Portugal – Abril de 1974: «El comienzo de una crisis». [Charles-André Udry]

Soldados organizados por el MFA estacionados frente a un edificio de la policía política: la PIDE, 25-4-1974

«El comienzo de una crisis» (11 de abril de 1974)

A l’encontre, 25-4-2023

Traducción de Correspondencia de Prensa, 28-4-2023

Este artículo fue escrito antes del 25 de abril de 1974, fecha en la que comenzó la Revolución de los Claveles (Revolução dos Cravos). Partía de la crisis del colonialismo portugués, de la apertura de un debate público en la cúpula del ejército -sin ser conscientes de lo que se estaba preparando bajo los auspicios del MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas) que derribó la dictadura- y de las transformaciones socioeconómicas que se estaban produciendo, así como de un cierto auge de las luchas obreras, con una tendencia a deducir la dinámica a partir de lo que ocurría entonces en Francia, Italia y, sobre todo, España. Intentar captar estos procesos formaba parte de una politización que se venía produciendo desde finales de los años 60 en Europa. (Charles-André Udry)

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El 22 de febrero se publicó un libro en Lisboa. En pocos días se vendieron decenas de miles de ejemplares, gran parte de los cuales fueron comprados por la DGS (la policía política que sucedió a la tristemente célebre PIDE), que depende a la vez, y significativamente, del Ministerio del Interior y del Ministerio de Ultramar. Su título: El futuro de Portugal. El autor no era otro que el antiguo jefe militar en Guinea Bissau, el general Spinola.

«La guerra», que durante los últimos años ha estado en el trasfondo de todos los debates políticos que tienen lugar en las capas dirigentes, entraba así en el dominio público. El debate sobre esta cuestión cristalizaba todas las opciones existentes en el seno de la burguesía sobre las perspectivas económico-políticas en Portugal. El tema central del libro -que difícilmente podría publicarse sin la conformidad de ciertas fracciones de los círculos gubernamentales- puede resumirse en la siguiente afirmación de Spínola: «A falta de esta solución (una estructura federal en la que los territorios de ultramar gozarían de autonomía que los pondría en pie de igualdad con la metrópoli) iremos inevitablemente hacia la desintegración, perdiendo uno tras otro nuestros territorios africanos

Pero el «acontecimiento» provocado por la publicación de este improvisada pensador carece de importancia en la medida en que es el pretexto para desencadenar una crisis abierta en el propio seno del gobierno y del ejército. Del 6 al 16 de marzo, los acontecimientos se precipitaron. El movimiento de protesta de los oficiales subalternos se amplificó. Por un lado, el 12 de marzo, exigen la salida del ministro «ultra» del ejército, Andrade e Silva; por otro, reivindican en un manifiesto: «Una solución política que salvaguarde el honor y la dignidad nacionales, así como los intereses legítimos de los portugueses instalados en África, pero que tenga en cuenta la realidad innegable e irreversible de la profunda aspiración de los pueblos africanos a gobernarse a sí mismos«. (Le Monde, 24/25 de marzo de 1974).

La respuesta de los «ultras» no se hizo esperar. Bajo la dirección del jefe del Estado, Américo Tomás, los «ultras» destituyeron a los generales Spínola y Costa Gómez el 13 de marzo y reprimieron movimientos militares que llegaron hasta el motín, como en el caso de una compañía de infantería de Caldas Da Rainha (a 90 km de Lisboa), que decidió marchar sobre la capital. La crisis de la dirección burguesa está abierta y deja entrever las fuerzas centrífugas que existen en el seno de la clase dominante portuguesa. La contraofensiva de los «ultras», que sin duda están ganando puntos en este momento, no es garantía de una estabilización real.

Pero esta crisis debe ser entendida a partir de las tareas parcialmente contradictorias a las que debe hacer frente la burguesía portuguesa, es decir, la conservación del «pacto colonial», tratando al mismo tiempo de modernizarlo, y, al mismo tiempo, la integración a Europa y la estimulación de la economía.

