristas y liberales), sólo será posible en un sistema transformado radicalmente. Las tibias declaraciones de la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris sobre los programas para ayudar a la gente a que se quede en sus países de origen carecen de sentido en las condiciones actuales, ¡sobre todo cuando los programas consisten principalmente en que corporaciones como Pepsi-Cola se establezcan en el Sur Global!

El primer paso hacia la transformación necesaria debe incluir reparaciones y la cancelación de la deuda provocada por la destrucción debida al imperialismo y al colonialismo. Ningún ejemplo puede ser más flagrante en estos momentos que el de Haití, donde la administración estadounidense trata de empujar a Canadá a liderar la intervención militar que ha sido tan desastrosa para el pueblo haitiano en cada una de las ocasiones anteriores.

Si Ucrania exige, con razón, reparaciones por la colosal destrucción de la invasión criminal de Putin, ¿a cuánto ascienden las deudas de las potencias imperialistas occidentales por los daños infligidos a los continentes africano, asiático y americano?

No hablamos sólo de obligaciones morales, sino de iniciar una reestructuración sostenible y ecosocialista de la economía tanto en el Sur Global como en las sociedades ricas, pero brutalmente desiguales, del Norte capitalista. Mientras esto no sea una realidad, las crisis de desplazamiento y la huida de los refugiados -que en sí mismas son un síntoma de la amenaza del capitalismo a la supervivencia de la civilización y de la humanidad- seguirán creciendo.