Las etapas del desarrollo

Durante la Segunda Guerra Mundial, ya se dieron los primeros pasos hacia una tímida industrialización, utilizando las reservas acumuladas durante la guerra. Durante la Segunda Guerra mundial, el estatuto de Portugal le permitió desempeñar un papel de intermediario comercial, exportando masivamente productos agrícolas y materias primas (especialmente un metal: el wolframio). Esto creó la oportunidad de acumular importantes recursos financieros; además, fueron muchos los capitales que buscaron refugio en Portugal durante la Segunda Guerra Mundial. Bajo la protección del Estado, algunos grandes grupos industriales y bancarios, también con carácter de monopolio, desarrollaron de forma muy limitada las infraestructuras industriales (cemento, acero, medios de transporte).

Pero el mercado interior era muy pequeño, su vulnerabilidad exigía la adopción de numerosas medidas proteccionistas, y esta industrialización embrionaria seguía siendo muy frágil. La represión y la supresión de las libertades democráticas y sindicales fueron una constante de la política de Salazar. La ruptura se produjo a finales de los años cincuenta y a principios de los sesenta. Este periodo estuvo marcado por un cambio en el clima político (elecciones presidenciales en 1958 con la presentación de un candidato de la oposición, Humberto Delgado…), el estallido de las guerras coloniales (Angola en 1961, Guinea-Bissau en 1963, Mozambique en 1964), el primer ascenso del movimiento estudiantil (en Lisboa, Coímbra y Oporto), las luchas campesinas (huelga de las ocho horas en Alentejo) y las luchas obreras en la región de Lisboa.

Al mismo tiempo, se produjo un importante bloqueo económico. Las inversiones son muy reducidas, el mercado interior es demasiado pequeño para las capacidades, aunque escasas, de producción de la industria. Por último, el desempleo y el subempleo siguen en aumento.

Una nueva etapa en el desarrollo del capitalismo portugués irá tomando forma. El estallido de la guerra colonial exigió, por un lado, préstamos en el mercado financiero mundial (160 millones de francos franceses en 1961 y 190 millones en 1962), compras de material militar y, por otro, el surgimiento de una cierta producción de material militar en el propio Portugal. 1 Paralelamente, comenzó la » avalancha migratoria » – los trabajadores portugueses iban a entrar masivamente en Francia, Alemania y Suiza – y el llamado a los capitales extranjeros.

Xavier Pintado, antiguo Secretario de Estado de Comercio, resume muy bien las razones de las ventajas del capital extranjero para invertir en Portugal: «a) abundancia de mano de obra adaptable; b) bajos impuestos; c) infraestructuras suficientemente desarrolladas; d) moneda respaldada por grandes reservas» (Entreprises, 5-10-1968). Las inversiones extranjeras aumentan rápidamente. Por ejemplo, la inversión extranjera pasó del 1,5% de la inversión total del sector privado en 1960 al 27% en 1966. Ford, General Motors, Standard Electric, Firestone, Siemens, Krupp, Nestlé invirtieron en Portugal. 2

Por último, el proceso de integración en la Europa capitalista, concretado por las inversiones extranjeras, la industrialización y la emigración, se formalizó con la entrada de Portugal en la AELC (Asociación Europea de Libre Comercio) en 1960. Esta perspectiva de integración se convertiría rápidamente en uno de los temas políticos importantes de los sectores industriales más dinámicos y de una parte del capital financiero. Así, en la presentación del plan temporal de desarrollo para 1965-67, se afirma: «Impulsado por la inquebrantable voluntad de tener éxito, en el sentido o en contra del sentido de la historia, Portugal se abre ahora a Europa, para asegurar la aceleración económica necesaria para su adhesión definitiva al rango de país desarrollado3

El inicio de este proceso de industrialización -apoyado también por la entrada de divisas procedentes de la emigración (1.552 millones de escudos en 1958, 2.679 millones en 1964 y 22.388 en 1972) y del turismo- iba a provocar un profundo cambio en la estructura de la producción del país, en la variedad de las exportaciones y en la estructura del empleo. La parte de los productos agrícolas en el producto nacional bruto pasó del 29% en 1958 al 15% en 1971. En cambio, la parte de la industria de transformación pasó del 30% en 1958 al 41% en 1971, con un crecimiento del 200% de 1958 a 1971. 4 Al mismo tiempo, se produjo un movimiento de concentración y fusiones a nivel industrial, lo que fue alentado por una serie de medidas fiscales y financieras. Las industrias tradicionales (textil, corcho) se estancaron relativamente, mientras que las industrias básicas se desarrollaron en las regiones de Lisboa, Oporto-Braga, Aveiro-Coïmbra: metalurgia, automóvil (montaje), siderurgia, astilleros…

Las exportaciones se diversifican y el corcho, el vino y las conservas de pescado ya no son los únicos productos exportados. A ellos se añaden nuevos productos agroindustriales (pasta de tomate, pasta de papel) y productos manufacturados (máquinas, elementos mecánicos, etc.). Una cifra es significativa: de 1960 a 1971, el volumen de las exportaciones de prendas de vestir pasó de 0,085 millones de contos (miles de escudos) a 1,8 millones; en el caso de las máquinas y aparatos (a menudo sólo piezas de recambio) las cifras para el mismo periodo son las siguientes: de 0,2 millones de contos a 2,5 millones. 5 Sin embargo, hay que señalar que una gran parte de las exportaciones son realizadas por empresas extranjeras establecidas en Portugal. Cuatro de los principales exportadores portugueses están controlados total o parcialmente por capital extranjero: Standad-ITT, Gründig, Calbi-Cellulose y Diamang.

Sin embargo, esta progresión y diversificación de las exportaciones señala la importancia del mercado europeo para todo un sector de la burguesía portuguesa. De hecho, es la Europa capitalista el principal cliente y proveedor de Portugal. Las exportaciones a la Europa capitalista representan el 65% del total, y las dirigidas a la CEE tienen un peso mayor que las dirigidas a la AELC. Además, mientras la AELC se desarticula, Portugal ha firmado un acuerdo de libre comercio con la CEE, lo que hace que su integración en el Mercado Común sea aún más necesaria para el país.

Hay que subrayar que este proceso de desarrollo industrial fue posible a partir de una disminución del desempleo y del subempleo, impulsada por el crecimiento del sector industrial bajo la influencia de las inversiones extranjeras, por la extraordinaria emigración (en 1972 el número de emigrantes ascendió a un millón y medio) y por el servicio militar en las colonias (200.000 soldados sobre un total de 8.200.000 habitantes en 1972). Este proceso de emigración explica por sí solo, por una parte, por qué el crecimiento del PNB fue uno de los más elevados de Europa durante el periodo de 1968 a 1973 (una media del 7,3%), así como el del producto por trabajador (una media del 6,6%), mientras que el crecimiento del empleo era del 0,5% anual, y, por otra parte, por qué el subempleo y el desempleo no se extendieron con más intensidad. Esta disminución del desempleo y del subempleo durante los años 60 estimuló un aumento de los salarios industriales de más del 70% entre 1958 y 1965 en la región de Lisboa. Así, el mercado interior se desarrolló relativamente bien, permitiendo un proceso de industrialización acumulativo.

Todo el proceso de industrialización provocó una disminución drástica de la población agrícola, incluida la despoblación del campo en Minho, Beira y en el Alentejo, que pasó del 50% de la población activa en 1950 al 25% en 1970. Al mismo tiempo, la clase obrera aumentó, representando más de un tercio de la población activa. Su composición cambió. A la antigua generación de trabajadores se unieron trabajadores procedentes directamente del campo, en su mayoría jóvenes (la media de edad es inferior a 30 años).

La enfermedad de África

Esta evolución del aparato productivo implicaba, por una parte, una cierta redefinición de las estructuras políticas y, por otra, un intento de encontrar una solución que conciliara las necesidades contradictorias -dado el callejón sin salida militar en el que se encontraba el imperialismo portugués frente a la resistencia victoriosa de los movimientos de liberación nacional- de reforzar su integración con la Europa capitalista y de modernizar el «pacto colonial».

El nombramiento de Marcello Caetano [en septiembre de 1968] como sucesor de Salazar apareció como un acelerador del desarrollo de las tendencias que ya habían surgido bajo el viejo dictador. La introducción de «tecnócratas» modernistas en el gobierno -como Joao Salgueiro, subsecretario de Planificación, Rogerio Martins, ministro de Economía y Xavier Pintado, ministro de Finanzas- expresaba la voluntad de incorporar un personal político capaz de hacerse cargo de este proyecto de conjunto, que abarcaba desde la ampliación del «mercado interior» hasta la integración europea y el establecimiento del «espacio común portugués». En cuanto a las «aperturas liberales», no duraron mucho. La fragilidad del capitalismo portugués, la dificultad de encontrar instrumentos de gestión de la clase obrera y las tensiones internas derivadas de la guerra colonial acabaron rápidamente con los tímidos intentos «liberales».

La capacidad de los movimientos de liberación nacional para poner en jaque los planes militares del gobierno portugués es una de las contradicciones mayores que pone en tela de juicio todos los proyectos desarrollados por una parte del equipo gubernamental de Caetano y que provoca, hoy en día, la crisis abierta en el seno del ejército y de las capas dominantes. En 1969, el gobierno de Lisboa utilizó el 42% del presupuesto total del Estado en gastos militares. Esto representa oficialmente el 7,5% de la renta nacional (Le Monde, 30-3-1972). En 1969 y 1971, el 53% de los gastos extraordinarios (no presupuestados) fueron dedicados a gastos militares. Según el «Memorándum del Gobierno portugués a la OCDE», los gastos militares ascienden por sí solos al 8% del PNB (junio de 1971). Las cifras oficiales de la contabilidad nacional indican que el 8% del PNB se destina a «Administración y defensa». Hay que señalar que el aumento de esta partida fue del 233% entre 1953 y 1971. Cualquiera que sea la exactitud de las cifras, generalmente subestimadas en las publicaciones oficiales del gobierno, es fácil comprender el costo de esta guerra colonial, que como Spínola lo reconoce ahora públicamente, es imposible de ganar en el plano militar.

Ese costo no es neutro. En el momento mismo en que sería necesario realizar una serie de inversiones para reforzar el desarrollo industrial y hacer que el aparato productivo estuviera en mejores condiciones para hacer frente a los progresos de la integración europea. Así, Rui Patricio, ministro de Relaciones Exteriores, declaró en 1972: «Debemos adaptar nuestras estructuras a la evolución del Mercado Común ampliado». El problema es que el contexto actual no nos es favorable.» Al mismo tiempo, una «alta personalidad» del régimen confesaba a un periodista de Le Monde: «…los créditos para la guerra serían evidentemente más útiles en otros sectores… si exceptuamos el gran proyecto petroquímico de Sines… los planes de desarrollo se resienten evidentemente de la falta de créditos. Y la incertidumbre de las opciones sigue siendo grande«. (Le Monde, 1-4-1972)

Además, los riesgos de un aislamiento político y diplomático de Portugal son cada vez mayores -a pesar de que el imperialismo internacional (OTAN) ha sido hasta ahora un defensor acérrimo de la empresa militar portuguesa-, con las consecuencias que ello puede tener en el plano económico. Hay muchas presiones, ya sea a favor de una solución independentista, o a favor de un nivel de estatus estándar para las colonias. A ello se agrega un contexto económico internacional que no es precisamente favorable al futuro del capitalismo portugués, afectado además desde 1965 por la inflación, exacerbada, entre otras cosas, por los gastos militares.

En este contexto, las oposiciones en el seno de la burguesía sobre las opciones político-económicas y militares resultan exacerbadas. Sectores de la burguesía industrial y financiera, esencialmente interesados en la apertura a la Europa capitalista, están cada vez menos dispuestos a respaldar una política que se convierta en un obstáculo para ese proyecto. El famoso «Coloquio sobre la política industrial» de 1969 indicaba con bastante claridad los objetivos de una política deseada por estos sectores. Las grandes líneas de acción pueden resumirse así: darle prioridad a la integración europea, desarrollar las infraestructuras, acelerar el proceso de concentración, racionalizar las empresas y los distintos sectores de producción. Está claro que este tipo de proyecto es difícilmente conciliable con la política propuesta al menos por los sectores «ultra» del gobierno, que hipotecan dicho plan tanto económica como políticamente.

A principios de los años 70, se definieron a nivel gubernamental los elementos de una política alternativa para superar el obstáculo al desarrollo que suponían la guerra colonial y el sistema de relaciones tradicionales con las colonias. La respuesta a los problemas planteados por la guerra colonial, las victorias de los movimientos de liberación, la integración europea y las inversiones extranjeras se concretó en los términos siguientes: contra la guerra colonial, desarrollo y racionalización de la industria metropolitana. Este plan implicaba, por una parte, ayudar y estimular ciertas inversiones en las colonias, presionar a los inversores para que reinvirtieran limitando la masa de capitales a repatriar a la metrópoli, hacer obligatoria la creación de ciertas empresas de bienes de consumo para el mercado urbano de las colonias y, por otra parte, especializar mejor las exportaciones hacia Europa, acelerando el proceso de modernización del aparato productivo. De este modo, se establecería una especie de división internacional del trabajo. Esta estrategia tenía por objetivo reforzar la posición de Portugal para poder plantearse, en las mejores condiciones posibles, una solución neocolonial, en la que el control político y militar sería sustituido por el control monetario, bancario e industrial.

Evidentemente, la realización de tal proyecto requiere medios políticos que la burguesía portuguesa está lejos de tener, sobre todo porque la capacidad de los movimientos de liberación en el plano militar se manifiesta con una fuerza bastante grande. Además, es muy problemático, por no decir imposible, que el capitalismo portugués pueda competir con los monopolios internacionales en estos mercados. A este respecto, el ejemplo de la descolonización holandesa resulta también instructivo.

Por lo tanto, la crisis abierta recientemente en Portugal -en la que se enfrentaron los partidarios de la solución federalista y autonomista, es decir, Spínola y Costa Gómez, y los «ultras» que, bajo el liderazgo de Kaulza de Arriaga, no tienen ninguna intención de flexibilizar su control sobre las colonias- no debe interpretarse sólo en los términos en que aparece en el debate dentro de los diversos sectores del ejército. En realidad, indica que después de más de diez años de guerra colonial, sectores dinámicos de la burguesía que no están directamente vinculados con las colonias -como los es todo el sector de la burguesía colonial financiera, industrial, propietaria de materias primas- están dispuestos a considerar una modificación radical de la política colonial, tal vez incluso a «renunciar» a la muy difícil renovación del «pacto colonial» para privilegiar la perspectiva de la integración con la Europa capitalista. Si tal opción se materializara, e incluso una política menos radical en las relaciones con las colonias, correría ciertamente el riesgo de suscitar corrientes secesionistas entre las capas burguesas blancas de Angola y Mozambique, que se orientarían entonces hacia Rodesia. La crisis que acaba de comenzar clarificará seguramente las posiciones y permitirá algunos realineamientos en el seno de la burguesía portuguesa.

El aumento de las luchas

La inflación creció muy rápidamente, alcanzando el 21% en 1973. El poder adquisitivo de los trabajadores se vio gravemente atacado. Además, es probable que la tendencia al aumento del desempleo se vea agravada por el retorno masivo de trabajadores inmigrantes, dadas las perspectivas secesionistas que están surgiendo en varios países de la Europa capitalista.

La respuesta de los trabajadores a este ataque al empleo y al poder adquisitivo podría adquirir mayores proporciones.

Desde la huelga de 1963 en los transportes urbanos de Lisboa, las luchas obreras se han desarrollado con altibajos. En 1969, hubo huelgas en las industrias del metal y del automóvil: Ford, General Motors -donde se intentó ocupar la fábrica-, los astilleros LISNAVE, etc. En julio de 1973, hubo una huelga en el sector del transporte aéreo y en las filiales de la ITT. En enero de 1974, en la empresa relojera Timex, en los astilleros LISNAVE, en la empresa SOREFRAME de Amadora, en las fábricas de Entronoamento (ferrocarril), etc., tuvierron lugar diversos movimientos, desde un paro de algunas horas hasta una huelga de tres días (15, 16 y 17 de enero en SOREFRAME).

Los movimientos son aún limitados, dispersos, y expresan la debilidad de la organización y la falta de tradición de la clase obrera. Sin embargo, la concentración de empresas, la aparición de polos industriales, la fusión entre una capa de trabajadores jóvenes -que no han conocido la desmoralización- y sectores obreros con cierta tradición pueden reforzar la capacidad de movilización de la clase obrera.

En 1963/69, la burguesía hizo un intento de «apertura» para tratar de reorganizar la dirección de la clase obrera. Así, en el momento de la nueva ley sobre los sindicatos, la «Cámara Corporativa» indicó claramente la necesidad, pero también la dificultad, dada la destrucción de las organizaciones reformistas de la clase obrera efectuada por el régimen , de disponer de instrumentos que pudieran contener el ascenso de estas últimas. Así decía la Cámara: «…seguimos en la misma situación, a saber: un número reducido de sindicatos eficaces, la dispersión de los trabajadores en una multitud de pequeñas organizaciones que no consiguen dotarse de dirigentes a la altura de sus funciones ni de servicios competentes, y que no gozan del prestigio que necesitan entre los trabajadores, porque no tienen capacidad para resolver los problemas de quienes representan. Además, no aparecen ante las organizaciones patronales como interlocutores válidos, ya que se sabe que aunque el diálogo pudiera ser interesante, el sindicato no es el centro de la toma de decisiones. ¡La falta de confianza de los trabajadores en sus sindicatos da lugar a que sus intereses y aspiraciones se expresen de forma indisciplinada, desbordando el sindicato y tomando la forma de grupos unidos por necesidades comunes y que fácilmente pueden verse abocados a actividades puramente reivindicativas inaceptables»!

Pero el proyecto «liberal» sólo tiene -y tendrá- credibilidad en la medida en que el margen de maniobra económica sea suficientemente amplio como para que exista espacio para la formación de organizaciones «reformistas» capaces de contener la combatividad de la clase obrera sobre la base de concesiones de cierta importancia. En este sentido, no sólo no habrán podido cuajar los tímidos intentos de 1963-69, sino tampoco los que se propongan para el futuro ciertas fracciones dinámicas de la burguesía si consiguen imponer su voluntad a nivel gubernamental. La represión contra el movimiento obrero no seguirá siendo, sin duda, patrimonio exclusivo de los «ultras».

En la crisis abierta en el mes de marzo puede insertarse, por lo tanto, el aumento de las luchas obreras y también del movimiento estudiantil que, en el marco del «debate» sobre la política colonial de Portugal, debería ser capaz de tomar iniciativas de apoyo a los movimientos de liberación nacional de mayor amplitud que en el pasado (las manifestaciones de solidaridad eran muy limitadas). El «futuro de Portugal» podría ser muy diferente del previsto en la mejor de las hipótesis por Spínola… (Artículo publicado originalmente en la revista Inprecor, 11-4-1974)

* Charles-André Udry, editor de A l´encontre. Co-autor, junto a Daniel Bensaid y Carlos Rossi, de Lecciones de Abril. Análisis político de la experiencia portuguesa. Editorial Madrágora, Barcelona, 1976. (Redacción Correspondencia de Prensa)

Notas

  1. A partir de finales de los años 60, la construcción de camiones militares, vehículos anfibios y pequeños blindados, incluido el montaje de ciertos tipos de aviones, fue realizada principalmente en Portugal.
  2. Salgado Matos, «Os investimentos estrangeiros em Portugal», Lisboa, 1973.
  3. Christian Rudel, Le Portugal de Salazar, Ed. Ouvrières, 1968.
  4. La República, marzo de 1973.
  5. Revista Polémica, N° 4, 1973.